Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 26 de junio de 2013

Desde Macondo. VERSOS SUELTOS

 Verso suelto es el que no rima en una composición en la que todos los demás sí lo hacen. No es verso libre, no es poesía sin rima. Es eso, suelto. Y es, a menudo, el que marca la diferencia, el que da sentido a todos los demás, a esos que juntan flores con amores y alegría con melancolía; y amor con dolor, y tristeza con entereza, y muerte con suerte.
        Cuando acabe la crisis, si acaba, van a quedar demasiados versos sueltos para componer un poema medianamente legible. Nos presentarán un soneto más o menos perfecto, con reglas impuestas e inamovibles, llegadas de Europa, del capital, de los mercados, de las agencias de calificación, de la eurozona o de los mismísimos estados Unidos.
        Cada línea, cada verso, medido hasta la exactitud, sin una sílaba más, sin rimas malsonantes. Para leerlos y comentarlos en círculos selectos y con las puertas y ventanas cerradas para que no distraiga el paisaje de fuera.
        Les sonará bien a los de siempre, a los que se han ocupado, en nombre del déficit, la deuda y demás conceptos que no caben en nuestra forma de entender la poesía; pero habrá millones de versos sueltos. Solidaridad no rima con usura, paz no rima con guerra; ni trabajo con paro, ni confianza con miedo, ni futuro con presente, ni muerte con vida, ni compartir con robar. Ni ser con estar.
        Habrán quedado fuera de este poema neoliberal y sin sentimientos, los desahuciados, los estafados y robados con las preferentes, los pensionistas con pensión menguante, los parados, las mujeres expulsadas del mercado laboral cuando estaban recién llegadas; los millones de personas que viven en el umbral de la pobreza, los niños con hambre, los jóvenes sin hoy ni mañana, los discapacitados sin ayudas, sus familiares desesperados, la clase media con salarios y condiciones de trabajo medievales, los alumnos sin beca y los pueblos sin escuelas, sin servicios y sin futuro.
        Demasiados versos sueltos para recomponer la poesía, porque muchos poetas se habrán quedado por el camino. Cuando el viento y la lluvia se hayan llevado todo, como en Macondo tras el diluvio, no se puede recomponer la vida. Hay que crearla de nuevo. Como una poesía distinta.      
       Sin versos sueltos.
 
 

sábado, 22 de junio de 2013

EL DNI

Jamás tres letras dieron para tanto. Nunca unas siglas hicieron correr tantos ríos de tinta. Si acaso, alguna de las importantes, como ONU, FMI o el banco europeo de nuestros dolores, el BCE. Pero esto son palabras mayores. Internacionales y que afectan a millones de personas. En ningún caso, tres letras modestitas, de ámbito restringido y de uso tan doméstico como la cuchara o el tenedor.
        Pero ahí lo tienen. Una tarjetita de unos cuantos centímetros  ha sido protagonista absoluta de la actualidad de la semana. Y a cuenta de ella, hemos aprendido un montón de cosas. Ahora ya sabemos que nació en 1944; nos hemos enterado, por el asunto de la numeración, que la Familia Real tiene reservados del 10 al 99. Saltándose el 13, que no hay que tentar a la suerte. Y que el 1 era de Franco, el dos de su señora y el tres de Carmencita. Como debe ser. Por cierto, y hago un inciso, el Generalísimo también tenía el carné nº 1 de periodista. Yo tengo el 10.726, como veis, estoy muy lejos y eso me tranquiliza sobre las confusiones. Aunque ambos empiezan por el mismo guarismo y vaya usted a saber…
        Sigo con el DNI, que es la estrella de la actualidad. El 14 concretamente. Y me ha dado por pensar que si no se hubiera reformado, si se hubiera mantenido esa casilla con la que nació y vivió durante décadas, en las que se señalaban cuatro categorías de ciudadanos, nobles, ricos y pobres de solemnidad (sic), no hubiera habido confusión ni noticia. El 14, unido al 1 en la casilla correspondiente, dejaría todo claro.
        Y todo sigue azuloscurocasinegro, como el título de la película.  Nos repiten que ha sido un error, mientras los que entienden del tema aseguran que es imposible una equivocación tan gorda con un número tan pequeñito, en el que no caben tantas fincas, pisos y propiedades.
        He aprendido mucho sobre la Historia del DNI, en lo que podría llamar conocimientos inútiles (aunque ningún conocimiento lo sea), pero me he quedado en blanco, como el 99,9 por ciento de los españolitos sobre el fondo de la cuestión.
       Miro agradecida mi carnét, sin chip y de los antiguos, porque no cumple hasta el 2017, y me ronda por la cabeza la idea de solicitar uno nuevo. He leído que los números del 4 al 9 están vacantes, quizá porque Franco pensara en tener familia numerosa.  Tal vez si me toca uno de esos números mágicos aparezcan en mi cuenta corriente unos cuantos ceros, y en mi patrimonio, media docena de fincas.

