Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 27 de junio de 2019

Desde Macondo. EN “vox” BAJA

Por supuesto que soy partidaria de la libertad de expresión. Faltaría más. Y defiendo de la primera a la última letra esa máxima atribuida a Voltaire, ‘Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo’, y que en realidad, y aquí viene que ni pintada la historia, fue escrita por una mujer, la escritora británica Evelyn Beatrice Hall.
           Protesto y protestaré contra cualquier recorte al derecho de escribir, hablar, opinar libremente, aunque haya cosas que tenga que escuchar con las manos en las orejas, o que leer sin gafas o que soportar con la nariz tapada. Que eso va en el aguante de cada cual.
          Dicho esto, creo que hay cosas que se deben decir, si es firmemente lo que piensas, en “vox” baja. Nunca en sitios públicos, ni en instituciones y, mucho menos, en las todopoderosas redes sociales.
          Me explico. La sarta de salvajadas machistas difundidas por Francisco Serrano, cabeza visible de Vox en Andalucía, diputado autonómico y presidente de la formación de extrema derecha en la comunidad, serán salvajadas siempre, pero no hubieran sonado igual dichas en vox baja, es decir, en una de esas reuniones de amigotes, todos machos alfa, en una montería sólo para elegidos o en cualquier francachela, con o sin caballos, de correligionarios apostando a ver quien la dice más gorda o quien la tiene más larga.
          La sentencia sobre La Manada le ha soltado la lengua y la pluma al exjuez, que el pensamiento ya lo tenía bien aireado. Y allá cada cual, pero este país, el mundo moderno, la sociedad civilizada, no es una cacería en finca privada y donde las palabras se las lleva el viento.
          No se puede decir impunemente que "se nota que es una sentencia dictada por la turba feminista supremacista", o que "hasta un gatillazo o no haber estado a la altura de lo esperado por la mujer, podría terminar con el impotente en prisión", o que “nos encontramos ante una paradoja "progre" según la cual "la relación más segura entre un hombre y una mujer, será únicamente a través de la prostitución”, porque sale más barato acostarse con una mujer pagando que gratis…
          En fin, entiendo que no se pueda callar, que decir estas burradas es lo que le pide el cuerpo; y que no se pueda morder la lengua, porque se envenenaría. No entenderé nunca que personas así ocupen ni el último lugar en las instituciones. Y mucho menos que no se limiten a lanzar su veneno en vox baja.

domingo, 23 de junio de 2019

AQUELLAS PEQUEÑAS COSAS

No sé si será leyenda urbana eso de que cuando los judíos se vieron obligados a abandonar el país a resultas de la decisión de los Reyes Católicos de expulsarlos en 1492, se llevaron consigo las llaves de sus casas con la esperanza de algún día poder volver.  Y que esas llaves han permanecido durante siglos en la mente de los sefardíes y sus descendientes en la diáspora que les llevó por todas partes, desde el Norte de África a Estambul, Centroeuropa e incluso el Nuevo Mundo.
          Es fácil imaginar a aquellas familias, marchando apresuradamente con lo imprescindible, dejando detrás de la puerta su vida entera, y la de muchas generaciones. Echando la llave al pasado y al presente, pero resistiéndose a cerrar el futuro.
          Me he acordado de una novela que leí hace tiempo acerca de un judío que, en nuestros días, buscaba su casa en Toledo. O en Cáceres. No tenía más referencia que el nombre de la ciudad y esa llave, guardada celosamente por su familia desde el Siglo XV y que, obviamente, no encajaba en ninguna cerradura.
          Esta semana hemos ¿celebrado? el Día Mundial del Refugiado. Una cifra mareante de millones de personas que por guerras, persecuciones étnicas, por hambrunas, por sequías,  o por las fuerzas de la naturaleza, vagan por el mundo expulsados de sus casas, de sus raíces, de su forma de vida.
          Setenta millones, creo. Podían ser cuarenta o noventa. O doscientos, que ya nos hemos hecho a los fríos números, y tampoco nos alteran demasiado. Decimos qué horror, o cualquier otra obviedad, y pasamos a la siguiente noticia. Lo que de verdad altera, o debería alterarnos, son las historias particulares, lo que hay detrás de cada puerta que se cierra, de cada llave o recuerdo que esa familia lleva consigo, con la amarga sensación de que será lo único que les quede en adelante.
          He leído por alguna parte un artículo dedicado a niños refugiados de Siria, a los que la guerra ha repartido por todo el mundo. Muchos son ahora adolescentes, y salieron muy pequeños de su tierra. Tan pequeños que tienen que aferrarse a un peluche, a una muñeca, a la mantita que tejió su abuela, a la mochila en la que llevaba sus libros y la merienda al cole, al perro que ladraba cuando había pilas… Una de las niñas, Rudaina, de 11 años, tiene las llaves de su casa y asegura que será quien abra la puerta cuando vuelvan.
          La mayor parte de ellos no recuerdan cómo era su país, pero estas cosas son una conexión con su pasado y les recuerdan que hubo otra vida, aunque les quede muy lejos.  Igual pensando así, en singular, en la importancia de las cosas pequeñas, nos sea más fácil comprender todo el horror que encierra esa cifra de millones de refugiados.
          Todos guardamos tonterías que nos recuerdan una época, un momento feliz, un amor o un desamor, una persona que ya no está…. Son aquellas pequeñas cosas que nos cantaba Serrat, y que hacen que lloremos cuando nadie nos ve.
          Mientras, nos dan lecciones un puñado de niños que sólo tienen una muñeca, un oso de peluche o unas llaves que no abren ninguna puerta para afrontar el futuro. Ojalá pudieran abrir los corazones.

