Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 26 de marzo de 2015

Desde Macondo. LA DROGA DE LA JUSTICIA


Como si fuera el argumento de la novela de Huxley, Un Mundo Feliz, resulta que los investigadores de una universidad americana han encontrado una droga, legal, que vuelve más justo y más igualitario a quien la toma. Tolcapona se llama la pastillita, y ha utilizado, hasta ahora, para tratar enfermos de parkinson. Digo hasta ahora porque, una vez conocidas sus bondades, deberían empezar a producirla por toneladas.
Al parecer, cuando se ingiere esta sustancia aumentan los niveles de dopamina en la corteza prefrontal del cerebro, lo que  hace que las personas tengan una mayor tendencia a repartir recursos de una manera más equitativa.
Ya estamos tardando en ponerla en circulación. Con receta y hasta con copago. Aunque claro, los que deberían tomar sobredosis de tolcapona no son precisamente los que tienen problemas para pagar los medicamentos.
Ya lo estoy viendo. Como el soma de Un Mundo Feliz. No sólo en pastillas, sino añadida a cualquier alimento, helados de soma, café con soma, agua con soma. Pues lo mismo, pero con la nueva sustancia.
A todos nos vendría bien pero, obviamente, en dosis distintas. Para algunos, a calderadas. Y cambiando la posología según el momento, que no es lo mismo la hora de hacer presupuestos, de fijar salarios base, de decidir la cuantía de las prestaciones por desempleo o la subida de impuestos que el reparto de la comida en casa o la asignación semanal a los niños.
No digo nada de la cantidad que tendrían que tragarse banqueros, grandes empresarios y demás para no tener tentaciones de idear preferentes, jueguecitos financieros para eludir al fisco y viajes a paraísos fiscales o a Andorra, que está más cerca.
Igual se daba la vuelta la infame estadística que nos cuenta que las 85 personas con mayor fortuna del mundo tienen tanta riqueza como la mitad más pobre de la población mundial. O que  las tres personas más ricas del mundo podrían pasarse unos 200 años gastándose un millón de dólares al día... y aún así seguirían siendo ricos.  Y sin ir más lejos,  en España los 20 más ricos poseen tanto como el 30% más pobre de la población, unos 14 millones de personas.
Es ciencia ficción, ya lo sé. Si hubieran de inventar algo, seguro que sería para callarnos la boca, para atontarnos más aún. Sería como el soma de Huxley, un solo gramo servía para curar diez sentimientos melancólicos y tenía además  “todas las ventajas del cristianismo y del alcohol, sin ninguno de sus efectos secundarios”.
El mundo seguiría siendo injusto y desigual, pero nos quejaríamos menos.

