Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Desde Macondo.... Y PRÓSPERO AÑO NUEVO

Con tanto “meme”, “gif” vídeos virales y frases hechas varias, enmarcadas en botellas de champán, serpentinas, gorritos y demás que invaden nuestros teléfonos y correos electrónicos en estas fechas, me siento viejuna y trasnochada expresando el deseo de toda la vida para lo que se nos avecina. Próspero Año Nuevo.
          Sin más. Sin bromitas más o menos afortunadas o divertidas. Claro que podemos pedir una pareja, o un divorcio, o un chalé o uno de esos carísimos coches que llevan los deportistas famosos. Supongo que eso también es desear prosperidad, que al fin y al cabo el diccionario de la Real Academia (que espero me acompañe también en el año nuevo como en todos desde que tengo memoria), define próspero con sólo dos acepciones: Dicho de una cosa: “Favorable, propicia, venturosa”. Y dicho de una persona, “que tiene éxito económico”.
          Vamos, que hay que acudir a otros textos, a los sinónimos, al María Moliner y su Diccionario de Uso del Español, para asegurarnos de que próspero es también “favorable, propicio, venturoso”. Que no todo es economía y dinero. Que puede haber prosperidad sin IBEX, sin liderar  crecimiento del PIB de Europa y el mundo mundial y sin la tan fastuosa como falsa recuperación que cacarean Rajoy y sus chicos.
          Ojalá 2018 sea próspero. Que sea venturoso y propicio para la igualdad tan lejana y casi inaccesible, para la solidaridad, que casi ha desaparecido del diccionario oficial, y sólo permanece en pequeños textos individuales, en el corazón de cada cual y en los esfuerzos de ONG y asociaciones humanitarias que suplen los “olvidos” de los dirigentes. Que sea próspero para las mujeres maltratadas y asesinadas que conforman una larga y penosa lista a finales de este 2017. Y para los que no tienen trabajo, o para los que, trabajando, no llegan ni tan siquiera a mitad de mes.
          Que sea favorable para el diálogo y el entendimiento a todos los niveles, que con los años hemos dejado en desuso, además de desear próspero Año Nuevo, eso de que hablando se entiende la gente. Hablando, no con leyes y decretos, que son el último recurso. O deberían serlo.
          Y hablando de personas, que vuelvan, volvamos, a ser lo primero. Que los corazones vuelvan a ocupar el lugar que les han usurpado las carteras; que las palabras sustituyan al tintineo de las monedas, y los abrazos y los besos, a los emoticonos uniformes y monótonos. Y el llanto, sano y liberador a veces, no quede reducido a otro muñeco con ojos chorreantes.
          No voy a hacer balance. Que tanta paz lleve 2017 como descanso deja, que se dice en mi pueblo. Unos cuantos apuntes para agradecer que la enfermedad nos haya respetado, que seguimos teniendo buenos amigos y que hemos descubierto la solidaridad con mayúsculas, la que viene de la gente de la calle. La que no se refleja en los Presupuestos.
          Con el puntapié en salva sea la parte al año que dejamos, al mundo convulso, al incierto panorama político en todas partes, a la ruptura del contrato social, tal y como lo concebíamos, mi único deseo es que todos creamos que un año mejor es posible. Y que luchemos por conseguirlo. Por salir del tiempo circular de Macondo y evitar la maldición de otros cien años de soledad. Y que llueva, aunque sin diluvios.
          Que tengáis todos un próspero Año Nuevo. 

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Desde Macondo. PAZ... Y ALGO MÁS

Toca buscar, como cada año por estas fechas, el espíritu navideño que parece que todo el mundo tiene que tener obligatoriamente. Y a fuerza de buscarlo, siempre acabo encontrando algo, echando mano de la familia, de la paz, la concordia, el recuerdo de los que ya no están, y hasta en la añoranza de esas otras navidades, en las que los reyes magos reinaban de verdad y Papá Noel sólo era un anuncio de Coca-Cola.
        Pero es inútil apelar al espíritu de las navidades pasadas, que las cosas han cambiado mucho. Ya no sirve eso de gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad. Que los dioses, con el nombre que queramos ponerles, están a lo suyo, y la paz depende de demasiadas cosas.
        Hay que pedir paz, y muchas cosas más. No se trata de que mañana me toque la Lotería, que tampoco estaría mal, pero que es pecata minuta para lo que realmente quiero que me toque, que nos toque a todos. Un mundo nuevo. Que este no nos vale, y que no sirven parches; que no tiene arreglo. Es más, va a peor. Es como una mala película en la que se mezclan imágenes de mansiones fabulosas con las de inmundas chabolas, y cuya banda sonora la componen ruido de bombas, llantos y lamentos al tiempo que el tintinear del dinero en bolsillos inaccesibles.
        Hay que pedir que el suelo sea firme para todos y que del cielo vuelva a caer agua limpia y no lluvia ácida; que corran los ríos y retorne el color verde a los montes quemados, que el Mediterráneo vuelva a ser mar y no cementerio, que la nieve no abandone las cumbres, su residencia habitual, la arena no deje el desierto, su casa, e invada terreno ajeno, y el sol caliente lo justo, sin incendiar la tierra.
        Hay que pedir un mundo nuevo con otra luz, con un aire limpio, que nos deje claros  todos los males que hay que desterrar, la pobreza, la desigualdad, las guerras, las intransigencias, el creciente poder de los mercados y el poder asfixiante de los mercaderes, la tiranía de los dioses, se llamen como se llamen, que han olvidado conceptos como paz, solidaridad, generosidad, convivencia, justicia, amor…Los números, que han sustituido a las palabras, y los apuntes contables, que han acabado con la poesía.
         Quizás haya que empezar de cero. Fundar el mundo como se fundó Macondo, cuando el primer Buendía, ideó de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna vivienda recibía más sol que otra a la hora del calor. Para que todos fueran razonablemente felices. Claro que luego llegó el diluvio, y hubo epidemias, y que la compañía bananera se marchó del pueblo, y los pájaros muertos caían del cielo. Y hubo guerras. Pero fue después de muchos años de soledad.
        Ha sido bonito mientras lo escribía. Seguro que no acaban las guerras, y que seguiremos discutiendo sobre el calentamiento del planeta, y el Mare Nostrum seguirá siendo última morada de centenares de refugiados que también buscan otro mundo; y habrá ricos más ricos y pobres más pobres.
        Pero es tiempo de pedir. Y queremos paz… y muchas cosas más. Feliz Navidad.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Desde Macondo. ADEU


No me voy a ninguna parte. Ni tampoco es que me haya dado por hablar catalán. Ni en la intimidad ni en público. El que se va es el año en que vivimos peligrosamente en el extremo Este de España, y tuvimos que utilizar, sí o sí, una lengua a la que le faltan las "e" del final, de las palabras, que se acentúan de forma diferente o que se acortan (procés) sin venir a cuento. Por no hablar de las que cambian la ortografía, tipo "govern", que más de un día me he sorprendido poniendo gobierno con uve.

          Pues adeu, fins sempre o tanta pau portis com a descans deixes (tanta paz lleves como descanso dejas, que se dice mucho en mi pueblo). A punto de fenecer de sobredosis de catalán, cuando ya me sé El Segadors de la primera a la última nota, y me he atiborrado de noticias de uno al otro confín de Cataluña, he decidido dar carpetazo a palabras extrañas y expresarme en manchego de toda la vida, aunque suene menos fino y no esté de moda.

          Y para cambiar, incluso puedo colar alguna expresión que otra de mi tierra de adopción, que el talaverano-extremeño también tiene cosas curiosas.

          Se acabó el  cava y el pa-tomaca, y el espetec y los calçons. Donde estén unas buenas gachas, hechas con harina de guijas (que no de titos o almortas), o un asadillo, o un tiznao... «Muchismo» mejor, dónde va a parar. Para los «galgos», golosos en mi tierra, naranjos y enaceitaos; nada de monas, que suena a circo. Claro, que siempre quedan los combros de Talavera, que se llamaban así antes de que nadie supiera que eran churros, y que saben tan bien cuando una está "arrecía" de frío.

