Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

sábado, 31 de diciembre de 2016

PALABRAS PARA EL AÑO NUEVO

No se me ocurre ninguna frase ingeniosa para felicitar el año, a pesar de que circulan a miles por Internet, por los SMS o los watsap. Y me parece, por escaso, muy frío eso de feliz entrada y salida del año. Es como si sólo deseáramos felicidad por un ratito, el inmediatamente anterior y posterior a las uvas. Lo de desear salud y suerte, se da por sabido, aunque a veces es fuerte la tentación de querer desesperadamente que a alguien le caigan encima las doce plagas bíblicas.
        Pero ha acabado un año y empieza otro, y parece obligado dirigirse a los amigos para que sepan que los quieres, que confías en que te sigan queriendo, que te duelen sus pesares y te alegran sus alegrías.
        Por eso voy a intentar regalar doce palabras que están ahí para que las usemos, para que las deseemos, para que las entreguemos a quienes nos importan. En doce palabras, por los doce meses, quiero resumir mis deseos de Año Nuevo.
        Esperanza es la palabra de enero. Queda mucho tiempo por delante, y hay que empezar a subir la cuesta pensando en la cima. Alegría para febrero loco, para no decaer, y firmeza en marzo, cuando el viento amenace con arrastrarnos.
        Amor en abril, que el sol empieza a calentar y el rumor del agua suena a música celestial. Para mayo, colores, que destierren el gris del invierno e iluminen los días más largos. Prosperidad para junio, que ya están a punto las cosechas, y amistad en julio, en las noches calurosas que se prestan al encuentro y las confidencias.
I        Imaginación en agosto y reconciliación en septiembre, para no dejar cuentas pendientes al inicio del nuevo curso. Trabajo y salud en octubre (y en todos los demás meses), y añoranza en noviembre, cuando siempre nos falta alguien.
        Y futuro en diciembre. Feliz 2017.  

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Desde Macondo. ADIÓS, BUEN VIAJE

Tanta paz lleve 2016 como descanso deja, que se dice en mi pueblo. En un par de días será Año Nuevo en Macondo, como en todas partes diréis. Pero es que aquí se nota más el tiempo circular, el eterno Día de la Marmota en el que parece que nunca pasa nada. Al menos, nada lo suficientemente bueno como para merecer un título en este humilde espacio.
           Apuro las últimas horas mientras trato de buscar una palabra, una frase que resuma 365 días, algo así como el año de la recuperación, el de los brotes verdes, el del pleno empleo o la salida de la crisis, que tanto cacarean y que nadie se cree, que llevan demasiados años diciendo lo mismo y nosotros, también muchos sin salir del bucle y esperando no hacerlo muy maltrechos. De ahí el título. Tanta paz lleve el año como descanso deja, a la espera del siguiente.
           Creo que si a los que ya hemos avanzado un buen trecho en la vida  nos dieran la ocasión de borrar un año de los vividos hasta el momento, lo tendríamos francamente difícil. No voy a hacer un balance de lo perdido; no voy a meter el dedo en la llaga de la pobreza, de las desigualdades, de la desesperanza y del futuro imperfecto. Las heridas siguen abiertas y sin visos de cicatrizar.  Cada cual tiene las suyas y se las lame como puede. O hasta que puede.
           Pero hay una herida colectiva que se infecta año a año y que amenaza con gangrenarse, llevándonos al final de los finales. Es la falta de confianza, de alegría. De esperanza. Nos engañamos con las fiestas, los parabienes, los brindis, los regalos del papá Noel de turno, las risas puntuales en comidas y cenas familiares, en tardes de compras o en celebraciones varias. Pero falta la alegría, que viene casi siempre de la mano de la ilusión. También ausente.
           Se han escondido en algún remoto rincón para no ver las guerras, las caras de tristeza de los refugiados, el mundo convulso, la insolidaridad, las fronteras con vallas y cuchillas, el Mare Nostrum que para ellos en un cementerio. Suyo.
           Para no ver a todos los que han quedado en el camino de la supuesta recuperación, a los trabajadores pobres, a las familias sin luz y sin calor, a los que han tenido que marcharse y a los que aquí, encadenan empleos precarios sin proyecto alguno de vida.  Por eso no sirve una tarjeta de “Próspero Año Nuevo”. Necesitamos mucho más que buenos deseos. Más que una tarjeta de necesitamos sacudirnos el fatalismo, la resignación y la amarga certeza de que los magos de Oriente sólo dejarán carbón en nuestros zapatos.
           Somos más y somos mejores que unos cuantos señores gordos vestidos de rojo, o que tres tristes reyes, por muy investidos de poder que se encuentren. No nos creemos lo que dicen unos pocos, (los que más tienen), que sacrificándonos muchos (los de siempre), mejoraremos todos. Es justo al revés.
          Unos cuantos apuntes para agradecer que la enfermedad nos haya respetado, que seguimos teniendo buenos amigos y que hemos descubierto la solidaridad con mayúsculas, la que viene de la gente de la calle. La que no se refleja en los Presupuestos.
          Con el puntapié en salva sea la parte al año que dejamos, al mundo convulso, al incierto panorama político en todas partes, a la ruptura del contrato social, tal y como lo concebíamos, mi único deseo es que todos creamos que un mundo mejor es posible. Y que luchemos por conseguirlo. Por salir del tiempo circular de Macondo y evitar la maldición de otros cien años de soledad. Feliz año Nuevo. 

