Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 30 de enero de 2014

Desde Macondo. AMOR AL ARTE

Para no confundirme ni dar lugar a malas interpretaciones, siempre que acudo al diccionario lo hago al oficial, al de la Real Academia Española. Siempre lo he tenido muy a mano, pero en los últimos tiempos, entre tanta neolengua y giros torticeros para ocultar las verdades, se ha convertido en libro de cabecera. Por eso, cuando anunciaron a bombo y platillo la bajada del IVA para las obras de arte, me fui inmediatamente a la búsqueda y captura del término.

Arte: Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros. Y me dije, ya está, han recapacitado. O les ha iluminado San Lope de Vega, San Beethoven o San Cervantes. O San Almodóvar. Vamos, que podremos de nuevo ir al teatro, a un concierto o al cine sin tener que dejar de comer una semana.

Pero bien lo dice el refrán, poco dura la alegría en la casa del pobre. Ya me extrañaba a mí que, acto seguido, la vicepresidenta hablara de transacciones, marchantes… Y es que resulta que en su diccionario no hablan de manifestación sonora o lingüística. Sólo pintura, y creo que también escultura. Como si estuvieran los tiempos para comprar cuadros. Mis tiempos, por supuesto, que ellos parece que viven en el feudalismo.
En un país con bibliotecas cerradas, que son muy caras de mantener, ya lo han dicho una docena de mandamases, con orquestas silenciadas o recortadas hasta el infinito, con teatros vacíos, cerrando cines cada semana, lo importante es que las transacciones de las obras de arte sean más baratas. Para que podamos colgar un Picasso en el cuarto de baño, o hacer dudosas operaciones, como la señora Bárcenas.
Vuelvo al diccionario y busco Cultura. Conjunto de conocimientos que permiten a alguien desarrollar su juicio crítico. Ahí lo tenéis. Bien clarito. Con la tele atontándonos, los libros, el teatro y la música fuera de nuestro alcance, en unos añitos… Se acabó el juicio crítico, que lo primero es comer.
El IVA sigue al 21 por ciento para todas las artes, salvo para la pintura. Claro que nos quedan los Museos, pero no es lo mismo. Y desde Macondo se me ocurre que ojala todos los beneficiados por la compraventa de cuadros (no conozco a ninguno), sufran las peores manifestaciones del síndrome de Stendhal, ya sabéis, las taquicardias, vértigo, confusión y temblores que se producen cuando el individuo es expuesto a obras de arte particularmente bellas.
Y los que legislan para beneficiarlos, también.

jueves, 23 de enero de 2014

Desde Macondo. ÉL NUNCA LO HARÍA


José Arcadio, patriarca de los Buendía, murió viejo y loco atado al castaño del patio de su casa en Macondo; al último Aureliano, el bebé que nació con cola de cerdo, se lo llevaron las hormigas mientras la familia, que tanto los había querido, andaba afanada en sobrevivir.
      En los últimos días ha saltado a la actualidad una noticia escalofriante. Cientos de enfermos permanecen en los hospitales tras recibir el alta porque sus familiares no van a recogerlos. Así, de entrada, me viene a la cabeza la campaña sobre las mascotas que se hizo famosa hace unos años. Un perrito con cara triste en una gasolinera en mitad de ninguna parte y la leyenda “No lo abandones. Él nunca lo haría”. Y las leyendas urbanas de los tiempos de bonanza, cuando el abuelo se quedaba en el hospital mientras duraban las vacaciones.
      Pero no hace falta escarbar mucho para toparse con la realidad que, como siempre, supera a la ficción. Habrá desalmados, los hay en todas partes, que vean en la enfermedad una ocasión para librarse de la carga. Pero no es menos cierto que los recortes, la falta de plazas en las residencias, la asfixia económica de las familias y el miedo a no poder atender adecuadamente al enfermo, están detrás de la noticia.
      Especialmente cuando, y el dato es de ayer mismo, una comunidad autónoma reduce hasta el 90 por ciento de la ayuda a dependientes, dejándola en algún caso en 31,9€ al mes. Sí, han leído bien. Y ahora, toca pensar en el precio de los pañales, las gasas, las vendas, el alcohol, los analgésicos y todo lo que ha salido del sistema sanitario y hay que pagar a tocateja. Sin contar comida y tiempo, que los dependientes necesitan todo el del mundo.
       Quien habló alegremente de familiares canallas que abandonan a sus enfermos, tendría que mirar la renta de esa gente, los miembros de la casa que están en paro, si pueden pagar la luz para mantener un mínimo confort, la rehabilitación, el centro de día o el gimnasio al que no van a poder llevarlo, porque también hay que pagarlo. La calidad de vida que le pueden ofrecer a un enfermo crónico, o a la abuela que se ha roto la cadera y no volverá a andar.
      Sigo creyendo en la gente, en las personas, y me niego a pensar que nadie haga algo así por deporte, por maldad pura y dura. Los malos son otros, los que piensan-y lo dicen-en los números antes que en los ciudadanos. Los que han dejado atrás todo atisbo de humanidad. Ellos sí han abandonado a los ciudadanos.
 

