Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

lunes, 26 de septiembre de 2011

55 DIAS EN MADRID

Ya está hecho. Porque dicho, hace mucho tiempo que estaba. Pero está escrito, y eso va a misa. Al presidente Zapatero le quedan exactamente 55 días en Madrid, antes de retirarse a sus cuarteles leoneses, según se dice por ahí.
En 55 días (más los que esté en funciones, que es estar sin estar), dejaremos de hablar de él, de echarle la culpa de todo, de tenerlo a todas horas en el salón de casa, en el ascensor, en la terraza del bar, como aperitivo imprescindible de la cerveza; en la peluquería, en el Metro o en los paseos al sol. Simplemente, se esfumará.
Claro que, durante unos meses, oiremos eso de la herencia que ha dejado, que por su culpa estamos como estamos, que ha sido el peor presidente de la Historia, que... Todo eso se irá difuminando con el tiempo, se irá volviendo borroso en la memoria, se desdibujará poco a poco hasta que no reconozcamos la imagen. Hasta que sólo lo encontremos en la hemeroteca o tecleando su nombre en el Google.
Es la condición humana. Relegamos a un rincón de la memoria lo que un día nos ilusionó, lo que nos llenó de alegría, lo que aplaudimos, y dejamos en primer plano lo negativo, los errores-pequeños y grandes-, para justificar el alejamiento y el olvido.
No voy a malgastar palabras para contar los fallos de bulto que ha tenido este presidente en tiempo de descuento. Tampoco para justificarlo hablando de crisis global, de situación similar en países con gobiernos de izquierdas y derechas, y hasta de países sin gobierno. Ni siquiera hablaré de talante.
En 55 días, dará igual lo que se diga o se haya dicho. Hoy me quedo con la imagen, ya borrosa, de un hombre que llegó con ilusión, del que todos hemos opinado y que sólo espera que la Historia lo juzgue.

martes, 13 de septiembre de 2011

NOSOTROS, LOS DE ENTONCES.

Entonces, septiembre siempre era un comienzo. Agridulce, sí, porque pesaba el recuerdo del verano salvaje y libre. Pero era un comienzo. Era la vuelta a las aulas, zapatos nuevos (Gorila, con la pelotita verde), era ordenar apresuradamente las vivencias y las anécdotas de vacaciones que se agolpaban en la cabeza atropellándose para ser contadas; era la mezcla de temor a lo desconocido y de ansia por conocer.
Septiembre era cartera nueva o heredada de tu hermana, lápices aún sin morder y cuadernos a veces reciclados y, con suerte, sin dos rayas. Eso era de pequeños.
Era la Virgen y el comienzo de la vendimia, el olor a mosto por las calles y los remolques cargados que, a menudo, nos regalaban un racimo de uva magullada y sucia de tierra.
Era el mes con mayúsculas, el mes por excelencia, porque en septiembre empezaba todo. Hasta las Navidades, que veíamos ya tan cerca...
Crecimos, y septiembre siguió siendo el principio. El Instituto empezaba en octubre y la Universidad, a veces casi en noviembre. Pero ningún mes podía quitarle el protagonismo. El otoño, el curso político, la vuelta al trabajo tras el verano, los días más cortos, las noches más largas...
He amado y odiado septiembre casi por igual en las distintas etapas de mi vida y hoy... No sé lo que siento. Es un septiembre raro, que tiene más de final que de principio en todo.
El año político empieza(sigue)crispado, las aulas están revueltas, no hay sensación de comienzo de nada y, tal vez por eso, hayan venido a mi memoria esos otros septiembres, los que eran como debían ser. Los de entonces.
Ni ellos, ni nosotros, somos ya los mismos.

jueves, 1 de septiembre de 2011

SOUVENIRS

Tengo sobre la mesa, en montoncitos, separados por amigos, familia etc, los souvenirs que han venido conmigo de mi último viaje. No son demasiado horribles (no compro compulsiva mente, siempre pienso si me gustaría tener uno de esos objetos en mi casa, antes de "largárselos" a nadie). Pero, al fin y al cabo, son lo que alguien, muy acertadamente, ha dado en llamar "pongos" (por aquello de ¿y esto dónde coño lo pongo?).
Hace un par de meses, durante uno de mis escasos furores de limpieza doméstica, desaparecieron de mis estanterías docenas de ceniceros, muñecos, cajitas, joyeritos, figuras típicas, llaveros y mil lindezas más procedentes de los cuatro puntos cardinales, y atesorados durante varias décadas. Me quedé con lo justo, con lo realmente bonito y con lo horroroso que tiene algún significado especial, y que es firme candidato a "viajar" en la próxima limpieza, porque los significados especiales también se diluyen con el tiempo ( o ya nada significa nada).
Y aquí estoy. Mirando los renos de Finlandia, las matrioskhas rusas y la minibotella de vodka estonio. Y el ámbar del Báltico. Y las tres acuarelas que reservo para mí, y que engrosarán mi modesta colección de cuadros que me transportan a otros mundos sólo mirando durante horas las paredes.
Es la incógnita tras cada viaje. Intento justificarme con eso de que lo importante es que te has acordado de la familia, de los amigos; que te has esforzado en buscar lo menos friki; que has comprado "personalizando", no al buen tuntún y que, seguro, seguro, que tus regalos no serán víctimas inocentes de limpiezas generales.
Al fin y al cabo, siempre nos han dicho que la intención es lo que cuenta. Y os juro que no tengo malas intenciones.