Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 29 de mayo de 2014

Desde Macondo. REPLICANTES


Entre datos de elecciones, análisis sesudos y tonterías varias, se me cuela una noticia cuando menos, curiosa. Un equipo de científicos brasileños ha demostrado por primera vez que es posible entrenar las partes del cerebro asociadas con la empatía, concretamente con la ternura y el afecto, mediante el uso de técnicas de escaneado. Es decir, que se puede entrenar al cerebro para llenarnos de humanidad, de compasión, para que no nos sea indiferente el dolor de nuestros semejantes, para ponernos en el lugar del otro…

Como en Blade Runner, cuando los cazadores de recompensas se afanan en diferenciar humanos de androides mediante un test con el que miden la ternura, el afecto y otros sentimientos hacia los demás. Menuda noticia. Se me agolpan en la cabeza los nombres de todos los “replicantes” que metería yo en la maquinita de marras, en la “caja de empatía” como la llaman. en la película.

Y esto, cuando sólo han pasado cuatro días desde las elecciones, cuando volvemos a tener escalofriantes datos sobre la pobreza en nuestro país y cuando el Fondo Monetario Internacional (que Dios confunda), acaba de “recetarnos” bajada de salarios y subida de impuestos. Y cuando los que han ganado se aprestan a seguir blandiendo las tijeras, porque se sienten legitimados para ello. Mientras entonan los monótonos y cansinos cánticos sobre la recuperación. La suya, claro.

Son como los replicantes de la película. Igualitos a las personas de carne y hueso, casi imposibles de distinguir, salvo por la imposibilidad de empatizar con los demás, de que les duela tu dolor, les asuste tu miedo, les congele tu frío o tu hambre les deje un vacío en el estómago. O tus lágrimas corran por sus mejillas.

Aunque aún sea casi ciencia-ficción, no estaría mal tener una de estas cajas de empatía antes de ir a votar, de poner nuestro destino en manos de unos o de otros. Así nos ahorraríamos la úlcera y el cabreo de escuchar cada día que tenemos que sacrificarnos, que estamos saliendo del túnel, que el esfuerzo ha sido duro pero ha merecido la pena…No lo dirían si no fueran androides, replicantes, iguales en apariencia a nosotros, pero incapaces de ponerse en nuestro lugar.

Me encantaría meterlos en la máquina para que compartan miedos, bolsillos vacíos, angustias por el futuro propio y el de los hijos, desempleo, salarios de risa, impuestos de llanto, para que cambien traje y corbata por mono de trabajo, piso de lujo por pisito amenazado de desahucio, universidad privada por estudios abandonados ante la imposibilidad de afrontar las tasas, pensiones de escándalo por pensionistas de 400€ que se les van en medicinas copagadas.

Se parece mucho la Humanidad que presenta la película, deshumanizada e inmersa en una crisis de valores, con la que estamos “disfrutando” en estos momentos. Y se parecen más nuestros dirigentes a esos androides capaces de pasar por encima de todo sin inmutarse. Quizás ha sido siempre así, aunque nunca lo hayamos percibido con tanta crudeza. Igual hay que invertir esfuerzos en ciencia que nos devuelva la humanidad perdida.

Porque hubo un tiempo en que las cosas eran distintas, en que no había una cifra tan escandalosa de “desiguales”. En el que creíamos, de verdad, que entre todos estábamos construyendo una sociedad de humanos y para humanos. Sin androides fríos e incapaces de conmoverse.

Vuelvo a Blade Runner, y al estupendo monólogo final: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais (…) Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia.

 

jueves, 22 de mayo de 2014

Desde Macondo. MORENA Y TONTA


Tolerante como soy, un poco simple (de puro buena), también  y siempre dispuesta a dejarme convencer de aceptar pulpo como animal de compañía, a comer yogures caducados y hasta a ducharme con agua fría por aquello de ahorrar, he intentado, lo juro, tragarme eso de que el ex-ministro Cañete estaba cansado cuando tuvo la alucinación esa de sentirse superior intelectualmente a las mujeres. Y no es tarea fácil, porque las alucinaciones las producen las drogas, o una buena borrachera… Pero vale. .