jueves, 19 de marzo de 2015

Desde Macondo. REBELIÓN EN LA GRANJA

Llegados a este punto, y cuando ya hemos sobrepasado con largueza los límites de la paciencia, de la generosidad, del conformismo, creo que ha llegado el momento de admitir que tenía razón el burro Benjamín de “Rebelión en la Granja”, de Orwell, “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”. Y hay que ser burro para no entenderlo. O para tragar con ello.
          Creíamos haber hecho la revolución convirtiendo la granja opresiva y feudal en un paraíso de libertades, igualdad, democracia, bienestar… Habíamos expulsado al tirano, y nos habíamos dotado de siete mandamientos, no hacían falta más, proclaman do que todos éramos iguales y teníamos los mismos derechos. Y en esa creencia trabajamos sin descanso a favor de la granja-país, que era tanto como decir en nuestro propio provecho, en el de todos.
          No sabemos en qué momento los cerdos (con perdón, pero así es en el libro), fueron arañando cachitos de poder, más y más hasta llegar al todo. Primero empezaron a controlar la comida y los medios de producción, a organizar los turnos de trabajo, a decidir quien hacía qué; después se rodearon de perros para asegurarse que nadie desobedecía sus designios. Y con todo controlado, decidieron reducir las raciones de alimento para ahorrar en petróleo y aumentar los beneficios. Pero ellos seguían engordando…
          Uno a uno fueron incumpliendo los siete mandamientos de la revolución, caminar a cuatro patas, nunca a dos, como los hombres, no dormir con sábanas, no usar ropa, no beber alcohol, no enfrentarse con sus iguales…Los cerdos, encabezados por Napoleón, decidieron que ovejas y aves eran simplemente tontas, clase obrera destinada a obedecer sin rechistar por una cada vez más menguada ración de comida; que el caballo, grande y fuerte, tenía que trabajar hasta la extenuación, que los perros estaban para salvaguardar sus riquezas, cada vez mayores, porque la granja iba viento en popa. La rebelión había sido todo un éxito.
          Creo que Orwell, que conoció bien España, hubiera escrito el mismo libro hoy, casi sin cambiar una coma. Hicimos el milagro de llegar a la democracia tras muchos años de oscuridad y, andando el tiempo, todos los mandamientos en que se asentaba se han ido al cuerno. Los cerdos son metáfora de banqueros, empresarios sin escrúpulos, fondos buitre, sicavs y políticos rendidos al poder del dinero que han olvidado los principios fundamentales de la rebelión y nos han condenado a todos a ser ovejas o gallinas a las que echan un puñado de pienso para que subsistan.
          Durante un tiempo hemos vivido el espejismo de la democracia sin darnos cuenta de que algunos iban engordando y engordando, tomando posiciones, ocupando la cama, el tractor y el surtidor de petróleo, situando estratégicamente a los perros para que nadie se mueva y dejando reducida a cenizas la revolución que un día nos ilusionó.
          Y hoy, como el burro Benjamín, sólo podemos decir eso de que se ha cambiado el séptimo mandamiento. Todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Desde Macondo. LA GRAN RAMERA

Como en el Apocalipsis de San Juan, Babilonia vuelve a ser la Gran Ramera; como en el Antiguo Testamento, otras ciudades de la antigua Mesopotamia, de la cuna de la civilización, sufrirán por sus presuntos pecados, “Y extenderá su mano sobre el norte, y destruirá a Asiria, y convertirá a Nínive en asolamiento y en sequedal como un desierto”. Esto fue escrito hace un par de miles de años, y andando el tiempo, vuelve a hacerse realidad.
        Las espeluznantes imágenes de los hombres del llamado Ejército Islámico, excavadoras y radiales en ristre, asolando los sitios arqueológicos de Nimrud, de Hatra, capital de los partos, de la antigua Nínive, que fue punto de encuentro de Oriente y Occidente, de Dur Sharrukin, del Museo de Mosul, de los toros alados, de las esfinges, han vuelto a traer a mi memoria la historia que tanto me gustaba, la de las antiguas civilizaciones, llenas de nombres míticos como Nabucodonosor, Asurbanipal y su gran biblioteca, Hanmurabi y el primer Código que se conoce, las tabillas de esculturas cuneiformes, los zigurats, los grandes templos y palacios…Con cada martillazo, con cada avance de las palas, se me han ido cayendo mitos.
        La famosa “estela del banquete” de Nimrod, en la que se narra la fiesta por el final de la construcción de la ciudad, con 47.000 invitados, en la que el Rey dice eso de “durante 10 días los festejé, les di de beber vino, los bañé, los ungí y los honré”. Nada difícil imaginar la vida en esos lugares, con alto nivel cultural, con lujos y riquezas, que luego la Biblia nos muestra como sitios de lujuria, lascivia y soberbia, con adoradores de ídolos como Assur o Isthar, dioses tan respetables como otros, digo yo.
        Y en pleno siglo XXI, otros “apocalípticos” deciden que hay que acabar con los lugares de pecado y con todo lo que contuvieren, ya sean libros, estelas, estatuas, esfinges o ruinas. Se arrogan el derecho, en nombre de su religión, o de la interpretación que hacen de ella, de borrar de un plumazo la Historia, de quitarnos a nosotros, y a las generaciones venideras, la posibilidad de soñar con los jardines colgantes de Babilonia, con los leones con cabeza humana o los toros alados guardando las puertas de los templos, de imaginar a Alejandro Magno boquiabierto ante el lujo de los palacios…
        Ninguna religión puede arrogarse el derecho de ser la única, la auténtica y la que tiene el poder de su dios, sea el que sea, para pasar a fuego y reducir a cenizas, cual si fueran Sodoma y Gomorra, a las antiguas culturas que nos han hecho como somos.
        El mundo no puede permanecer impasible. La Gran Ramera de hoy no es la Babilonia arrasada, es la ONU, que mira hacia otro lado cuando no hay intereses económicos de por medio, pero que se apresura en montar un ejército si lo que peligra es el petróleo.
        Y que le importa un pimiento que la antigua Mesopotamia quede reducida a los libros. A los que no han quemado.
 