domingo, 18 de diciembre de 2016

Desde Macondo. ...Y EN LA TIERRA PAZ

A pocas fechas de que Jesús vuelva a nacer, como todos los años, y un tanto harta ya de llevar casi desde el verano oyendo villancicos y conviviendo con espumillones, bolas doradas, ángeles, pastores y pesebres, me viene a la cabeza algo que leí alguna vez, una de esas cosas que yo llamo conocimientos inútiles, y que se quedan en la memoria arrinconando a veces cosas mucho más importantes. O no.
          La historia iba de traducciones de la Biblia, de cómo parte de los textos sagrados, por una mala traducción (intencionada o no), han pasado por los siglos con un significado bien distinto de lo que en origen quiso decir quién los escribió. Y viene esto a cuento de lo que nos han contado toda la vida acerca del coro de ángeles que anunció el nacimiento del niño Dios. Ya sabéis, eso de Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
Tomado directamente de San Lucas, probablemente de origen sirio y discípulo de Pablo de Tarso, en el mismo país. Al parecer, la segunda parte del texto original dice algo así como “y en la tierra paz entre los hombres en quienes El se complace”.
Las navidades, San Lucas y Siria me han traído a la memoria una imagen, la de una niña en Maalula, pequeña localidad del maltratado país, que nos recitó el Padre Nuestro en arameo, para que supiéramos cómo sonaba la lengua de Cristo. Evidentemente, no recuerdo ni una palabra, aunque tengo muy clara en la memoria la fotografía del lugar, escarpado, entre riscos y con un monasterio católico, Santa Tekla, colocado en las alturas, al que llegamos tras subir cientos de escalones.
Aquí viene a cuento San Lucas. Siria también es cristiana, y en buena lógica, también debe tener esos hombres en los que Él se complace, y que merecen paz en la Tierra. Y que posiblemente querrían celebrar las Navidades en buena armonía con sus vecinos musulmanes, como ha sido siempre.
¿Qué habrá sido de la niña de Maalula? De esa niña morena con el pelo revuelto y un vestido blanco que no se me borra de la memoria. O de las monjas de santa Tekla, secuestradas al principio de la guerra y de las que ya no se ha vuelto a hablar. Y de los miles de niños, hombres y mujeres de buena voluntad que han perdido la vida o viven directamente en el infierno mientras el mundo canta aleluyas por el nacimiento del Mesías.
Es difícil encontrar espíritu navideño entre las ruinas y las bombas. Y es urgente encontrarlo que ya no queda tiempo. En Siria, no ha debido programar bien el GPS y se ha perdido entre las dunas.
Como los hombres de buena voluntad.
 

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Desde Macondo. LA HUCHA ROTA

Cada vez que oigo hablar de la hucha de las pensiones me acuerdo del Coronel. El que no tenía quien le escribiese. Siempre me ha conmovido este libro (el segundo en mi lista de preferencias de la obra de García Márquez), que se lee de un tirón y deja la sensación agridulce que da la resignación ante la desgracia, el constatar que no hay mucho que se pueda hacer. Que es lo que toca. Nada para el coronel. No tiene quien le escriba. 
          La crisis nos ha dejado en la retina, y en el alma, mil y una imágenes de jubilados rebuscando en contenedores, de pensionistas manteniendo a sus hijos, de ancianos helados-con los huesos húmedos como el coronel-porque no pueden poner la calefacción, o ardiendo por calentarse con un brasero y alumbrarse con velas, de preferentistas estafados y sin posibilidad de una vejez tranquila. Y también de jóvenes y menos jóvenes que nunca tendrán pensiones. 
          Nos venden la milonga de que hay que invertir en nuestro futuro, contratar planes privados. Pero tampoco hay maíz para alimentar al gallo que, algún día nos sacará de la ruina. Los salarios de hambre, que no permiten llegar a fin de mes, menos aún nos posibilitan llegar al final de la vida con dignidad. No hay carta para nosotros. No tenemos quien nos escriba, y van pasando los años.
          Nos han roto la hucha en la que, monedita a monedita, hemos ido dejando nuestro granito de arena para que todos, los que han cotizado, los que lo necesitan, los que han pasado una larga vida de trabajo, tengan una recompensa justa.
          Y el cerdito de barro ya no se puede recomponer. Hay que hacer uno nuevo, al que todos empiecen a engordar. Y digo todos, especialmente los que nunca lo han hecho y han preferido llevar su dinero fuera a asegurar el bienestar de sus conciudadanos. Dicen las encuestas que la mayor parte de la población es pesimista respecto a su futuro, al futuro de las pensiones. Yo también, y no nos falta razón, viendo con qué alegría dan martillazos al cerdito de barro y meten la mano para sacar nuestra vejez.
          Como el coronel, salimos a la calle cada día buscando las buenas noticias. Las de verdad, no las maniobras de distracción con que nos obsequian nuestros dirigentes, antes de constatar con tristeza que nunca tendrá esa pensión por su larga vida de servicio a la patria, que “nosotros ya estamos muy grandes para esperar al Mesías”. 
          La solución no vendrá del cielo. Ni dejando pasar los años y las legislaturas. El presente es importante, pero el futuro, también, porque allí estaremos todos.
          Y hay que empezar a solucionarlo ahora, no esperando milagros que, como la carta del coronel, nunca llegan.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Desde Macondo. REGRESIÓN

Dice el diccionario de la Real Academia que regresión es el “Retroceso a estados psicológicos o formas de conducta propios de etapas anteriores, a causa de tensiones o conflictos no resueltos”. Pues ya he dado con lo que nos está pasando. Que vamos para atrás, que nos estamos volviendo niños, ya sabéis, como cuando éramos pequeños y nos metíamos debajo de la cama, o nos tapábamos la cabeza con la sábana para no ver la oscuridad.
        O pensábamos que si cerrábamos los ojos muy muy fuerte, apretando los labios al mismo tiempo, los monstruos se esfumarían. Y así andamos, mirando hacia otro lado, como si de esa forma desapareciera todo lo que nos desagrada, lo que no nos gusta y lo que pensamos que no podemos solucionar.
        Nos tragamos todo lo que nos echen, y hasta confiamos en visionarios que nos prometen un mundo mejor, aunque de sobra sabemos que nos están engañando. Pero queremos creerlos. No hace falta irse muy lejos para buscar ejemplos. Podría irme a la América de Trump, o quedarme más cerca con los gobiernos populistas que empiezan a menudear por Europa, prometiendo el oro (y el no moro, por hacer un chiste de lo que no tiene nada de gracioso), prometiéndonos un mundo mejor sin refugiados que vienen a aprovecharse de nuestro supuesto estado del bienestar, sin emigrantes que nos quiten el trabajo, sin supuestos terroristas que quieren destruir el cómodo modo de vida occidental.
        Podría quedarme más cerca, que en todas partes cuecen habas, y por aquí, también. No sé si hemos perdido la capacidad de análisis y de razonamiento, si se trata de un raro fenómeno psicológico colectivo, por el que todos añoremos, de repente, esa infancia sin más tareas que taparnos la cabeza ocasionalmente, cuando alguna criatura de la noche se colaba en nuestros sueños. Pero se iba igual que había venido. Cuando abríamos los ojos ya no estaba.
        Ahora no es igual. El mundo sigue ahí cuando asomamos la nariz por encima de la ropa, cuando aflojamos los párpados, sigue la guerra en Siria, y hay cada vez más pobres, y la desigualdad, se ha instalado cómodamente para quedarse por siempre, y los derechos sociales, humanos, laborales, continúan en franco retroceso. La brecha entre pobres y ricos es ya un abismo, aunque no queramos asomarnos a él, aunque nos pongamos de espaldas a la vida.
        Estamos dispuestos a creernos los mayores embustes, las películas más enrevesadas y las promesas más disparatadas. Todos los cuentos, por fantásticos que sean, que nos aseguren un colorín colorado feliz. Debe ser la regresión.
        El fundador de Macondo, José Arcadio Buendía, creador de la estire condenada a cien años de soledad, una persona de carácter fuerte, de voluntad inamovible, de gran fortaleza física, con ilusiones extravagantes, gran interés por la ciencia, la mecánica y la alquimia, muy idealista y aventurero, decidió un buen día que el martes era lunes, y el miércoles y el jueves, también lunes. Se negó a asumir el paso del tiempo, que sólo le traía complicaciones.
        Pero la vida seguía. Y nadie pudo parar el diluvio.

