Es curioso como alguna de las
“enseñanzas” que recibimos en nuestra más tierna infancia se quedan grabadas a
sangre y fuego en nuestra memoria, y por muchas vueltas que dé la vida, por
mucha capacidad de análisis que adquieras, por muchos conocimientos nuevos que
se alojen en tu cerebro, siempre encuentran el hueco para quedarse y el momento
para salir a flote, cuando menos te lo esperas.
Andaba yo pensando qué podría desear,
así, en genérico, para el nuevo año, y qué deberes pondría a los que dirigen
nuestros destinos para no repitan errores y, de paso, nos faciliten un tanto la
vida a los simples mortales. Y mira por dónde, me he acordado de lo que, sí o
sí, tenías que saberte al dedillo si querías hacer la primera comunión,
vestirte de princesa y asegurarte el camino al reino de los cielos.
Estaba todo en el catecismo y lo
recuerdo como si lo hubiera estudiado hoy mismo (a saber las veces que lo
repetiría). A la pregunta de “¿Qué es necesario para hacer una buena confesión?”,
repetíamos como loritos: “Para hacer una buena confesión es necesario: Examen
de conciencia, Dolor de los pecados, Propósito
de enmienda, Decir los pecados
al confesor y cumplir la penitencia”. Ni más ni menos. Logré entender lo del
examen de conciencia y en cuanto a la penitencia, no iba más allá de tres
padrenuestros o la misma cantidad de avemarías. Lo de sentir dolor… Bueno, si
acaso por la regañina del cura, que ya me ocupaba yo de elegir al más mayor o
al más sordo. Pero lo del propósito de enmienda era otra cosa.
La prueba
fehaciente es que siempre eran los mismos pecadillos. Una confesión tras otra,
hasta que no hubo más. O sea, que de enmendarme, nada de nada. Y si me lo
proponía, no me acuerdo. Creo que no. Rezaba y salía pitando, a seguir
“pecando” hasta el próximo sábado.
Pero era una
niña. No sabía lo que hacía y no cobraba por proponerme hacer las cosas bien.
Esto me lleva a mi “deseo” de Año Nuevo. Deseo que los políticos, locales,
provinciales, autonómicos, nacionales y del mundo mundial, hagan un auténtico
propósito de enmienda. Que no miren hacia otro lado ante la pobreza, las
desigualdades, el drama de los refugiados, el cambio climático, el pésimo
reparto de la riqueza, los conflictos territoriales, la injusticia, la
insolidaridad, las corrupciones varias, el machismo y su peor consecuencia, la
muerte de mujeres a manos de quienes las consideran propiedad privada, el
hambre en el mundo, las guerras…
En fin, todo
lo que han hecho mal mientras siguen cómodamente en sus sillones, ajenos a lo
que pasa fuera de sus despachos. Sin examen de conciencia, que es muy socorrido
eso de que los examinan las urnas. Sin dolor de sus pecados, que ya tienen el callo
hecho.
Y sin
penitencia, que esa llega después de cuatro años, y no siempre bien repartida.
Feliz Año Nuevo, y que los Reyes vengan repletos de cosas buenas para los que
nos hemos portado bien.
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