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jueves, 9 de enero de 2014

Desde Macondo. EL NIÑO DE AZOTE

En pleno bombardeo por prensa, radio, TV, barras de bar y comidas familiares acerca de la imputación de la Infanta y del papel (o papelón) de la institución monárquica en el país que habitamos y sufrimos, me ha venido a esta cabeza que no me vale un duro y crea extrañas conexiones cuando le parece, una curiosa costumbre de las monarquías medievales europeas que leí alguna vez y que ahora, forzada por las circunstancias, retorna.
       Partiendo de la base de que el Rey, y sus herederos, eran intocables (en eso hemos cambiado poco), y ante la imposibilidad de los tutores y educadores de los príncipes de castigar a éstos por dicho derecho, se inventó una ingeniosa manera de educar a los príncipes: “Los Niños de Azote”. A cada hijo de Rey se le asignaba desde su nacimiento un Niño de Azote, con los que compartían sus juegos y su vida, y a los que llegaban a querer como hermanos.
       Pero el Niño de Azote, pese a ser criado junto al Príncipe y gozar de un alto status en el Reino, tenía una función muy clara en la Corte: Recibir los castigos que no podían impartirse al Príncipe. Ante el comportamiento díscolo del príncipe o actitudes rebeldes o de falta de disciplina, quien cargaba la culpa y el correspondiente castigo era el joven paje cuyo único infortunio fue haber nacido en el lugar equivocado.
       No es que haya cambiado mucho la Realeza en cinco siglos. A las pruebas me remito. No se entiende de otra manera el revuelo que ha causado el hecho de que un miembro de la irreal Familia sea llamado a declarar por unos delitos que nos escandalizan a todos desde hace muchos meses, y que, desde la perspectiva de la gente de a pie merecen mucho más que una azotaina.
       No sé, pero tengo la sensación de que todos somos un poco destinatarios de los azotes que no se llevan quienes cometen la tropelía. Me llevan los demonios pensar que la Casa Real se mantiene con los impuestos que pagamos todos y que esos mismos a los que mantenemos buscan todos los trucos (y los encuentran) para defraudar a Hacienda. Que repito, somos todos y somos los que les pagamos. Y lo mismo vale para banqueros, empresarios que sólo echan bien sus cuentas y dirigentes empeñados en mantener el derecho divino de los que más tienen, por herencia o por rapiña.
       Ahora que hemos asumido, a fuerza de oírlo cuatrocientas veces al día, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y debemos ser castigados a perpetuidad por ello, vamos camino de convertir este país en algo muy simple, como en la Edad Media. Nobles y plebeyos. Intocables y Niños del Azote. Claro, con subdivisiones en el primer caso, que ahí entran banqueros, empresarios de postín y políticos varios. En el otro apartado, ustedes y yo. Los de a pie, vamos.
       Creíamos haber superado las supersticiones, todo eso del derecho divino, de los privilegios de la sangre, de la alta cuna y la baja cama. De las maldiciones. Y así estamos. Recibiendo los azotes que corresponden a otros.
       Como en la Edad Media.

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