Suenan tambores de guerra y el ruido
ensordecedor tapa-de momento-el resto de los sonidos. El de la crisis, las
corrupciones, la cuesta de septiembre que se suma a la de todo el año, el
inicio del curso sin becas, las listas de espera alargadas al infinito, el
drama de los parados, la enfermedad terminal de la democracia, el déficit, la
deuda…
Todo calla porque nos aprestamos a
vivir otra “operación relámpago” en directo y no habrá más colores en nuestro
universo que el negro de la noche, del humo y de la pólvora, el rojo de la
sangre, el verde de los soldados y el brillante plateado de los aviones. No a
la guerra.
Condenando todo lo que de condenable
tiene el presunto ataque con armas químicas y las masacres contra civiles
indefensos, y dando por sentado que no sé nada de estrategias, no alcanzo a
entender porqué ahora, qué diferencia existe entre los miles de muertos
acumulados en los dos últimos años, y que nos han mostrado ampliamente los
medios de comunicación, y los muertos de la semana pasada. No sé ustedes, pero
yo he visto grabaciones de fosas comunes, de niños tiroteados, de familias
enteras aplastadas bajo escombros, de ejecuciones salvajes…Así durante meses y
meses, ante la impasibilidad de la ONU. Tristes guerras,
tristes armas si no son las palabras.
Pero ahora suenan tambores de
guerra. Tal vez cuando lean esto, hayan empezado los bombardeos. De lo que no
me cabe duda es que no habrán terminado. Todos tenemos muy frescas en la
memoria historias como las de Irak o Afganistán. Que no son historia, que son
actualidad muchos años después.
Y ahora, con miles de muertos y
millones de refugiados sobre la mesa, alguien ha decidido que es el momento. Algo
tendrá que ver el que las Bolsas se desplomen y suba el petróleo ante el
inminente ataque a Siria. En un mundo en crisis, con el hambre y la
desesperación campando por sus respetos, me parece obsceno gastar un solo
céntimo en batallas. Y no digo nada en vidas humanas.
El coronel Buendía participó en 32
guerras hasta que se convenció de que no había liberales ni conservadores, que
sólo se luchaba por el poder. Entonces, firmó la rendición, se retiró a Macondo
y se sentó a ver pasar su entierro.
Poco más podemos hacer nosotros. Los
amos del mundo han decidido que olvidemos nuestras miserias por el momento o
que las sobrellevemos pensando que siempre hay algo peor a la vuelta de la
esquina. Y la guerra es el peor de todos los horrores.