Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 28 de agosto de 2014

Desde Macondo. ARRIBA Y ABAJO

Viendo las empalagosas imágenes de Merkel y Rajoy en su romántico encuentro veraniego me ha venido a la cabeza, vaya usted a saber porqué, la exitosa y genial serie británica “Arriba y Abajo”, que narra las relaciones, la vida y miserias de los habitantes de una casa, el 165 de Eaton Place, en la que, como mandaban los cánones, vivían los ricos-en la planta noble-y el servicio, en el sótano.
      La serie está ambientada en las primeras décadas del Siglo XX. Es la época de la lucha por el voto femenino, la I Guerra Mundial, el hundimiento de la bolsa de Nueva York de 1929 o las primeras huelgas de trabajadores, acontecimientos que afectan tanto a los aristocráticos dueños de la casa como al último de los sirvientes, pero no en la misma medida. De ahí la comparación con lo acaecido este fin de semana en Galicia, ante la atenta mirada del apóstol Santiago.
      En la casa habitaban Lady Marjorie, aristócrata y rica de cuna, con su esposo, un político descendiente en exceso del dinero y las influencias de su esposa. Y los demás. Un mayordomo estirado y servil, cocineras, lacayos, doncellas, sirvientes…A partir de ahí, y durante varias temporadas, la trama nos va contando cómo se ve la vida en una y otra planta.
      Y no es lo mismo. Dónde va a parar. Igualito es recetar recortes que sufrirlos en carne propia; o hablar de brotes verdes cuando tú y los tuyos os los habéis comido todos. Nada que ver los miles de euros de sueldo con los poco más de 600 del salario mínimo o los 400 del subsidio. O los 0,0 de quienes han agotado la prestación.
      No se ve la vida igual desde el jardín principal que desde el húmedo  sótano, donde no hay luz ni mucho menos horizonte. Ni lugar para posar sonriendo, encantados de haberse conocido.
      España se ha convertido en un gigantesco “Arriba y Abajo”. Los millonarios ocupan desahogadamente la planta principal mientras que en el nivel más bajo no cabe un alfiler. Y tenemos que servirlos sin protestar, el doble de horas, con la cuarta parte de sueldo y, si me apuras, dándonos de alta como autónomos para que ellos no tengan gastos. Para que todo sean beneficios.
       En los capítulos finales de la serie, el mundo empieza a cambiar. Al pobre mayordomo, convencido de que ha nacido para servir, le cuesta trabajo mantener la disciplina sin hablar de sueldos, de jornadas o de días libres. E intenta desesperadamente que los sirvientes, los habitantes de “abajo”, no se contagien de los movimientos obreros y las huelgas en la calle.
       Ahora nos tragamos todo. Hasta las sonrisas condescendientes de la lady Marjorie de turno y su esposo mantecoso, a riesgo de que nos dé un subidón de azúcar que no lo contemos. Nos cuentan que, a partir de ahora, hay que lustrarles los zapatos dos veces en lugar de una, que sólo comeremos una vez al día, que procuremos no enfermar, que ni se nos ocurra pedir becas para nuestros hijos, que…
         Y nos callamos porque ellos viven arriba y nosotros, abajo.

 

Desde Macondo. ARRIBA Y ABAJO



Viendo las empalagosas imágenes de Merkel y Rajoy en su romántico encuentro veraniego me ha venido a la cabeza, vaya usted a saber porqué, la exitosa y genial serie británica “Arriba y Abajo”, que narra las relaciones, la vida y miserias de los habitantes de una casa, el 165 de Eaton Place, en la que, como mandaban los cánones, vivían los ricos-en la planta noble-y el servicio, en el sótano.
      La serie está ambientada en las primeras décadas del Siglo XX. Es la época de la lucha por el voto femenino, la I Guerra Mundial, el hundimiento de la bolsa de Nueva York de 1929 o las primeras huelgas de trabajadores, acontecimientos que afectan tanto a los aristocráticos dueños de la casa como al último de los sirvientes, pero no en la misma medida. De ahí la comparación con lo acaecido este fin de semana en Galicia, ante la atenta mirada del apóstol Santiago.
      En la casa habitaban Lady Marjorie, aristócrata y rica de cuna, con su esposo, un político descendiente en exceso del dinero y las influencias de su esposa. Y los demás. Un mayordomo estirado y servil, cocineras, lacayos, doncellas, sirvientes…A partir de ahí, y durante varias temporadas, la trama nos va contando cómo se ve la vida en una y otra planta.
      Y no es lo mismo. Dónde va a parar. Igualito es recetar recortes que sufrirlos en carne propia; o hablar de brotes verdes cuando tú y los tuyos os los habéis comido todos. Nada que ver los miles de euros de sueldo con los poco más de 600 del salario mínimo o los 400 del subsidio. O los 0,0 de quienes han agotado la prestación.
      No se ve la vida igual desde el jardín principal que desde el húmedo  sótano, donde no hay luz ni mucho menos horizonte. Ni lugar para posar sonriendo, encantados de haberse conocido.
      España se ha convertido en un gigantesco “Arriba y Abajo”. Los millonarios ocupan desahogadamente la planta principal mientras que en el nivel más bajo no cabe un alfiler. Y tenemos que servirlos sin protestar, el doble de horas, con la cuarta parte de sueldo y, si me apuras, dándonos de alta como autónomos para que ellos no tengan gastos. Para que todo sean beneficios.
       En los capítulos finales de la serie, el mundo empieza a cambiar. Al pobre mayordomo, convencido de que ha nacido para servir, le cuesta trabajo mantener la disciplina sin hablar de sueldos, de jornadas o de días libres. E intenta desesperadamente que los sirvientes, los habitantes de “abajo”, no se contagien de los movimientos obreros y las huelgas en la calle.
       Ahora nos tragamos todo. Hasta las sonrisas condescendientes de la lady Marjorie de turno y su esposo mantecoso, a riesgo de que nos dé un subidón de azúcar que no lo contemos. Nos cuentan que, a partir de ahora, hay que lustrarles los zapatos dos veces en lugar de una, que sólo comeremos una vez al día, que procuremos no enfermar, que ni se nos ocurra pedir becas para nuestros hijos, que…
         Y nos callamos porque ellos viven arriba y nosotros, abajo.

