Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 28 de marzo de 2013

Desde Macondo. OLEADAS SUCESIVAS

Seguro que a los que ya peinan canas les suena el encabezamiento de este artículo. Así nos enseñaban en la escuela las invasiones bárbaras que acaecieron en la decadencia del imperio romano. Los bárbaros llegaban “en sucesivas oleadas”. Y yo me imaginaba a los pobres hispanos asustados en sus humildes casas, viendo como pasaban los suevos, los vándalos y los alanos, entre otros, arrasando todo, separando a los hijos de sus padres, violando doncellas y quemando campos de cultivo.
         Es la Historia que nos contaron, que no tiene porqué ser la real. Y viene a cuento porque me ha dado por pensar qué se enseñará en los colegios dentro de cincuenta o cien años; qué les contarán a los alumnos acerca de esta crisis que vivieron sus abuelos o sus bisabuelos (si es que queda alguien para contarlo), y quiénes serán los héroes y los villanos del cuento.
         Según quien lo narre, los bárbaros seremos quienes hemos vivido por encima de nuestras posibilidades (el pueblo llano), o los banqueros, o los políticos ineptos,  o los empresarios codiciosos, o los “mercados” sean quienes sean estos señores, o la decadencia del Imperio de  Occidente,  si es que andando el tiempo surge un nuevo orden mundial.
         Tengo curiosidad por saber cómo explicarán la vida diaria, esperando siempre una mala noticia, un recorte, un rescate, una quita, un expolio, una nueva subida de impuestos, un desahucio, el descubrimiento de otra cuenta en Suiza, de otro enriquecimiento ilícito, de otro robo a los ciudadanos.  Los niños del mañana, con la capacidad de imaginación que les hayan dejado, pensarán como nosotros en bárbaros malgastando y dejando tierra quemada a su paso, en miedo, en dolor, en pobreza, en penurias…
         Pensarán en esas oleadas sucesivas de desgracias que hicieron la vida imposible a sus antepasados y que, en casos desesperados, los empujaron a poner fin a sus males. Les contarán, sin duda, que antes de la debacle vivían tranquilos en su casa, con plenas posibilidades de estudiar hasta en la Universidad, sin importar la clase social; de ser atendidos en la enfermedad y en los momentos difíciles; que tenían teles de plasma y hasta, una semanita al año, hacían vacaciones. Y se compadecerán, como lo hicimos nosotros a su edad pensando en los suevos, vándalos y alanos que aterrorizaban a los hombres de bien.
         La Historia lo contará. Nosotros, mientras llegamos a ser historia, aguantamos las sucesivas oleadas de atracos al estado del bienestar. Y las de malas noticias.

 

miércoles, 20 de marzo de 2013

Desde Macondo. ORO CASH

Cuando no pudo seguir peleando, el coronel Aureliano Buendía, decidió hacer pececitos de oro. Los fundía después de terminados, para después hacerlos de nuevo. Era su manera de matar el tiempo mientras esperaba a ver pasar su entierro.
         En los últimos tiempos, ya lo habrán advertido ustedes, han surgido como setas las tiendas de “Compro Oro”, o de “Oro Cash”, en su versión más internacional. Todas con fachadas amarillas y negras, simbolizando Dios sabe qué. Donde antes había un pequeño comercio o una inmobiliaria antes de pincharse la burbuja, ahora hay uno de estos negocios al que recurren ciudadanos que se ven obligados a desembarazarse de anillos, gargantillas o pulseras "para poder salvar el mes".
         No sé cuanto oro tiene la gente. Sé el que tengo yo, y que es nada, aparte de algún pendiente desparejado o un par de pequeños colgantes regalo de alguien que me quería bien pero no lo suficiente para obsequiarme con una de esas pesadas cadenas o una pulsera de siete aros, un “semanario” se llamaba en mis tiempos.
         El negocio debe ser rentable. Supongo que el precio del oro será bueno, y que quien se haya hecho con una de estas franquicias habrá hecho el agosto en estos tiempos de crisis. Pero no puedo evitar, sentimental como soy, escudriñar en las caras de quienes entran y salen de un “Oro Cash”. No puedo evitar pensar que en esa bolsa de plástico llevan esas cosas que conforman su pequeña historia, la esclava de recién nacido, regalo de la abuela, la medalla de la Comunión, con la virgen de turno; la pulsera de pedida, los pendientes que te dejó esa tía soltera, el “sello” de la graduación, el anillo de boda de tus padres o, simplemente, ese colgante que compraste en un viaje exótico para tener un recuerdo de por vida.
         Soy de bisutería, de plata, como mucho y, aún así, me costaría mucho desprenderme de algunas cosas por las que no me darían ni un euro si las llevara al siniestro establecimiento de la esquina. No sé cuántas lágrimas vale un gramo de oro, pero intuyo que muchas, porque detrás de cada joya, pequeña o grande, deben esconderse muchas tristezas. Por más que estrafalarios personajes, hombres-anuncio vestidos como el mago Merlín, nos conminen a deshacernos de esas “antiguallas” que ya no usamos.
        Quien sabe si, una vez convenientemente fundida, una parte de nuestra vida pase a convertirse en lingote atrincherado en la caja fuerte de algún poderoso.
        Supongo que esta burbuja, la del oro, también pinchará pero entre los muros de cada establecimiento se habrán quedado encerradas las angustias de mucha gente que sabe que de los recuerdos no se come, ni se paga la luz, ni el alquiler.
 