Igual el pobre había dormido poco, o estaba sin comer. Igual fue un niño desgraciado, de los que no pudo ir a la escuela y no le enseñaron eso de el hombre y la mujer son iguales en derechos y deberes, que no hay amo sino compañero. Y que ambos sexos tienen idéntica inteligencia y capacidades.

Poniéndome en lo peor, tal vez se le instaló en el cerebro, como un alien, la idea esa de que las rubias son tontas y no pudo evitar el decirlo. Pero yo soy morena. De momento, que el look que triunfa es el de rubia y con mechas, y no descarto nada. Ya estoy muy harta de perder siempre y los tintes hacen milagros.

Pues eso, que lo he intentado, pero sin éxito. No ha pedido perdón, ni él, ni nadie de su Partido, incluídas las mujeres. Y además, llueve sobre mojado, nunca mejor traído, cuando nos comparó con los regadíos, “que le pueden perder a uno”. Y hay más. Agazapada, hasta después de las elecciones, está la reforma del aborto, que nos pone la bajo la sabia decisión de médicos o jueces (hombres, seguro) para decidir sobre nuestro cuerpo, colocándonos en el ranking de las más tontas de Europa. No seré muy lista, pero presumo de buena memoria, y ahí, en un rinconcito, está escondida la frasecita de la ministra de Sanidad contando eso de que la falta de varón no es problema médico, para hurtar la reproducción asistida a las lesbianas. Y la feliz idea de sacar de la lista de maltratadas a las mujeres que no requirieran hospitalización, vamos, que sólo se hubieran llevado unos empujones o un par de bofetadas, por aquello de maquillar las estadísticas.

No me olvido de Gallardón y su sentencia: “La maternidad es la que hace a las mujeres auténticamente mujeres”. Horror, no soy madre. Encima de tonta y morena, tampoco soy una mujer de verdad. Ya me diréis como afronto el resto de mis días, más falsa que un duro de madera, y sin saber qué hacer con mis libros, mis más de trescientos pares de pendientes (todos bisutería), y con las barras de labios, y las sombras de ojos, y los tacones (pocos), y con la lencería "íntima", por usar un lenguaje apropiado. Y con las cremas, que son carísimas, no las voy a tirar.

Es verdad que todos sabemos que primero Dios creó el cielo y la tierra, y luego el hombre, y los animales, y ya, si eso, y con un trocito que le sobraba, hizo a la mujer. Pero yo hasta ahora creía que era una metáfora, algo de los libros de Historia sagrada, no de verdad. Ay, ignorante. Mujer, al fin y al cabo.

Pero vuelvo a Cañete. Pobrecito. Tan cansado… Se me ocurre que bien podría invitarle a unas vacaciones en Macondo, donde todas las mujeres son rotundas y diferentes, desde la omnipresente Úrsula, que  dirige con mano de hierro a siete generaciones de Buendías; a la exuberante Petra que multiplica la vida por donde pasa, o Sofía de la Piedad que sólo existe en el momento preciso; o Amaranta, que elige morir virgen, o  Remedios, que asciende a los cielos tras haber llevado a la muerte a todo varón que la pretendiera. Felices o desgraciadas. Acompañadas o eternamente solas. Mujeres.