jueves, 16 de enero de 2014

Desde Macondo. ELDORADO

Mira que pasamos años los españoles en América y no fuimos capaces de descubrir Eldorado! Así, todo junto, que a fuerza de nombrarlo y de buscarlo, se consolidó como topónimo, como nombre propio. De Méjico a la Patagonia, pasando por los inhóspitos Andes, la intrincada Amazonia, las selvas brasileñas, y hasta mi amado Macondo, por el que entonces pasaron de largo, conquistadores leales o traidores a la corona revolvieron cielo y tierra en pos de la leyenda de un lugar mítico en el que el Rey andaba en cueros, pero cubierto de polvo de oro, y los súbditos arrojaban cada día a la laguna sagrada toneladas del metal amarillo.
         Tanto buscarlo y, quinientos años después, descubrimos que está aquí mismo. No me extrañaría que entre los presentes que Rajoy ha llevado a Obama en su histórica visita a la Casa Blanca se cuente algún documento que lo pruebe. Oficialmente, los regalos son una biografía de Vasco Núñez de Balboa, una copia de la carta en la que se informa a Fernando el Católico del descubrimiento del Pacífico, y un facsímil de un mapa mundi de la época, copias de originales que guarda la Biblioteca Nacional.
         Y el descubrimiento de Eldorado. Estoy segura.  Se lo habrá dicho de palabra, porque eso de trazar mapas lleva su tiempo. Eldorado está en España y lo he descubierto en sólo dos años, Barack. Me río yo de Lope de Aguirre y demás conquistadores intrépidos. Varias docenas de recortes, una reforma laboral con sus periódicas retoques, un par de subiditas del IVA y demás impuestos, copagos varios, desahucios disuasorios para quienes tengan tentaciones de no pagar la hipoteca, otra vueltecita a la bufanda de las pensiones, para que los abuelos no se desmanden y un buen tajo a la Educación y la cultura, que estos indígenas cuando piensan son peligrosos…
        Y ya está. Sin pegar un solo tiro hemos conquistado Eldorado. Lo de los daños coyunturales se inventó más tarde, creo que fuisteis vosotros, los americanos, cuando la guerra de Irak.
         Como un moderno cacique, sin plumas y con traje, Rajoy se ha plantado en el Despacho Oval para hacer su ofrenda. España es ahora una balsa de aceite. Sueldos bajitos, gente calladita, la molesta clase media extinta, banqueros y empresarios de postín donde tienen que estar y Cáritas ocupándose de los pobres, que no molesten.
         Eldorado, vamos.
         Y se me ocurre pensar que, dándose una vueltecita por este mundo en blanco y negro, muy lejos del amarillo dorado, mi admirado García Márquez hubiera tenido material suficiente para escribir quinientos años de soledad. Y sin esforzarse, sin exprimir la imaginación.
 