jueves, 20 de junio de 2013

Desde Macondo. EL RIO QUIETO

No existiría Macondo sin el río. Y nosotros tampoco. Cuando los Buendía pensaban que no llegarían a ninguna parte, apareció un río de aguas diáfanas, que se precipitaban sobre un lecho de piedras blancas y enormes como huevos prehistóricos. Y empezó la vida.
        Es 20 de junio y es el día del Río, con mayúsculas. Es el aniversario de esa fecha en que el Tajo dejó de ser el río quieto de la memoria de Rafael Morales (“por mi ciudad pasa un río quieto en el instante mismo en que yo lo recuerdo”, para luchar por convertirse en el río de la vida. Como en Macondo.
        Y aquí seguimos. El agua, cuando corre, que no es el caso, nos trae rumores de planes hidrológicos, de trasvases, de metros cúbicos escasos, de pasado pisoteado y de futuro cercenado. De lucha también. No debiera ser yo quien ocupe este espacio tal día como hoy; tendría que haberlo cedido a los que se empeñan desde hace años por recuperar el Tajo, por volverlo a la vida., y que saben mucho de caudales ecológicos y de su ausencia absoluta.
        Pero a veces, el corazón puede suplir la falta de conocimiento. Si se escribe desde el corazón y hacia los corazones. El río nos sacó a la calle hace años. Nos empujaron unas aguas quietas que debieran haber sido torrente y que eran mezcla de lodo con burla y tristeza.
        Ha llovido en este tiempo, unos años más que otros, pero ninguno a nuestro gusto. Por eso es el día del Río y lo debe seguir siendo. Es difícil en estos tiempos en los que los problemas nos asedian por los cuatro puntos cardinales fijar la vista en las aguas quietas. Es agotador chocar siempre con el mismo dique, el que nos bloquea la vida y el futuro, pero es el momento.
        Tal vez el río sea lo que nos lleve a sacudirnos esta resignación que nos amodorra y nos corta las alas, que nos deja enredados entre el lodo y los juncos quietos en el recuerdo de tiempos mejores.
      Cuando los primeros habitantes de Macondo descubrieron el río, el mundo era tan reciente que muchas cosas no tenían nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Este 20-J es el momento preciso para crear nombres como aves, naturaleza, agua, río… 
      Y vida.

jueves, 13 de junio de 2013

Desde Macondo. LOS SABIOS

Los Siete Sabios de Grecia, ya saben, Tales de Mileto, Solón de Atenas, Quilón de Esparta, Periandro de Corinto y alguno más que antes me sabía de corrido, pero que he olvidado, se nos quedan cortos. Nosotros tenemos muchos más. Un montón de sabios. Comités o grupos de expertos, los llaman ahora.
           Todos los hemos visto. Reunidos alrededor de una larga mesa; con traje y corbata y pulcras carpetitas delante de ellos. Debatiendo sobre las cosas importantes. Sobre nuestra vida.
           Están de moda. Un grupo de expertos, con ministro a la cabeza, diseñó la nueva ley de Educación, esa que no gusta a padres, ni profesores ni alumnos de cualquier nivel de la Enseñanza, desde Primaria hasta la Universidad. Otro grupo de quince sabios-todos hombres, como debe ser,- han marcado el camino a seguir en la reforma de la Ley del Aborto; sabios también son los que están estudiando la reforma fiscal, o la de las Administraciones Públicas.
           Y los más sabios de todos, que para eso trabajan en instituciones financieras y en aseguradores privadas, son los que han dictaminado que cobrar pensiones dignas es un dispendio en los tiempos que corren.
           Ya ven. Tantos Consejos de Sabios, y ni uno solo tiene entre sus filas a un  pobre, o a un desahuciado, o a un padre que no puede pagar la matrícula de sus hijos, o a un abuelo que sobrevive con 400€ de pensión, o a una mujer que no quiere traer al mundo a un ser para que sufra, o a un parado, o a un alumno excelente que tiene que emigrar. O simplemente, a un ciudadano de sueldo recortado a quien le pone los pelos de punta la subida del IVA, de las tasas educativas y de los impuestos. Y la bajada de las pensiones.
           Los sabios, como los políticos, no están en nuestra dimensión. Como los ángeles, no tienen cuerpo material, no comen ni duermen, no lloran, no despotrican, no se desesperan. Sólo piensan.
           Y concluyen que no podemos permitirnos sanidad ni educación de calidad, ni asistencia social, ni derechos laborales, ni una vejez sin angustias. Es su dictamen y es la coartada para los que mandan. Lo dicen los sabios y hay que seguir su consejo.
           Otros sabios, cientos, amén de la experiencia, que es la madre de la ciencia, dicen que a más inversión pública, más niveles de empleo y de bienestar. Pero esos no están en los comités de expertos.
           Me he dejado para el final a los sabios más listos, los que “olvidan” declarar dinero, los que piensan que no hacen nada malo por aceptar sobresueldos o cobran dietas inapropiadas o no sabían que las donaciones tributan. No saben nada de esto, pero un anciano analfabeto, o con alzheimer, tiene que saber qué son las preferentes. Aunque no sean sabios.

