Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 27 de mayo de 2015

Desde Macondo. PACTOLOGÍA (y LETRAS)

No es una disciplina que venga en el catálogo de estudios universitarios; ni en uno de esos carísimos másters de los centros privados o de fundaciones tipo FAES que gustan de dar clases de lo más insospechado. Ni tan siquiera está en uno de los socorridos módulos a los que acuden quienes, por falta de ganas o de medios, intentan estudiar algo para salir del paso.
         La Pactología no se estudia, ni siquiera existe, con lo bien que vendría ahora un cursillo, aunque fuera acelerado, viendo lo que se nos avecina, y ante la posibilidad de que nos encontremos ayuntamientos y comunidades paralizados, bloqueados y ocupados en asuntos que no son los fundamentales, los importantes y los urgentes. Que no está la cosa para muchas demoras.
Se ha empezado a conjugar el verbo pactar cuando ya figuraba entre las palabras moribundas en el diccionario, las que, por desuso, están a punto de ser retiradas y nadie recuerda bien su significado primigenio. Cuando a nadie se le ha ocurrido incluir la “Pactología” entre los estudios fundamentales para quienes quieran dedicarse al noble oficio de servir al ciudadano. Esto no es guasa. Lo de noble, digo.
         Podría montarse un plan de estudios en un pis pas, que tampoco hay que ser un genio para decidir qué asignaturas tendrían que incluirse en el programa. La primera, servicio público, definición, objetivos, finalidad…La segunda, altura de miras. Fácil, en un par de párrafos puede explicarse que es no mirarse al ombligo ni mirar a los sillones o a los ceros del cheque. Y habría que incluir varios capítulos de solidaridad, de empatía, de “piel”, que diría Floriano (a quien le recomiendo que se saque el título), de geografía humana, para conocer no sólo las ciudades y los pueblos que van a gobernar, sino especialmente a las personas, para compartir con ellas alegrías y tristezas. Comprensión, talante, generosidad, facilidad para el diálogo y cintura política también serían materias a computar.
         Pero nadie podría aprobar Pactología si no pone en primer lugar a las personas. Por encima de todo, de intereses de partido, de número de votos, de estrategias para las próximas elecciones, de reparto de cargos, de cálculos de posibles sillones, están las necesidades humanas. Que no son invisibles, porque se ven con los ojos del corazón, como decía el zorro al Principito, aunque el corazón no sea un órgano común en las mesas de negociaciones. Se pacta con la cabeza y se olvidan de que nosotros, los de a pie, queremos corazones que latan al tiempo de los nuestros.
         Si los pactos, además de los partidos, los hacen las personas, y esas personas se han mirado el programa de esta utópica carrera de Pactología, cuánto cambiaría la cosa.
         P.D: Lo de las “Letras”, que figura entre paréntesis, es un anexo para subir nota. Y no estaría mal que la maltratada Cultura también estuviera entre los temas a pactar.
 

miércoles, 20 de mayo de 2015

Desde Macondo. GEOGRAFIA IMAGINARIA

Han llegado los invasores a Macondo. Y eso no es todo lo malo. Lo peor es que han llegado hasta aquí pasando por el bosque de Caperucita, por el idílico lago del Patito Feo, por el camino amarillo que lleva al país de Oz, por el Lilliput de Gulliver, el país de Nunca Jamás, el reino de Narnia y el brumoso Avalon. Y hasta por el país Multicolor de la Abeja Maya y el de las Maravillas de Alicia. Han pasado por Comala y la Arcadia, por Itaca y el Olimpo, por la isla de Robinsón y la del Tesoro, por Eldorado y la isla Utopía de Tomás Moro, por la Vetusta de La Regenta, la Ínsula Barataria de Sancho y por el minúsculo asteroide B-612 en el que sólo caben El Principito y su flor.
         Han borrado de un plumazo todos los países imaginarios de mi infancia y de mi juventud, los lugares a los que dirigirse a cualquier edad para evocar los buenos ratos que hemos pasado en ellos. Porque han creado su propio país de ficción. Mucho mejor que todos los anteriores. Dónde va a parar.
        Lo ha dicho el “conquistador” del nuevo Reino. El presidente. Ha colocado el país en el mapa y como un reyezuelo déspota, de república bananera, pretende hacernos entrar a empujones, aún cuando sabemos que no hay sitio para nosotros, que sólo existe para él y unos cuantos de los suyos, que nosotros no cabemos.
         En su país imaginario no se habla de crisis ni de paro. No hay hambre, ni desempleados, ni enfermos que esperan eternamente, ni discapacitados que mueren esperando una ayuda, ni estudiantes que no pueden pagar la matrícula, ni desahuciados, ni corruptos ni autónomos desesperados, ni sueldos de miseria, ni luces y radiadores apagados. Ni siquiera han rescatado a los Bancos.
         No tenemos la llave del castillo en el que se han parapetado, y no podemos comprobar cómo se ve la realidad desde sus ventanas. Tampoco sabemos si miran. O desde qué altura, para verlo todo tan distorsionado.
         Esa España imaginaria nos ha dejado fuera. Han invadido la razón y la evidencia y nos han dejado esa sensación amarga de no pisar el mismo suelo, de no leer el mismo libro, de estar obligados a escuchar cuentos donde, colorín colorado,  al final, las perdices sólo las comen unos cuantos.
         Y al resto nos dan con el plato en las narices.
 