jueves, 14 de marzo de 2013

Desde Macondo. EN MINÚSCULAS

Se habrán fijado ustedes en que, salvo los habitantes de Macondo, que por derecho propio tienen lugar en este espacio, nunca hay nombres propios en esta columna. No hay nadie con mayúsculas porque, en definitiva, la vida que nos interesa a todos es la vida en minúsculas, nuestro día a día, nuestras cosas, que posiblemente son tonterías si pensamos en macroeconomía, en el mundo global, en las grandes cuentas de una gran empresa, de la Banca o del Estado.
       Son tonterías, pero son las nuestras, las que nos angustian, nos agobian, nos quitan el sueño y, de cuando en cuando (cada vez menos), nos alegran. Hay desempleo con mayúsculas, por supuesto, pero nos apena el nuestro y el de los nuestros; y hay unos gobernantes insensibles. Los nombres son lo de menos, porque están ahí, y cuando se marchen, vendrán otros que se llamen diferente, pero sean los mismos.
       Claro que nos sobrecogen las imágenes y las noticias sobre pobreza o desahucios; y tienen nombre y apellidos que olvidamos rápidamente, porque conocemos otros casos mucho más próximos, que son los que nos importan.
       Y ya no le ponemos nombre a los casos de corrupción ¿Qué más da? Hablamos de la corrupción por uno y otro lado, por la empresa, los partidos, los bancos, la Iglesia, las instituciones…  Todo en minúscula, aunque, por seguir las reglas de la ortografía deberían ser mayúsculas. Así me lo enseñaron, el cargo en minúscula, la institución en mayúscula. Gobierno y gobernantes. Presidencia y presidente. Ministerio y ministro. Banca y banqueros.
       Pero no hay reglas ortográficas que valgan en este mundo al revés. A la tontería del desempleo contestan con más recortes y varios planes ridículos desde el espacio que sea, es decir, desde gobiernos, comunidades autónomas o alcaldías. Con minúsculas, porque da igual uno que otro.
       A la pobreza la combaten con caridades y promesas a largo plazo, a la enfermedad con más dolor; a la necesidad de educación, con más recortes; a la angustiosa falta de dinero, con más cuentas en cualquier paraíso fiscal, con más dietas injustas, con más indemnizaciones millonarias a los causantes de la crisis, con más beneficio empresarial para los perpetradores de ERES…
       Todo lo demás son tonterías. En minúsculas, porque son las nuestras. Son pequeñas tragedias cuya suma arroja una cifra de escándalo, que se cita así, en abstracto. Seis millones de parados, un desahucio cada no sé cuantos minutos, un 26 por ciento de niños absolutamente pobres y otros tantos rozando la raya. Y todo sigue igual.
       Por eso no hablo de nombres propios. Da igual como se llame el gobernante de turno. Y quien tenga enfrente. Y hasta quien sea ese papa (con minúsculas), con el que ahora nos tienen entretenidos.