martes, 29 de noviembre de 2016

Desde Macondo. NIMILEURISTAS


Desde que comenzara la maldita crisis que ha puesto el mundo al revés, no hay día que no tengamos que añadir un "palabro" nuevo a nuestro diccionario cotidiano. A falta de que la Real Academia acuerde introducirlos oficialmente en la próxima revisión, es indudable que términos que ni sonaban hace unos años, no se nos caen ahora de la boca.

Cuando ya son de uso común (a la fuerza ahorcan), términos como crecimiento negativo para decir que vamos p’atrás, o reformas por recorte, o aumento del empleo en lugar de trabajos troceados, o sostenimiento del estado de bienestar para hablar de menos médicos y hachazos a los dependientes, o “no rescate” , tras haber entregado miles de millones  a los bancos, o “gravamen complementario” para hablar de subida de impuestos,  o que la bajada de sueldos sea una devaluación competitiva de los salarios, hay que seguir añadiendo entradas al diccionario.

Nimileuristas. Por no decir ni-la-mitad-de-mileuristas, que sería casi el término más exacto para definir a los sufridos trabajadores que más abundan en el país e la recuperación y las maravillas que nos venden los gobernantes. Aunque la ministra Báñez no se haya enterado, hay millones de nimileuristas, con toda la amplitud del concepto, que aquí caben desde los que cobran trescientos euros a los "privilegiados" que llegan al salario  mínimo. España tiene más de tres millones de trabajadores pobres. Cobran menos de 9.615 euros anuales, según las estadísticas de la OCDE. Seis millones de personas viven en España en hogares donde no se trabaja los meses suficientes al año. El último informe sobre desigualdad cifra en un 20,1% la tasa de pobreza en España para los trabajadores jóvenes de 18 a 25 años. Y en un 16% la de los trabajadores adultos. En números absolutos, ya hay 3,12 millones de trabajadores pobres.

Son el precariado, otra palabreja  que se ha colado en nuestras vidas, y para quedarse, visto lo visto.  Son los términos de moda, trístemente actuales, junto con pobreza energética, trabajo por horas o Banco de alimentos. Son los términos que los gobernantes deberían tener presentes, en lugar de pintarlos de verde  y presentarlos como brotes tiernos.

Pero claro, decir las cosas en román paladino, como son, como vienen en el diccionario de toda la vida, podría tener consecuencias fatales. Podríamos darnos cuenta de lo mal que estamos porque, somos tan tontos, que no lo advertimos en nuestros bolsillos, en nuestra vida diaria. Todo va bien. Lo importante es tener un trabajo. Nos quedamos con la primera acepción, con la más simple. Trabajo, según el diccionario, es una ocupación retribuida; es también esfuerzo humano aplicado a la creación de riqueza (en contraposición a capital). Puesto, es el lugar o sitio señalado para la ejecución de algo. Y nada se dice de tiempo, ni de salario, ni de condiciones.
Puesto de trabajo puede referirse a seis horas semanales, a doscientos euros, a fines de semana interminables a dos euros la horas, a minijobs, a ser becario hasta los cuarenta , y puede ser también la retribución que te permite comer, pagar el alquiler o la hipoteca,  independizarte y emprender un proyecto de vida. Vivir con dignidad.

Nimileurista no viene en el diccionario. Pero sí están otros términos como justicia o dignidad, que no pueden ni deben ser sustituidos  por resignación y supervivencia.

martes, 22 de noviembre de 2016

Desde Macondo. PERO NO MÍA


Libre te quiero,/ como arroyo que brinca/de peña en peña./ Pero no mía. Grande te quiero, / como monte preñado de primavera/. Pero no mía. /Buena te quiero, / como pan que no sabe su masa buena. / Pero no mía. /Alta te quiero, /como chopo que al cielo se despereza/. Pero no mía. Blanca te quiero, /como flor de azahares sobre la tierra. /Pero no mía. /Pero no mía /ni de Dios ni de nadie/ni tuya siquiera. (Agustín Gª Calvo)

 

Mañana es 25-N. Y el mundo se teñirá, por un día, de color violeta. Declaraciones institucionales, recuerdos y homenajes a las víctimas, informes y estudios, cifras, buenos propósitos, llamadas a la educación, a la denuncia, a la tolerancia cero contra el maltrato… Es el Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres. Y volvemos a lo mismo, bueno es que haya una jornada señalada en el calendario, pero en este tema, más que en ningún otro, la cosa no es de un día. Es de todos los días, todas las horas.

Es curioso. Creo que no podría recordar más de dos o tres nombres de las mujeres asesinadas en lo que va de año, y son muchas. Más de cuarenta. Tal vez sea porque los periódicos las despachan en una columnita con el título de “Nuevo caso de violencia de género”, y en eso nos quedamos, salvo que haya algún detalle truculento, que estén los hijos delante, que le haya dado 45 puñaladas, o algo así, que nos haga detenernos unos segundos más. Una más, qué horror, cuántas van este año, ¿son más que el año pasado por estas fechas? ¿Ha sido con un hacha o con un cuchillo? ¿Estaban los hijos delante?

No sabemos casi nada de ellas, empezando por el nombre, claro. Ignoramos sus sueños, sus ilusiones, su proyecto de vida, sus problemas, sus soledades y sus compañías. Tampoco hacemos mucho por averiguarlo, aunque nos apresuremos a colocarnos el lazo morado tal día como hoy. Porque toca. Toca decir que es una auténtica lacra social; que es inconcebible que chicas de 15 años vean normal que su novio les controle el móvil o los mensajes del ordenador. Y que lo justifiquen diciendo que las quieren mucho. Y eso las convierte en, violables, maltratables, asesinables. Propiedad del macho alfa.

