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jueves, 1 de septiembre de 2016

Desde Macondo. HASTA EL ÚLTIMO EURO

Si no fuera tan seria, me parecería hasta cómica la afirmación de Rajoy en el discurso de investidura, prometiendo que recuperará hasta el último euro robado por corruptos. Para empezar, tendremos que aclarar qué entiende el presidente en funciones por corrupción, que después de los últimos “retoques” de han dado al término, en amor y compañía de Ciudadanos, una ya no sabe a qué atenerse.
      Tendrán que explicarnos si son euros robados los sobresueldos, los salarios millonarios de banqueros rescatados, las jubilaciones vergonzosas de quienes han llevado sus empresas a la ruina o han mandado, ERE mediante, a miles de trabajadores a la calle y sin esperanza alguna. Euros robados también serían, digo yo, los de la generosa amnistía fiscal, los que no se cobran a las grandes fortunas, a las sicav o los que se perdonan graciosamente a las empresas en impuestos de sociedades. Y los que nos quitan a los españolitos de a pie que cobramos un salario de subsistencia.
Así se explica que los millonarios, los ricos, los poderosos, hayan hecho el agosto con la crisis que nos ha machacado a todos (menos a ellos). Y se explica también que los ricos sean más ricos y todos los demás, más pobres. Lo peor es que lo hemos asumido. Hablamos y hablamos de millonarios como se habla de términos que sólo son conceptos inabarcables, léase Dios, amor, tiempo, felicidad, eternidad. Intuimos que existen, pero los situamos en otra galaxia, con esa especie de temor que produce lo que no está en nuestras coordenadas, lo que se nos escapa.
Un millonario es alguien a quien no se puede mirar a los ojos, por si se ofende; alguien que extiende la mano esperando que le beses el anillo, como a un obispo; alguien que no camina: Levita. Es lo que queramos imaginar, porque algún gen tendremos por ahí, proveniente de la época feudal o aún anterior, que nos hace arrugarnos ante el poder que da el dinero, mirar al suelo y no atrevernos a abrir la boca, por si molestamos. ¿En qué cabeza cabe pedirles que paguen más? ¿Y si se enfadan? Pueden hacer que nos destierren, que nos corten la cabeza o que nos encierren en una oscura mazmorra, condenados de por vida a pan negro y agua corrompida.
Un ciudadanito de a pie, como yo, sólo puede mirarlos con reverencia, desde su insignificancia; en lo alto de sus caballos, con armaduras de oro y espuelas de brillantes, cegado por el brillo, atemorizado y cuidando de no despertar su cólera de resultados imprevisibles.
Y por supuesto, hemos comprobado que los políticos, alguno también rico y poderoso, tienen el mismo gen que todos nosotros. El del miedo a molestar, a incomodar a los señores.
Es más fácil, y menos arriesgado, incordiar a los siervos de la gleba, a los que siempre, a través de los siglos, se ha exigido todo a cambio de migajas. Hemos armado un ejército que huye a la vista del enemigo. Hemos creado una democracia que no es el poder del pueblo. Es el poder de los de siempre.
Y ahora nos cuentan que van a recuperar hasta el último euro…
 

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