Y
digo que me ha partido el alma porque las imágenes no eran tales,
los hombres, mujeres y niños, era personajes de una obra de teatro.
Y el pueblo, un escenario. Portalrubio de Guadamejud no ha
encontrado mejor forma de
escenificar su lucha contra la despoblación que colocar muñecos
como nuevos 'vecinos'.
No llega a los 30 habitantes y quiere llamar la atención sobre el
gravísimo problema de estar abocado a quedarse sin habitantes.
Por
eso, y con los particulares 'figurantes' que ejercen de nuevos
vecinos, hechos con materiales reciclados, eso sí, los pocos que
aún resisten han querido “repoblar” simbólicamente casas en
ruinas o antiguas escuelas, recreando escenas que en su día fueron
cotidianas. Y que están abocadas a desaparecer para siempre por
políticas obtusas y por un mal entendido reparto del bienestar.
Los
pueblos deberían ser la niña bonita de cualquier Gobierno
medianamente inteligente. De cualquiera que hiciese cuentas para
concluir que el 80% del Patrimonio Cultural del conjunto del Estado
se encuentra en zonas rurales. Y me refiero a patrimonio
arqueológico, histórico-artístico, natural, industrial,
eclesiástico, civil. Patrimonio material e inmaterial. Y por
supuesto, el 100% de nuestro Patrimonio Natural.
Y
a pesar de todo, los datos son sangrantes, de los que duelen en el
cuerpo y en el alma. Más de 4.000 municipios españoles sufren
problemas de despoblación y 1.840 localidades ya están consideradas
en riesgo de extinción. Habrá que darle las gracias a quienes
decidieron cerrar consultorios y escuelas, hacer cada vez más
mínima, hasta extinguirla,
la oferta sanitaria, educativa, etc., muy centrada en los grandes
espacios, pero tan cruel con las pequeñas poblaciones. Por no hablar
de cortar de raíz
líneas de transporte público, “olvidarse” de las
infraestructuras y hasta de las conexiones telefónicas en la era de
Internet.
Me
duelen los pueblos porque, como todos los que nacimos y crecimos en
uno de ellos, nos resistimos a su desaparición, a que sean meros
contenedores de personas mayores, a la espera de que fallezca el
último
habitante, o sus hijos decidan llevarlo a la ciudad.
Ya
hay situaciones irreversibles. Demasiadas. Pero aún estamos a tiempo
de reclamar actuaciones que hagan la vida más fácil a quienes por
elección o por obligación viven en el mundo rural y, sobre todo,que
hagan atractivos nuestros pueblos.
Hablar
de “repoblación” es una quimera. Pero tan hermosa como soñar
con Macondo.
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