          Pues eso, que adeu.  Que hay vida más allá de las cuatro provincias catalanas. Que la gente tiene frío, pasa apuros, se preocupa, tiembla ante el futuro, piensa en sus pensiones y en cómo llenar la olla con la hucha vacía. Hasta tiene tiempo de echar una lágrima por los pobres refugiados que se lanzan al tenebroso mar buscando un paraíso que casi siempre se convierte en infierno.

          Adeu, que reconociendo la importancia del procés y todo lo que lo ha rodeado, las cosas tienen un límite, y la vida, muchas más cosas. En todas las lenguas.  Con todas las letras. Que lo acaecido en uno de los cuatro puntos cardinales de esta España nuestra, no puede ser excusa para olvidar lo que ocurre en los otros tres y en lo que hay en medio, o al otro lado de los mares. Que hay que resucitar lo que pasa en otos puntos del país y del mundo. Lo que nos pasa a los demás.

          Que las palabras sólo mueren cuando alguien ya no las pronuncia nunca más, y son muchos los que hablan catalán y pocos los que echan mano de términos como «pasante» o «licenciao» por decir curioso o cotilla; de «bacín» para referirse al apocado correveidile; de «agonías» para el tacaño y quejica; de «costalá» para la caída aparatosa que siempre saca una sonrisa; de «mandaos» para los recados y quehaceres diarios». Y todos esos también importa. También son españoles, españoles, españoles. Por aquello de la canción de moda.

          Diréis que vaya ocurrencias que tengo. Pues eso son «sacaos». Y si los dice un niño, es un «reviejo». Dicho todo esto, Felices Pascuas. Vale, y Bon Nadal. 

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Desde Macondo. VIVIR ERA ESTO

Hoy quiero hablar de mi libro. Sin más. Porque es mi cumpleaños, porque han pasado otros doce meses y sigo aquí, y porque, aunque tarde, que soy lenta de reflejos, me he dado cuenta de que vivir era esto. Creo que era Johnn Lennon quien inmortalizó eso de que "La vida es aquello que te pasa mientras estas ocupado haciendo otros planes". Lo suscribo de principio a fin, y sólo espero, con planes o sin ellos, que la vida siga pasando de la mejor manera para todos.
        Hace mucho tiempo (últimamente, todo pasó hace mucho tiempo), escribí por encargo un artículo sobre una persona, a la que me refería, robando la definición a Don Antonio Machado, como "en el buen sentido de la palabra, buena".
        Y ahora, andando los años y removiendo papeles, me ha dado por pensar que alguien podría escribir casi exactamente lo mismo sobre mí. Sí, sobre mi, porque sin falsas modestias, y con todos los defectos del mundo, soy esencialmente buena. En el buen sentido de la palabra.
        No he hecho daño a nadie conscientemente. El inconsciente, ya sabéis que anda por su cuenta; he ayudado a la gente que me lo ha pedido, y aún a la que no quería dejarse ayudar, por orgullo, por pudor o porque realmente no lo necesitaba, a pesar del empeño que yo pusiera.
        No he robado ni he matado. No he mentido (salvo por motivos de piedad); no soy avara ni tacaña. Lo mío es de todos (y así me va). He querido y quiero a los que me quieren, y a otros muchos que ni saben que existo.
        En el capítulo de odios-si pueden llamarse así-, sólo hay escritos tres o cuatro nombres, y alguno, con interrogación.
        He trabajado siempre dando el doscientos por cien de mi voluntad y mi entendimiento.
        Y cuando la rabia o los malos pensamientos se han adueñado de mí más de lo que podía controlar, he acudido al papel, o al ordenador, por estar con los tiempos, para descargarla y evitar males mayores.
       En líneas generales, creo que todo esto se encuadra en la definición de buena persona. De alguien, en el buen sentido de la palabra, bueno. Puede que deliberadamente me deje un montón de cosas en el tintero, las malas sobre todo;  que alguien piense que la suma de mis pretendidas bondades no es suficiente para ponerme buena nota. Ahora, cuando ya tenemos más pasado que futuro,  cuando no somos los mismos, ni vemos las cosas con los ojos limpios de entonces, hemos aprendido que vivir era esto.
        Y espero seguir compartiendo mucha vida y muchas  letras con vosotros.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Desde Macondo. LA JAURÍA

El término "manada" me sugiere un grupo de bisontes, de ambos sexos, crías incluidas, pastando apaciblemente en una vasta pradera. O de leones somnolientos espantando moscas con el rabo entre las hierbas amarillas de la sabana.  Hasta un rebaño de ovejas riscando hierba ante la atenta mirada de un pastor. Al fin y al cabo, el diccionario nos cuenta que "manada es un conjunto de animales de una misma especie que andan reunidos".  Sin distinción de sexo ni de edad.
          Por eso me chirría el nombre con el que se definen los presuntos (que el juicio está terminado, pero aún no hay sentencia), violadores en grupo de una chica en Pamplona. Creo que hubiera sido más adecuado rebautizarles como "jauría", que según la Real Academia, y además de "perros que levantan la caza", es el "conjunto de quienes persiguen con saña a una persona".
          Esto me pega más. Es mucho más fácil definir como jauría a un grupo de varones adultos que casi doblan la edad a una chica, y que deciden, sí o sí (que se saltaron la campaña de No es No), montarse una orgia en un portal, con prácticas sexuales variadas, sin preservativo, por supuesto, que eso no sería de machos, y dejándola después tirada y en estado de shock. Después de llevarse su móvil, por si se le ocurría pedir auxilio antes de que ellos estuvieran a una distancia conveniente y celebrando su hazaña.

          Aunque respete la presunción de inocencia, aunque confíe (lo justo) en la Justicia, me cuesta sobremanera anteponer el "presuntos" a los violadores, y el "presunta" a la víctima.  Como mujer, no creo que nadie, tenga los gustos sexuales que tenga, pueda disfrutar de esos momentos con cinco energúmenos borrachos, en el suelo, con frío y con miedo. Nada que ver con "hacer el amor".

          Es imposible, y aunque lo intente, no puedo creerme el relato inicial de los acusados, y de sus abogados, que es peor aún, hablando de relaciones consentidas, aunque luego hayan matizado que el consentimiento no fue explícito". Por no recordar, que me hierve la sangre, eso de la chica después ha seguido haciendo "vida normal". Tal vez si hubiera tomado los hábitos...

          La jauría que se abalanzó contra la chica, y que al parecer ya contaba con experiencia en "hazañas" similares, tiene poco que ver con la imagen de manada en la que conviven tranquilamente unos y otras, y otras, tal vez con sus propias normas y sus jerarquías, pero entre iguales. Sin violencia.

          Todo el mundo ha opinado a lo largo de este mediático juicio. Y hay opiniones casi más repulsivas que el propio presunto delito en sí. Pero sea como sea, ya es tiempo de acabar con los juicios a las víctimas, tan comunes por desgracia en los casos de maltrato o agresiones a las mujeres. No creo que si te atracan tengas que demostrar que no querías darle tu bolso al ladrón, o si te estalla una bomba en un tren, sea tu cometido explicar porqué no estabas en tu casa en lugar de viajando.