jueves, 15 de mayo de 2014

Desde Macondo. LAS SIETE DIFERENCIAS


Nunca he sido muy buena en el famoso pasatiempo de buscar las siete diferencias. Era más de crucigramas. Me parecía una pérdida de tiempo andar mirando un dibujo para descubrir, y marcar con un círculo rojo, a la señora sin bolso, el árbol con una rama más o el cielo con una nube menos. Y andando el tiempo, aquí me veo, tratando desesperadamente de demostrarme que no es lo mismo, que como dice la canción, “no es lo mismo, decir, opinar, imponer o mandar, las listas negras, las manos blancas... no es lo mismo…” Y sigue, vale… que a lo mejor me lo merezco”. Pues eso, a lo mejor lo merecemos, pero quiero encontrar las diferencias, aunque sean pocas. Menos de siete.
Ha irrumpido en la campaña, como elefante en cacharrería, la idea de un gran pacto de salvamento nacional que no sé muy bien a quién beneficia. Sé a quién no. A nosotros, a los de siempre. No milito en ningún partido, pero tengo la certeza de que las bases de cada cual, los que no tienen cargo (y sí cargas), los que confían en que su apoyo, por humilde que sea, puede cambiar las cosas, tampoco creen que sea lo mismo.

No puede ser igual quien ha sentado las bases del estado del bienestar, con sus luces y sus sombras, que quien en el sacrosanto nombre de la crisis ha destruido, metódicamente, con prisa y sin pausa, cada uno de los derechos que con tanta fatiga hemos conquistado.
No es lo mismo. No pueden hacernos esto, y menos porque vean sus sillones en peligro. No pueden decirnos ahora que todo era puro teatro, que lo del y tu más, la herencia recibida y demás representaciones de los últimos años eran sólo óperas bufas para mantenernos entretenidos, que unos y otros forman parte del mismo juego de ajedrez en el que los pobres peones, nosotros, no pintábamos nada.
Hemos asumido, a la fuerza ahorcan, que quien manda es el dinero, y nos agarrábamos como clavo ardiendo a los matices. Vale, los mercados dictan las órdenes, pero hay interpretaciones, y alguna pequeña rebelión de cuando en cuando. Todos visten traje oscuro, pero hay colores en las corbatas. O eso creíamos.
En plena campaña, nos han dejado sin horizontes. Un montón de farolas iguales con carteles desde los que nos miran hombres y mujeres sin cara y sin siglas. Sin diferencias que marcar con el rotulador rojo.
Tal vez haya que marcarlos a ellos. A los que pretenden perpetuarse por encima de ideologías, de consideraciones, de razones; a los que pretenden despersonalizar todo por un mal entendido personalismo. A los que matan  ilusiones de un futuro con más educación, mejor sanidad, más atención a los desfavorecidos, menos desigualdad… Más humanidad.
Todos los hombres de Macondo, los varones Buendía, llevaban por nombre Arcadio o Aureliano. Durante siete generaciones, se sucedían unos a otros hasta llegar a confundirse y a confundirnos, hasta perder su individualidad, y dejarnos en la memoria sólo los rasgos comunes. Los Arcadios eran impulsivos y los Aurelianos, tímidos y soñadores. Siempre iguales. Así, durante cien años de soledad. Pero no eran los mismos.
 

miércoles, 7 de mayo de 2014

Desde Macondo. REALISMO MÁGICO


Tengo la molesta sensación de no estar sola en Macondo. Mejor dicho, de estar mal acompañada. En los últimos tiempos han aparecido por aquí vecinos incómodos que, perturban la paz de los muertos, los sueños de los vivos, el ir y venir de los personajes mágicos. Confunden la magia con su realidad inventada, que ni es realidad ni es mágica.

Piensan que todo el mundo es Macondo, y han instalado aquí su mercado de baratijas, tal y como hacían cada año los gitanos, envueltos en el ruido de mil y un instrumentos musicales, con gran alboroto de pitos y timbales. Han instalado su carpa en la plaza, pero no para transportarnos a ese mundo mágico y desconocido en el que habitaban el hielo, y la lupa, y los catalejos, y hasta la piedra filosofal.