viernes, 15 de mayo de 2015

ZOON POLITIKÓN. (Cuatro años del 15-M)


Aristóteles, que era mucho más listo que cuantos nos gobiernan ahora (por eso ha pasado a la Historia y éstos ni se asomarán a élla) definía al hombre como zoon politikón, haciendo referencia a sus dimensiones social y politica.  El hombre y el animal por naturaleza son sociales, pero no somos iguales que las hormigas o las abejas, perfectamente organizadas. Sólo el hombre es político, siempre que viva en comunidad.

          Y en esas andamos, celebrando el cuarto aniversario del 15-M y reflexionando acerca de las muchas opiniones (de los políticos "profesionales" por supuesto), que desoyendo al sabio griego pontifican sobre la politización de nuestro mundo y nos mandan directamente a las urnas, si es que queremos participar en algo.

          Vamos, como si fuéramos zoon, pero sin politikón. Animales que viven en su hormiguero o en su panal, y ahí desgranan las horas haciendo cera y miel. Ya lo dijo Lo la insigne secretaria general del PP, la presidenta de nuestros dolores, si quieren hacer política, que creen un partido y se presenten a las elecciones.

          La santificación de los partidos que nos llevan por la calle de la amargura. Y no señor. Yo quiero ser, y soy, un ser político, que se manifiesta en la calle, que opina, que lee las noticias y aspira a ser parte (buena) de ellas, que discrepa o comparte, que se indigna, que abuchea a los indignos, que se reafirma o se arrepiente del lejano momento voto, cuando dejó su bienestar y su vida en manos con agujeros.

          Soy un ser político cuando elijo vestirme con los colores de cualquier marea porque me incumbe, me importa y me representa; cuando escucho la música de la Solfónica indignada, cuando aplaudo un desahucio fallido, cuando me compadezco de los afectados por las preferentes, cuando apago la tele harta del telediario y cuando elijo quedarme en casa, presa de la desesperanza y la impotencia.

          Y sin necesidad de que ni nombre figure, bajo las siglas de nadie, en una papeleta electoral.

          Lo demás, tratar de banalizar la democracia reduciéndola a un domingo cada cuatro años, es pervertir el sistema, es tiranía, es crear una sociedad de borregos a los que sólo se les permite balar cuando toca. Y poco.

          Es obviar un momento histórico, 15-M de hace cuatro años ya que, más allá de interpretaciones, ha servido para poner en valor la definición de zoon politikón que nunca debimos perder, y que no es tarde para recuperar

 