 

jueves, 21 de agosto de 2014

Desde Macondo. ADIOS AL PARAÍSO


Borges imaginaba el Paraíso como una especie de biblioteca; Cicerón afirmaba que si además de libros había un jardín, ya estábamos en el cielo; Federico García Lorca renunciaba a medio pan por un libro, para alimentar cuerpo y alma. Y Mafalda, siempre tan aguda, se pregunta si no sería maravilloso un mundo en el que las bibliotecas fueran más importantes que los Bancos.
      Como todos los citados están muertos o son de ficción, van a ahorrarse el amargo trago de ver el paraíso mancillado, con las puertas cerradas, las estanterías vacías y un ostentoso cajero automático en la entrada. Que leer no puede salirnos gratis, faltaría más. Con agosticidad y casi de tapadillo, se ha dado el visto bueno al nuevo canon por préstamo de libros que, en la práctica va a suponer el principio del fin de estos templos del saber en el que tantas y tantas horas hemos consumido.
      He leído, nunca lo suficiente pero sí lo bastante para que no me sirvan las torpes y burdas excusas de que el ciudadano de a pie, usted y yo, no vamos a notar el cambio. Que no tendremos que pasar por taquilla cada vez que nos llevemos un libro en préstamo. Que eso, lo harán las instituciones al final de cada ejercicio. Que nos cuenten una de vaqueros, que la de risa ya nos la han contado.
      Las instituciones somos nosotros mismos, los que leemos y los que pagamos impuestos. Y ya hemos notado con creces el “amor” a la lectura que tienen nuestros gobernantes, recortando hasta el infinito las partidas destinadas a bibliotecas.
      Ahora, con la nueva ley, van a conseguir que las bibliotecas quemen todos sus libros, no quieran comprar nuevas colecciones o que se nieguen a prestar libros a sus usuarios porque el presupuesto anual se lo han comido en los primeros 15 días del mes. O que abran un ratito al día, y a escondidas, para que el público no se entere.
      La crisis se ha llevado por delante un buen número de pequeñas bibliotecas, y ha dejado tiritando los fondos de otras muchas. Ya lo dijo no hace tanto la alcaldesa de una importante población española, las bibliotecas no dan dinero, y encima hay que pagar a los empleados.
      Qué lástima. Quien no está dispuesto a dar un libro tampoco se conmoverá con el hambre, ni con la pobreza, ni con las desigualdades. Ni con los dramas que vemos a diario. Lo verdaderamente dramático estar en manos de quienes desprecian la cultura, porque, al mismo tiempo, desprecian a la persona con todas sus necesidades y en toda su magnitud.
      Me viene a la cabeza la respuesta de Eduardo Mendoza, cuando le preguntaban qué libro salvaría si el barco se estuviera hundiendo. “Si tuviera que elegir un solo libro preferiría morir en el naufragio”.
      Ahora habrá que decidir por qué libro pagamos. Para no hundirnos.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Desde Macondo. VERANOS DE LIBRO


