Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 31 de enero de 2018

Desde Macondo. MINISTERIO DE SOLEDAD

Los británicos, tan cabalitos ellos, han decidido que la soledad es ya una cuestión de Estado. Y se han puesto manos a la obra. Desde hace un par de semanas, y por decreto, para que todo vaya rápido, existe una Secretaría de Estado que se dedicará exclusivamente a luchar contra este drama, a investigar, a hacer frente y a intentar acabar con algo que, al parecer, afecta en su país a nueve millones de personas. Un Ministerio de Soledad.
          Aplaudiendo la iniciativa, pero malpensada de nacimiento como soy, nadie me quita de la cabeza que algo habrán tenido que ver los datos que aseguran que esta epidemia de nuestros tiempos es también un problema económico, ya que, según un estudio de la London School of Economics, diez años de soledad de una persona suponen para el Estado unas 6.000 libras (6.800 euros) en sanidad y otros servicios públicos.
          Vamos, que las cuestiones humanitarias, también habrán influido, pero lo primero es lo primero, y la decisión de ponerse manos a la obra ha venido después de los números. Qué pena. Resulta que pasar semanas e incluso meses sin hablar con nadie, las 24 horas del día completamente aislados de la sociedad, sin compañía alguna, especialmente en el caso de las personas mayores, puede ser más grave para la salud que la obesidad, la diabetes  o tan perjudicial como fumar quince cigarrillos a diario. Y eso cuesta dinero, que por culpa de los “solitarios”, no le salen las cuentas al Estado.
          Supongo que cualquiera de los “estresados” políticos que nos dirigen, en Inglaterra y en cualquier otra parte del mundo, agradecen esa soledad agradable y reconfortante que te permite alejarte del mundanal ruido y disponer de tu tiempo. Como para pararse a pensar en la soledad no deseada, la de los solos y las solas de verdad, y sin haberlo elegido.
          Es como el hambre, que no es lo mismo ayunar para encontrarse mejor, estéticamente o por motivos de salud, que no tener un trozo de pan que echarte a la boca. Dicen los expertos que en esta epidemia de soledad tienen mucho que ver los recortes en los presupuestos, que han reducido la ayuda a domicilio o cerrado centros de día donde suelen acudir a matar el tiempo, a buscar compañía, las personas mayores que por una u otra razón se encuentren solas.
          Será verdad, sin duda. Como también lo es la acelerada vida actual, o el cambio en las relaciones sociales y familiares. . Pero sea como sea, es cierto que la soledad debe ser cuestión de Estado. Que no vale sólo con que ONG y otras asociaciones pongan en marcha teléfonos de la esperanza o recluten voluntarios para que lean, acompañen al médico o simplemente a dar un paseo a las personas solas. Que las cifras alarman, y esto puede ser pandemia a la vuelta de unos años, y no es ese el mundo en el que queremos vivir. Ni solos ni acompañados.
          El gitano Melquiades regresó a Macondo después de fallecer porque no soportaba la soledad de la muerte. Pero es mucho peor la soledad de los vivos.  