jueves, 20 de junio de 2019

Desde Macondo. SOLIDARIDAD FATIGADA


El prestigioso Informe Foessa de Cáritas nos acaba de pasar la factura de la crisis. O la “fractura”, que afirma que son 8,5 millones las personas excluidas en España, 1,2 millones más que hace una década. Me ahorro y os ahorro los comentarios oficiales (en uno u otro sentido) sobre el tema. Cada día me resulta más inquietante la proliferación de discursos  paternalistas, comprensivos, caritativos… Estamos entrando en el peligroso terreno de sustituir la justicia social por las limosnas.  Ya saben eso de que la caridad es vertical, siempre se hace de arriba abajo, mientras que la solidaridad es horizontal, es entre iguales.
          Lo que realmente me ha inquietado es que el informe pone, con todas las letras, que advierte de "una sociedad estancada" que provoca una "fatiga de la solidaridad", una cierta fatiga de la compasión, que está generando "perfiles críticos con las ayudas sociales". Traducido,  la mitad de la población expresa que ahora ayudaría menos que hace diez años.
          Puede que aún nos haga sentir más o menos bien regalar la ropa que sobra en los armarios, la que ha pasado de moda o nos recuerda tiempos en que los años y las penas no se acumulaban en la cintura; o donar puntualmente el kilo de garbanzos, o la botella de aceite. Todo eso está muy bien, y es indudable que ayudan a paliar situaciones muy graves. Ha ayudado a mantener cierta falsa paz social, a que no se rebelen los hambrientos y los excluidos, a que los desesperados aguanten unos días más su desesperación. Y por supuesto, ha mantenido nuestras conciencias más o menos tranquilas.
          Pero todo se acaba, y parece que esto, también.  Ahora lo dice Cáritas, y supongo que en breve saldrán con lo mismo Cruz Roja, las asociaciones de todo tipo que, con más o menos publicidad sobre sus bondades  están ahí  día a día, a los voluntarios que dejan su tiempo  y su energía en una labor tan ingrata.
          Resulta que la solidaridad cansa. También la caridad, que para los poco solidarios, es una virtud cristiana que el diccionario define además como “Limosna que se da, o auxilio que se presta a los necesitados”. Me rebela el término limosna, pero me entristece profundamente que la solidaridad vaya a entrar en la categoría de palabras moribundas.
          Bien es verdad que muchas personas que han conseguido salir adelante, echando una mano además a quienes no han tenido la misma suerte, temen volver e uno u otro momento a tan dura situación porque, excluyendo a los que se han plantado en 2019 con un montón de millones más de los que tenían, la mayor parte aún andamos renqueando y sin divisar con claridad la meta. Todos hemos oído eso de “para ayudar estoy yo…”.
          Estamos cansados. Vale.  Pero no podemos entrar de nuevo en las limosnas puntuales, dejando de lado, por una parte la solidaridad y por otra, la justicia social.  Que las cifras marean y no se puede mirar hacia otro lado. Hay que sobreponerse al cansancio y seguir siendo solidarios.  Seguir tendiendo la mano entre iguales.   Porque “Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse”. Lo dijo Gabo.
 

domingo, 16 de junio de 2019

SEGUIMOS SIENDO. (¡Kachkaniraqmi!)


No he bebido. Ni me ha pasado un gato por encima del teclado. Esta conjunción imposible de letras corresponde a un saludo quechua, lengua que se sigue hablando en varios lugares de América.

