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miércoles, 15 de agosto de 2018

Desde Macondo. TRISTES PUEBLOS

Me ha partido el alma ver en las calles de un lugar de Cuenca con nombre precioso, Portalrubio de Guadamejud, muchas escenas de la vida de pueblo que recuerdo, de las mujeres en la fuente, o sentadas en corro a las puertas de sus casas para no dejar escapar el fresco de la noche; hombres azada en ristre desbrozando el camino de entrada, niños manejando con destreza el aro, o los abuelos en los bancos de la plaza. Todo como cuando, muchos años atrás, yo vivía en un pueblo.
          Y digo que me ha partido el alma porque las imágenes no eran tales, los hombres, mujeres y niños, era personajes de una obra de teatro. Y el pueblo, un escenario. Portalrubio de Guadamejud no ha encontrado mejor forma de escenificar su lucha contra la despoblación que colocar muñecos como nuevos 'vecinos'. No llega a los 30 habitantes y quiere llamar la atención sobre el gravísimo problema de estar abocado a quedarse sin habitantes.
          Por eso, y con los particulares 'figurantes' que ejercen de nuevos vecinos, hechos con materiales reciclados, eso sí, los pocos que aún resisten han querido “repoblar” simbólicamente casas en ruinas o antiguas escuelas, recreando escenas que en su día fueron cotidianas. Y que están abocadas a desaparecer para siempre por políticas obtusas y por un mal entendido reparto del bienestar.
          Los pueblos deberían ser la niña bonita de cualquier Gobierno medianamente inteligente. De cualquiera que hiciese cuentas para concluir que el 80% del Patrimonio Cultural del conjunto del Estado se encuentra en zonas rurales. Y me refiero a patrimonio arqueológico, histórico-artístico, natural, industrial, eclesiástico, civil. Patrimonio material e inmaterial. Y por supuesto, el 100% de nuestro Patrimonio Natural.
          Y a pesar de todo, los datos son sangrantes, de los que duelen en el cuerpo y en el alma. Más de 4.000 municipios españoles sufren problemas de despoblación y 1.840 localidades ya están consideradas en riesgo de extinción. Habrá que darle las gracias a quienes decidieron cerrar consultorios y escuelas, hacer cada vez más mínima, hasta extinguirla, la oferta sanitaria, educativa, etc., muy centrada en los grandes espacios, pero tan cruel con las pequeñas poblaciones. Por no hablar de cortar de raíz líneas de transporte público, “olvidarse” de las infraestructuras y hasta de las conexiones telefónicas en la era de Internet.
          Me duelen los pueblos porque, como todos los que nacimos y crecimos en uno de ellos, nos resistimos a su desaparición, a que sean meros contenedores de personas mayores, a la espera de que fallezca el último habitante, o sus hijos decidan llevarlo a la ciudad.
          Ya hay situaciones irreversibles. Demasiadas. Pero aún estamos a tiempo de reclamar actuaciones que hagan la vida más fácil a quienes por elección o por obligación viven en el mundo rural y, sobre todo,que hagan atractivos nuestros pueblos.
          Hablar de “repoblación” es una quimera. Pero tan hermosa como soñar con Macondo.

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