No me voy a ninguna parte. Ni tampoco
es que me haya dado por hablar catalán. Ni en la intimidad ni en público. El
que se va es el año en que vivimos peligrosamente en el extremo Este de España,
y tuvimos que utilizar, sí o sí, una lengua a la que le faltan las
"e" del final, de las palabras, que se acentúan de forma diferente o
que se acortan (procés) sin venir a cuento. Por no hablar de las que cambian la
ortografía, tipo "govern", que más de un día me he sorprendido
poniendo gobierno con uve.
Pues adeu, fins sempre o tanta
pau portis com a descans deixes (tanta paz lleves como descanso dejas, que se
dice mucho en mi pueblo). A punto de fenecer de sobredosis de catalán, cuando ya me sé El Segadors
de la primera a la última nota, y me he atiborrado de noticias de uno al otro
confín de Cataluña, he decidido dar carpetazo a palabras extrañas y expresarme
en manchego de toda la vida, aunque suene menos fino y no esté de moda.
Y
para cambiar, incluso puedo colar alguna expresión que otra de mi tierra de
adopción, que el talaverano-extremeño también tiene cosas curiosas.
Se
acabó el cava y el pa-tomaca, y el
espetec y los calçons. Donde estén unas buenas gachas, hechas con harina
de guijas (que no de titos o almortas), o un asadillo, o un tiznao...
«Muchismo» mejor, dónde va a parar. Para los «galgos», golosos en
mi tierra, naranjos y enaceitaos; nada de monas, que suena a circo. Claro, que
siempre quedan los combros de Talavera, que se llamaban así antes de que
nadie supiera que eran churros, y que saben tan bien cuando una está "arrecía"
de frío.
Pues
eso, que adeu. Que hay vida más allá de
las cuatro provincias catalanas. Que la gente tiene frío, pasa apuros, se
preocupa, tiembla ante el futuro, piensa en sus pensiones y en cómo llenar la
olla con la hucha vacía. Hasta tiene tiempo de echar una lágrima por los pobres
refugiados que se lanzan al tenebroso mar buscando un paraíso que casi siempre
se convierte en infierno.
Adeu,
que reconociendo la importancia del procés y todo lo que lo ha rodeado, las
cosas tienen un límite, y la vida, muchas más cosas. En todas las lenguas. Con todas las letras. Que lo acaecido en uno
de los cuatro puntos cardinales de esta España nuestra, no puede ser excusa
para olvidar lo que ocurre en los otros tres y en lo que hay en medio, o al
otro lado de los mares. Que hay que resucitar lo que pasa en otos puntos del
país y del mundo. Lo que nos pasa a los demás.
Que
las palabras sólo mueren cuando alguien ya no las pronuncia nunca más, y son
muchos los que hablan catalán y pocos los que echan mano de términos como «pasante»
o «licenciao» por decir curioso o cotilla; de «bacín» para
referirse al apocado correveidile; de «agonías» para el tacaño y
quejica; de «costalá» para la caída aparatosa que siempre saca una
sonrisa; de «mandaos» para los recados y quehaceres diarios». Y todos
esos también importa. También son españoles, españoles, españoles. Por aquello
de la canción de moda.
Diréis
que vaya ocurrencias que tengo. Pues eso son «sacaos». Y si los dice un niño,
es un «reviejo». Dicho todo esto, Felices Pascuas. Vale, y Bon Nadal.
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