          Hay una zona en Perú, en el corazón de los Andes, que se convirtió en el último reducto de los chankas, tribu posteriormente asimilada al vasto imperio inca. José María Arguedas, escritor peruano y natural precisamente de aquella parte del Perú, nos recuerda que existe en el quechua chanka un término sumamente expresivo y muy común.  Cuando un individuo quiere expresar que a pesar de todo aún es, que existe todavía, dice: ¡Kachkaniraqmi!”. Una sola palabra para decir un montón de cosas. Para el reencuentro con un ser querido después de mucho tiempo, para decir, de una sola vez, "sigo siendo”,”aquí estoy de nuevo”,”pese a todo, sigo vivo.

           Es una de las palabras más bonitas que contiene el pequeño diccionario quechua-castellano que compré por curiosidad en un viaje al país andino. Y como tantas otras, no tiene traducción exacta, no es un hola, o un qué tal; ni siquiera un me alegro de verte.

          Es otra cosa. Se dice repetido y entre exclamaciones, como una declaración de intenciones o una afirmación de la existencia, de la vida. Con alegría. Nada que ver con los saludos más habituales en estos últimos tiempos. Aquí estamos, aguantando como podemos. Ya ves, pues tirando. Haciendo por vivir. Estos saludos son el pan nuestro de cada día; los oímos sin cesar con sólo poner un pie en la calle, con tristeza, con cierta desgana, sin esperanza y sin firmeza. Aguantando el chaparrón.

          Y esperando el momento y las fuerzas para decir ¡Kachkaniraqmi, Kachkaniraqmi’ a todos cuantos te cruces en la calle. Será la señal de que algo ha cambiado en nuestro interior, de que la maldita crisis, y todo lo que ha venido después,  no ha podido con nuestra autoestima y nuestras ganas de seguir adelante, de que “seguimos siendo”.

          Guardamos palabras para no olvidarlas. A veces demasiadas, que pesan poco y ocupan menos. En un rincón secreto esperan pacientemente términos como amor, solidaridad, justicia, honestidad, compromiso, pan, risa o futuro. Son las precisas, descartando  las demasiado floridas, las desteñidas por el abuso, las carentes de verdad y las confusas, las vacías y las que se han convertido en tópicos.

          Pero hay palabras que te persiguen, que se quedan por ahí, en algún pliegue del alma, esperando el momento preciso, el de agarrar la esperanza por los pelos y exclamar. ¡Kachkaniraqmi!.

domingo, 9 de junio de 2019

Desde Macondo. PACTOLOGÍA Y LETRAS

No es una disciplina que venga en el catálogo de estudios universitarios; ni en uno de esos carísimos másters de los centros privados o de fundaciones tipo FAES que gustan de dar clases de lo más insospechado. Ni tan siquiera está en uno de los socorridos módulos a los que acuden quienes, por falta de ganas o de medios, intentan estudiar algo para salir del paso.
          La Pactología no se estudia, ni siquiera existe, con lo bien que vendría ahora un cursillo, aunque fuera acelerado, viendo lo que se nos avecina, y ante la posibilidad de que nos encontremos ayuntamientos,  comunidades y hasta países paralizados, bloqueados y ocupados en asuntos que no son los fundamentales, los importantes y los urgentes. Y no está la cosa para muchas demoras.
          Se ha empezado a conjugar el verbo pactar cuando ya figuraba entre las palabras moribundas en el diccionario, las que, por desuso, están a punto de ser retiradas y nadie recuerda bien su significado primigenio. Cuando a nadie se le ha ocurrido incluir la “Pactología” entre los estudios fundamentales para quienes quieran dedicarse al noble oficio de servir al ciudadano. Esto no es guasa. Lo de noble, digo.
          Podría montarse un plan de estudios en un pis pas, que tampoco hay que ser un genio para decidir qué asignaturas tendrían que incluirse en el programa. La primera, servicio público, definición, objetivos, finalidad…La segunda, altura de miras. Fácil, en un par de párrafos puede explicarse que es no mirarse al ombligo ni mirar a los sillones o a los ceros del cheque. Y habría que incluir varios capítulos de solidaridad, de empatía, de “piel”, que diría algún defenestrado dirigente del PP, amén de nociones de geografía humana, para conocer no sólo las ciudades y los pueblos que van a gobernar, sino especialmente a las personas, para compartir con ellas alegrías y tristezas. Comprensión, talante, generosidad, facilidad para el diálogo y cintura política también serían materias a computar.
          Pero nadie podría aprobar Pactología si no pone en primer lugar a las personas. Por encima de todo, de intereses de partido, de número de votos, de estrategias para las próximas elecciones, de reparto de cargos, de cálculos de posibles sillones, están las necesidades humanas. Que no son invisibles, porque se ven con los ojos del corazón, como decía el zorro al Principito, aunque el corazón no sea un órgano común en las mesas de negociaciones. Se pacta con la cabeza y se olvidan de que nosotros, los de a pie, queremos corazones que latan al tiempo de los nuestros.
          Si los pactos, además de los partidos, los hacen las personas, y esas personas se han mirado el programa de esta utópica carrera de Pactología, cuánto cambiaría la cosa.
          Lo de las “Letras”,, es un anexo para subir nota. Y de paso, no estaría mal que la maltratada Cultura también estuviera entre los temas a pactar.

