Toca buscar, como cada año por estas
fechas, el espíritu navideño que parece que todo el mundo tiene que tener
obligatoriamente. Y a fuerza de buscarlo, siempre acabo encontrando algo, echando
mano de la familia, de la paz, la concordia, el recuerdo de los que ya no
están, y hasta en la añoranza de esas otras navidades, en las que los reyes
magos reinaban de verdad y Papá Noel sólo era un anuncio de Coca-Cola.
Pero es inútil apelar al espíritu de las
navidades pasadas, que las cosas han cambiado mucho. Ya no sirve eso de gloria
a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad. Que
los dioses, con el nombre que queramos ponerles, están a lo suyo, y la paz
depende de demasiadas cosas.
Hay que pedir paz, y muchas cosas más.
No se trata de que mañana me toque la Lotería, que tampoco estaría mal, pero
que es pecata minuta para lo que realmente quiero que me toque, que nos toque a
todos. Un mundo nuevo. Que este no nos vale, y que no sirven parches; que no
tiene arreglo. Es más, va a peor. Es como una mala película en la que se
mezclan imágenes de mansiones fabulosas con las de inmundas chabolas, y cuya banda
sonora la componen ruido de bombas, llantos y lamentos al tiempo que el
tintinear del dinero en bolsillos inaccesibles.
Hay que pedir que el suelo sea firme
para todos y que del cielo vuelva a caer agua limpia y no lluvia ácida; que
corran los ríos y retorne el color verde a los montes quemados, que el
Mediterráneo vuelva a ser mar y no cementerio, que la nieve no abandone las
cumbres, su residencia habitual, la arena no deje el desierto, su casa, e
invada terreno ajeno, y el sol caliente lo justo, sin incendiar la tierra.
Hay que pedir un mundo nuevo con otra
luz, con un aire limpio, que nos deje claros todos los males que hay que desterrar, la
pobreza, la desigualdad, las guerras, las intransigencias, el creciente poder
de los mercados y el poder asfixiante de los mercaderes, la tiranía de los
dioses, se llamen como se llamen, que han olvidado conceptos como paz,
solidaridad, generosidad, convivencia, justicia, amor…Los números, que han
sustituido a las palabras, y los apuntes contables, que han acabado con la
poesía.
Quizás haya que empezar de cero. Fundar el
mundo como se fundó Macondo, cuando el primer Buendía, ideó de tal modo la
posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de
agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna
vivienda recibía más sol que otra a la hora del calor. Para que todos fueran
razonablemente felices. Claro que luego llegó el diluvio, y hubo epidemias, y
que la compañía bananera se marchó del pueblo, y los pájaros muertos caían del
cielo. Y hubo guerras. Pero fue después de muchos años de soledad.
Ha sido bonito mientras lo escribía. Seguro
que no acaban las guerras, y que seguiremos discutiendo sobre el calentamiento
del planeta, y el Mare Nostrum seguirá siendo última morada de centenares de
refugiados que también buscan otro mundo; y habrá ricos más ricos y pobres más
pobres.
Pero es tiempo de pedir. Y queremos paz…
y muchas cosas más. Feliz Navidad.
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