jueves, 9 de enero de 2014

Desde Macondo. EL NIÑO DE AZOTE

En pleno bombardeo por prensa, radio, TV, barras de bar y comidas familiares acerca de la imputación de la Infanta y del papel (o papelón) de la institución monárquica en el país que habitamos y sufrimos, me ha venido a esta cabeza que no me vale un duro y crea extrañas conexiones cuando le parece, una curiosa costumbre de las monarquías medievales europeas que leí alguna vez y que ahora, forzada por las circunstancias, retorna.
       Partiendo de la base de que el Rey, y sus herederos, eran intocables (en eso hemos cambiado poco), y ante la imposibilidad de los tutores y educadores de los príncipes de castigar a éstos por dicho derecho, se inventó una ingeniosa manera de educar a los príncipes: “Los Niños de Azote”. A cada hijo de Rey se le asignaba desde su nacimiento un Niño de Azote, con los que compartían sus juegos y su vida, y a los que llegaban a querer como hermanos.
       Pero el Niño de Azote, pese a ser criado junto al Príncipe y gozar de un alto status en el Reino, tenía una función muy clara en la Corte: Recibir los castigos que no podían impartirse al Príncipe. Ante el comportamiento díscolo del príncipe o actitudes rebeldes o de falta de disciplina, quien cargaba la culpa y el correspondiente castigo era el joven paje cuyo único infortunio fue haber nacido en el lugar equivocado.
       No es que haya cambiado mucho la Realeza en cinco siglos. A las pruebas me remito. No se entiende de otra manera el revuelo que ha causado el hecho de que un miembro de la irreal Familia sea llamado a declarar por unos delitos que nos escandalizan a todos desde hace muchos meses, y que, desde la perspectiva de la gente de a pie merecen mucho más que una azotaina.
       No sé, pero tengo la sensación de que todos somos un poco destinatarios de los azotes que no se llevan quienes cometen la tropelía. Me llevan los demonios pensar que la Casa Real se mantiene con los impuestos que pagamos todos y que esos mismos a los que mantenemos buscan todos los trucos (y los encuentran) para defraudar a Hacienda. Que repito, somos todos y somos los que les pagamos. Y lo mismo vale para banqueros, empresarios que sólo echan bien sus cuentas y dirigentes empeñados en mantener el derecho divino de los que más tienen, por herencia o por rapiña.
       Ahora que hemos asumido, a fuerza de oírlo cuatrocientas veces al día, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y debemos ser castigados a perpetuidad por ello, vamos camino de convertir este país en algo muy simple, como en la Edad Media. Nobles y plebeyos. Intocables y Niños del Azote. Claro, con subdivisiones en el primer caso, que ahí entran banqueros, empresarios de postín y políticos varios. En el otro apartado, ustedes y yo. Los de a pie, vamos.
       Creíamos haber superado las supersticiones, todo eso del derecho divino, de los privilegios de la sangre, de la alta cuna y la baja cama. De las maldiciones. Y así estamos. Recibiendo los azotes que corresponden a otros.
       Como en la Edad Media.

jueves, 2 de enero de 2014

Desde Macondo. TANTA PAZ LLEVE...

… Como descanso deja. En Macondo es aún 2013 cuando escribo estas líneas. Apuro las últimas horas mientras trato de buscar una palabra, una frase que resuma 365 días de tiempo circular, donde las malas noticias se han ido encadenando formando un anillo perverso del que hemos salido a duras penas, y naltrechos. De ahí el título. Tanta paz lleve el año como descanso deja, a la espera del siguiente.
       Creo que si a los que ya hemos avanzado un buen trecho en la vida  nos dieran la ocasión de borrar un año de los vividos hasta el momento, el que se va, el 2013, sería uno de los más firmes candidatos. No voy a hacer un balance de lo perdido; no voy a meter el dedo en la llaga de la pobreza, de las desigualdades, de la desesperanza y del futuro imperfecto. Las heridas siguen abiertas y sin visos de cicatrizar.  Cada cual tiene las suyas y se las lame como puede. O hasta que puede.
       Pero hay una herida colectiva que este año maldito ha infectado y que amenaza con gangrenarse, llevándonos al final de los finales. Es la falta de alegría. Han amputado la alegría así, en global y esto es, con mucho, el peor crimen de 2013. Hasta hace unos meses se veían tímidas sonrisas, alguna risa franca, hasta una carcajada eventual, fruto de la esperanza que es lo último que se pierde.
       A nadie han engañado las fiestas, los parabienes, los brindis, los menguados regalos del papá Noel de turno, las risas puntuales en comidas y cenas familiares, en tardes de compras o en celebraciones varias. Falta la alegría, que viene casi siempre de la mano de la ilusión. También ausente. Han desconectado de golpe la luz y el sonido. No hay carcajadas, y apenas hay  luces, más allá de la que los esforzados habitantes de Macondo logran encender en sus corazones buscando y rebuscando la chispa en los remotos rincones donde se ha escondido
       Tal vez sea ese el mejor propósito para el año que empieza, defender la alegría. Como diría Benedetti, como un principio, como una trinchera, defenderla de la miseria y los miserables, de los ingenuos y de los canallas, defenderla del óxido y la roña. Defender la alegría como un derecho.
Esta vez necesitamos mucho más que buenos deseos. Más que una tarjeta de “Próspero Año Nuevo”, necesitamos sacudirnos el fatalismo, la resignación y la amarga certeza de que los magos de Oriente sólo dejarán carbón en nuestros zapatos.
       Somos más y somos mejores que unos cuantos tristes reyes, por muy investidos de poder que se encuentren. No nos creemos lo que dicen unos pocos, (los que más tienen), que sacrificándonos muchos (los de siempre), mejoraremos todos. Es justo al revés.
       Con el puntapié en salva sea la parte al año que dejamos, tenemos que recobrar la alegría, aunque venga de la mano de la rabia. No podemos consentir otro año de soledad.