viernes, 7 de junio de 2013

LOS JUEGOS DEL HAMBRE

Mientras nos bombardean, como si fuera una primavera cualquiera, con anuncios de barritas dietéticas, carísimos productos "light" y cremas anticelulíticas, leo en un diario nacional un artículo que me sobrecoge. Habla del hambre, y reproduce el relato de una maestra a la que un niño le dice “Profesora, hoy para desayunar traigo el bocadillo mágico: pan con pan. Y yo decido qué lleva dentro”.
          Y no puedo por menos que imaginarme a la madre o el padre que se vean obligados a contarle tal cuento al niño. Un cuento de supervivencia, como Los Juegos del Hambre.
          El bocadillo mágico es el que sin duda tiene que tomar un número de personas que no me atrevo a citar. Vamos conociendo retazos de la novela. Ayer, que casi tres mil niños en Barcelona estaban desnutridos; antes, que un instituto en Aragón deja en un aula leche y galletas para que los alumnos, ya mayorcitos y conscientes de lo que pasa, no tengan que pasar la vergüenza de pedirlo.
           Hace unos días, que otros pequeños se mareaban en clase, que estaban tristes y distraídos o que comían mucho y deprisa cuando les ofrecían una merienda.
          Y así, por capítulos, vamos digiriendo los Juegos del Hambre hasta hacerlos formar parte de la normalidad ¿Cómo va a ser normal? En Finlandia, que siempre nos ponen como paradigma del mejor sistema educativo, la comida es obligatoria y gratuita en todos los centros. Forma parte de la educación, de la socialización. Y allí no es por necesidad, no es por hambre.
          Aquí, cerramos comedores, quitamos becas y condenamos a nuestros niños a comer bocadillos mágicos, si tienen la suerte de que los magos puedan comprar pan.
          Me pong enferma cada vez que veo a un gobernante aplaudiéndose a sí mismo, encantado de haberse conocido, hablando de hacer lo que Dios manda, realizando pomposas declaraciones sobre esfuerzo y sacrificio para salir de la crisis ¿Cómo serán los bocadillos de sus hijos? Seguro que no tienen que echar mano de la imaginación para ver el jamón, o el queso o la nocilla.
          Es obsceno que en Madrid, tras cerrar comedores y quitar becas, se destine una partida de 90 millones de euros para subvencionar uniformes en colegios privados. O que se haya aumentado en un 1.700% el gasto en material antidisturbios, sin hablar de los gintonic del Congreso. En un país con la salud en venta, líder en desigualdades y pobreza, en el que dejamos que se mueran o se maten los más pobres, no hay lugar para las autocomplacencia, para que nadie, nadie, diga que lo está haciendo bien.
          Nelson Mandela aseguraba que una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por el trato a los que tienen poco o nada.
          Y en ese juicio, la España de hoy está condenada.

