En pleno
bombardeo por prensa, radio, TV, barras de bar y comidas familiares acerca de
la imputación de la Infanta y del papel (o papelón) de la institución
monárquica en el país que habitamos y sufrimos, me ha venido a esta cabeza que
no me vale un duro y crea extrañas conexiones cuando le parece, una curiosa
costumbre de las monarquías medievales europeas que leí alguna vez y que ahora,
forzada por las circunstancias, retorna.
Partiendo de la base de que el Rey, y sus herederos,
eran intocables (en eso hemos cambiado poco), y ante la imposibilidad de los
tutores y educadores de los príncipes de castigar a éstos por dicho derecho, se
inventó una ingeniosa manera de educar a los príncipes: “Los Niños de Azote”. A
cada hijo de Rey se le asignaba desde su nacimiento un Niño de Azote, con los
que compartían sus juegos y su vida, y a los que llegaban a querer como
hermanos.
Pero el Niño de Azote, pese a ser criado junto al
Príncipe y gozar de un alto status en el Reino, tenía una función muy clara en
la Corte: Recibir los castigos que no podían impartirse al Príncipe. Ante el
comportamiento díscolo del príncipe o actitudes rebeldes o de falta de disciplina, quien cargaba
la culpa y el correspondiente castigo era el joven paje cuyo único infortunio
fue haber nacido en el lugar equivocado.
No es que haya cambiado mucho la Realeza en cinco
siglos. A las pruebas me remito. No se entiende de otra manera el revuelo que
ha causado el hecho de que un miembro de la irreal Familia sea llamado a
declarar por unos delitos que nos escandalizan a todos desde hace muchos meses,
y que, desde la perspectiva de la gente de a pie merecen mucho más que una
azotaina.
No sé, pero tengo la sensación de que todos somos un
poco destinatarios de los azotes que no se llevan quienes cometen la tropelía.
Me llevan los demonios pensar que la Casa Real se mantiene con los impuestos
que pagamos todos y que esos mismos a los que mantenemos buscan todos los
trucos (y los encuentran) para defraudar a Hacienda. Que repito, somos todos y
somos los que les pagamos. Y lo mismo vale para banqueros, empresarios que sólo
echan bien sus cuentas y dirigentes empeñados en mantener el derecho divino de
los que más tienen, por herencia o por rapiña.
Ahora que hemos asumido, a fuerza de oírlo
cuatrocientas veces al día, que hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades y debemos ser castigados a perpetuidad por ello, vamos camino de
convertir este país en algo muy simple, como en la Edad Media. Nobles y
plebeyos. Intocables y Niños del Azote. Claro, con subdivisiones en el primer
caso, que ahí entran banqueros, empresarios de postín y políticos varios. En el
otro apartado, ustedes y yo. Los de a pie, vamos.
Creíamos haber superado las supersticiones, todo eso
del derecho divino, de los privilegios de la sangre, de la alta cuna y la baja
cama. De las maldiciones. Y así estamos. Recibiendo los azotes que corresponden
a otros.
Como en la Edad Media.
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