Igual es que con esto del neolenguaje se ha redefinido el término “amor”, y yo, antigua como soy, no me he enterado de las nuevas acepciones. Amor ya no es libertad, libre te quiero, ni respeto, ni confianza. Es posesión, demostración de fuerza, cortar las alas y limitar el aire que respiras. Cuanto más fuerte es el golpe, más te quiere, cuanto más corto te ata, más enamorado está de ti.

Hace un millón de años, los trogloditas (según los tebeos de Hug), se fijaban en la mujer adecuada, la golpeaban en la cabeza con una porra, y agarrándola de los pelos la llevaban a rastras hasta su cueva. Y allí vivían felices y comían perdices o mamuts o lo que comieran, hasta que la muerte los separara. Sin que ella rechistara en ningún momento, que la porra formaba parte del mobiliario de la casa.

Pero eso era hace un millón de años, cuando los dinosaurios poblaban la tierra. Los dinosaurios han desaparecido; los trogloditas no. El meteorito que acabó con los grandes lagartos no eliminó los genes salvajes, machistas, primitivos o no sé cómo llamarlos, de los seres humanos. Y andando, los siglos, los milenios, seguimos hablando de mujeres muertas a cargo de sus parejas o ex-parejas, que tanto da una cosa que otra.

No valen leyes, ni órdenes de alejamiento, ni pulseras de vigilancia, ni casas de acogida. No vale nada. Sólo la cifra de víctimas, dos, cinco, cincuenta, con denuncias, sin ellas, con condenas, con teléfono del maltratador, en pueblos, en ciudades, españolas, ecuatorianas o marroquíes, bolivianas o rumanas. Muertas. Tal vez tenga que caer otro meteorito sobre la tierra. O mejor, tal vez tenga que producirse otro Big Bang. O tengamos que preguntarnos, de una vez por todas, qué sociedad estamos construyendo. Cada vez que hay una víctima, es decir, cada semana, volvemos a hablar gran pacto de Estado sobre la violencia de género. Que tampoco sé muy bien qué significa. Una sociedad que permite esto es una sociedad enferma. Y todo cuenta. Cuenta la educación, cuenta la desigualdad y la falta de medios para acudir a la Justicia o para encontrar ayuda, cuentan las leyes injustas, la discriminación. Y cuenta la sensibilidad para estar del lado de las víctimas. No podemos resignarnos. No podemos convertirlo en una conversación más.

Algo hay que hacer. Hay que fabricar hombres que quieran mujeres libres. Y mujeres que amen su libertad por encima de todo. De los hombres, también.

Este no es el mundo que queremos. Quiero el mundo de Macondo con sus mujeres mágicas, con Úrsula, que dirige con mano de hierro a siete generaciones de Buendías; con la exuberante Petra que hacía crecer la vida a su paso, con Santa Sofía de la Piedad, que sólo existe en el momento preciso; con Remedios, que asciende a los cielos entre una nube de flores amarillas tras acabar con todo varón que la pretendiera...

Con mujeres de nadie. Ni suyas siquiera.

 

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Desde Macondo. OTROS CIEN AÑOS DE SOLEDAD

El tiempo es relativo. Lo dijo Einstein y todos hemos tenido ocasión de comprobarlo. Pasa rápidamente cuando queremos saborear cada instante, o es insoportablemente lento cuando esperamos o cuando cualquier situación adversa nos pide pasar página. O se detiene, en un eterno Día de la Marmota. Hasta se vuelve circular, como en Macondo, donde las cosas, las vidas, los muertos, van y vienen sin marcharse nunca. Hasta completar un ciclo imposible.
        Tengo la amarga sensación de que estamos condenados a vivir otros cien años de soledad. La sensación de que está todo visto y tenemos que esperar mucho, muchísimo tiempo, hasta tener otra oportunidad. Porque las hemos desaprovechado todas. Hemos dejado por el camino todos los valores que sustentaban nuestro orden moral. Con el tiempo, minuto a minuto, y a veces muy deprisa, nos hemos desprendido de la libertad, de la democracia, de la justicia, de la tolerancia, de la idea romántica de un mundo de iguales, sin pobres, ni razas, ni sexos ni religiones.
        Hemos abandonado la lucha por la educación o la sanidad universal, por el contrato social que protege al individuo y lo integra en la colectividad. Por el mundo sin fronteras. Día a día nos hemos hecho tolerantes con la supremacía de los mercados, con el poder del dinero sobre todo lo demás, con el machismo, con los nacionalismos rancios, con los proteccionismos sin sentido, con la xenofobia…
        Se ha detenido el tiempo de la esperanza, y nos hemos instalado en el conformismo y la estupidez. Virgencita, que me quede como estoy. O un poco peor, pero no mucho. Es como si hubiéramos desgastado la democracia de tanto usarla; como si los derechos humanos se hubieran extinguido, agobiados por el crecimiento de la población de las guerras, de los refugiados; como si las fronteras se hubieran multiplicado, encerrando en su perímetro todo el miedo y la ignorancia de quienes quedan dentro.
         Agobia este mundo cerrado y rancio. Agobia la imagen de cada cual en su redil, delante de la tele y mirando temeroso hacia la puerta, vigilando que no entre nadie ni nada, ni tan siquiera el aire fresco que alivie el olor a naftalina.
        La relatividad del tiempo nos lleva, en un martes americano, a los años 30 del nazismo y el fascismo, o en un domingo más cercano al feudalismo en el que se trabajaba por poco más que la comida. No concibo un espacio compartido con los Trump, Le Pen, Farage, los nacionalistas húngaros o los Amanecer Dorado de Grecia. Ni con los que fomentan el crecimiento de unos pocos a costa del empobrecimiento de muchos. Son de otro tiempo, de un tiempo que ya creíamos superado y que ha vuelto para quedarse.
         El diluvio en Macondo duró exactamente cuatro años, once meses y dos días. Cuando terminó de llover, el pueblo era un montón de escombros, de casas de madera podrida y presas de los insectos más dañinos; los cultivos y las flores habían desaparecido en el mar de aguas, y los sobrevivientes de la catástrofe, aún con el verde de agua en la piel, saludaron a los primeros soles que volvían a iluminar su pueblo. Y Úrsula, la matriarca, que estaba esperando a que escampara para morirse, se vio presa de la fiebre de la restauración, y desde el mismo momento en que cesó la lluvia no tuvo un instante de reposo para restaurar la casa y “espantar la ruina”, y para decretar el final de los numerosos lutos superpuestos.
        Llueve ahora torrencialmente sobre nuestro mundo. Es tiempo de cambios, y no quiero pensar que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tengan una segunda oportunidad sobre la Tierra. 