viernes, 8 de marzo de 2013

REGRESO AL SUR

La despertó un calor inusual y una luz brillante al abrir los ojos hinchados por el largo sueño y por otras cosas. Como en los siete días anteriores, le costó trabajo ubicarse. No reconocía la cama, estrecha y dura. Ni las sábanas ásperas, ni la ventana sin cristal, ni la cortina de tonos pardos que colgaba en el lugar que debía haber ocupado una puerta. Ni el suelo de tierra y las paredes de adobe del minúsculo cuarto. Ni el olor a pan y verduras cocidas; ni el ruido de los esquilos de las cabras ahí afuera. Ni la ropa colgada en el respaldo de la silla, el caftán y el hiyab, tan distintos de sus vaqueros y sus camisetas de colores. Ni el silencio…
         Tanteó bajo la cama y estaban ahí. Sus tres amigas. Estaba en casa y no estaba sola.
         Había hecho un largo viaje de vuelta. Un viaje extraño, tan distinto al que emprendiera doce años atrás, cuando sintió la llamada del Gran Norte, del paraíso de la riqueza, los coches, la música, los bailes, la libertad con el cuerpo y la cabeza al descubierto, el cine, los escaparates repletos de vestidos, zapatos, bolsos, libros que contaban todo y gente que reía sin tristeza en los ojos y en la comisura de los labios. Mujeres de manos suaves y hombres guapos que acariciaban con la voz y que sabían cómo hacer feliz a su pareja.
         Ese mundo estaba ahí, y la estaba llamando. Y fue. Los detalles de la odisea se habían quedado enterrados en la arena del desierto y en las terribles olas del estrecho. Y en la oscuridad de la playa de Almería, puerto de salida del futuro.
         El perpetuo dolor de riñones, los tomates y las fresas del invernadero, su primer trabajo, también estaban muy lejos. Como los interminables viñedos manchegos, tan parecidos al desierto en que nació. Como el primer hombre que la engañó y el hijo que no llegó a cuajar en su vientre inquieto. Todo eran etapas necesarias del camino hacia una nueva vida lejos del Sur. Hacia su sueño.
         Y ya estaba muy cerca. Aunque antes tuviera que pasar por una larga etapa en la soledad de un cortijo andaluz que sólo cobraba vida unas cuantas veces al año, cuando los señores decidían dar una fiesta, organizar una montería o pasar un fin de semana con amigos. O por otro par de hombres con promesas que nunca cumplieron. O por unas cuantas pesadillas más.
         El sueño empezó a tomar forma en un pueblo de Castilla, en la casa de una maestra jubilada y sola, a quien los años y  la silla de ruedas le habían respetado su vocación docente. Entre paseos, baños y guisos aprendió a leer. Conoció a la primera de sus amigas, Genoveva de Brabante, escondida en una novelita ilustrada que ahora, muchos años y muchas lecturas después, descansaba bajo su cama en buena compañía.
         Leyó y releyó las desventuras de la pobre mujer injustamente acusada de adulterio, vivió el parto de su hijo en el profundo bosque, agradeció a la corza el alimento que proporcionó a su heroína, envidió su largo pelo rubio, recogido siempre en una trenza, su  piel blanca y sus ojos azules y se emocionó hasta las lágrimas cuando el honor de Genoveva fue reparado y vivió feliz con su marido hasta el fin de sus días.
         Cuando creía que no podía haber historia más emocionante, llegó Jo, la protagonista de Mujercitas, su segundo tesoro, su segunda amiga, que desgranaba sus aventuras y desventuras en un libro reencuadernado media docena de veces y sobado por varias generaciones de alumnas de la pequeña escuela unitaria. Ella le enseñó que las mujeres podían ser libres, independientes y conseguir su sueño, aunque fuera tan inalcanzable como ser escritora, cuando a duras penas podía descifrar la lista de la compra. Pasó de largo por la hermana mayor, Meg, tradicional y haciendo siempre lo que debía, y por la dulce Beth, sólo interesada en agradar. Y por la voluble y caprichosa Amy. Su amiga de verdad era Josefina, Jo, la dura, la fuerte, la que cortó su hermosa melena para dar de comer a su familia, la que labró su propio futuro y acabó plácidamente casada con un hombre bueno.
         Y junto a ella, la amiga más preciada Anna Karenina, encerrada en un libro gordo que en principio la asustó, pero que devoró en pocos días, fascinada por la historia de amor, desamor y tragedia en un escenario que se le antojaba exótico y lejano.
         Las tres, Genoveva, Jo y Anna la acompañaron en la desolación y la desesperanza por muerte de la maestra, hicieron con ella las maletas y con ella subieron al tren camino de la gran ciudad. Con ella y con tres familias más compartieron habitación en los suburbios, bailaron en discotecas de polígonos industriales, limpiaron escaleras y atendieron ancianos, se enamoraron de quien no debían y compraron el pisito que luego se quedó el Banco.
        Y con ella decepcionada, con el sueño agotado, con el vientre y los ojos secos, emprendieron el viaje de regreso al Sur.
 