          Y por supuesto, si te violan, no tengas que pasar por el calvario de dejar claro que nadie puede pasarlo bien si cae en las fauces de una jauría.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Desde Macondo. INVASIONES BÁRBARAS

Las declaraciones del delegado del Gobierno en Murcia calificando “la oleada de pateras” que está llegando a la costa murciana como “un ataque coordinado contra nuestra frontera, y por tanto, contra las fronteras de Europa, me ha traído a la memoria de inmediato de inmediato la Historia que estudiaba, cuando se enseñaba historia, y nos contaban las invasiones bárbaras que acaecieron en la decadencia del imperio romano. Los bárbaros llegaban “en sucesivas oleadas”.
        Y yo me imaginaba a los primitivos hispanos contando invasores, viendo como pasaban los suevos, los vándalos y los alanos, entre otros, y se quedaban para complicarles la existencia, obligándoles a cambiar su forma de vida, comiéndose su comida, ocupando su espacio y, en definitiva, obligándoles a salir de su zona de confort y a replantearse muchas cosas.
         Y mira por dónde, andando los siglos, un señor de Murcia nos vuelve a hablar de invasiones, obviando el pequeño detalle de que quienes arriban a las cosas no son fieros soldados armados hasta los dientes, sino  pobres inmigrantes muertos de miedo y de frío. Que no es precisamente la idea que yo tengo de una invasión, y mucho menos de un ataque coordinado.
        Cierto que cientos de inmigrantes están llegando a nuestras playas en las últimas semanas. Van llegando en oleadas, empujados por las guerras, por el hambre, por las urgencias de las mafias, que también tienen sus tiempos, y con el “placet” del cambio climático, que ya no hay que aprovechar el verano, cuando el mar se encuentra más apacible.
        Tal vez, dentro de cincuenta o cien años; saldrá en los libros de texto lo que ahora estamos viviendo. No será fácil, aunque la Historia siempre la escriben los ganadores, contar que, lejos de acoger con los brazos abiertos a quienes huían de la hambruna, del terror, de la destrucción y de la muerte, los pueblos “civilizados” nos blindamos ante los nuevos bárbaros con todo tipo de elementos, desde vallas a concertinas, pasando por muros y repatriaciones.
        No sé cómo se interpretarán las imágenes, que seguro saldrán en los libros, de esas hileras interminables de hombre, mujeres y niños pidiendo socorro desde una frágil barca hinchable, o sus tímidas sonrisas envueltas en una manta roja, ya en tierra, mientras piensan que han llegado al Paraíso.
        Será difícil plasmar en un capítulo, en una lección del libro, las vergonzosas discusiones de los mandatarios de todo el mundo, especialmente de los europeos (porque Trump merece capítulo aparte), empeñados en sus cuotas y en si a ti te tocan tres mil y a mi 7.500.
        La Historia nos juzgará. Mientras tanto, los inmigrantes siguen llegando en oleadas continuas y nosotros seguimos sin saber qué hacer con ellos, más allá de atrincherarnos en nuestro  mundo y de blindar nuestro bienestar, para que no nos lo toque nadie.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Desde Macondo. RICOS Y CONSIDERADOS

Por conciencia de clase, por las muchas historias que he leído desde chica, en la que los poderosos eran los malvados de turno, que tenían asfixiados a los pobrecitos protagonistas, o por lo que sea, el caso es que siempre he tenido una cierta aversión a los millonarios, tanto a los ricos de cuna como los que, al calor de crisis varias, expolios, deslocalizaciones (con destino Bangladesh, Pakistán o cualquier otro país con mano de obra esclava), a los habitantes de paraísos con papeles o de corrupciones capaces de catapultar al olimpo de los ricos y famosos a cualquier muerto de hambre.
        Millonario ha sido siempre para mí sinónimo de herederos de fortunas familiares conseguidas en el Medievo a golpe de látigo, o de sinvergüenza sin paliativos, que todos conocemos el dicho de que nadie se hace rico trabajando honradamente.
        Y mira por donde me encuentro la "carta de los cuatrocientos". Parece el título de una novela. O de una película. Pero es una carta de verdad. Nada menos que 400 millonarios y, más aún, multimillonarios, han escrito una carta a Trump, el supermegarico presidente de los Estados Unidos, pidiéndole, ojo al dato, que no les baje los impuestos. Como lo estáis leyendo.
         La misiva, suscrita por nombres como George Soros y Steven Rockefeller, de los "rockefeler" que se bañan en oro de toda la vida, considera que la rebaja de impuestos solo favorecerá la desigualdad y aumentará la deuda.  Y dicen más. "Creemos firmemente que la forma de crear más trabajos de calidad y fortalecer la economía no es mediante reducciones de impuestos para los que más tenemos, sino invirtiendo en el pueblo americano" .
        Aún no he podido cerrar la boca después de leerlo. Y eso, que, aunque no sea muy lista, tonta del todo no soy, y mis entendederas me dan para valorar que no lo hacen del todo por mejorar las condiciones de vida de sus compatriotas menos afortunados, sino por asegurarse que siguen siendo millonarios y que lo serán sus deudos en las próximas generaciones.
        Supongo que todos tienen muy presente el principio básico de Henry Ford, otro milloneti ilustre, que pensaba que cualquiera de sus empleados debería ser capaz de comprarse uno de sus coches para que realmente su negocio, basado en la producción en cadena, pudiera funcionar. Vamos, que si ganaban poco y no podían consumir, su empresa se iba al traste.
        Y admitiendo lo poco que tiene de justa y de solidaria tal actitud, me parece bastante mejor que la que están adoptando nuestros ricos patrios, llevándose sus dineros a paraísos fiscales, y sus empresas allí donde pueden comprarse unos centenares de trabajadores por un puñado de dólares, sin inoportunas limitaciones de horarios y jornadas laborales, sin cuotas a la seguridad social de turno, sin permisos por vacaciones ni para ponerse enfermos, y sin los engorrosos convenios colectivos, que sólo hacen dar derechos a quienes, por nacimiento, no los deberían tener.
        Tiene que llegar el momento en que esto explote. La brecha de la desigualdad que señalan los millonarios americanos, ya no es grieta, es una sima profunda que amenaza con engullirnos. No es que ya no podamos comprar el coche que producimos, es que en muchos lugares no se tiene acceso a los productos que se arrancan a la tierra, a la comida más simple, y llegará el día en que no se pueda adquitir ni la camiseta que hayan cosido unas manos deformadas por el frío y las muchas horas de empuñar la aguja.
        Pero mientras nuestros millonarios de cabecera sólo se ocupen en acumular millones, y con el placet de la mayor parte de los Gobiernos del mundo, poco podremos hacer. Salvo reprimir las naúseas cuando se hable del lugar que ocupan nuestros ricos y famosos en la lista Forbes.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Desde Macondo. TROZOS DE TELA TRISTES

No hemos salido de la guerra de las banderas, mejor dicho, estamos en pleno fragor de la batalla, y ahora entramos en la de las camisetas. Y para no acabar cazando moscas, me agarro a lo que canta Jorge Drexler: “Vale más cualquier quimera que un trozo de tela triste”. Perdonen que no me aliste, bajo ninguna bandera. Y que no pierda ni un segundo discutiendo si la camiseta de la Selección de Fútbol debiera llevar las franjas de tal o cual color, o paralelas, como los marineritos o en diagonal.
         Con la que está cayendo y estamos en estas estupideces, Va a ser verdad eso de que siempre se recuerda algún detalle absurdo de las situaciones más trágicas. La risa de un niño que pasa por la calle en un entierro, un zapato en la cuneta tras un accidente, un cuadro torcido en la pared cuando aguardas nerviosa en la sala de espera de un médico…
        Pero esto ya es el colmo. Semanas y semanas tragándonos horas y horas de imágenes de banderas con o sin estrellas. Catalanas de todos o de los independentistas. De banderas españolas con aguilucho o sin él. En las calles, los balcones, las estaciones de tren, los aeropuertos y hasta en Bruselas. A 5 euros o a 11, según se compren en las tiendas de chinos (que están haciendo el agosto), o en las salidas del metro, que para todo hay que seguir estrategias. En la espalda a modo de capa, en la cintura, con mástil o sin él. Pequeñitas, para que las lleven los niños a hombros de sus padres, que la edad no es obstáculo para entrar en faena, o enormes, que hay que fanfarronear con eso de quien la tiene más grande.
         Y nadie se plantea que, del color o del tamaño que sea, no es más que un trozo de tela triste con el que suplir las palabras, con el que tapar el fracaso, la falta de diálogo y de entendimiento. Con el que marcar diferencias por la incapacidad manifiesta de buscar coincidencias.
        Pero como nos va la marcha, tenemos que ir más allá y buscar otro punto de confrontación. También de tela, curiosamente. Ahora son las camisetas de la selección de fútbol, de las que hemos hecho cuestión de Estado por un quítame allá esos colores. Resulta que la dichosa prenda tiene en un lateral unas franjas de colores que apuntan sospechosamente a la bandera republicana, a la tricolor.
        Para qué queremos más. La furia española se ha desatado y ya veremos si vamos al Mundial. Drama nacional. No vale de nada que la marca deportiva que las ha realizado se esté desgañitando para explicar que el color no es morado, que es un tono de azul que se parece un tanto, pero que en la foto, que es lo único que hemos visto hasta ahora, puede confundirse. Y que el diseño de la dichosa camiseta es un homenaje a la que vistió la selección española en el mundial de 1994. Cuando nadie se planteó ni por asomo asociarla a la República.
        Ya la han bautizado como la camiseta republicana, y no creo equivocarme mucho si al final no la cambian para atajar de raíz la polémica, sobre la que ya se han pronunciado jugadores, directivos, aficionados, público en general…. Y políticos. Que ya es el colmo, entrar a valorar semejante despropósito.
      Lo dicho, que me abochorna ver un país discutiendo por un trozo de tela triste. Vale más hacerlo por cualquier quimera. Y perdonen que no me aliste bajo ninguna bandera. Ni ninguna camiseta. 