miércoles, 24 de enero de 2018

Desde Macondo. “BIGOTES” DE TORMES, PABLO “EL BUSCÓN” Y CORREA DE ALFARACHE

Ni Quevedo con su Buscón, ni Mateo Alemán con su Guzmán, ni Cervantes con sus Rinconete, Cortadillo y demás especímenes habitantes del patio de Monipodio, ni el anónimo creador del Lazarillo de Tormes, y con todos los respetos a tan magnas firmas, hubieran sido capaces de crear personajes como los que se pasean por los Juzgados de Valencia y Madrid (entre otros), y adornan nuestros telediarios.
        Vamos, ni en sueños, ni echando mano a toda su imaginación y su talento, hubieran podido poner negro sobre blanco las andanzas de El Bigotes, de Correa, de Pablo Crespo… Y de sus colegas de fechorías. Enganchaita a la tele me tuvo una tarde entera la declaración de uno de ellos, como te engancha un buen libro, cuando devoras capítulo tras capítulo sin ver el momento de cerrarlo y levantarte del sofá. Estupefacta escuchaba hablar, con toda naturalidad, de nóminas en negro, “porque tenía una deuda con Hacienda y ya saben, me embargaban si cobraba legalmente”, o me regalaban viajes con mi señora y mis niños, porque comprendían que trabajando con políticos hay poco tiempo libre para disfrutar de la familia, o me regalaron un coche, porque mire usted, señoría, hacía muchos kilómetros todos los días.
        Y eso por no hablar del que pedía que se acelerara el juicio porque estaba aprendiendo a “pochar” en un curso de cocina en la cárcel, y se lo iba a perder. O el que argumentaba que se había levantado a las cinco de la mañana para ir al Tribunal y ya estaba cansado. O el que había tomado muchas cocacolas y quería ir tranquilamente al baño, sin pensar en que luego tenía que volver a la sala para seguir respondiendo. Qué fatiga. ¿No me digáis que no es para estar fascinada?
        España siempre ha sido un país de pícaros. Hasta tenemos género literario propio, la novela picaresca, y personajes que forman parte de nuestra intrahistoria y que, tal vez, han dejado su ADN en nuestros genes. En algunos más que en otros, claro está. ¿Quién no se ha reído con las maniobras para sobrevivir del pobre Lázaro de Tormes? O con los hurtos constantes de Don Pablos, el Buscón de Quevedo, o con las tretas de Guzmán, el de Alfarache. Hemos admirado la pericia del dómine Cabra para hacer mil caldos con el mismo hueso, que sumergía una y otra vez en la marmita atado de un cordel, y hemos aplaudido el truco de agujerear la bota de vino para beber al tiempo que el “jefe”, y gratis.
        Pero aquí se acaba el chiste. Hemos vuelto al Siglo de Oro pero, como el mundo está al revés, no son los pobres los que engañan a los ricos. Se han vuelto las tornas y ahora los pícaros son los poderosos (léase poder político o económico). En el Patio de Monipodio del siglo XXI, el de Rinconete y Cortadillo, “no sólo las prostitutas y demás gente del hampa están al servicio de la sociedad secreta que él preside; también pertenecen a ella los pilares de la sociedad visible: los procuradores, los alguaciles, los verdugos, los escribanos o notarios y hasta los ciudadanos decentes”. Blanco y en botella para trasladarlo a nuestro tiempo. Con el Bigotes, Crespo o Correa, alrededor del pozo, junto a las frescas macetas de albahaca toman el fresco empresarios de pro que nos recomiendan trabajar como chinos mientras ocultan sus millones en Suiza, en las Caimán o en Panamá; banqueros con sueldos millonarios, después de haber engañado con preferentes y otras artimañas a miles de personas; y políticos de esos que recetan austeridad mientras se aseguran de perpetuarse en el cargo, por los medios que sean.
        Los nuevos personajes de nuestra particular novela picaresca visten de traje (regalado, claro) y corbata, y sus aventuras, que no desventuras, no nos hacen precisamente sonreír. Que nos recuerdan crisis, desahucios, desempleo, recortes en servicios básicos, miles de dramas cotidianos que todos hemos vivido en carne propia o próxima, mientras ellos se divertían con sus correrías.
        Ojalá sacudan la manta bien sacudida, y dejen al descubierto a tanto sinvergüenza que ha arruinado nuestro presente y muchos futuros. 