jueves, 10 de noviembre de 2016

Desde Macondo. 'DAN-SHA-RI':

Leyendo la reseña de uno de esos libros de autoayuda tan de moda en estos tiempos, resulta que lo que yo hago de cuando en cuando, a veces obligada por la limitación de espacio físico, y otras, por higiene mental, tiene un nombre. Y resulta que lo inventaron los japoneses, tan cabalitos ellos, y que lo ha traído a la actualidad una escritora nipona que está vendiendo ejemplares como churros.
        'Dan-sha-ri': Ordena tu vida. Entendiendo por 'vida' tanto las ideas o los sentimientos como el armario o las estanterías. Porque esta recuperada técnica japonesa para lograr la felicidad parte de la idea de que deshaciéndonos de todo lo inútil, ya sea una camiseta vieja, unos vaqueros de talla imposible, un souvenir de vacaciones de tiempos mejores o un recuerdo al que los años han quitado el brillo, conseguiremos alcanzar ese estado de paz con el que todos soñamos.
        Y en tres sencillos pasos. El DAN, supone cerrar el paso a las cosas innecesarias que tratan de entrar en nuestra vida, es decir, adquirir sólo cosas que de verdad sean necesarias y no permitirte el capricho de la minisarten, del bolso que no usarás porque no cabe nada pero es monísimo, o el zapato de moda que sabes que te destrozará los pies; el SHA, es tirar todo aquello que es inservible y que inunda nuestras casas (y que echas de menos al instante de haberlo largado a la basura) y por último el RI, que es convertirse en una persona despegada de las cosas. En fin, no tengo casi nada, pero me cuesta despegarme de las cuatro tonterías que he ido reuniendo a lo largo de la vida.
        No hace falta leer el libro, que no digo yo que no lo leáis, para sentirse estupendamente después de uno de esos días locos de limpieza de armario en los que acumulas bolsas y más bolsas de ropa que no te pones hace mil años (mayormente porque ya no te cabe), de revistas que guardas porque te gustó un artículo, que ya no recuerdas cual era ni de qué iba, de mil y un ceniceros, platitos, animalitos, caracolas y representaciones del Taj Mahal o de La Alhambra, que trajiste o te trajeron de un viaje inolvidable. Es una liberación, no lo dudo.
        Cuando todo está despachado en el contenedor, los estantes se ven más grandes, hay sitio en los cajones y la barra del armario ya no aparece combada.
        Pero sólo son cosas. El auténtico espacio vital, tu cabeza, sigue abarrotado, porque no puedes desprenderte de los recuerdos ocultándolos en una bolsa de basura.
        El verdadero Dan-sha-ri, el arte de poner orden en nuestra vida, de que encontremos el camino a la felicidad, tendría que pasar por poder borrar todas las vivencias y los recuerdos tóxicos, por reprogramarnos. Y eso todavía no sabemos cómo hacerlo. No lo han inventado.
        Ni siquiera los japoneses.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Desde Macondo. EL LIBRO DE LOS NÚMEROS

Puede que sea casualidad. O no, que a fuerza de que nos engañen nos hemos vuelto todos un poco conspiranóicos y buscamos tres pies al gato a la primera de cambio. El caso es que ha transcendido que en la jura de Rajoy como presidente bis, ante la Constitución (por imperativo legal), el crucifijo y la Biblia (por deseo propio), ésta última estaba abierta por el Libro de los Números.
        Y por aquello del gato y los pies, me he apresurado a informarme sobre el contenido y el significado de dicho texto, que una no está muy ducha en libros sagrados, más allá de lo que se estudiaba en Literatura, acerca de la división en Antiguo y Nuevo Testamento, y lo que nos contaban en la catequesis, convenientemente guardado en el baúl de los recuerdos.
        San Google, que lo sabe todo, me ha contado que el Libro de los Números tal vez se llame así porque todo el texto está cuajado de cifras, y que consigna, con minuciosidad extrema, desde los dos censos de los israelitas hasta la cantidad de jefes de las tribus, el número de las poblaciones y  libaciones necesarias, la cantidad de hombres sublevados, las cabezas de ganado que han de ser destinadas al sacrificio ritual, la cantidad de botín y su reparto exacto, agrimensura y dimensiones del territorio; incluso recuentos minuciosos de las leyes y los relatos contados.
        El Libro de los Números cuenta, en esencia, los 40 años que pasaron los israelitas en el desierto, con los consiguientes episodios de rebelión y abandono de la fe y los castigos y el perdón de Dios. El tema de la obediencia y la rebelión seguida por el arrepentimiento y las bendiciones, corre a través de todo el libro parejo a las penurias que pasó el pueblo elegido hasta llegar a la tierra prometida. El mensaje es claro, y ahí me pega la elección de Rajoy (aparte de que le gusten mucho los números): La supervivencia depende de santificar el nombre de Jehová, obedecerle en medio de toda circunstancia, y respetar a sus representantes.
        Pues nada, ya sabemos algo del juramento del presidente, por cierto, sobre una Biblia de 1791 y fue propiedad del rey Carlos IV. Del crucifijo no nos han contado nada. Y de la Constitución… Supongo que no estaría abierta por el Artículo 16, en el que se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos, y se dice textualmente que “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”.
        El presidente, que se abraza a la Constitución a la primera de cambio, ha hecho uso de la primera parte del artículo, como individuo que es (dicho en el mejor sentido), y ha pasado olímpicamente del resto, despreciando a los ciudadanos que profesen otras religiones, o simplemente, ninguna. Se me ocurre que podría haber hecho después un juramento en la intimidad, como una fiesta privada, con su biblia, sus cruces, vestido de obispo, si así le apetecía y hasta con Misa cantada. Algo así como las bodas que se hacen en el campo o en la playa, una vez que has firmado legalmente en el Juzgado.
         Pero fuera del acto oficial y del respeto que debe a todos los españoles, ya sean católicos, musulmanes, budistas o del hare Krisna. Y ya puestos, podría haber elegido otro libro de la Biblia distinto de Los Números, quizá algún pasaje que hable, de misericordia, de justicia, de tolerancia… Que los hay.

