Estamos en plena Pascua
de Resurrección, con la cera de los cirios en las calles y los oídos taponados
todavía por el ruido de tambores y cornetas. A menos de dos semanas de un par
de brutales atentados, en Bruselas y Pakistán, cometidos en nombre de una
deidad con otro nombre. Y me pregunto qué haría yo si fuera Dios.
No es que esté pensando
abandonar Macondo e instalarme en las alturas celestiales. Tampoco tengo claro
que me abrieran las puertas de tan elevadas instancias, y ni tan siquiera soy
capaz de autoconvencerme de que existe algo o alguien que rige nuestros
destinos desde tiempo inmemorial.
Y lo he intentado, que conste. He pensado qué haría yo si fuera Dios aquí y ahora. Al fin y al cabo, se supone que las cosas se están haciendo como ÉL manda, que nada ajeno a su voluntad ocurre en este mundo de nuestros dolores.
Si yo fuera Dios, no
mandaría nunca el aumento de las listas del paro; no permitiría que faltaran
centros de acogida, albergues, residencias o comedores por falta de medios; y derogaría
leyes que hacen daño a no y permiten la felicidad a muchos.
Si fuera Dios,
ordenaría que el primer apellido de los gobernantes fuera humanidad, y el
segundo empatía y el tercero, justicia. Y sustituiría la caridad, siempre de
arriba abajo, por solidaridad, horizontal y humana.
Si yo fuera ese Dios de
perfiles borrosos, no insistiría en pisar el cuello de los que ya están
vencidos, ni cargaría sus espaldas con impuestos, recortes y con miedos. Usaría
las tijeras celestiales en los Bancos, en la economía sumergida, en el fraude
fiscal, en los ricos de siempre.
No permitiría el
“baile” de políticos de uno a otro cargo, en función de su sueldo y su
bienestar. Los encadenaría al puesto para el que fueron elegidos (con mayor o
menor acierto), o los dejaría libres para irse. Pero a su casa.
Si fuera Dios, bajaría
a la Tierra para ver el hambre, la desesperanza, el miedo, y sobre el terreno,
sin mentiras, empezaría a construir el futuro. Y les recordaría a unos cuantos
(a muchos), la parábola de que es más fácil que un camello pase por el ojo de
una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Para que lo tengan en
cuenta.
Acabaría con las
guerras y ablandaría el corazón de cuantos pueden mirar impasibles la tragedia
humana de refugiados e inmigrantes. No habría un muerto más en el Egeo, el
Mediterráneo ni en cualquier otro mar.
Y no dejaría utilizar
alegremente el “En el nombre de Dios…”. Creo
que hay un Mandamiento que prohíbe usar su nombre en vano.