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Desde Macondo. COSAS ROSAS

Hartita ya de puigdemontes, de 155, de interminables sesiones de parlamentos y consejos de ministros, de huidas ridículas, y, consciente de lo que se nos viene encima, con campaña electoral aderezada con procesos judiciales varios, he decidido echarme al barro y escribir de cosas de poca importancia, que diría Leon Felipe. Porque me apetece, y porque yo lo valgo.
          Camuflada entre todos los temas “importantes”, he leído la noticia de que Canarias se va a convertir, desde el 1 de enero de 2018, en el primer lugar de España donde  las mujeres dejarán de pagar la denominada ‘tasa rosa’. Para quien no lo sepa, la tasa rosa es un impuesto indirecto por la compra de productos relacionados con la higiene femenina, como por ejemplo compresas y tampones. El impacto en los presupuestos de las islas no es mucho, pero seguro que se nota en los bolsillos, y, sobre todo, en un pasito más hacia la igualdad.
          Que no tiene ninguna lógica que, por la simple condición sexual, una tenga que pagar más. Y ganar menos, pero eso es otra historia.
          El caso es que a cuenta de la buena noticia para las mujeres canarias, me he enterado de la cantidad de productos por los que las féminas pagamos más que los hombres. Y es para indignarse la diferencia de precio que hay, por ejemplo, en un perfume de la misma marca, versión masculina o femenina; o en un corte de pelo, si se realiza a uno u otro sexo, o en las cuchillas de afeitar, que valen casi el doble si el mango es rosa en lugar de azul.
          No sé si esto vendrá de los tiempos de Eva y de la maldición divina, pero digo yo, que ya es tiempo de cambiarlo, que el gravamen con el que nos siguen castigando a las mujeres es tan absurdo y disparatado que debería sonrojarnos a todos los que habitamos este siglo XXI y nos llenamos la boca hablando de igualdad, de equiparación, de planes y más planes que siempre dejan las cosas como están.
          Creo que hay algún estudio, realizado por mujeres, por supuesto, que analizan una detallada lista de productos cotidianos que salen más baratos a los hombres por el hecho de haber nacido varones. Alguien debería divulgarla, ponerla en la puerta de todos los supermercados y en las mesas de todos los ministros de Hacienda 8para que la tengan presente a la hora de fijar los IVA y esas cosas). Que ya está bien lo que está dando de sí la dichosa manzana de Eva, que seguro que ni existió, que fue un invento de un  Adán con complejo de inferioridad para tapar sus vergüenzas y condenarnos por toda la eternidad con todas las artimañas posibles.
          Tasa rosa incluida.

martes, 24 de octubre de 2017

Desde Macondo. LA FARINATA (El pienso de los pobres)

Al buen hambre no hay pan duro. Lo dice el refrán español y, con sus variantes, tiene traducciones en todas partes del mundo. Lo dejó dicho Cicerón: Optimum condimentum est fames ( El mejor ingrediente [de la comida] es el hambre). Y a esto, al hambre, se han agarrado las autoridades brasileñas, concretamente las de Río de Janeiro, que ha presentado a bombo y platillo la solución para dar de comer a tanto pobre como puebla sus calles.
          La farinata, que así se llama el remedio milagroso, es un suplemento compuesto por alimentos próximos a caducar, que se pretende repartir para erradicar la hambruna en la mayor ciudad de Brasil. Los alimentos no vendidos por los supermercados son transformados en un compuesto a través de un proceso de deshidratación en un laboratorio, y ya está. Listo para echar a los hambrientos. "Este es un producto bendecido", proclamó el alcalde. A saber lo que habrán gastado en dar con la “fórmula” mágica.
          Dicen que tiene el mismo valor nutricional que un alimento fresco, que puede conservarse durante años y, en el súmmum de sus virtudes, ayudaría a las empresas de alimentación a "reducir costos". De hecho, se han anunciado exenciones fiscales a los supermercados que colaboren con la iniciativa. Vamos, todo virtudes, se mire por donde se mire.
          Hasta aquí, los hechos puros y duros. Obviando, claro está, a los destinatarios, que quedan reducidos a poco más que bocas abiertas para engullir lo que les echen, que para eso son pobres. “Comida para perros" o "ración humana", son alguno de los adjetivos que ha cosechado este invento del siglo, que ha conseguido indignar a casi toda la gente de bien y hasta ha levantado el interés de la Fiscalía. La Iglesia católica, por el contrario, apoya la medida a capa y espada. Curioso.
          Ah, y va a ser distribuido en las escuelas. No tengo muy claro si llegué a tomar alguna vez la leche en polvo que se repartía en mi colegio, gentileza del franquismo y la Sección Femenina. Sí recuerdo claramente unos botellines de leche aguada y sabor extrañamente químico (cuando no conocíamos más que las lecheras de aluminio, procedentes directamente de la vaquería y puesta a hervir tres veces), que recogíamos en el recreo, y que tomaba con la nariz tapada. Supongo que a alguien le sabría a gloria. Pero este no es el caso, que de eso hace mucho tiempo, y estamos en el siglo XXI.
          Claro que hay hambre en el mundo, y que ni la FAO, ni la ONU ni nadie son capaces de erradicarla; que el cambio climático y su incidencia en las cosechas está agravando aún más el problema. Que aquí, en el primer mundo, tomamos barritas y batidos incomibles para sobrellevar la epidemia de obesidad, que ya es otro de los males de nuestros días.
          Pero de ahí a inventar un “pienso”, a condenar a los pobres a no conocer el sabor de una naranja fresca, o un tomate, o la textura de un filete o un trozo de pescadilla…
          Por supuesto que el hambre es peor, pero leer la noticia del “descubrimiento” de la farinata me produjo una inmensa tristeza, me trajo de inmediato a la cabeza la imagen de los niños comiendo una insípida papilla, día tras día, y haciéndose hombre así, como se engorda a un cerdo o a una oca para que proporciones exquisitos jamones o patés.
          Cuando Rebeca llegó a la casa de los Buendía, tras un penoso viaje, no lograron que comiera en varios días. Nadie entendía cómo no se había muerto de hambre, hasta que los indígenas, que se daban cuenta de todo, descubrieron que se alimentaba de la tierra húmeda del patio y las tortas de cal que arrancaba de las paredes con las uñas.  
           Pero eso fue en otro siglo, y en Macondo, que, como todos sabemos, todos sabemos, es un lugar  imaginario.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Desde Macondo. BUEN TIEMPO