jueves, 27 de octubre de 2016

Desde Macondo. HOLYWINS

Ya no me da el body para tanta fiesta. Resignada estaba a asistir una vez más al despliegue de calabazas huegas, zombies, esqueletos, frediskruger, vampiros y demás fuerzas del mal, como cualquier Halloween que se precie, y hete aquí que recibo la misiva de los obispos invitándome a celebrar "Holywins", así, en inglés, que para algunas cosas nuestros purpurados son muy internacionales.
     El pionero, al parecer, fue el Obispado de Alcalá, pero ahora han sido los obispos de Cádiz y Ceuta los que han  editado un manual con el que pretenden que colegios, asociaciones, parroquias y catequesis infantiles destierren de una vez la fiesta de Halloween  y den sentido religioso al día de Todos los Santos. Las instrucciones incluyen disfraces de apóstoles, papas y santos, juegos con globos, canciones religiosas y momentos de meditación. El manual es muy preciso y recoge instrucciones muy claras para celebrar como es debido la fiesta de "Holywins", que dicho sea de paso significa algo así como "los santos ganan". . Nada de zombis ni de vampiros. Los disfraces que deben triunfar  son de apóstoles, vírgenes, santos y beatos famosos. Hay también propuestas de juegos. Nada de truco o trato o pasacalles del terror. Lo que se recomienda son juegos con globos o la representación de canciones como 'Cuando un cristiano baila'.
      En fin, nunca he celebrado Halloween ni creo que tampoco vaya a hacerlo con Holywins, que soy partidaria de que cada cual se divierta como quiera. Y eso sí, que no falten buñuelos, ni castañas ni cualquier cosa que nos endulce la dura existencia.
      Pero no se puede ir contra los tiempos, por mucho que a veces sean malos consejeros. No se puede decir a un niño que cambie el disfraz del monstruito de moda por el de San José, tan serio y aburrido. Y eso que los obispos, que están en todo, ofrecen una amplia variedad de propuestas para disfrazarse. Sólo hay que entrar en la web del Holywins de Alcalá para enterarse de que con una armadura, un escudo y una espada, el tierno infante puede ser San Jorge. Y si le añades alas, San Miguel Arcángel. Una tela marrón con capucha y una cuerda blanca en la cintura vale para cualquier santo franciscano. Puestos a economizar, el vestido de princesa de Carnaval sirve para cualquier princesa santa: Olga, Clotilde, Margarita de Escocia... Hay más. Con camisa a rayas y triángulo rojo invertido con una "P", un sacerdote mártir en un campo nazi.
      Y si el niño es menos místico y a pesar de todo apuesta por lo "gore", y se emperra con eso del terror, con un disfraz con una cabeza cortada en una bandeja, puede ir de San Juan Bautista Decapitado.
      Me asombra el celo que pone la Iglesia en estas cosas. Ojalá lo pusiera en otras.
      Por mi parte, ni una cosa ni la otra, ni Halloween ni Holywins. Ni alas de murciélago ni de ángel, ni brujas ni monjas; ni telarañas ni nubes celestiales. Me quedo en Macondo con su cura levitando cuando toma chocolate, con José Arcadio Buendía, muerto y amarrado a un castaño en el patio, y charlando de vez en cuando con Úrsula, con sus 17 Aurelianos marcados con una cruz en la frente. Con Macondo y sus muertos de andar por casa, que van y vienen cuando, como el gitano Melquiades, no soportan la soledad de la muerte.

jueves, 20 de octubre de 2016

Desde Macondo. PROCUSTO Y TESEO

Dado que la vida real nos ofrece pocas historias edificantes, y menos explicaciones de lo que nos está pasando, vuelvo la vista atrás, a la siempre aleccionadora mitología clásica, para intentar comprender por qué hemos llegado hasta aquí, qué hemos hecho mal y si estamos a tiempo de arreglarlo. O si esto tiene arreglo.
      Y en el camino hacia atrás, hacia la época dorada de la ahora moribunda Grecia, me encuentro con Procusto, mencionado en una de las aventuras de Teseo, en los obstáculos que tuvo que vencer para llegar a Atenas. 
      Procusto era un posadero que tenía su negocio en las colinas de Ática. Cuando un viajero solitario se alojaba allí, entraba por la noche en su habitación y le ataba las extremidades a las esquinas de la cama. Entonces, había dos posibilidades. Si el viajero era más grande que la cama, Procusto le cortaba las extremidades que sobresalían, los pies, los brazos, y hasta la cabeza, para que ‘encajase exactamente en el lecho. Si por el contrario era más pequeño, le estiraba hasta descoyuntarlo para que se adaptase a la medida. 
      El caso es que, andando el tiempo, el susodicho mesonero dio nombre a un síndrome, el “síndrome de Procusto”, utilizado para definir a quienes “cortan” todo lo que sobresale, lo diferente, a quienes pretenden acomodar siempre la realidad a la estrechez de sus intereses, a quienes se creen la medida de todo y se ponen nerviosos si alguien sobresale de la medida de su propia mediocridad.
      Y aquí entra la realidad actual. Estamos en manos de mediocres que no ven más allá de sus propios intereses y no permiten que nadie destaque. Y que se rodean de más mediocres para no quedar en evidencia. Dispuestos a cortar lo que haga falta para disimular sus carencias, para no quedar en evidencia.
      Así nos va. Hemos llegado a un mínimo nivel de exigencia. Damos por hecho que si un político, un empresario, un dirigente de cualquier tipo es gris, sus ministros, directores generales, gerentes, secretarios, asesores y demás, deben ser del mismo color. Sin nadie que brille con luz propia, que sobresalga. 
      Teseo, en el último de sus trabajos, acabó con Procusto engañándole para que se tumbase en la cama, momento que aprovechó para atarle y aplicarle su propio ‘método’. 
      Nosotros no tenemos un héroe que acabe con la tiranía de la mediocridad y dé un giro de 180 grados a este mundo que nos ha tocado vivir. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