miércoles, 17 de enero de 2018

Desde Macondo. MEMORIA DE PEZ

Todos hemos dicho alguna vez, y hemos soportado que nos lo digan, eso  de “tienes una memoria de pez”, para resaltar que alguien que es incapaz de recordar que comió a mediodía, donde dejó las llaves o el teléfono, o el nombre de la persona con la que ha hablado hace unos minutos.  Y siempre me he preguntado por qué los comparamos con los peces, quién sabe qué recuerdan estos bichos en libertad o en el acuario, que son decorativos y nutritivos, pero poco o nada interesantes.
        Memoria de pez. Pues mira por dónde me he topado con un estudio de no sé qué universidad de Canadá que desmonta la teoría, que dice que esos animalitos que dan vueltas en la pecera sin rumbo fijo, o que caen en masa en las redes de pescadores, son capaces de recordar lugares y situaciones durante al menos doce días y no solo unos segundos, como se creía hasta ahora. Gran descubrimiento.
        Pero no es de peces de lo que quería hablar, sino de memoria. De la nuestra, que va camino de elevar la de los peces a la categoría de la de los elefantes (que dicen que tienen mucha, tampoco sé como lo han averiguado). Siempre he presumido de buena memoria, aunque cada vez sean menos las cosas que recuerdo, sospecho que por voluntad propia, porque como Cervantes con su lugar de la Mancha, no quiero acordarme.
        Y así va el mundo. Tal vez sea verdad el manido tópico de que hoy en día, todo sucede con tal rapidez, que no nos da tiempo a procesarlo convenientemente y a almacenarlo para usarlo en el momento preciso. Más que nada, para no tropezar en la misma piedra, que es a lo que estamos abonados.
        No nos acordamos de la anterior cuesta de enero, que subimos con tantas fatigas el año pasado y el anterior y el de más atrás; no nos acordamos de los recortes, que ahora nos muestran hospitales colapsados o colegios sin calefacción; o niños con interminables rutas en autobús para llegar a clase. Ni de las autopistas “rescatadas” que ahora nos dan gato por liebre o nieve por vías despejadas; ni de los apaños con las eléctricas que nos paralizan a la hora de encender la calefacción o poner la lavadora con agua caliente. Ni de los salarios congelados durante años, ni de esos tiempos en que el trabajo era de 8 horas y previo papel firmado que reconocía el derecho al despido.
        Cual si fuéramos peces, aún con el descubrimiento de que su memoria es un poquito más amplia, nos hemos apresurado a vivir hoy, sin más, sin pensar en que, no hace tanto, era habitual hacer planes, tener un proyecto de vida, pensar en una vivienda, en hijos y hasta en una casita en la playa o en el pueblo, merecido premio a una vida de esfuerzos.
        Cierto que todo va muy deprisa, pero si no hacemos un esfuerzo por recordar, nunca podremos reconquistar lo que nos han quitado. Seguiremos dando vueltas en el acuario, cayendo en cualquier red que nos tiendan. Siendo eternamente peces.

miércoles, 10 de enero de 2018

Desde Macondo. EL SIGLO DE LAS MUJERES

Siempre he pensado que el XX era el siglo de las mujeres. El de la revolución incruenta más exitosa de todas,  donde cada generación conquistó más derechos y libertades que la anterior, tanto en el ámbito público como en el privado. Las mujeres fueron a la universidad, llenaron los centros de trabajo, consiguieron independencia económica, que es tanto como decir liberarse del yugo de padres, maridos e hijos. Conquistaron su mente y su cuerpo, su sexualidad plena y su lugar dentro y fuera de casa. Hasta empezaron a interesarse, y a brillar, en la “cosa pública”, eso sí, con sangre, sudor y lágrimas, que nada les salió gratis
          Parecía que no había vuelta atrás. Que cada centímetro avanzado nos acercaba más a la meta de la igualdad real y que nadie podría quitarnos, nunca, nunca, lo que tanto nos había costado conseguir. Pero todo es susceptible de empeorar. Y en todos los sentidos. La crisis nos devolvió a casa, que el escaso trabajo disponible era para los hombres. Vuelta a cuidar a ancestros y descendientes, a hacer comiditas y a depender del sueldo de la pareja, por cierto, siempre más alto por el mero hecho de la condición masculina.
          Como por arte de magia, que algo estaremos haciendo mal en la educación, han vuelto los malos tratos y la violencia de género a primera plana de la actualidad. Cada vez más agresiones, cada vez más jóvenes, de cualquier estrato social, con cualquier excusa, en cualquier momento…
          No hay mes, ni semana, que no nos sacuda un asesinato, violación en grupo, un episodio de acoso. Tantos, que no podríamos recordar más de dos o tres nombres de las mujeres asesinadas los últimos tiempos, que son muchas. Tantas, que los periódicos las despachan en una columnita con el título de “Nuevo caso de violencia de género”, y en eso nos quedamos, salvo que haya algún detalle truculento, que estén los hijos delante, que le haya dado 45 puñaladas, o algo así, que nos haga detenernos unos segundos más.
         No sabemos casi nada de ellas, empezando por el nombre, claro. Ignoramos sus sueños, sus ilusiones, su proyecto de vida, sus problemas, sus soledades y sus compañías. Tampoco hacemos mucho por averiguarlo.
          Pero tal vez nos hayamos equivocado, y sea este siglo, el XXI, el siglo de las mujeres. En pocas semanas, docenas y docenas de “famosas” de todo tipo, actrices, cineastas, escritoras, presentadoras, modelos, han comenzado a denunciar los acosos y abusos sufridos durante años para llegar al lugar que ocupan.
          Han ido desgranando nombres de productores o directores poderosos, de empresarios que ejercen el derecho de pernada antes de ofrecer un puestecito en el Olimpo de la fama, de “casting” en los que poco o nada tenían que ver los talentos artísticos. Se han vestido de negro en los Globos de Oro para visibilizar sus historias… Han llenado páginas de periódicos y revistas, horas de informativos. Y han iniciado una nueva era.
          Ojalá la denuncia de las “ricas y famosas” sirva para cambiar patrones, para entrar en el mundo de Macondo con sus mujeres mágicas, con Úrsula, que dirige con mano de hierro a siete generaciones de Buen días; con la exuberante Petra que hacía crecer la vida a su paso, con Santa Sofía de la Piedad, que sólo existe en el momento preciso; con Remedios, que asciende a los cielos entre una nube de flores amarillas tras acabar con todo varón que la pretendiera...
          Con mujeres en su siglo definitivo.

