A
diario nos apabullan, por tierra, mar y aire, con anuncios y recetas
para vivir más y mejor. Para sentirnos guapos por dentro y por
fuera. Sabemos casi todo de los antioxidantes, del colágeno, de los
alimentos “pro-activ” que nos alejan del colesterol malo y
favorecen el bueno; de las mil y una soluciones naturales o químicas
para evitar las varices, y las arrugas, y la flacidez, y de todo lo
malo que trae la edad.
Sabemos
casi todo acerca de cremas, píldoras, tratamientos con láser o
yogures y probióticos varios que hacen que nuestro cuerpo funcione como un reloj.
Todo, avalado por estudios de prestigiosos científicos, para que
podamos digerir mejor la avalancha de bálsamos de Fierabrás que se
nos viene encima nada más encender la tele u hojear cualquier
revista.
No
me creo nada, porque de toda la vida de Dios existen las
enfermedades, y la gente se arruga y envejece. Por eso me ha
emocionado encontrar un estudio diferente que sí me convence.
Primero, porque me interesa y segundo, porque estoy segura de que es
cierto y fiable.
Lo
de menos es que lo haya llevado a cabo la prestigiosa Universidad de
Yale, tras evaluar durante 12 años a 3.635 personas. Lo importante
es la conclusión: Leer
alarga la vida.
Y cuanto más, mejor. Me tiemblan los dedos de alegría al
transcribir las cifras. Los lectores de 3,5 horas a la semana de
media viven un 17% más que los que no abren un libro; quienes leen
más tiempo aún, un 23% más. Dos años más. Sin cirugía,
sin dietas,
sin píldoras, sin inyecciones. Sin sacrificios, y pasándolo
maravillosamente.
El
estudio no distingue entre tipos de lectura. No nos cuenta si
Cervantes nos regala más tiempo que el último best-seller o que la
Odisea. Si la Poesía gana a la prosa o el ensayo a la novela. Es
igual. Cada letra, cada vida, cada página es vida y podemos elegir
cómo pasarla. Eso sí, hablamos de libros, no de prensa, revistas o
catálogos de IKEA (dicho sin segundas esto último).
Lo
sospechaba y ahora me lo han confirmado. Leyendo, no sólo se vive
mejor, sino que también se vive más. Cada paso que he dado por las
calles de Macondo, por la ciénaga, la plantación de bananos o la
estación de ferrocarril; por Comala, buscando vivos del brazo de
Pedro Páramo, por la bucólica Arcadia, o el País de las Maravillas
con Alicia, por las profundidades marinas con el capitán Nemo o por
el asteroide B612 del Principito, por la Francia de Los Tres
Mosqueteros; la Rusia nevada de Miguel Strogoff el Londres de
Dickens, o la Suiza de Heidi, por los mares del Sur o los desiertos
de Lawrence de Arabia, por cualquier territorio, real o de ficción
contenido en un libro, me ha dado la vida.
Y
ahora sé que me la ha alargado. Para seguir leyendo. Para seguir
viviendo.