Desde Macondo. COSAS DE POCA IMPORTANCIA

Pensando, pensando en todas las cosas que pasan, y que nos pasan de largo, me ha venido a la cabeza uno de mis poemas preferidos de León Felipe, Qué Lástima. "¡Qué lástima/ que no pudiendo cantar otras hazañas,/porque no tengo una patria,/ni una tierra provinciana,/ni una casa/solariega y blasonada,/ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla,/ni un sillón de viejo cuero,/ ni una mesa, ni una espada,/y soy un paria/que apenas tiene una capa...venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia! ".
      Nos esforzamos por conocer el estado de las conversaciones para los pactos, los enredos de los políticos en sus partidos o en los de otros, los macrojuicios con cifras que, por inimaginables en nuestro vivir cotidiano  se escapan a nuestro conocimiento. Hablamos y hablamos de regalos carísimos, de bolsos que jamás podrán colgar de nuestros hombros, de relojes que nunca luciremos, ni de lejos, en nuestras muñecas y de comilonas con manjares que ni sabíamos que existían.  Hasta seguimos de cerca la política americana para conocer el último disparate de Trump. Mucho más interesante que la guerra en Siria o la crisis de los refugiados. Hablamos, leemos y comentamos. Qué interesante todo.
      Y dejamos de lado nuestras cosas. Las cosas de poca importancia. De aquí a un par de días será sábado, el día en el que la gente de a pie suele hacer la compra semanal, decidir tonterías como comprar manzanas, que están más baratas, o pollo, que cunde más que la ternera. Y que, coincidiendo con las lluvias y la inminente llegada del frío, se plantea si comprar otros zapatos o poner tapas y medias suelas a los del año pasado, que aún pueden aguantar. O se pregunta por qué ha crecido tanto el dichoso niño, que las mangas del anorak de la anterior temporada le quedan por el codo. Y empieza a temblar por los recibos de la luz que vendrán, y porque las Navidades, con sus inevitables gastos, están a la vuelta de la esquina.
       Cosas de poca importancia, cuando al abrir los periódicos, todos, o al sentarte frente a la tele, te encuentras con las caras de los agraciados con las  tarjetas black, o te tiran por tierra tu concepto de buena vida, apabullándote con viajes, safaris, o compras en Tyffany’s o Loewe .
      Y con todo, no es esto lo que más me alucina, que somos pobres hasta para sorprendernos. Me dejan boquiabierta los cargos de las tarjetas opacas en Mercadona, en la farmacia. en Decathlon o en un billete de Metro. Como nosotros, como si fueran humanos y tuvieran sus cosas de poca importancia como nosotros.
      Qué lástima, que ya sólo nos sorprendan las cosas de poca importancia…

jueves, 6 de octubre de 2016

Desde Macondo. CUESTIÓN DE HORMONAS

No hay ciervos en Macondo. Ni venados, que la selva húmeda y frondosa no es lugar para tan majestuosos animales. Pero hasta aquí llega, ahora que la estación es propicia, el inquietante sonido de los cuervos entrechocando, y ese berrido lastimero y profundo que sale de las entrañas y se cuela por todas las rendijas.
      Hace mucho tiempo, cuando miraba las cosas con los ojos limpios y dispuestos para llenarse de mil y una imágenes nuevas, tuve ocasión de disfrutar del espectáculo de la berrea del ciervo. Nunca antes había visto algo igual. Ni oído. El lamento de los animales y el sobrecogedor ruido de los cuernos batiéndose en peleas casi siempre incruentas, pero impactantes.
      Como urbanita que soy, me mantenía a una distancia prudente de los imponentes bichos, por si algo de su furia me salpicaba. Y mi ignorancia del mecanismo hormonal de los cérvidos se puso de manifiesto cuando el guarda de la finca me dijo eso de "no se preocupe, no la ven. Ellos están a lo suyo". 
      Explicación popular. Lo suyo es perpetuar su especie, luchar por su territorio y asegurarse el futuro. La explicación científica, pasa por las hormonas. Están invadidos, colonizados por ellas, y no hay nada a su alrededor que los distraiga.
      Diréis que a qué cuento viene la historia. Pero tiene moraleja, como todas. Tengo la amarga sensación de estar asistiendo a una gigantesca “berrea”. El machacón sonido de los cuernos me recuerda machaconamente la realidad que estamos viviendo. Unos y otros dándose topetazos entre sí sin notar siquiera que alrededor estamos nosotros los que los alimentamos, los que cuidamos la finca en la que pacen y esperamos que, a cambio, se preocupen un poco por nuestras cosas.
      Por nuestro presente y nuestro futuro.
     Chocan los cuernos y no se oye el miedo al mañana, ni siquiera el de hoy, tan próximo,  ni el ruido de las tripas vacías, ni se huele la desesperanza o la desesperación. O la ausencia de brotes verdes, que tampoco les importa demasiado porque tienen la comida asegurada.
      La berrea está durando ya demasiado. Antes, cuando el mundo no estaba al revés, cuando la selva era selva y el monte, monte, se limitaba a unos cuantos días de otoño. La explosión de hormonas era temporal, y luego, las cosas volvían a la normalidad, No más peleas, y cada cual en su sitio. Y todos visibles.
      Ahora… Hace demasiado tiempo que no nos ven. Están a lo suyo.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Desde Macondo. TRAFICANTE DE SUEÑOS


Se llama Rami Adham y en Siria le llaman el “traficante de juguetes” porque arriesga su vida para llevar desde Finlandia, donde vive, cientos de muñecos y peluches para los niños sirios.
      Nos hemos acostumbrado, tristemente, a conocer el día a día de las organizaciones humanitarias, de los médicos que se juegan la vida en hospitales precarios, de los que intentan llevar víveres y medicinas a las poblaciones sitiadas para aliviar en lo posible su situación. Y nos parece casi normal. Es lo que se hace en tiempos de guerra. Esforzarse en burlar las dificultades, en saltar las barreras para llevar lo necesario a quienes más lo necesitan.
      Pero ocupados en lo urgente, se nos olvida lo importante. Son niños y, como tales, tienen que soñar. Y nadie lleva sueños a un escenario de pesadillas. Quizás por eso me ha conmovido especialmente la historia de este traficante especial que un día escuchó a su hija de tres años preguntarle porqué además de comida y medicinas no llevaba juguetes. Incluso ofreció los suyos propios.
      Rami llenó una bolsa de supermercado con juguetes de sus seis hijos, con “barbies” y peluches y volvió a cruzar la frontera. Según sus propias palabras, los niños, cuando llegó al lugar, no parecían impresionados por la comida y el dinero, pero en cambio quedaron extasiados y felices con los muñecos. “Cuando vieron los peluches, sus ojos de agrandaron y aparecieron esas enormes sonrisas en su rostros”.
      Y en ese momento decidió convertirse en traficante de juguetes. De sueños. Decidió devolver la capacidad de soñar a los niños que han perdido su niñez. Ahora que su historia se conoce, y que cuenta con la ayuda de organizaciones humanitarias finlandesas, Rami insiste en seguir llevando él su preciada carga, y hace un par de semanas ha cruzado a Siria por vigésimo octava vez, llevando cientos de juguetes, alguno muy especial para Miral, una niña de ojos enormes que vio a su padre morir torturado. Es un pony rosa púrpura con su cola brillante. Uno de esos que venden en cualquier chino por un par de euros, y que nuestros niños arrinconan tras jugar un ratito.
      De cuando en cuando, mirando de reojo un telediario, nos conmueven las imágenes de un niño herido, de otro aturdido por el ruido de las bombas e incluso, de algún pequeño cuerpo aplastado bajo las ruinas de una casa o inerte en una playa o en una calle. Nos indignamos y despotricamos. Nos apenan su dolor, sus miedos y su hambre.
      Pero no pensamos en sus sueños. Y la vida, también es sueño. Es un oso de peluche, una barbie y un pony de colores.  Afortunadamente, alguien ha descubierto que merece la pena traficar con juguetes. Y con sueños.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Desde Macondo. EL RECAUDADOR