martes, 3 de marzo de 2015

Desde Macondo. HISTORIA SAGRADA

No sé en qué momento la Historia Sagrada pasó a llamarse Religión. Como asignatura, digo. A mí no me tocó, pero recuerdo ver en casa unos libros rojos con portadas tremendas, un ojo vigilante metido en un triángulo,  o un Dios barbudo suspendido en las nubes y señalándote con un dedo amenazante, o un Moisés andrajoso sosteniendo las tablas de la Ley. El interior era más amable, muchas imágenes, vidas de santos de lo más entretenidas, aunque de cuando en cuando se colara un infierno pavoroso o la terrible estampa de Sodoma y Gomorra, con la desgraciada mujer de Lot convertida en estatua de sal.
Yo estudié Religión, que eran dos libros por falta de uno, porque había que tener también el Catecismo, ese que te hacía preguntas y las respondía en la siguiente línea “¿Eres cristiano? Sí, soy cristiano por la gracia de Dios”; “¿Quién es Dios? - Dios es nuestro Padre, que está en los cielos; Creador y Señor de todas las cosas, que premia a los buenos y castiga a los malos”. Aún me acuerdo, la de veces que lo leería, y eso que religión fue la primera asignatura que yo suspendí en el Bachillerato, y que acompañó a Dibujo y Formación del Espíritu Nacional en los tres únicos borrones de mi expediente académico, carrera universitaria incluida.
Caí en la trampa de considerarla una “maría” (como a las otras dos), y de dedicarme a la Lengua, las Ciencias, la Historia… Lo que yo consideraba realmente importante, lo que tenía que aprobar sí o sí para lo que entonces se llamaba “tener buena base” que me permitiera seguir avanzando.
Y ahora vuelve. La Religión como materia evaluable, que cuenta en el currículum, que sirve para la media y cuyo desarrollo ocupa nada menos que 23 páginas en el Boletín Oficial del Estado, al que sólo le falta poner los horarios de Misa. Vuelve el dedo amenazante de Dios, “sin el que no podemos alcanzar la felicidad”, que lo dice el programa; vuelven Adán y Eva desplazando a los dinosaurios, que ya teníamos incorporados a las etapas de la evolución; vuelven los siete días de la creación, que eso del big bang y las teorías del nacimiento del Universo es cosa de modernos descreídos.
No tengo nada en contra de que cada cual crea lo que quiera, y parafraseando a Voltaire, defendería con unas y dientes el derecho a que lo hagan. Pero esto no es el caso. Esto es la vuelta al nacional catolicismo, a la religión por obligación despreciando la Constitución, que nos proclama como estado aconfesional.  Sin hablar, que es lo más indignante, de que hemos dejado en manos de los obispos el temario y la selección de profesores que, por si alguien no lo sabe, pagamos todos, cristianos o no, y que cuestan setecientos millones de euros cada año.
Catecismo viene de dos términos griegos que, unidos, significan “sonar dentro”, y que podría traducirse libremente como “adoctrinar”. Y hay un sitio para eso, para impartir doctrina, Todas las religiones lo tienen, las madrasas islámicas, las escuelas coránicas, las sinagogas.
Aquí se llama catequesis. Y en eso debería quedar.