Y hay muchas
historias con moraleja. En plena vorágine de Olimpiadas, cuando sabemos todo de
cada delegación, de cada deporte, de cada deportista, me ha llamado
poderosamente la atención una, la de una joven siria, integrante del equipo de refugiados
que ha debutado este año en los Juegos por razones obvias, porque un
acontecimiento así no puede obviar la realidad del mundo que vivimos.
Yusra Mardini, una
jovencísima nadadora, no ha ganado ninguna medalla. Acabó su serie muy lejos de
los tiempos de cabeza y no pudo pasar a la final. Es lo de menos. Estaba ahí,
en Brasil, y su historia, que es probablemente de la miles de refugiados, nos
deja muchas moralejas. Huyó de
Siria, su país en guerra, atravesó Líbano por tierra hasta Turquía, donde inició
la travesía hacia Grecia. Una noche, se paró el bote en el que navegaba a
Lesbos junto a su hermana y otros 30 refugiados de la guerra. Cuando el bote se
paró, nadó durante tres horas y media hasta llegar a puerto. Mientras nadaba,
pensaba en la vergüenza de morir ahogada, siendo gran nadadora.
Así lo contó al inicio de los Juegos, con una enorme sonrisa y con el
brillo de la esperanza en los ojos”. No se ahogó. Llegó hasta Berlín y llamó a
la puerta de un club de natación. No tenía ni bañador ni gorro de baño. Pero
está en Río. No ha ganado ninguna medalla, pero ha llegado a la meta.
Hasta aquí la historia, que admite mil moralejas. La de la Justicia, la
del esfuerzo, la del premio a la valentía, la de la vergüenza y el sonrojo que
sentimos al conocer estos casos desde nuestro cómodo sillón viendo la tele u
hojeando el periódico; la de los deportistas que ganan cifras astronómicas y
cuentan con una legión de personas para mantenerlos en forma, la de las guerras
que truncan vidas y proyectos, la de nuestras puertas y nuestros corazones
cerrados a cal y canto…
Es una historia con final feliz. Pero quedan muchos cuentos, demasiados,
en los que los protagonistas no fueron felices ni comieron perdices.
Tremendo! Lo comparto
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