Su Macondo no es el mío. No sé si me cabe una mentira más. O una “interpretación de los datos”, como lo llaman ahora. Puedo vivir en un mundo real y en uno mágico, repartiendo mi tiempo entre ambos. Pero no encuentro sitio en un mundo falso. Los heraldos de la “recuperación” han ocupado estratégicamente todas las esquinas del pueblo para lanzar a los cuatro vientos sus proclamas. Han hecho magia con la realidad, transformando lo malo en bueno, lo pésimo en maravilloso, el presente incierto en futuro perfecto.

Y han invadido Macondo. Llueven contratos, euros, primas reducidas, déficits adelgazados, deudas minimizadas, turistas con carteras bien repletas y hasta ladrillos, que va a empezar a crecer la construcción otra vez. Llueve alegría, y la fuerza del agua arrastra las penas, los recortes, el hambre, los miedos. Es la tormenta perfecta que nos cuentan los invasores, que no saben que el diluvio no era eso.

No se han molestado en descifrar los pergaminos de Melquiades, razón de ser de la estirpe que fundó Macondo, y han traído su propio diccionario, repleto de palabras que ni entendemos ni creemos. Como la Compañía Bananera, pretenden subyugarnos con el brillo del dinero, que luego pasará delante de nuestras narices sin que lleguemos a olerlo.

Luego, tras el diluvio, se marcharán tan frescos. Habrá acabado la campaña electoral; Europa impondrá normas nuevas, gobernarán como Dios manda, volverán a traspasar esas líneas rojas que aseguraron no cruzar nunca…

Y ahí quedará Macondo, en su siesta eterna, luchando por recomponerse, por recuperar el tiempo circular interrumpido por unos magos de tres al cuarto que han pretendido hacer con la realidad una burda sesión de magia.

jueves, 1 de mayo de 2014

Desde Macondo. VIVIR EN LOS PRONOMBRES

No tengo muy claro si, tras las sucesivas leyes Educativas, con los consiguientes cambios de programa, ha quedado como estaba la clasificación de los pronombres que aprendíamos en la entonces llamada Primaria o EGB. Pero al pensar en ellos,  me sale de carrerilla eso de yo-me-mi-conmigo, tu-te-ti-contigo… Y los deliciosos versos de Salinas, “Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres!
Viene esto a cuento del bombardeo de noticias económicas en la última semana, de la EPA, el PIB hipermejorado, el IPC recuperado, el crecimiento por encima de lo esperado, los discursos triunfalistas, los brotes tan verdes que parece que vivamos en la selva esmeralda.
Ellos-se-si-consigo. Y tan contentos. Será verdad, pero para la tercera persona del singular o del plural. Nada para el yo ni para el nosotros. Ni conmigo ni con vosotros. Buenas noticias, estamos muy contentos, se está cambiando la tendencia, esto va sobre ruedas.
No sé si es más grave que no se creen trabajo y riqueza, o que se haga y pase delante de nuestras narices sin que la veamos, saltándose impunemente el orden de los pronombres. Directamente a ellos, sin pasar por el yo y el tú.
Mi corto entender, que me da apenas para recordar eso de personales, posesivos, demostrativos e indefinidos, no alcanza a explicarse las buenas nuevas que nos venden; y para colmo, mi natural desconfianza me recuerda que estamos en campaña, y que hay que analizar cada oración por separado, morfema a morfema, que en cualquiera nos la cuelan.
Hay más parados, y eso que se ha marchado mucha gente, hay menos trabajo, de peor calidad y remunerado por debajo de lo necesario para subsistir. No me sirve la teoría del pollo, tú tienes un pollo, yo ninguno, pero las estadísticas dicen que tenemos medio pollo cada uno. No se trata de ser mezquina, ni de no alegrarse porque las cosas mejoren, ni de ser aguafiestas.
Con todo lo que tenga de positivo crecer seis décimas, es obsceno mostrarse contento, exultante, instalarse en el yo olvidando el vosotros. Qué alegría más alta vivir en un pronombre que excluye a los demás. A mí me va bien, luego todo va bien.
Y una se siente como un triste pronombre indefinido: alguien, alguno, cualquiera, quienquiera…