miércoles, 3 de enero de 2018

Desde Macondo. PROPÓSITO DE ENMIENDA

Es curioso como alguna de las “enseñanzas” que recibimos en nuestra más tierna infancia se quedan grabadas a sangre y fuego en nuestra memoria, y por muchas vueltas que dé la vida, por mucha capacidad de análisis que adquieras, por muchos conocimientos nuevos que se alojen en tu cerebro, siempre encuentran el hueco para quedarse y el momento para salir a flote, cuando menos te lo esperas.
          Andaba yo pensando qué podría desear, así, en genérico, para el nuevo año, y qué deberes pondría a los que dirigen nuestros destinos para no repitan errores y, de paso, nos faciliten un tanto la vida a los simples mortales. Y mira por dónde, me he acordado de lo que, sí o sí, tenías que saberte al dedillo si querías hacer la primera comunión, vestirte de princesa y asegurarte el camino al reino de los cielos.
          Estaba todo en el catecismo y lo recuerdo como si lo hubiera estudiado hoy mismo (a saber las veces que lo repetiría). A la pregunta de “¿Qué es necesario para hacer una buena confesión?”, repetíamos como loritos: “Para hacer una buena confesión es necesario: Examen de conciencia, Dolor de los pecados, Propósito de enmienda, Decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia”. Ni más ni menos. Logré entender lo del examen de conciencia y en cuanto a la penitencia, no iba más allá de tres padrenuestros o la misma cantidad de avemarías. Lo de sentir dolor… Bueno, si acaso por la regañina del cura, que ya me ocupaba yo de elegir al más mayor o al más sordo. Pero lo del propósito de enmienda era otra cosa.
          La prueba fehaciente es que siempre eran los mismos pecadillos. Una confesión tras otra, hasta que no hubo más. O sea, que de enmendarme, nada de nada. Y si me lo proponía, no me acuerdo. Creo que no. Rezaba y salía pitando, a seguir “pecando” hasta el próximo sábado.
          Pero era una niña. No sabía lo que hacía y no cobraba por proponerme hacer las cosas bien. Esto me lleva a mi “deseo” de Año Nuevo. Deseo que los políticos, locales, provinciales, autonómicos, nacionales y del mundo mundial, hagan un auténtico propósito de enmienda. Que no miren hacia otro lado ante la pobreza, las desigualdades, el drama de los refugiados, el cambio climático, el pésimo reparto de la riqueza, los conflictos territoriales, la injusticia, la insolidaridad, las corrupciones varias, el machismo y su peor consecuencia, la muerte de mujeres a manos de quienes las consideran propiedad privada, el hambre en el mundo, las guerras…
           En fin, todo lo que han hecho mal mientras siguen cómodamente en sus sillones, ajenos a lo que pasa fuera de sus despachos. Sin examen de conciencia, que es muy socorrido eso de que los examinan las urnas. Sin dolor de sus pecados, que ya tienen el callo hecho.
          Y sin penitencia, que esa llega después de cuatro años, y no siempre bien repartida. Feliz Año Nuevo, y que los Reyes vengan repletos de cosas buenas para los que nos hemos portado bien.