miércoles, 13 de mayo de 2015

Desde Macondo. DIVINO TESORO

De haber tenido una persona mayor al lado, posiblemente el “jovencito” político no hubiera dicho tal estupidez. O sí, porque bien cierto es que algunas juventudes no siempre se curan con la edad. Algunas no se curan nunca y otras, afortunadamente, siempre han estado sanas.
         Va más allá de las típicas ocurrencias y gracietas de los líderes en campaña el asegurar que la regeneración de la vida pública sólo puede venir de la mano de los nacidos después de 1978. Como si nadie nacido antes de la aprobación de la sacrosanta Constitución pudiera tener la oportunidad de poner sus valores, su honestidad, su experiencia, su bagaje humano, al servicio de los demás.
         Soy de las que aplaudo que los jóvenes se interesen por la vida pública, que se impliquen en la marcha de su país, que nos muestren otros puntos de vista, a más largo plazo, tal vez, de por dónde deberíamos ir. Pero se le olvida al político bisoño (rondando los 40 por cierto), que cuando los de su generación pasaban de todo, tenían todo, estudiaban sin esfuerzo en las mejores universidades y repartían su tiempo entre videoconsolas y botellón, otros trabajaban duro para sacar al país de muchas décadas de atraso.
         Se le olvida también que mucha de la gente honesta que hoy peina canas no ha tenido ni la enésima parte de oportunidades que los jóvenes que ahora dan lecciones, y aún así han salido adelanten y han hecho posible que sus hijos puedan estar ahora en primera línea. Diciendo tonterías, como en el caso que nos ocupa.
         Y se le olvida que en el país que pretende gobernar, con el salvoconducto de su juventud, la crisis ha golpeado muy duramente a los mayores de 45 años. Más duramente que a los jóvenes, que siguen teniendo el paraguas de los padres para mantenerse a cubierto del chaparrón. Que se cuentan por millones los que están en esa tierra de nadie en la que no cuentan con padres que les mantengan ni hijos trabajando que puedan echarles una mano.
        No es de fiar quien pretende gobernar con las supuestas virtudes de la juventud y dando por hecho que con los años, además de arrugas y dolencias, se acumulan vicios indefectiblemente. Quizás le vendría bien al osado jovenzuelo echar un vistazo a la Historia. A la de cualquier época, desde la Prehistoria hasta nuestros días. Encontraría cientos de culturas, prácticamente todas las que han existido, en las que las personas mayores son las más protegidas, respetadas y consultadas. La voz de la experiencia siempre ha sido un grado en cualquier gobierno, desde los consejos de ancianos a la Gerosia espartana, en la que no podría entrar ningún menor de 60 años.
        Claro que queremos regeneración, pero la que venga de la mano de todos, sin distinción por sexo o edad o por cualquier otra razón. Y no admito que me dé clases de honestidad un “joven” de treinta y tantos que no ha tenido ni la oportunidad ni la necesidad de ser deshonesto.
         Ah, y yo no voté la Constitución. Era demasiado joven.

martes, 5 de mayo de 2015

Desde Macondo. PALABRAS POLISÉMICAS


Una palabra polisémica es la que tiene más de un significado. Al menos, cuando yo estudiaba, que ahora las cosas han cambiado mucho. Aún me acuerdo de los ejemplos: cabo, como accidente geográfico, como mando militar o como final de una cuerda; y cresta, de gallo o de una ola; y sierra, instrumento de carpintero o sucesión de montañas. Y muchas más, que la lengua de Cervantes, sin recortar, es infinita.
Y os preguntaréis qué tiene que ver la polisemia en este Macondo que habito cada día. Pues ya veis, me ha venido a la cabeza escuchando las últimas cifras del paro, esas por las que muchos siguen aplaudiéndose a sí mismos y que otros analizan con reticencias. Según se mire, todos tienen razón. Más de cien mil personas ya no están en las listas del INEM. Por varias razones, puede que se hayan marchado, que se hayan aburrido o que se hayan muerto, pero, en principio, es porque han encontrado un puesto de trabajo. Y ahí entra la polisemia.
Trabajo, según el diccionario, es una ocupación retribuida; es también esfuerzo humano aplicado a la creación de riqueza (en contraposición a capital). Puesto, es el lugar o sitio señalado para la ejecución de algo.
Nada se dice de tiempo, ni de salario, ni de condiciones. Puesto de trabajo puede referirse a seis horas semanales, a doscientos euros, a fines de semana interminables a cincuenta euros la jornada, a minijobs, a retribución que te permite comer, o pagar el alquiler o la hipoteca, a independizarte, a sobrevivir, a emprender un proyecto de vida, a ser becario hasta los cuarenta y, por supuesto, a prestar servicios por debajo de ese salario mínimo que dónde andará.
Todo eso y mucho más cabe en la fría cifra de reducción de los inscritos en las oficinas de empleo, en las que no están todos los que son. Aunque la noticia sea que no haya subido el paro.
Hasta ahí hemos llegado. Hemos llegado al punto de cambiar el significado de las palabras para llamar puesto de trabajo a lo que antes sería un mero complemento, una actividad al margen para sacarse unas perrillas adicionales. A trocear la jornada de 8 horas, que tanto costó conseguir, en innumerables jornaditas de un par de horas y por una propina. O menos, que a lo largo de la Historia, han sido millones los que han prestado sus servicios por la comida y el alojamiento, y eso también era trabajo.
La maldita crisis que ha puesto el mundo al revés, ha cambiado también el significado de las palabras. Hemos olvidado, a fuerza de no usarlos, términos como justicia o dignidad para sustituirlos por resignación y supervivencia. O para cambiar vergüenza por satisfacción y mentira por parabienes.
En Macondo, cuando la peste del olvido, hubo que etiquetar todas las cosas para no olvidar su significado. Tal vez todavía estemos a tiempo.