No sé a vosotros, pero a mí me pone de los nervios escuchar y leer la información meteorológica, ya sea vía radio, prensa y no digamos nada televisión, y toparnos con la noticia de que podemos disfrutar de “buen tiempo”. Maravilloso, en el puente de la pasada semana, con playas llenas, sol radiante y temperaturas veraniegas.
        Buen tiempo. Me viene a la cabeza la recomendación de un viejo profesor de Redacción Periodística, que gustaba de ponerte en aprietos pidiendo, sin previo aviso, una definición, o unas líneas sobre cualquier tema que se le ocurría. “Utilice la lengua con propiedad, señorita”. Era el final de cada experimento, pero consiguió que nos pensáramos dos veces las cosas para dar la mejor explicación posible.
        Es evidente que los que nos transmiten las noticias del clima no utilizan la lengua con propiedad, y alguien debería dar una vuelta a los libros de estilo (que no sé si existen todavía) de cada medio de información. Es cuando menos grotesco que nos cuenten con una sonrisa de oreja a oreja que vamos a seguir disfrutando de buen tiempo, y a continuación nos hablen de sequía, de polución, de problemas en el campo, de cosechas perdidas y de ganaderos que tienen que cerrar la explotación porque sus bichos no tienen pasto en el que pastar, y el pienso está por las nubes.
        No es buen tiempo que no se atisbe ni una nube en el horizonte, mientas aparecen pueblos en medio de los pantanos, la vendimia ha sido más pronto y más corta que nunca en la historia o nos están temblando los huesos por el precio del aceite, dado que los olivares no se levantan altivos, que diría el poeta, sino mustios y avergonzados de sus minúsculos y arrugados frutos.
        Nada tiene de buena la boina pestilente que cubre las ciudades y que, amén de obligar a restricciones en la circulación, aparcamientos etc, está matando gente. Ni los peces o las plantas que agonizan en lo que fueran ríos y son charcas infectas. Por no hablar de los mosquitos y otras plagas que han encontrado en el “buen tiempo” su hábitat ideal desde el que mortificarnos y hacernos la vida imposible. Ni los incendios, que nos tienen aterrorizados y que aceleran la desertificación de esta tierra tan castigada por ese tiempo magnífico que llena los hoteles de playa en cuanto podemos juntar un par de días libres.
        Y lo que es peor, no le encontramos nada de bueno al cambio climático que ya no nos amenaza, sino que nos engulle a pasos agigantados.
         Por eso, a poco que piense una, se le antoja ridículo la noticia de buen tiempo de cada sobremesa, de cada noche, a la hora de la cena, cuando nos auguran lo mejor para el día siguiente.
        Soy manchega, de esa tierra dura bautizada por los árabes como Al- Mansha, “La Seca”. Pasé mi infancia y una parte de mi adolescencia, con serias restricciones de agua. Un par de horas al día, justo el tiempo para ducharse, llenar cubos y bañeras y depósitos los más afortunados (que era mi caso). Por eso, y utilizando la lengua con propiedad, buen tiempo nunca ha sido para mí la falta de lluvia ni el calor agobiante.
        El diluvio en Macondo duró exactamente cuatro años, once meses y dos días. No me imagino a los habitantes de la ciudad de los espejos, con el verde de agua en la piel, escuchando, según pasaban las semanas, y mientras se pudrían las casas, aparecían los insectos más dañinos y desaparecían los cultivos y las flores, escuchar semana tras semana que continuaba el buen tiempo.
         Pues eso. Que ahora que ha empezado a llover, nos hartaremos de oir hablar del mal tiempo que hace.

miércoles, 11 de octubre de 2017

Desde Macondo. ESPAÑOLEAR

Hacer alarde público de españolidad. Lo dice el diccionario de la Real Academia. Española, por supuesto. Y yo estoy pensando seriamente arrancar de mi diccionario particular la página que contiene todos los términos referidos a este país de nuestros dolores. El principal, España, también.
        O eso, o morir de sobredosis ¡Y yo que me quejaba de tener Cataluña hasta en la sopa! Con razón, por supuesto. Pero es que juntas, enfrentadas, mejor dicho, ya no hay body que lo soporte. Ya confundo la enseña patria con la senyera, y las estrellas con aguiluchos; los españoles con los españolistas y los catalanes con independentistas. Y el sentido, o el seny, con la sensibilidad.
        Son muchos días, muchas semanas, viviendo un presente incierto lleno de tentaciones de vuelta al pasado, que la ocasión la pintan calva para algunos, y otros, la cogen por los pelos a la primera de cambio. Con todo lo de irracional que ha tenido el procés, creo que ha sido aún más extraño ver brazos en alto y banderas preconstitucionales paseando por las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades. Y cuando estábamos hasta el moño de oír Els Segadors, nos ponían de punta los cánticos del Cara Al Sol. Sobre todo porque algunos aún lo recordamos, e instintivamente continuábamos “Volverán banderas victoriosas…”
        En fin, que parece que hemos despertado al monstruo dormido, y veremos ahora cómo podemos hacerle volver a su caverna, visto lo que está sucediendo en otras partes del mundo, con los neonazis campando por Alemania y los grupos de ultraderecha haciéndose fuertes en toda Europa, desde los muy civilizados países nórdicos a Centroeuropa, Francia y, por supuesto, estados Unidos.
        No sé cómo se dirá “españolear” en todos esos países, pero es lo de menos. La idea, la ideología, es la misma. La guerra de banderas, también. Las oportunidades, cualquiera, una manifestación, una amenaza de independencia, la aprobación de una ley más o menos progresista.
        Hasta el Día de la Hispanidad. Cuando una creía que habíamos entrado en la modernidad, más o menos, que habíamos superado los topicazos de catalán tacaño, andaluz jaranero, castellano recio, gallego enrevesado, astures y cántabros herméticos y alguno más que se me escapa, aparecen otra vez las dos Españas. Y así no vamos a ninguna parte.
        Veréis, cuando yo era pequeña (sí, en la Prehistoria), cuando España era una unidad de destino en lo universal y las montañas nevadas nos separaban del resto de Europa, cantábamos en el colegio una canción que, a fuerza de repetir, está todavía en mi recuerdo. Era, por supuesto, una exaltación de la patria y sus bondades, divididas por regiones, que entonces no había comunidades autónomas. Decía algo así: “España es mi hermosa nación que en Europa está, dividida en provincias y es Madrid su capital. Yo sé todas sus riquezas, yo lo voy a demostrar: Valencia nos da naranjas y Toledo mazapán. Carbón nos da Asturias, los vinos, Jerez, las mantas Palencia, la fresa Aranjuez, turrón Alicante, jamón Avilés, y si queréis paños, id a Sabadell, aceite en Andalucía, donde abunda la aceituna..." Había más, pero basta como ejemplo. El final era, por supuesto, Viva España, mi patria natal.
        Han pasado muchos años, muchísimos, y aquí estamos. Españoleando.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Desde Macondo. INSTINTOS BASICOS

Tengo la extraña sensación de llevar viendo, ininterrumpidamente desde hace varios días, uno de esos episodios de El Hombre y la Tierra con los que Rodríguez de la Fuente nos mostraba las curiosidades de la fauna ibérica. Concretamente el de la berrea de los ciervos, y en blanco y negro, por supuesto.
        Para los urbanitas, la berrea, que tiene lugar en los primeros días del otoño, o sea, ahora, es el momento en que los venados buscan asegurar la continuidad de su estirpe, marcando su territorio y enfrentándose a otros machos que quieren hacer lo propio. Por eso entre los sobrecogedores berridos, se cuela el impactante sonido de los cuernos chocando entre sí, de los topetazos que se propinan buscando una victoria que se traducirá en más hembras y más espacio vital.
        Y diréis que a qué cuento viene la berrea en este espacio. No hay ciervos en Macondo. Ni venados, que la selva húmeda y frondosa no es lugar para tan majestuosos animales. Ni la jungla de asfalto en que nos hallamos. Pero hasta aquí llega el berrido amenazante unas veces, y lastimero otras, y llega también el eco de las peleas y de los cuernos quebrándose.
        Hace mucho tiempo, cuando miraba las cosas con los ojos limpios y dispuestos para llenarse de mil y una imágenes nuevas, tuve ocasión de disfrutar del espectáculo de la berrea del ciervo. Muy cerca, tanto que daba miedo. Y mi ignorancia del mecanismo hormonal de los cérvidos se puso de manifiesto cuando el guarda de la finca me dijo eso de "no se preocupe, no la ven. Ellos están a lo suyo". Lo suyo era perpetuar su especie, luchar por su territorio y asegurarse el futuro. La explicación científica, pasa por las hormonas. Están invadidos, colonizados por ellas, y no hay nada a su alrededor que los distraiga.
        Diréis que a qué cuento viene la historia. Pero tiene moraleja, como todas. Tengo la amarga sensación de estar asistiendo a una gigantesca “berrea”, a un espectáculo donde no manda la razón, sino los instintos más básicos.
        Cierto que una parte importante de nuestra vida está regida por nuestros instintos que, conjuntamente con nuestra voluntad, de seres inteligentes, conciertan y estructuran todas las funciones esenciales para nuestra supervivencia.
        Pero en esta berrea sobran los instintos y falta la inteligencia. Unos y otros dándose topetazos entre sí sin notar siquiera que alrededor estamos nosotros los que los alimentamos, los que cuidamos la finca en la que pacen y esperamos que, a cambio, se preocupen un poco por nuestras cosas.
        Chocan los cuernos y no se oye el miedo al mañana, ni siquiera al de hoy, tan próximo. La berrea está durando ya demasiado. La explosión de hormonas ya no es algo temporal, estacional, que permite que en unas semanas las cosas vuelvan a la normalidad. Ya está durando demasiado eso de que no nos vean porque están a lo suyo    Y urge que alguien ponga cordura. Sin topetazos estúpidos ni berridos estériles. 