jueves, 6 de junio de 2013

Desde Macondo. POLISEMIA

Una palabra polisémica es la que tiene más de un significado. Al menos, cuando yo estudiaba, que ahora las cosas han cambiado mucho. Aún me acuerdo de los ejemplos: cabo, como accidente geográfico, como mando militar o como final de una cuerda; y cresta, de gallo o de una ola; y sierra, instrumento de carpintero o sucesión de montañas. Y muchas más, que la lengua de Cervantes, sin recortar, es infinita.
           Y os preguntaréis qué tiene que ver la polisemia en este Macondo que habito cada día. Pues ya veis, me ha venido a la cabeza escuchando las últimas cifras del paro, esas por las que muchos siguen aplaudiéndose a sí mismos y que otros analizan con reticencias. Según se mire, todos tienen razón. Casi cien mil personas ya no están en las listas del INEM. Por varias razones, pero, en principio, porque han encontrado un puesto de trabajo. Y ahí entra la polisemia.
           Trabajo, según el diccionario, es una ocupación retribuida; es también esfuerzo humano aplicado a la creación de riqueza (en contraposición a capital). Puesto, es el lugar o sitio señalado para la ejecución de algo.
           Nada se dice de tiempo, ni de salario, ni de condiciones. Puesto de trabajo puede referirse a seis horas semanales, a doscientos euros, a fines de semana interminables a cincuenta euros la jornada, a minijobs, a retribución que te permite comer, o pagar el alquiler o la hipoteca, a independizarte, a sobrevivir, a emprender un proyecto de vida, a ser becario hasta los cuarenta y, por supuesto, a prestar servicios por debajo de ese salario mínimo que dónde andará.
           Todo eso y mucho más cabe en la fría cifra de reducción de los inscritos en las oficinas de empleo, en las que no están todos los que son. Aunque la noticia es que no haya subido. Hasta ahí hemos llegado. Hemos llegado al punto de cambiar el significado de las palabras para llamar puesto de trabajo a lo que antes sería un mero complemento, una actividad al margen para sacarse unas perrillas adicionales. A lo largo de la Historia, han sido millones los que han prestado sus servicios por la comida y el alojamiento, y eso también era trabajo.
           La maldita crisis que ha puesto el mundo al revés, ha cambiado también el significado de las palabras. Hemos olvidado, a fuerza de no usarlos, términos como justicia o dignidad para sustituirlos por resignación y supervivencia.
           En Macondo, cuando la peste del olvido, hubo que etiquetar todas las cosas para no olvidar su significado. Tal vez todavía estamos a tiempo.
 

lunes, 3 de junio de 2013

POLTERGEIST (Fenómenos extraños)

Ahora que lo alemán es lo que pita, y que no hay nada de normal en lo que está pasando, me viene a esta cabeza que no para el recuerdo de Poltergeist, esa película que nos asustó a todos, en mayor o menor medida, hace ya treinta años.
          Viendo las noticias, los programas de debate, los resúmenes de actualidad, me siento como la niña de la historia (más crecidita y sin ojos azules), mirando la pantalla y diciendo eso de "ya están aquiiiiiii"...
          Y empiezan a desfilar todos los fantasmas que nos acosan y nos hacen la vida imposible. Un chisporroteo en la pantalla, una luz brillante, y sale el sobre de turno, con su correspondiente cara nada fantasmagórica, sino oronda y satisfecha; otro destello y aparece un ministro hablando de sacrificios, o de tocar fondo, o de la Virgen de Fátima; otro flash, y el jefe supremo, desde el plasma como corresponde, intenta explicar lo inexplicable y justificar lo que no tiene perdón de ese Dios que le manda hacer las cosas.
          Sigo mirando fijamente mientras un obispo habla de endemoniados y exorcismos (que vienen muy al caso en este artículo), y un presentador recomienda a los parados rezar y poner velas. Eso sí, vestidos con decoro, que también lo dice la tele.
          Y un pequeño Napoleón con un extraño no-bigote nos anuncia que está dispuesto a salvarnos mientras una ministra ha perdido la memoria enterrada en montañas de confeti, tules de comuniones repetidas y abrazos de muñecos de peluche en Disneyland. Y una Europa que no es la joven virginal que raptó Zeus convertido en toro; y una troika que no es un carro recorriendo las estepas rusas, sino varios terroríficos señores de negro.
          Entre ellos, con más sombras que luces, la pantalla nos envía la imagen de mareas de colores, de jóvenes con maletas, de colas del paro, de mendigos tumbados en las calles que antes pisaban con pie firme, de colegios cerrados, de dependientes manifestándose en sus sillas de ruedas, de miles de médicos y profesores despedidos, de sueldos recortados hasta perder el nombre, de abuelos de mirada perdida buscando sus pensiones o sus ahorros enterrados en preferentes...
          Son tantos fenómenos extraños que dejan corta a cualquier película de terror. Y ya están aquí. No hace falta ni encender la tele. Los poltergeist están por todas partes. Están aquí.