ESTAR EN MEDIO (POR EL FIN DEL TRASVASE)

No nos ha servido de mucho estar en el centro de España. De nada, diría yo, escamada desde que tengo memoria con eso de ser la del medio. Soy la del medio. Seguro que muchos de vosotros sabéis lo que significa ser el hijo o el hermano del medio. Ni el mayor ni el pequeño, sin los privilegios del primero ni los mimos del último. Escuchando eso de que es mayor que tú, o no te compares con el chiquitín. Y menos mal que no estamos en la Edad Media, en la que el primogénito heredaba, el menor hacía carrera en las armas y al mediano no le quedaba otra que ser “hombre de Iglesia”, que decían entonces.
          En fin, no me quejo, porque tampoco tengo a quién echar la culpa; es lo que la madre naturaleza o el destino decidieron (colocarme tres hermanos arriba y tres debajo), con nulas posibilidades civilizadas de cambiar el orden. Es más, creo que la “medianía”, en mi caso, también tuvo sus cosas buenas, pero eso es otra historia.
          Yo quería hablar de otro “medio”, de Castilla-La Mancha y de las desgracias que nos ha acarreado estar donde estamos, en mitad del medio, como se dice por aquí. En pleno centro. Con la todopoderosa Madrid por encima, la hermana mayor, y la minúscula Murcia debajo. La pequeña. Apoyada por todo Levante, eso sí, y por parte del poder establecido, que se llama.
          Todo dádivas para la una y la otra, por las razones ya explicadas arriba. Ni hambre ni sed para ninguna. Pocos deberes y todos los derechos, unos padres injustos que no se ocupan igual de todas las criaturas que han traído al mundo y, lo peor, la resignación de la mediana. Es lo que toca.
          Ya ha tocado que nos chupen la sangre, que nos nieguen el pan y la sal, en forma de industrias, regadíos, desarrollo; que nos nieguen hasta el mar. Y toca, una vez más, que nos dejen la tierra, la lengua y el ánimo reseco y agrietado. Se vuelven a llevar el agua. Una y otra vez, hasta dejarnos sin una gota, sin sangre en las venas que lleven oxígeno a un agotado y envejecido corazón.
          En prestigiosos espacios como éste, que ocupo humildemente, hay voces mucho más autorizadas que la mía para hablar de trasvases. Y lo hacen. Pero como yo, también son los del medio e igualmente claman en el desierto.
          No hay agua en el Tajo ni en el Alberche. Los “padres” (léase patria), han decidido saciar la sed de su primer y su último retoño, de Madrid y de Levante, y ya es tiempo de que los medianos dejemos de mostrar la lastimosa lengua seca y mostremos los dientes.
          Es nuestra obligación, a falta de alguien con el criterio y el sentido de justicia del primer Buendía, que en la fundación de Macondo dispuso de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo.

