A pocas fechas de que Jesús vuelva a
nacer, como todos los años, y un tanto harta ya de llevar casi desde el verano
oyendo villancicos y conviviendo con espumillones, bolas doradas, ángeles,
pastores y pesebres, me viene a la cabeza algo que leí alguna vez, una de esas
cosas que yo llamo conocimientos inútiles, y que se quedan en la memoria arrinconando
a veces cosas mucho más importantes. O no.
La
historia iba de traducciones de la Biblia, de cómo parte de los textos
sagrados, por una mala traducción (intencionada o no), han pasado por los
siglos con un significado bien distinto de lo que en origen quiso decir quién
los escribió. Y viene esto a cuento de lo que nos han contado toda la vida
acerca del coro de ángeles que anunció el nacimiento del niño Dios. Ya sabéis,
eso de Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena
voluntad.
Tomado
directamente de San Lucas, probablemente de origen sirio y discípulo de Pablo
de Tarso, en el mismo país. Al parecer, la segunda parte del texto original
dice algo así como “y en la tierra paz entre los hombres en quienes El se
complace”.
Las
navidades, San Lucas y Siria me han traído a la memoria una imagen, la de una
niña en Maalula, pequeña localidad del maltratado país, que nos recitó el Padre
Nuestro en arameo, para que supiéramos cómo sonaba la lengua de Cristo.
Evidentemente, no recuerdo ni una palabra, aunque tengo muy clara en la memoria
la fotografía del lugar, escarpado, entre riscos y con un monasterio católico,
Santa Tekla, colocado en las alturas, al que llegamos tras subir cientos de
escalones.
Aquí
viene a cuento San Lucas. Siria también es cristiana, y en buena lógica,
también debe tener esos hombres en los que Él se complace, y que merecen paz en
la Tierra. Y que posiblemente querrían celebrar las Navidades en buena armonía
con sus vecinos musulmanes, como ha sido siempre.
¿Qué
habrá sido de la niña de Maalula? De esa niña morena con el pelo revuelto y un
vestido blanco que no se me borra de la memoria. O de las monjas de santa
Tekla, secuestradas al principio de la guerra y de las que ya no se ha vuelto a
hablar. Y de los miles de niños, hombres y mujeres de buena voluntad que han
perdido la vida o viven directamente en el infierno mientras el mundo canta
aleluyas por el nacimiento del Mesías.
Es
difícil encontrar espíritu navideño entre las ruinas y las bombas. Y es urgente
encontrarlo que ya no queda tiempo. En Siria, no ha debido programar bien el
GPS y se ha perdido entre las dunas.
Como
los hombres de buena voluntad.
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