jueves, 7 de marzo de 2013

Desde Macondo. MUJERES NOTICIA

Por alguna extraña razón, las mujeres, que no ocupan habitualmente la primera página de los periódicos, ni siquiera cuando las matan, están siendo noticia recurrente en estos días. Por supuesto, tampoco es porque estemos en la semana de la Mujer, ni porque mañana sea 8 de marzo.
       Ojalá. Pero no son las mujeres de a pie las que van de boca en boca en estos días. No hablamos de las trabajadoras o desempleadas, de las supermadres que a duras penas pueden compaginar su vida laboral o familiar; ni de las desahuciadas, ni de las que han vuelto a casa tras el espejismo de la emancipación, ni de las jóvenes y sobradamente preparadas que se aferran a un mini job con mini sueldo en hamburgueserías de Alemania o de Inglaterra; ni de aquellas a las que les quita el sueño pensar qué van a poner en la tartera de su hijo al día siguiente, o cómo llenar la olla familiar.
       Las protagonistas son otras. Es la señora Bárcenas (qué curioso, no recuerdo el nombre), y su “talento” para amasar una fortuna en cuatro días;y la ministra Mato (¿o debiera decir exseñora Bárcenas), con sus ruedas de prensa sin preguntas y su frágil memoria para recordar facturas de confettis, coches de lujo y vacaciones de ensueño. O la alcaldesa de Madrid (señora de Aznar), con velo y saltándose la cola del cristo de Medinaceli. Y la infanta, señora Urdangarín, ajena a por dónde le llegan los millones a su casa. Y Fátima Báñez, con sonrisa beatífica encomendando a la virgen del Rocío la reducción de la lista del paro. O la secretaria general del partido en el Gobierno, obsequiándonos con un trabalenguas ininteligible para explicar lo inexplicable.
       Qué decir de Corinna, otra mujer noticia, que me está haciendo plantearme seriamente el teñirme de rubia, porque parece que en dicho color de pelo reside la clave de su éxito en los negocios. La lástima es que el cónclave vaticano esté cerrado a las mujeres porque, de otra forma, seguro que también habría alguna fémina que fuera noticia de primera plana. Y que aún no haya Papa nuevo para poder lucir teja y mantilla.
       No son buenos mimbres para tejer en este país nuestro el cesto del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Creo que este año lo voy a celebrar en Macondo con sus mujeres mágicas, con Úrsula, que dirige con mano de hierro a siete generaciones de Buendías; la exuberante Petra, con Fernanda del Carpio; con Santa Sofía de la Piedad, que sólo existe en el momento preciso; con la cándida prostituta Eréndira y su abuela desalmada, con Amaranta que muere virgen, y con Remedios, que asciende a los cielos tras haber llevado a la muerte a todo varón que la pretendiera.

      Con mujeres de verdad, aunque no sean noticia.


 

martes, 5 de marzo de 2013

TIEMPO DE SILENCIO

He dudado si cambiar el título de esta entrada, que tomo prestado de la excelente novela de Luís Martín Santos, por otro mucho más gráfico como "vísperas de na". Pero éste es un espacio serio, aunque alguna de las cosas que contiene parezcan de chiste. Y no por mi culpa.
Vengo a hablar de los sonidos del silencio, del clamoroso silencio, con visos de omertá que reina desde hace unas fechas en nuestro Gobierno y los  responsables del partido que lo sustenta.
Claro, que menudos díitas han tenido la pasada semana. De ahí el "vísperas de na". De días de mucho y muy poco afortunado. Después del lío Bárcenas, despedido en diferido y con indemnización simulada, del no despido de Sepúlveda, que matizó que se fue solito cuando ya se afanaban en contar que no se le indemnizaba en lo que viene a ser por partes sino en un solo plazo, de denuncias varias, de cristofascistas frustrados abogando por la pervivencia de la especie, de cifras triunfalistas que Bruselas se apresura a desmentir, de ministros de Hacienda bocazas disparando contra todo lo que se mueve, sean actores o diputados de la oposición, de ministras que llaman antifeministas a quienes reclaman transparencia y de unas cuantas lindezas más... llega la ley del silencio.
Dice el refrán que uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. Lo de la esclavitud ya lo han comprobado, y ahora quieren hacernos ver que mandan sobre sus tiempos, y ahora toca callarse. Por supuesto sin pensar en democracia, en responsabilidades, en transparencia o en deberes hacia los ciudadanos a los que representan y en quienes reside el poder, según la Constitución que tanto manosean cuando les viene en gana.
Han impuesto la ley del silencio, y no caben explicaciones. Nada que decir sobre la denuncia a Bárcenas que no llega y que más parece la amenaza fantasma, ni sobre las escandalosas cifras del paro que se conocieron ayer y que merecen, cuando menos, una valoración; nada que decir del presente y el futuro que nos espera.
Siguiendo con los refranes, se habrán aplicado eso de que quien mucho habla mucho yerra, pero han errado lo suficiente como para tener que dar explicaciones. No es de recibo, en un estado social y de derecho, tener que esperar a una rueda de prensa en Bruselas, o a una inauguración para, a salto de mata, conseguir unas declaraciones apresuradas, o ni eso.
Leo por alguna parte que el PP ha prohibido a sus cargos participar en tertulias o debates de determinados medios. Es la ley del silencio, y alguien debería explicarles que informar va en el cargo. Como el coche oficial, las dietas por alojamiento o el sueldo.
Y que no pueden administrar los silencios a su conveniencia.