Aún no había descubierto Macondo, aunque supongo que ya lo intuía. O tal vez ya vivía allí sin saberlo, porque casi todo era explicable ya fuera por la magia, por el destino o por la fantasía. Y los pequeños tropiezos tenían siempre final feliz. El mundo entero, un mundo feliz, estaba por delante. Y el calor agobiante sólo era la antesala de un otoño fresco, con olor a mosto y a libros nuevos.
        Europa era la Francia de Los Tres Mosqueteros, y el Norte de los vikingos; la Rusia nevada de Miguel Strogoff y el Londres de Dickens, la Suiza de Heidi y la Italia de los relatos de Edmundo D’Amicis, de Marco buscando a su madre. No habíamos descubierto Alemania. Tampoco habíamos visto un negro en nuestra vida. África era selva y leones, América del Norte, indios y bisontes. Colón en el Sur, con muchos relatos de la Conquista, de los mayas y los incas. Y Asia… la China misteriosa y el Japón de los samuráis. Ni rastro de Australia y mil sueños de aventuras por los mares del Sur.
        Verano eran la Isla del Tesoro y Moby Dick, los tigres de Salgari y los desiertos de Lawrence de Arabia, eran Ricardo Corazón de León e Ivanhoe empeñados en cruzadas imposibles, y mirar al cielo o a las profundidades de la tierra de la mano de Julio Verne. Y acompañar en sus desgracias a Jane Eyre o David Copperfield, impacientes por llegar al último capítulo. Al final feliz.
        Eran otros veranos y, como cualquiera tiempo pasado, eran mejores. Debe ser cosa de la edad, de esos momentos en los que ya hay más pasado que futuro por delante, y en los que el presente no es precisamente esperanzador. Pero hubo otros veranos. Sin ébola, sin guerras, sin Bolsas ni IBEX, sin nadie que nos hiciera confundir el valor con el precio, sin mercados, más allá de los zocos de las Mil y Una Noches, sin corrupciones y sin desconfianzas, sin las docenas de libros sobre la crisis que pueblan las librerías y que encogen el corazón.
        Con otros libros, otras lecturas que lo ensanchaban, a la vez que acercaban la línea del horizonte hasta que casi podíamos tocarlo con los dedos. Veranos de libro. Con tiempo y espacio para los sueños, porque la realidad los respetaba y los hacía posibles.
        En estos tiempos del cólera, en los que se piensa con la cartera más que con la cabeza, y el corazón es tan sólo la bomba que permite mantener la renqueante maquinaria de la vida, se echan de menos los veranos sin periódicos, con la promesa de un curso nuevo y mejor, de un paso más hacia el futuro perfecto que estaba ahí, a un pasito, y en el que nos esperaban todos nuestros héroes invitándonos a ser como ellos. Felices.
        Porque la felicidad no era sólo cosa del verano y de los libros.

 

 

miércoles, 6 de agosto de 2014

Desde Macondo. RESILIENCIA


Dice el sabio diccionario de la Real Academia que resiliencia es “la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”. Si nos vamos a la etimología, el término viene del verbo latino resilio, resilire, que literalmente significa saltar hacia atrás, rebotar.. Algo así como volver al estado natural, especialmente después de alguna circunstancia crítica o inusual.
          Pues aquí han debido repartir la resiliencia a espuertas, o a capachos, como se dice en mi pueblo. No se me ocurre otra cosa después de que día a día contemplemos, entre el gazpacho y la sandía, los cuerpos despedazados de los niños palestinos; o que nos traguemos un telediario repleto de corrupciones varias, que hablemos con normalidad, y sin parecer la niña del Exorcista, de los millones de la familia Pujol, de las tropelías en las urgencias de cualquier recortadísimo Hospital, de las cifras de parados sin prestación alguna, de las declaraciones de tal o cual indeseable de turno pidiendo que se bajen los salarios…

Será un exceso de resiliencia. O que, como se decía antes, nos la han metido en las hamburguesas o en  los cartones de leche para que la tomemos sin enterarnos. Porque de otra forma no se explica.

No entra dentro de lo natural estar tranquilamente fregando los platos mientras la tele te reboza las docenas de millones que nos han robado impunemente, o cuando te intentan engañar con unas maquilladísimas cifras de desempleo, o te mienten sin rubor sobre esos brotes verdes en los que algunos, que no somos nosotros, se están revolcando desde siempre.

Debe ser la resiliencia la que nos deja tan tranquilos, sin echar espuma por la boca ni nada, atendiendo a nuestras tareas cotidianas con algún cabreo momentáneo que se pasa enseguida. Igual la han distribuido a través de los famosos drones, que el Gobierno estaba muy interesado en legislar sobre ellos…

Sea como sea, no es normal. Es como si nos hubieran practicado una lobotomía colectiva para seguir vegetando, que no viviendo, mientras otros hacen y deshacen en nuestro presente y nuestro futuro.

Y puestos a ser crédulos, prefiero retirarme a Macondo, donde nadie se extrañó cuando Melquiades volvió de entre los muertos porque no soportaba estar solo; y el padre Nicanor levitaba al tomar una taza de chocolate, y un niño nació con cola de cerdo, y otro lloró en el vientre de su madre; y Remedios ascendió a los cielos mientras plegaba las sábanas, y los conejos y las vacas se multiplicaban al paso de petra Cotes.

Mucho más real, donde va a parar….