lunes, 3 de junio de 2019

Desde Macondo. VIVIR SIN PLÁSTICO

Hoy por hoy, vivir sin plástico se me antoja tan difícil como vivir sin aire, que cantaba Maná. Y al igual que en la canción el ave no puede volar sin alas, ni el pez nadar sin agua o la flor crecer sin tierra, y de las mil y una evidencias de que el plástico está en lo que comemos, bebemos y en el aire que respiramos, no veo cómo acabar con el monstruo que hemos creado, y que nos engulle.
          Estamos en la “Semana Sin Plástico”. Una más, y bienvenidas sean todas las que se organicen, desde las más humildes, a nivel colegios o comunidad de vecinos, hasta las más pomposas iniciativas internacionales, que de vez en cuando, todos escuchamos los gritos de angustia de los mares y las montañas. De los suelos y los cielos. 
          Y, por supuesto, oímos, sin poner la atención que debiéramos, eso de que estamos respirando plástico, y si respiramos esas nano o macropartículas, tenemos todas las papeletas para que entren en los pulmones,  en el torrente sanguíneo, en la leche materna, o se alojen directamente en nuestras tripas. Con todo lo que eso lleve aparejado, que miedo me da pensarlo.
          Ya sé que hay mucha gente que lleva muchos años desgañitándose para que el mensaje llegara a todas partes. Para que de una punta a otra del planeta azul se vieran los fondos marinos como un inmenso vertedero. Y hasta los más recónditos rincones de las cordilleras más escarpadas. Y que somos tan tarugos que hasta nos ha molestado que nos cobren las bolsas en los supermercados o tengamos que coger la fruta de un cajón o el pan de una cesta. De los huevos, ni hablo. Qué tiempos cuando iba con la hueverita…
          Se me escapa el problema. Se me antoja una ridiculez lo de las semanas o los días sin plástico, que no son más que una gota de agua en el océano o una ráfaga de aire. Aunque todas las gotas cuenten y todos los soplos sirvan para respirar un instante más. 
          Pero todo en nuestra vida es plástico. Desde que me desperté el lunes, con el propósito de emplearme a fondo en la “Semana Sin”, y tuve que acudir, como cada día, a la ampolla (de plástico), para poder abrir el ojo, por culpa de uno de mis múltiples achaques, hasta el momento de envolver el tentempié de media mañana, reciclar aparte el tapón del cartón de leche o eliminar la botella de agua. 
          Tengo claro que no voy a comprar la fruta envasada y en barquetas (doblemente plastificada), y que, en la medida que las prisas lo pemitan, compraré la carne y el pescado fuera del odioso elemento. Y que no usaré pajitas ni platos o vasos de un solo uso, por cómodos que sean. Y… 
          Hay muchas cosas que podemos hacer. Ya lo creo. Esta semana y todas las demás. 
          Pero cómo quisiera poder vivir sin plástico.

EL CARNÉ DE BAILE

No sé si será el calor, el cansancio, el deseo de que una melodía celestial se eleve frente al griterío de los últimos tiempos. El caso es que, viendo que junio va a ser de todo menos tranquilo, que no va a ser ese mes de paso, de transición al largo y cálido verano  (y lo que te rondaré morena, que decía mi abuela), me ha dado por imaginar el país como uno de esos monumentales salones de baile en los que la nobleza arreglaba sus asuntos. 
          En pocas semanas, antes de que acabe junio, tendrán que estar constituidos ayuntamientos, instituciones provinciales y comunidades autónomas. Momento de hacer números y, (esto es un deseo) de pensar en las personas. Por el momento, vemos como nos sobrevuelan mensajitos de unos y otros; si no giras no bailo contigo; puedo bailar, pero no a costa de destrozarme los pies; no bailaré con el primero que me lo pida; el carné de baile tiene que estar sobre todos los demás, dime lo que  quieres cobrar y te diré si bailo contigo…
          Veremos qué música suena, y si no acabamos pisándonos y sin acertar. De momento, unos y otros acumulan firmas en el carné, supongo que para luego ir descartando.  Que no todo el mundo es virtuoso del vals, de la polca o del minueto, y a muchos, les suena igual toda la música y aunque no controlen los pasos, tiene muy clarito donde quieren llegar.
          Será el mes de los pactos, de los acuerdos, de los pisotones y las puñaladas traperas, de adioses airados y bienvenidas recelosas, de expectación por lo que está por venir e incluso de nostalgia por lo que se fue. De dudas sobre lo que llega y de miedo por lo que está. Y hasta puede, lo hemos visto, que se llegue a soluciones de compromiso, de esas de salvar los muebles por el momento, y a la vuelta de unos meses empiecen las mociones de censura. 
          El caso es que que todos quieren estar al frente de la orquesta que marcará el ritmo los próximos años, que todos quieren ser la estrella del baile y, para eso, tienen que tener lleno el carné de firmas, para elegir.  Alguno, cual nievo Narciso, se cree tan bello que puede bailar con dos o tres a la vez, para que nadie se quede sin sus encantos. 
          Pero vamos, que tendrán que sudar la camiseta, o los encajes y el terciopelo.  Ciudadanos ha girado tanto en la pista que ha quedado instalado en una especie de esquizofrenia de difícil salida. A los puzles de Madrid y Barcelona, les faltan piezas. O le sobran.  El PP anda lamiéndose las heridas por las esquinas y los reconquistadores, han decidido que no bailan si no salen en la foto. PSOE y Podemos se envían recaditos y quedan muchos pueblos y ciudades sin barrer. 
          No se me ocurre con qué melodía se puede acompañar todo esto. Tiene que ser a ratos dulce, enérgica y con brío, elegante, viva, alegre… Y que todos la sepan bailar.