Con tanto “meme”, “gif” vídeos virales y
frases hechas varias, enmarcadas en botellas de champán, serpentinas, gorritos
y demás que invaden nuestros teléfonos y correos electrónicos en estas fechas,
me siento viejuna y trasnochada expresando el deseo de toda la vida para lo que
se nos avecina. Próspero Año Nuevo.
Sin
más. Sin bromitas más o menos afortunadas o divertidas. Claro que podemos pedir
una pareja, o un divorcio, o un chalé o uno de esos carísimos coches que llevan
los deportistas famosos. Supongo que eso también es desear prosperidad, que al
fin y al cabo el diccionario de la Real Academia (que espero me acompañe
también en el año nuevo como en todos desde que tengo memoria), define próspero con sólo dos acepciones: Dicho
de una cosa: “Favorable, propicia,
venturosa”. Y dicho de una persona, “que
tiene éxito económico”.
Vamos,
que hay que acudir a otros textos, a los sinónimos, al María Moliner y su
Diccionario de Uso del Español, para asegurarnos de que próspero es también “favorable,
propicio, venturoso”. Que no todo es economía y dinero. Que puede haber
prosperidad sin IBEX, sin liderar
crecimiento del PIB de Europa y el mundo mundial y sin la tan fastuosa
como falsa recuperación que cacarean Rajoy y sus chicos.
Ojalá
2018 sea próspero. Que sea venturoso y propicio para la igualdad tan lejana y
casi inaccesible, para la solidaridad, que casi ha desaparecido del diccionario
oficial, y sólo permanece en pequeños textos individuales, en el corazón de
cada cual y en los esfuerzos de ONG y asociaciones humanitarias que suplen los
“olvidos” de los dirigentes. Que sea próspero para las mujeres maltratadas y
asesinadas que conforman una larga y penosa lista a finales de este 2017. Y
para los que no tienen trabajo, o para los que, trabajando, no llegan ni tan
siquiera a mitad de mes.
Que
sea favorable para el diálogo y el entendimiento a todos los niveles, que con
los años hemos dejado en desuso, además de desear próspero Año Nuevo, eso de
que hablando se entiende la gente. Hablando, no con leyes y decretos, que son
el último recurso. O deberían serlo.
Y
hablando de personas, que vuelvan, volvamos, a ser lo primero. Que los
corazones vuelvan a ocupar el lugar que les han usurpado las carteras; que las
palabras sustituyan al tintineo de las monedas, y los abrazos y los besos, a
los emoticonos uniformes y monótonos. Y el llanto, sano y liberador a veces, no
quede reducido a otro muñeco con ojos chorreantes.
No
voy a hacer balance. Que tanta paz lleve 2017 como descanso deja, que se dice
en mi pueblo. Unos cuantos apuntes para agradecer que la enfermedad nos haya
respetado, que seguimos teniendo buenos amigos y que hemos descubierto la
solidaridad con mayúsculas, la que viene de la gente de la calle. La que no se
refleja en los Presupuestos.
Con
el puntapié en salva sea la parte al año que dejamos, al mundo convulso, al
incierto panorama político en todas partes, a la ruptura del contrato social,
tal y como lo concebíamos, mi único deseo es que todos creamos que un año mejor
es posible. Y que luchemos por conseguirlo. Por salir del tiempo circular de
Macondo y evitar la maldición de otros cien años de soledad. Y que llueva,
aunque sin diluvios.
Que
tengáis todos un próspero Año Nuevo.
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