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Desde Macondo. OTOÑO EN MACONDO

He cambiado de libro, pero sigo en Macondo. No sé por qué esta estación triste y los últimos acontecimientos en la vida pública me han llevado a pensar en Zacarías, el dictador retratado por García Márquez en una de sus novelas más duras y más reales. El Otoño del Patriarca nos cuenta la vida y milagros-la muerte también- de un hombre cualquiera, (de hecho, su nombre sólo se menciona una vez en todo el libro), que no conoció la tranquilidad, el amor, las relaciones humanas, los sentimientos más normales entre personas.
        Toda su vida, hasta que la muerte lo encontró solo y sin insignias, fue una continua zozobra para conservar el poder. A costa de amantes, de amigos, de compañeros, de su propio país, tanto que hasta vendió el mar a los gringos. Y convirtió a su madre en santa, momento en que dejó también de ser suya.
        Pues eso, que la imagen del melancólico otoño de cielos grises y suelos ocres, además de llevarme al recuerdo me trae a la más desoladora actualidad. Al todo vale, a la perversa confusión entre política y poder que nos tiene estupefactos, atragantándonos de noticias indigeribles y dejando de lado la vida con mayúsculas o con minúsculas, muestras miserias cotidianas, nuestro presente con sobresaltos y nuestro futuro imperfecto.
        Ya habíamos asumido casi todo con resignación, con él “es lo que hay”, y sobrellevando los días como buenamente podíamos. Pero el vaso no se llena nunca.  Hay demasiados generales y demasiados patriarcas. Siempre cabe una gota más, otro punto de desesperanza. Un otoño más frío y más gris, más corrupciones, más "procés", más guerras que no son las nuestras y que .nos vuelven a enemistar con el mundo, con ese mundo en el que no importan los principios, equivocados o no, en el que tampoco valen nada las personas, ni sus alegrías, ni sus miserias, si no son herramientas utilizables para llegar al poder.
        En el que la primavera de unos es el eterno otoño de otros, en el que unos cuantos, encerrados en el círculo de tiza del coronel Buendía impiden que nos acerquemos a la esperanza, a la ilusión, a la confianza. La imagen del coronel en su círculo y la del patriarca aferrado al poder durante más de cien años, lleva martilleándome todos estos días.  Es esa amarga sensación de estar siendo utilizados para no sabemos qué, que son otros quienes deciden, y no precisamente por nuestro bien, cuándo toca cambiar el nombre de las cosas, engañar, aparecer o esconderse, o sembrar incertidumbres, o ponerlo todo perdido de miedos. Con nosotros, pero no por nosotros.
        Y mientras, en otoño perpetuo, los parados, las personas angustiadas, ese 30 por ciento de familias que viven bajo el umbral de la pobreza, los padres con problemas para pagar la matrícula de sus hijos,   los trabajadores pobres, los que esperan en vano la primavera...

martes, 19 de septiembre de 2017

Desde Macondo. LOS ROHINGYA

Los Rohingya,  históricamente también denominados Indios arakaneses, son un sin estado”. Las leyes de Myanmar, antigua Birmania, les niegan la posibilidad de adquirir una nacionalidad porque  no reconoce a esta minoría étnica como una de las "razas nacionales". También se les restringe la libertad de movimiento, la educación estatal y los empleos en la administración pública. Ellos sostienen que son residentes de larga duración, por ser los descendientes de los habitantes de  la Arakan precolonial, desde el siglo XII,
        Hasta aquí los fríos datos. Los que se encuentran en cualquier buscador y hasta en la Wikipedia, si alguien se molesta en saber qué es esa palabreja que, de cuando en cuando, y en letras no muy grandes, aparece en los periódicos. Porque la verdad es que, hasta que no nos han llegado las imágenes, de la mano de cooperantes y organizaciones humanitarias, ni nos había ocupado ni preocupado la situación, que ya viene de largo, de poco más de un millón de personas en un remoto país del sudeste asiático.
        Pero entre el procés, los huracanes y la asamblea de la ONU, se han colado los rohingya, y es difícil mirar hacia otro lado. Hasta Naciones Unidas ha calificado lo que está pasando como “una limpieza étnica de manual”.  Pone los pelos de punta que se pueda dar una definición así y seguir como si tal cosa.
        Hablamos de eliminación sistemática de un pueblo. Metódicamente. Paso a paso. Con todas las garantías. Rodear la aldea, disparar a todo lo que se mueve y luego, prender fuego. Y a la siguiente. Los que pueden huir, casi todos a la vecina Bangladés, se hacinan sin ropa, sin techo y sin comida, entre barro y enfermedades, que tampoco el país está para muchas alegrías, y menos para acoger a miles de inmigrantes sin ningún recurso y con muchas necesidades.
        ¿No es esto lo que en teoría se llama una crisis humanitaria? ¿No deberían las naciones poderosas hacer esas conferencias de recogida de fondos, de donantes, creo que las llaman? Al parecer no. Son rohingyas, y ni en su casa los conocen, nunca mejor dicho.
        Ha tenido que venir la tele, con sus espectaculares imágenes de niños de ojos grandes y mirada perdida, llenos de mocos y con los pies ensangrentados, para que nos molestáramos en acudir a un diccionario para saber quiénes son los rohingya, para que los situáramos en el mapa, por lo menos. Y para que durante unos cuantos días, hasta que llegue otro huracán Irma, o Trump diga una nueva tontería, o nos aburramos definitivamente del procés, prestemos un poco de atención al sinsentido de una limpieza étnica, de un genocidio que nos suena muy lejano, pero que está a unas horas de avión.
        Y sobre todo, está en el mismo mundo que habitanos. Y digo que habitamos, no que compartimos. Mientras escribo esto, la ONU celebra Asamblea. Todos pendientes del discurso de Trump, el primero ante la comunidad nacional.
        Seguro que no habla de los rohingya.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Desde Macondo. EL PROCESO

