Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

martes, 24 de enero de 2012

LA VIDA EN MINÚSCULAS

Poco a poco (más deprisa de lo que quisiéramos), se van cayendo las mayúsculas de la vida. La V de vanidad, la I de impaciencia, la D, de deprisa, la A, de ambición.
Se caen estas y otras muchas letras capitales. Y surgen el vacío, la indiferencia, la duda, la ausencia; y el viaje sin retorno, los interrogantes sin respuesta, el dolor, a veces gratuito y lo absurdo de muchas mayúsculas, que no eran tan importantes porque, al fin y al cabo, la vida se escribe en minúsculas, sin resaltar, sin negritas y a un cuerpo pequeño, como son en realidad las cosas que nos parecían brillantes y enormes.
Tras una semana de entierros y adioses, de noticias de enfermedades y de malos augurios, casi sin querer, se pasa revista al relato de tu vida.
Se ha corrido la tinta, por acción del tiempo, y muchas de las páginas importantes hace unos años, ahora queda borroso, desdibujado. En minúsculas. Muchos conceptos claves han desaparecido del diccionario, por obsoletos o por falta de uso. Muchas de las mayúsculas, ya no son nombres propios. Son genéricos, comunes.
Y el camino ya no es la Vía Láctea, iluminada para ti especialmente. Son tristes farolas golpeadas por la crisis y las amarillentas bombillas de bajo consumo, que gastan menos pero no alumbran igual.
La vida se ocupa de ir enterrando tus mayúsculas bajo una capa de lugares comunes. Cambia tus presencias por ausencias, tus ilusiones por decepciones, tu fuerza en cansancio y tu presentimiento en certeza.
Y te obliga a seguir buscando mayúsculas con las que adornarla, con las que vivirla.

miércoles, 4 de enero de 2012

A SUS MAJESTADES DE ORIENTE

No digo a los Reyes, por eso de que la Monarquía anda un tanto desprestigiada. Y además, igual dirigiéndome a ellos con el máximo respeto, consigo que me hagan caso. De todas formas, ya le escribí a Mariano Noel y sólo conseguí un paquete de recortes que aún me tienen estupefacta.
Por eso escribo esta carta partiendo de la base de que será ignorada, como tantas otras. De hecho, creo que nunca en mi vida me han traído lo que quería, aunque haya habido muchas cosas buenas. Pero eso, fue hace mucho tiempo.
Sin más preámbulos, empiezo a pedir. Quiero un Mercado, para mi sola. Y una prima arrogante a la que pueda controlar en mi casa, y un banco malo. Y una jubilación a los doscientos años, y un salario recortado hasta límites impensables. Y una educación sólo para ricos, y una sanidad pagando. Faltaría más. Quiero también unos impuestos asfixiantes, y que las cosas se hagan como Dios manda, los ricos más ricos y los pobres... miserables.
Me gustaría que me trajérais unos políticos insensibles, de esos que meten la tijera con conocimiento de causa, o de los otros, que se pelean sin que nosotros saquemos nada en claro.
También me gustaría tener una Europa altiva, de esas que premia a los buenos y castiga a los malos. Si tenéis sitio, podríais incluir a una Norteamérica de bancos poderosos que nos arrastran a todos.
Ah, y media docena de agencias de calificación, que se me olvidaba. No sé si estará en vuestra mano incluir en el pedido una Iglesia poderosa, de esas que sin que nadie las haya votado influyen en todo. También la quiero, si podéis.
Y todas las llaves que cierren centros de salud, de enfermos mentales, de discapacitados, de inmigrantes, de mujeres maltratadas, de hospitales públicos, de centros de investigación...

Quiero todo eso para ponerlo en un saco y prenderle fuego, para aventar las cenizas al espacio y para que aquí, en la Tierra, quede el mundo que conocimos, y que se desmorona.
Gracias por leer mi carta, y os deseo un buen viaje por los arenales.