Siempre he pensado que el XX era el
siglo de las mujeres. El de la revolución incruenta más exitosa de todas,
donde cada generación conquistó más derechos y libertades que la anterior, tanto
en el ámbito público como en el privado. Las mujeres fueron a la universidad,
llenaron los centros de trabajo, consiguieron independencia económica, que es
tanto como decir liberarse del yugo de padres, maridos e hijos. Conquistaron su
mente y su cuerpo, su sexualidad plena y su lugar dentro y fuera de casa. Hasta
empezaron a interesarse, y a brillar, en la “cosa pública”, eso sí, con sangre,
sudor y lágrimas, que nada les salió gratis
Parecía que no había vuelta atrás. Que
cada centímetro avanzado nos acercaba más a la meta de la igualdad real y que
nadie podría quitarnos, nunca, nunca, lo que tanto nos había costado conseguir.
Pero todo es susceptible de empeorar. Y en todos los sentidos. La crisis nos
devolvió a casa, que el escaso trabajo disponible era para los hombres. Vuelta
a cuidar a ancestros y descendientes, a hacer comiditas y a depender del sueldo
de la pareja, por cierto, siempre más alto por el mero hecho de la condición
masculina.
Como por arte de magia, que algo
estaremos haciendo mal en la educación, han vuelto los malos tratos y la
violencia de género a primera plana de la actualidad. Cada vez más agresiones,
cada vez más jóvenes, de cualquier estrato social, con cualquier excusa, en
cualquier momento…
No hay mes, ni semana, que no nos sacuda
un asesinato, violación en grupo, un episodio de acoso. Tantos, que no podríamos
recordar más de dos o tres nombres de las mujeres asesinadas los últimos
tiempos, que son muchas. Tantas, que los periódicos las despachan en una
columnita con el título de “Nuevo caso de violencia de género”, y en eso
nos quedamos, salvo que haya algún detalle truculento, que estén los hijos
delante, que le haya dado 45 puñaladas, o algo así, que nos haga detenernos
unos segundos más.
No sabemos casi nada de ellas, empezando
por el nombre, claro. Ignoramos sus sueños, sus ilusiones, su proyecto de vida,
sus problemas, sus soledades y sus compañías. Tampoco hacemos mucho por
averiguarlo.
Pero tal vez nos hayamos equivocado, y
sea este siglo, el XXI, el siglo de las mujeres. En pocas semanas, docenas y
docenas de “famosas” de todo tipo, actrices, cineastas, escritoras,
presentadoras, modelos, han comenzado a denunciar los acosos y abusos sufridos
durante años para llegar al lugar que ocupan.
Han ido desgranando nombres de
productores o directores poderosos, de empresarios que ejercen el derecho de
pernada antes de ofrecer un puestecito en el Olimpo de la fama, de “casting” en
los que poco o nada tenían que ver los talentos artísticos. Se han vestido de
negro en los Globos de Oro para visibilizar sus historias… Han llenado páginas
de periódicos y revistas, horas de informativos. Y han iniciado una nueva era.
Ojalá la denuncia de las “ricas y
famosas” sirva para cambiar patrones, para entrar en el mundo de Macondo con
sus mujeres mágicas, con Úrsula, que dirige con mano de hierro a siete
generaciones de Buen días; con la exuberante Petra que hacía crecer la vida a
su paso, con Santa Sofía de la Piedad, que sólo existe en el momento preciso;
con Remedios, que asciende a los cielos entre una nube de flores amarillas tras
acabar con todo varón que la pretendiera...
Con mujeres en su siglo definitivo.
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