No pensaríais que iba a sustraerme de hablar del desafío soberanista, del procés o, en román paladino, el proceso. Aunque sólo sea por hacer un sano ejercicio de liberación, de desintoxicación, y porque no voy a ser yo la única que no haga una sesuda columna sobre el tema. Y a pesar de que hablar de “proceso” me produce el mismo desasosiego que en su día experimenté al leer la obra de Kafka, y que experimento cada vez que pienso en ella.
        Y al fin y al cabo, lo que está pasando es kafkiano, entendiendo el adjetivo en su más pura definición de “Cosa o situación absurdamente complicada y extraña”. Para quien no conozca la obra, en el relato, Josef K. es arrestado una mañana por una razón que desconoce, y de la que, por tanto, no puede defenderse, por mucho que se enreda en leyes, recursos y abogados.
        Todo muy angustioso. Como el “procés” en el que estamos envueltos todos, no sólo los catalanes, del que escuchamos mucho y  entendemos poco, porque falla el comienzo. No sabemos por qué ha pasado ni cómo han permitido que llegáramos hasta aquí. Unos y otros.
        En este proceso extraño se han juntado el pan con las ganas de comer, la intransigencia de unos con el afán de protagonismo de otros, sazonado todo con las ansias de poder, con esperanzas de réditos electorales y, sobre todo, con miopía. Y de esta mezcla extraña ha salido el cóctel más explosivo.
        Confieso que hasta ahora me aburría  el tema, que tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no pasar de largo las páginas con el cintillo de “desafío separatista” con que nos llevan obsequian todos los días desde hace un lustro los periódicos.  Pero como el pobre Josef K. a medida que pasan los días, voy cayendo en el fatalismo, en pensar que esto no tiene remedio, porque nadie está dispuesto a remediar nada.
        Hartita estoy de ver cómo zarandean a la Ley, con mayúsculas o a las leyes, en minúsculas, unos para hablar de su Imperio y otros, para asegurar que se las van a saltar. Es curioso ver como las manejan a su antojo quienes tienen la obligación, que para eso les pagamos, de sentarse a hablar, de buscar soluciones y de encontrar, de común acuerdo, no lo mejor para ellos, para sus formaciones políticas o para sus intereses, sino para los ciudadanos.
No tienen derecho a convertirnos a todos en protagonistas del Proceso, a mantenernos angustiados por una situación que no hemos creado y que se nos escapa, que nos lleva camino a la fatalidad.  
Una noche dos guardias vienen a buscar a Josef K. para ejecutar la condena. Y en sus últimos momentos, sin haber entendido nada, solo desea poner fin al proceso, asumiendo de algún modo como cierta una culpa desconocida.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Desde Macondo. LAS TRES ESES


Tengo claro que el diccionario no es precisamente el libro de cabecera de nuestros políticos. De los gobernantes, mucho menos, y de la ministra Báñez, tan dada a la incontinencia verbal, ni por asomo.
        Pero vamos, que no hay que ser un pitagorín ni una ratita de biblioteca para echar por tierra los entusiastas adjetivos sobre la supuesta recuperación económica con que nos ha amenizado el fin de verano. Me encantaría saber dónde y con quien ha estado, o qué ha tomado-fumado en vacaciones para desarrollar la teoría de "las tres eses", que sin duda pasará a los anales de la Historia. 

        Y por si no tiene a mano ni siquiera uno de esos diccionarios escolares reducidos, que creo que no tiene niños, me presto generosa a aclararle los términos. SÓLIDA significa   asentada, establecida, con razones fundamentales y verdaderas; SANA: Sin lesión, enfermedad ni peligro. Que goza de perfecta salud. Y SOCIAL, si hablamos de clases, es el conjunto de personas  que pertenecen al mismo nivel y que presentan cierta afinidad de costumbres, medios económicos, intereses, etc.

        El diccionario desmonta, de un plumazo, las “tres eses” de la ministra Báñez sobre la recuperación económica,. Sólida, sana y social. Y más cosas, que ya que se puso, habló de"una recuperación a la española" , de que el empleo que llega es de mayor calidad del que se fue con la crisis, de “primavera del empleo”,  que no ha dejado a nadie en la cuneta, que …

        No ha elegido bien la ministra la letra del alfabeto. Podría haber escogido la “P”, y entonces le saldría precariedad, pobreza, paro, proyectos de vida imposibles. O la “C” de contratos menguantes, por un día, una hora y hasta un ratito. O la “D”, de desigualdad por encima de todos los límites. O la “F”, de futuro imperfecto.

        Las letras la contradicen, y los números, también. Y las afiliaciones a la Seguridad Social, y las cifras del paro, una vez concluído agosto, y tan solo un par de días después de su ataque de euforia.
Queda el regusto amargo de pensar que, una vez más, se han quedado con nosotros, nos han tomado el pelo, nos han tratado como borregos, que tragan todo lo que les echen, por disparatado que sea, por irreal, por inverosímil.

        Pero sobre todo, queda la tristeza de constatar que estamos en manos de gobernantes sin una pizca de sensibilidad, de empatía, de “piel” que compartir con los ciudadanos que quedan fuera de las tres eses. Y de una vida digna, y de un presente sin angustias, y de un futuro inalcanzable.

        De las tres Eses de la ministra.

jueves, 31 de agosto de 2017

Desde Macondo. CUALQUIER SEPTIEMBRE PASADO

No sé si fue mejor. Depende de nuestro “parescer”, que diría el poeta  recordando cómo se pasa la vida, tan callando. Mañana será septiembre, pero tan distinto de aquellos otros… De cuando septiembre siempre era un comienzo. Pesaba el recuerdo del verano, salvaje y libre, pero algo empezaba. Era la vuelta a las aulas, zapatos nuevos (Gorila, con la pelotita verde), era ordenar apresuradamente las vivencias y las anécdotas de vacaciones atropelladamente,  para ser contadas; era reencuentros y promesa de un largo curso con muchas cosas por descubrir.
Septiembre eran libros forrados, cartera nueva o heredada, lápices aún sin morder y cuadernos a veces reciclados y, con suerte, sin dos rayas. Y hasta con espiral. Olor a mosto por las calles, camino del cole, y carreras tras los tractores rumbo a las bodegas  para conseguir un racimo de uva magullada y sucia de tierra que nos sabía a gloria.
Era el mes con mayúsculas, el mes por excelencia, porque en septiembre empezaba todo. Hasta las Navidades, que veíamos ya tan cerca... Crecimos, y septiembre siguió siendo el principio. El Instituto empezaba en octubre y la Universidad, a veces casi en noviembre. Pero ningún mes podía quitarle el protagonismo. En el río de la vida, septiembre era el nacimiento, el otoño, el curso político, la vuelta al trabajo tras el verano, los días más cortos, las noches más largas...
Echando la vista atrás, creo he amado y odiado septiembre casi por igual en las distintas etapas de la vida, aunque avivando el seso recordemos con nostalgia los mejores, los de antaño, que la edad aprieta y hay que acumular lo mejor del pasado para afrontar el presente. Y el futuro.
Mañana será septiembre, y veremos que nos depara esta vez, con ilusiones escasas e incertidumbres abundantes. El verano nos ha concedido poca tregua, el año político empieza crispado, con el recuerdo de los muertos en el atentado, las incógnitas del procés, la recuperación incierta, una vez que acabe el boom turístico que ha mejorado artificialmente las listas del paro, con el mundo revuelto, el racismo y la xenofobia creciente, el brexit amenazando el orden en la vieja Europa y el universo entero pendiente de las patochadas de dos descerebrados, en Corea y Estados Unidos, que pueden acabar de un plumazo con el río de nuestras vidas.
En fin, que no hay sensación de comienzo de nada y, tal vez por eso, hayan venido a mi memoria esos otros septiembres, los que eran como debían ser. Sin repetir curso. El principio de todo. 

