Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 24 de agosto de 2016

Desde Macondo. LEER PARA VIVIR (MÁS)

A diario nos apabullan, por tierra, mar y aire, con anuncios y recetas para vivir más y mejor. Para sentirnos guapos por dentro y por fuera. Sabemos casi todo de los antioxidantes, del colágeno, de los alimentos “pro-activ” que nos alejan del colesterol malo y favorecen el bueno; de las mil y una soluciones naturales o químicas para evitar las varices, y las arrugas, y la flacidez, y de todo lo malo que trae la edad.
Sabemos casi todo acerca de cremas, píldoras, tratamientos con láser o yogures y probióticos varios que hacen que nuestro cuerpo funcione como un reloj. Todo, avalado por estudios de prestigiosos científicos, para que podamos digerir mejor la avalancha de bálsamos de Fierabrás que se nos viene encima nada más encender la tele u hojear cualquier revista.
No me creo nada, porque de toda la vida de Dios existen las enfermedades, y la gente se arruga y envejece. Por eso me ha emocionado encontrar un estudio diferente que sí me convence. Primero, porque me interesa y segundo, porque estoy segura de que es cierto y fiable.
Lo de menos es que lo haya llevado a cabo la prestigiosa Universidad de Yale, tras evaluar durante 12 años a 3.635 personas. Lo importante es la conclusión: Leer alarga la vida. Y cuanto más, mejor. Me tiemblan los dedos de alegría al transcribir las cifras. Los lectores de 3,5 horas a la semana de media viven un 17% más que los que no abren un libro; quienes leen más tiempo aún, un 23% más. Dos años más. Sin cirugía, sin dietas, sin píldoras, sin inyecciones. Sin sacrificios, y pasándolo maravillosamente.
El estudio no distingue entre tipos de lectura. No nos cuenta si Cervantes nos regala más tiempo que el último best-seller o que la Odisea. Si la Poesía gana a la prosa o el ensayo a la novela. Es igual. Cada letra, cada vida, cada página es vida y podemos elegir cómo pasarla. Eso sí, hablamos de libros, no de prensa, revistas o catálogos de IKEA (dicho sin segundas esto último).
Lo sospechaba y ahora me lo han confirmado. Leyendo, no sólo se vive mejor, sino que también se vive más. Cada paso que he dado por las calles de Macondo, por la ciénaga, la plantación de bananos o la estación de ferrocarril; por Comala, buscando vivos del brazo de Pedro Páramo, por la bucólica Arcadia, o el País de las Maravillas con Alicia, por las profundidades marinas con el capitán Nemo o por el asteroide B612 del Principito, por la Francia de Los Tres Mosqueteros; la Rusia nevada de Miguel Strogoff el Londres de Dickens, o la Suiza de Heidi, por los mares del Sur o los desiertos de Lawrence de Arabia, por cualquier territorio, real o de ficción contenido en un libro, me ha dado la vida.
Y ahora sé que me la ha alargado. Para seguir leyendo. Para seguir viviendo.

martes, 16 de agosto de 2016

Desde Macondo. FO(REST) IN PEACE

No me gusta que el nombre esté en inglés, aunque reconozco la oportunidad del juego de palabras en la lengua de Shakespeare. Fo(rest in Peace), bosques en paz, o descansen en paz los bosques. Y de la idea de fondo, llenar el país de cementerios para combatir los incendios forestales.
      Claro, que me hubiera gustado más que echaran mano de nuestro riquísimo idioma, lleno de evocadoras metáforas sobre los camposantos. O de nuestros poetas, de Bécquer al mejor Cernuda de “Donde habite el Olvido”. Pero esto son cosas mías, que no pueden distraer la atención del asunto principal, que resumo en un par de líneas.
      La Asociación Nacional de Bomberos Forestales ha lanzado una insólita campaña que otorga a los ayuntamientos el poder para detener la especulación urbanística tras los incendios, ahora que España arde, recién cambiadita la ley por nuestros ínclitos gobernantes, que elimina la prohibición de edificar sobre un terreno quemado durante 30 años.
       Rebuscando en la legislación española, han encontrado una fórmula para impedir muchos incendios forestales. La manera es tan sencilla como original: recalificar como cementerio aquellos terrenos arrasados por el fuego. Si hay un cementerio, no hay opción para levantar una urbanización, un vertedero, un campo de golf, una pista de esquí o un parque temático en un perímetro de 500 metros, lo que desactiva a posibles especuladores. La Ley recoge esta excepción en un rincón olvidado desde hace décadas. Es el Reglamento de Policía Sanitaria Mortuoria, de  1974., que dice textualmente que “dentro del perímetro determinado por la distancia indicada, no podrá autorizarse la construcción de viviendas o edificaciones destinadas a alojamiento humano.”
       Estaba escondido, pero ahora los forestales la quieren pregonar a los cuatro vientos.
       Y que se apunte quien quiera. Preferentemente los municipios más afectados. Que la cosa es fácil de entender. Los bosques quemados se convertirían en símbolos. Como los cementerios. Donde antes había vida, ahora ya no la hay. No hay árboles, pero tampoco ni liebres, ni pájaros, ni ciervos ni ni jabalíes. Y no hacen falta lápidas para recordarlo, que la imagen cuenta por si sola la historia de todo lo que allí ha quedado enterrado.
       Ojala se llenen de cementerios los bosques de Galicia, los de Valencia, Cataluña o Canarias, los que cualquier lugar del país en los que el fuego ha sido protagonista este verano y tantos otros.
       No se pueden plantar casas o piscinas o muros de hormigón para borrar el rastro de la muerte. Los bosques pelados y negros tienen que quedar ahí para que cada cual que pase haga un ejercicio de reflexión.
       Para que añoren la vida, hasta que vuelva a surgir. Entre tanto, descansen en paz los bosques.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Desde Macondo. HISTORIAS CON MORALEJA

