Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 30 de noviembre de 2011

EN EL BUEN SENTIDO DE LA PALABRA

Hace mucho tiempo (ultimamente, todo pasó hace mucho tiempo), escribí por encargo un artículo sobre una persona, a la que definía, robando la definición a Don Antonio Machado, como "en el buen sentido de la palabra, buena".
Y ahora, andando los años y removiendo papeles, me ha dado por pensar que alguien podría escribir casi exactamente lo mismo sobre mí. Sí, sobre mi, porque sin falsas modestias, soy esencialmente buena. En el buen sentido de la palabra.
No he hecho daño a nadie conscientemente. El inconsciente, ya sabéis que anda por su cuenta; he ayudado a la gente que me lo ha pedido, y aún a la que no quería dejarse ayudar, por orgullo, por pudor o porque realmente no lo necesitaba, a pesar del empeño que yo pusiera.
No he robado ni he matado. No he mentido (salvo por motivos de piedad); no soy avara ni tacaña. Lo mío es de todos (y así me va). He querido y quiero a los que me quieren, y a otros muchos que ni saben que existo.
En el capítulo de odios-si pueden llamarse así-, sólo hay escritos tres o cuatro nombres, y alguno, con interrogación.
He trabajado toda mi vida (esto no es vida), dando el doscientos por cien de mi voluntad y mi entendimiento.
Y cuando la rabia o los malos pensamientos se han adueñado de mí más de lo que podía controlar, he acudido al papel, o al ordenador por estar con los tiempos, para descargarla y evitar males mayores.
En líneas generales, creo que todo esto se encuadra en la definición de buena persona. De alguien, en el buen sentido de la palabra, bueno. Puede que me deje un montón de cosas en el tintero, que alguien piense que la suma de mis bondades no es suficiente para ponerme buena nota.
Tal vez tenga razón. Pero no se me ocurre nada más.

"Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habitó,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago". (Machado)

domingo, 13 de noviembre de 2011

MI MAPA DEL MUNDO

A veces me da por pensar que no estoy aquí, que no soy de aquí. No es que mi reino no sea de este mundo, es sólo que de cuando en cuando, no me ubico en este país, en esta época, en la España de comienzos del Siglo XXI, o del XX, que es cuando vine al mundo.
        Echo la vista atrás y paso del bosque de Caperucita a las verdes campiñas inglesas de Los Siete Secretos, a los Estados Unidos de Mujercitas, o la Inglaterra medieval de Ivanhoe, o el París convulso de los Tres Mosqueteros. Al mismo tiempo me veo en el volcán islandés de Viaje al Centro de la Tierra, o en la luna o en los fondos marinos de los libros de Verne; o en las cálidas aguas caribeñas de la Isla del Tesoro. En la Macedonia de Alejandro a lomos de Bucéfalo y paseando por el Olimpo, en la etapa en que me dio por la mitología. Y del brazo de Miss Marple en cualquiera de las novelas de Agatha Christie o fumando opio en un tugurio de Londres con Sherlock Holmes.
        Y en las heladas estepas rusas de los libros de Tolstoi y Dostoiewsky, y llevando de la mano por la nieve a Miguel Strogoff, ciego y desvalido; y en la Salamanca de los pícaros españoles, y en la cueva de Segismundo, en la Fuenteovejuna de Lope o en el polvo enamorado de Quevedo diseminado entre la Corte y el exilio.
        Me veo envuelta en el realismo mágico sudamericano, en los Andes de Lituma y en el Macondo misterioso de García Márquez; en el espejo de Borges, en la Rayuela de Cortazar, en la Roma de Adriano, en las guerras de Hemingway y en el mar, a bordo del "Pilar", luchando con el pez.
        Vuelo al almendro de nata con Miguel Hernández, y al olmo viejo con Machado, a Isla Negra con Neruda, a la alegría con Benedetti...A la Barcelona de Mendoza y Vázquez Montalbán, al Japón de Murakami, a Nueva York con Auster y a la impecable Escandinavia con los nuevos maestros de la novela negra.
        Vuelvo al desierto de Lawrence de Arabia y el Paciente Inglés, al Oriente Mágico como la Sherezade de las Mil y una Noches. Otra vez al desierto.
        Es mi mapa del mundo. Abarca todos los continentes. Y el cielo, y los fondos marinos. Todas las épocas, todas las vidas. Es mi pasaporte, lleno de sellos en todas las páginas. Tantos visados como libros he leído, como lugares he visitado con la imaginación.
        Y con muchas hojas aún en blanco.