Aunque no lo parezca, que el título ya pone en guardia, esto va de Ferias. Aunque hay que fastidiarse, que ni con ocasión de un evento festivo podemos librarnos de la maldita economía (macro y micro) que se ha adueñado de nuestro ser. Pienso en la Feria y la imagen que me devuelve el pensamiento no es la de las tómbolas, los chiringuitos, la noria o el tren de la bruja.  Ni apelando a la gula, ya sabéis, cervecitas, pinchos morunos, montaditos de lomo o chocolate con churros, consigo tener cuerpo de jota.
            Y es que me ha dado por pensar en el “titular” de la Feria de Talavera, en San Mateo, que se me representa como un avieso banquero, como un siniestro cobrador del frac con un enorme saco en el que va echando nuestros dineros, nuestra alegría y nuestras ganas de diversión.
San Mateo. Mira que hay nombres en el Santoral y advocaciones a las que encomendarnos. No es que yo conozca muchos santos, pero seguro que hay unos cuantos más dicharacheros y más adecuado para apadrinar una feria, especialmente en estos momentos, que el susodicho, que tenía como oficio recaudar impuestos y que, por tanto, era odiado y temido a partes iguales. Eso sí, hasta que Jesús lo llamó a su vera y vio la luz.
Dice su biografía, que me la he leído, que los publicanos o recaudadores de impuestos se enriquecían fácilmente, y que al que nos ocupa, a Mateo, le atraía la idea de hacerse rico prontamente, apretando las tuercas a los pobres ciudadanos e insensible a su sufrimiento y a las penurias a las que los condenaba por su voracidad recaudatoria. ¿A que os suena?
En fin, a diferencia de todos en los que estáis pensando, éste se hizo bueno, lo elevaron a los altares y le pusieron su nombre a unas cuantas ferias, entre ellas, a la de Talavera. Y en esas estamos, intentando pensar en el buen hombre y olvidando todo lo demás, aunque sea labor de titanes.
Pero a ver quién es la guapa que puede abstraerse, en pleno auge del precariado, de noticias sobre corrupciones y enriquecimientos ilícitos varios, mientras os afanamos en subir la cuesta de septiembre, en arreglar algún excesillo de verano y en proveer para el largo invierno…
En fin, habrá que  honrar a San Mateo. Igual intercede para que sus “colegas” del tiempo presente también abandonen la senda del mal y se reciclen en hombres buenos, piadosos, compasivos, comprometidos con los que menos tienen, luchadores contra la codicia y la explotación del débil.
Felices Ferias.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Desde Macondo. CUESTIÓN DE “UMBRALES”

Siempre ha habido ricos y pobres. Faltaría más. ¿Quién no lo ha dicho alguna vez? Claro, que lo decíamos como un refrán, como una frase hecha, sin plantearnos siquiera el significado real de las palabras. Y sin pensar, por supuesto, en umbrales de riqueza. De pobreza, mucho menos. Qué vestido, o qué coche o qué reloj más bonito. Tú que puedes. A ver chica, siempre ha habido ricos y pobres.
      Ricos de mentira y pobres igualmente falsos. Pero eso era antes. Cuando no sabíamos que los millonarios se han multiplicado desde que comenzó la crisis, y que siguen aumentando los millones. Y que muchísimos españoles son pobres, entendiendo por pobre el no poder satisfacer sus necesidades básicas (léase comer, calentarse, vestir decentemente o enviar a sus hijos a la escuela con el material requerido). Que no se trata sólo de poder ir de vacaciones o cambiar de coche.
      Todos sabemos en qué parámetros se mueve el umbral de la pobreza, pero desconocemos el de la riqueza. Se toma como base el salario medio (no el mínimo, que ya es ciencia ficción), y se descuenta un sesenta por ciento para saber quiénes son pobres y poder dar esas aterradoras cifras de casi el 25 por ciento.
      Pero nadie nos cuenta el umbral de la riqueza, cuantos millones hay que tener para hablar de ricos, cuántas amnistías fiscales, capitales evadidos y tributaciones de risa hay que acumular para entrar en el club de los elegidos.
      Porque ya no vale el concepto de sociedad, de nación que nos habían contado. El hombre vive en sociedad, que es un espacio para la solidaridad y la redistribución de la riqueza. Aunque siempre hayan existido ricos y pobres, porque nada es perfecto.
      Llevamos toda la vida hablando de erradicar la pobreza, de acabar con el hambre, de llegar a un gran acuerdo para que el mundo cambie. Todos hemos soltado la lagrimita, o al menos hemos hecho algún puchero, con las imágenes de la hambruna en tal o cual país africano. Y hemos seguido a lo nuestro. Ni objetivos del milenio ni leches.
      Y es que lo hemos planteado mal. No hay que sentarse a hablar sobre la pobreza, porque docenas de cumbres no han conseguido casi nada. Hay que hacer un pacto contra la riqueza para que todos podamos seguir habitando nuestra parte del mundo sin abismos insalvables, sin cruzar umbrales que nos lleven al cielo o al infierno.
      Macondo, que fue próspero y feliz, donde todos tenían igual acceso al sol y al agua, se convirtió en un lugar de aislamiento y pobreza cuando la compañía bananera desmanteló las instalaciones, y sus directivos se marcharon con las riquezas acumuladas durante años.
      Y luego vino el diluvio.