No todos los cuentos acaban con el “colorín, colorado”. Tampoco, desgraciadamente, con eso de “fueron felices y comieron perdices”. Ni con la consabida moraleja, tan común en las Fábulas de Esopo y en las historias de todos los tiempos, que la literatura ha servido de siempre no sólo para entretener, sino también para instruir, informar o mejorar a los lectores. Ya ha pasado de moda lo de acabar con la frase, “la moraleja de la historia es…”. Ahora tenemos que descubrirla.
Y hay muchas historias con moraleja. En plena vorágine de Olimpiadas, cuando sabemos todo de cada delegación, de cada deporte, de cada deportista, me ha llamado poderosamente la atención una, la de una joven siria, integrante del equipo de refugiados que ha debutado este año en los Juegos por razones obvias, porque un acontecimiento así no puede obviar la realidad del mundo que vivimos.
Yusra Mardini, una jovencísima nadadora, no ha ganado ninguna medalla. Acabó su serie muy lejos de los tiempos de cabeza y no pudo pasar a la final. Es lo de menos. Estaba ahí, en Brasil, y su historia, que es probablemente de la miles de refugiados, nos deja muchas moralejas.  Huyó de Siria, su país en guerra, atravesó Líbano por tierra hasta Turquía, donde inició la travesía hacia Grecia. Una noche, se paró el bote en el que navegaba a Lesbos junto a su hermana y otros 30 refugiados de la guerra. Cuando el bote se paró, nadó durante tres horas y media hasta llegar a puerto. Mientras nadaba, pensaba en la vergüenza de morir ahogada, siendo gran nadadora.
Así lo contó al inicio de los Juegos, con una enorme sonrisa y con el brillo de la esperanza en los ojos”. No se ahogó. Llegó hasta Berlín y llamó a la puerta de un club de natación. No tenía ni bañador ni gorro de baño. Pero está en Río. No ha ganado ninguna medalla, pero ha llegado a la meta.
Hasta aquí la historia, que admite mil moralejas. La de la Justicia, la del esfuerzo, la del premio a la valentía, la de la vergüenza y el sonrojo que sentimos al conocer estos casos desde nuestro cómodo sillón viendo la tele u hojeando el periódico; la de los deportistas que ganan cifras astronómicas y cuentan con una legión de personas para mantenerlos en forma, la de las guerras que truncan vidas y proyectos, la de nuestras puertas y nuestros corazones cerrados a cal y canto…
Es una historia con final feliz. Pero quedan muchos cuentos, demasiados, en los que los protagonistas no fueron felices ni comieron perdices.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Desde Macondo. EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR


Me ha venido a la memoria, leyendo que tal día como hoy, en 1875, murió el genial cuentista Hans Christian Andersen, el relato titulado “El Traje Nuevo del Emperador”, o “El Rey desnudo”, según la traducción. Ya sabéis, ese en el que un niño con su inocencia desvela la verdad que el resto de la gente, hipócrita y complaciente, no se atrevía a decir: “¡Pero si va desnudo”!

      La versión de Andersen está basada en una historia recopilada por el infante Don Juan Manuel en el El conde Lucanor , allá por el primer tercio del Siglo XIV. Y lo mismo, aunque centrándose en la limpieza de sangre y en la obsesión por ser cristiano viejo, aparece en El retablo de las maravillas.de Cervantes, tres siglos después.

      Está claro que no aprendemos, pasen los años o los siglos que pasen. Que seguimos siendo la sociedad hipócrita, conformista o timorata, recelosa de que las cosas vayan a peor y repitiendo eso de Virgencita, que me quede como estoy.

      No sé si por hartazgo, por miedo, porque en el fondo nos preocupa perder lo poco que tenemos, o por otra razón que se me escapa, decidimos, en junio, votar casi lo mismo que en diciembre. Corregido y aumentado, en el caso del partido del Gobierno en funciones. Decidimos que, tal vez, poniendo un traje nuevo al emperador, podrían taparse las vergüenzas de mucho tiempo, y empezar una nueva era.

      Sin tener en cuenta que ni las más fastuosas sedas, ni los finos bordados con hilos de oro, ni las piedras preciosas del manto pueden tapar años y años de Gurtel, de Púnica, de discos duros martilleados, de favoritismos, de rescates a la Banca y pobres en la cuneta, de amigos enriquecidos y sociedad empobrecida, de hachazos sin piedad al estado del bienestar, de reformas laborales, educativa o de Justicia que han deteriorado, y de qué manera la calidad de nuestra democracia.

      Hemos decidido que un traje nuevo escondería bajo su brillo a los miles de trabajadores pobres, a los que trabajan un par de horas a la semana por un sueldo miserable, y cuentan como “descenso del paro”, a los que han tenido que marcharse, a los que sobreviven hasta sin subsidio, que también ahí han recortado, a los desahuciados. A los avergonzados.

      Se multiplican las voces que claman por un Gobierno. Tiene que haberlo ya. Ha pasado demasiado tiempo. Y que sugieren soluciones, que pasan siempre por la lista más votada, aunque con retoques. Con un traje nuevo. Con una buena capa, que todo lo tapa.

      Y una echa de menos la voz inocente que nos diga que el emperador va desnudo, aunque miremos hacia otro lado y nos empeñemos en creer lo contrario.