miércoles, 23 de agosto de 2017

Desde Macondo. POR UN PUÑADO DE EUROS

No sé qué sería yo capaz de hacer por un puñado de euros. Por 600, concretamente. Obligada me vea, que no creo que sea el caso que hoy nos ocupa. Sí sé lo que no haría ni por todo el oro del mundo, y es insultar la memoria y el legado de Machado, Garcilaso de la Vega, Luis de Góngora, Calderón de la Barca, mi admiradísimo Larra, mi no menos admirado Quevedo o Francisco de Goya, que tantos deleites a los sentidos han proporcionado por los siglos de los siglos.
Claro, que tampoco sé las circunstancias que concurren en el tal Josep Abad, historiador de cabecera del Ayuntamiento de Sabadell, que se ha despachado con un informe que dice, como dogma de fe, que no puede ser que estos personajes de la cultura española den nombres a calles del municipio, porque son “fruto de un «modelo pseudocultural franquista» que debería corregirse”. Lo he copiado y pegado tal cual, porque no creo que mis disciplinados dedos me obedecieran al trasladar al teclado semejante majadería.
Por un puñado de euros, ha denostado sin piedad la honrosa profesión de historiador, olvidándose incluso de lo más elemental en la Historia, las fechas, porque t todos los citados vivieron siglos antes de estallar la Guerra Civil y que Franco sentara sus reales en la piel de toro.  Su sesudo estudio considera «grave» igualmente que Espronceda, Bécquer, Moratín, Tirso de Molina o Joaquín Turina mancillen su callejero.  Y lo justifica diciendo que «Hoy en día, los referentes culturales son mundiales y no están restringidos a Castilla -en detrimento de los referentes culturales propios- como en dictatoriales tiempos pasados”.
Podría rebatirle, y sin tirar de Wikipedia, todos y cada uno de los mezquinos argumentos, de nombres que ha tachado con su rotulador rojo bien pagado, sólo con mi experiencia personal, que debe ser la de cientos de miles de personas, de Sabadell también, con cada uno de los nombres vilipendiados. Con los versos de Machado, del que dice que «Su obra es una exaltación de Castilla (a través de su paisaje) como núcleo y esencia del Estado español, lo cual incluye una idea excluyente de la diversidad». Sin comentarios. Con el mordaz Quevedo y el impecable Góngora, con las églogas de Garcilaso, que suenan a agua y verdes bosques, con mi releidísimo espejo y maestro y Larra, con el Bécquer de los primeros amores, con las inquietantes pinturas negras de Goya y hasta con la música de Turina y sus Danzas Fantásticas.
Todos esos momentos mágicos los ha tirado por tierra por un puñado de euros; ha creado, a golpe de talonario, de incultura y de estupidez, una lista de indeseables que, una vez pasada la indignación del primer momento, dejan una profunda tristeza y una duda por resolver.
¿Realmente cree todo lo que ha puesto en su informe? Es duro pensar que ha cometido tal vileza sólo por un puñado de euros.

miércoles, 16 de agosto de 2017

Desde Macondo. AGOSTICIDIO

¡Vaya agosto que nos están dando! Ya ni recuerdo cómo era, cómo debería ser, el mes de vacaciones por definición y de letargo, por extensión. En poco tiempo ha pasado de ser un mes amable, vacacional, final de lo malo y principio de muchas cosas buenas, mes de reencuentros y soledades, de bullicio y tranquilidad, a gusto del consumidor, a convertirse en una sucesión de días sembrados de inquietudes y rollos más malos que buenos.
          Si tuviera que definir el término “agosticidio”, ya que la Real Academia aún no lo admite (todo se andará), diría que no es sólo “matar” al mes de agosto, sino algo mucho más doloso, que es continuar con la matraca de todo el año, pensando además que pasaremos todo por alto, bien sea por encontrarnos en otra dimensión (física o personal), o porque el calor nos vuelve más comprensivos. O más pasotas. O más tontos.
          Hasta hace unos años, las agresiones al mes de agosto eran llevaderas. Con agosticidad, premeditación y alevosía, nos levantaban las calles y bacheaban las carreteras, a veces, hasta daban el último empujón a un edificio histórico cuya demolición había levantado las iras de la gente. O subían alguna que otra tarifa de luz o de agua. Y poco más. El resto de las noticias las ocupaban las fotografías de playa de los famosos, algún divorcio que otro o las vacaciones de la familia real. Un par de incendios, los accidentes de tráfico y las recomendaciones sobre la ola de calor.
          Nada que ver con amenazas independentistas, con turismofobias y mucho menos, con una guerra nuclear en el horizonte, producto de las peleas de gallos del querido líder norcoreano y el no menos querido presidente de los Estados Unidos. Por no hablar de las desoladoras noticias que vienen del Mediterráneo, cementerio de inmigrantes, o de la factura del Brexit, que nos la quieren colar aprovechando los calores. O de las marchas por la supremacía blanca, que creíamos que habían desaparecido con Hitler primero y los esfuerzos de Luther King y Mandela después. Ni de Venezuela, por supuesto., que aunque os parezca increíble, en otros agostos no salía en los telediarios y mucho menos en los discursos de los políticos.
          Pero agosto ya no es lo que era. Claro, que nosotros tampoco. La media-o la mitad de un cuarto-de España que está de vacaciones, sigue pendiente de la economía, las corrupciones, el “procés”… Y el resto, pasa los largos días del mes vacacional por excelencia maldiciendo la crisis que le ha dejado sin playa o montaña y haciendo cuentas.
          Agosto ya no es el mes de paso hacia septiembre. Tiene entidad propia. No es el mes de las serpientes de verano, porque lo han convertido en un monstruo de cien cabezas. La maldita crisis que ha acabado con tantas cosas, y ha dejado el mundo al revés, ha matado el mes de agosto.
          Y entre mirada y mirada a lo que pasa ahí fuera, una echa de menos esos agostos de antes. Sol, moscas, y tranquilidad.  Y desconexión.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Desde Macondo. EL FANTASMA DE CANTERVILLE (Turismofobia)

Leyendo el enésimo episodio de “turismofobia”, actividad de moda este verano, me ha venido a la cabeza un divertidísimo cuento de Oscar Wilde, El Fantasma de Canterville, que salvando siglos y distancias, tiene mucho que ver con lo que estamos viviendo ahora.
          En la Inglaterra del siglo XIX, unos americanos modernísimos se alojan en un vetusto castillo, perturbando la paz de sus moradores, en concreto, del fantasma de Sir Simon, que lleva trescientos años viviendo allí, sin que nadie le falte al respeto. Los yanquis, modernos y poco dispuestos a que nadie les fastidie las vacaciones, “pasan” del espectro y de sus intentos por recobrar la paz perdida, y no se asustan para nada de las “apariciones”. Al contrario, intentan combatirlas  utilizando distintos productos modernos como detergentes, aceite para cadenas, etc. Vamos, que ni renuncian a su forma de vida ni muestran respeto por la que han invadido.
          Como todos, también he hecho turismo. Y también me he preguntado, especialmente en lugares remotos que se han puesto de moda por una u otra causa, qué pensarán los lugareños, la gente que de pronto ve invadida su plaza, sus calles, su río, por una horda de ruidosas personas con sombreros y  pantalón corto,  cámara en ristre, acabando en lo que tarda en aparcar un autobús, o lo que es peor, un crucero, con la paz y la tranquilidad habitual.
          Por no hablar de las espeluznantes imágenes de playas abarrotadas, sin un huequito para poner la toalla, de las largas colas para visitar tal o cual monumento o de las esperas interminables para conseguir una ensalada y una tortilla en cualquier chiringuito. Muy buenas noticias para el PIB, para la hostelería, para las empresas turísticas y para el empleo (aunque esto merece una columna aparte), pero hay más cosas aparte del dinero.
          Marean las cifras que manejan los gobernantes orgullosos. Los millones de turistas extranjeros o españoles, los euros que se gastan al día, los índices de ocupación hotelera, la bajada, temporal y puntal del paro, pero bajada al fin y al cabo. Pero hay otros datos que no salen. O que están saliendo ahora. Los de la “turismofobia”.
          Es más que preocupante que en zonas turísticas falten médicos o enfermeros o maestros, porque todo gira en torno al turismo, porque no hay salario que resista el alto precio de los alquileres, enfocados siempre a los visitantes. O que espacios naturales singulares, que han permanecido ahí por los siglos de los siglos, se estén degradando a pasos agigantados, a golpe de vertidos, plásticos, basuras y desechos propios de la masificación. O que no se pueda caminar por las calles de tu ciudad, de tu pueblo, sin toparte con una horda de borrachos que celebran eso, que están en España y de vacaciones.
          Es un tópico hablar de turismo sostenible, pero hay que encontrar la fórmula de hacer compatible una cosa con otra, o acabaremos matando la gallina de los huevos de oro. La turismofobia ha llegado para quedarse. No se trata de incidentes aislados, y por supuesto reprochables, como quemar autobuses o lanzar huevos a los hoteles o boicotear unas fiestas multitudinarias.
          Es algo más serio y estamos a tiempo de atajarlo, de conseguir una entente cordial que permita la convivencia, aunque haya que bajar algún punto en el PIB. El fantasma de Canterville, sir Simon, logró al final conmover a los americanos, y pudo descansar en paz.