Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 31 de mayo de 2012

Desde Macondo. HABLAR Y DECIR



      No es lo mismo. Para nada. Y en determinados casos, menos todavía. Les pongo un ejemplo: “Ayer habló en la tele el presidente del Gobierno” “¿Ah, sí, y qué dijo?” Cambien presidente por el cargo que quieran y verán que la mayoría no resisten un mínimo análisis. Hablan, hablan y hablan, pero no dicen nada.
     Lo ponen todo perdido de palabras, que luego hay que barrer, porque caen al suelo sin haber cumplido el propósito que deben tener las palabras, y que no es otro que comunicar.
     Falla la comunicación; falla estrepitosamente. Se ha convertido en esclava de las mayorías absolutas, del desánimo, de la indiferencia, de los términos sobados que igual valen para un roto que para un descosido (léase coyuntura, prima, mercado, ajuste, rescate, plan, empleo, desempleo y un montón más que no caben en esta humilde columna).
     Se han institucionalizado las ruedas de prensa sin preguntas, que es algo así como decir los días nocturnos o el agua seca o la vista ciega o el movimiento inmóvil. Y nos hemos acostumbrado. Hemos aceptado que lo normal es hablar, no decir.
      Y hablar es un verbo intransitivo. No admite complementos directos. Tan solo adjetivos que lo adornen y lo justifiquen. Mucho, poco, bien, largo y tendido…Decir es transitivo y, sobre todo, más humano.
      Como en Macondo, cuando llegó la peste del olvido, hemos olvidado el verbo comunicar, y lo hemos sustituido por tragar, por callar y, en el mejor de los casos, por hablar. Pero sin decir nada.
      Y aquí estamos, sin explicaciones, dentro de un agujero negro del que desconocemos la profundidad, porque nadie nos la dice. Y escuchando palabras, y más palabras. Vamos a hacer…Es necesario…Hay que apretarse el cinturón…No nos gusta pero es necesario…Lo exigen los Mercados…Es fruto de la herencia…
      Las mayorías, por muy absolutas que sean, no dan derecho a cambiar el diccionario, a sustituir un verbo por otro. A pasar por encima sin explicaciones. Salvo, claro está, que se apliquen esa máxima de que el callar no te convierte en sabio, pero disimula tu ignorancia.


jueves, 24 de mayo de 2012

Desde Macondo. COSAS DE NIÑOS

      Entre primas, bankias, déficits, bonos y reuniones de altísimo standing en Chicago, ha pasado desapercibido el informe de UNICEF sobre la pobreza infantil en España. Sí, en España, no en Etiopía ni en Mali. Se ha colado de puntillas el dato de que hay entre nosotros más de dos millones de niños que viven bajo el umbral de la pobreza, y de que en sólo tres años ha crecido un 120 por ciento el número de menores que viven en hogares con todos sus miembros en paro.
     Igual que la “prima” tiene pinta de señorita Rottenmeier, o nos figuramos a los mercados con frac, puro y chistera, la crisis tiene cara de niño, y todos miramos hacia otro lado para no encontrarnos con sus ojos.
     No son los ojos de la cabeza del negrito con pelo rizado con el que nos enviaban a la calle el día de la cuestación del Domund.  No viven en un país remoto,  con interminables sabanas y tierras cuarteadas; no miran al intrépido fotógrafo con los labios llenos de moscas, los pies descalzos y las tripas hinchadas. Y por eso no los vemos.
    No se ven a la hora de bajar salarios, subir impuestos, cerrar escuelas o quitar la miserable ayuda de cien euros por trimestre a las familias numerosas. No se piensa en su frío a la hora de subir el gas, bajando la calefacción, ni al rebajar las becas o las ayudas al transporte, ni al borrar de la agenda de los que mandan las políticas de apoyo a la infancia.
    Esto no es África, por mucho que diga Shakira. Esta maldita crisis no afecta ni al ocio de los niños, ni a su alimentación, ni a la decreciente participación en actividades extraescolares, porque no hay dinero para material (también lo dice UNICEF), ni a la angustia de los menores, porque todos en su casa están angustiados.
    Tenemos otras cosas de qué preocuparnos, y ni un minuto para leer un informe preocupante que nos habla de niños con un futuro de hambre, de hambre de alimentos, de afectos y de educación. Ya saben, eso de comer gachas y aprender a leer, escribir y “echar cuentas”.
      En Macondo se cumplió la maldición de los Buendía y nació un niño, el último Aureliano, con cola de cerdo. Ojalá aquí estemos a tiempo de conjurar el hechizo.


jueves, 17 de mayo de 2012

Desde Macondo. Y TÚ MÁS


“Ahí te dejamos a Macondo. Te lo dejamos bien, procura que lo encontremos mejor”.  Lo dijo el coronel Aureliano Buendía  a su hermano Arcadio antes de partir a una de las guerras civiles en las que participó. El pobre coronel hubo de  pasar 32 levantamientos armados, sobrevivir a 14 atentados, 73 emboscadas y hasta a un pelotón de fusilamiento para comprender que sólo se  estaba luchando por el poder.  A nadie le importaban las ideas de igualdad, de control de los terratenientes, de redacción de una Constitución moderna, del progreso de un país del que Macondo, en su triste decadencia, era el ejemplo más claro.
Y entonces, el coronel Buendía perdió la última batalla y acabó sus días esperando una pensión del Gobierno que nunca llegó.
Se fueron sucediendo los Gobiernos, unos tras otros, alternado periodos largos y mandatos convulsos y, con la alternancia, se implantó el “Y tú más”. En todos los Macondos del mundo. También aquí. Aquí, más.
Hace meses que en este mismo espacio escribía de los mantras, las cantinelas o como quieran llamarlos, que escuchamos todos los días como una maldición. Ya saben eso de la herencia, que cuelan en cualquier conversación, aparición, justificación de recortes o de promesas electorales incumplidas, subidas de impuestos, bajadas de sueldos y todo lo demás que estamos sufriendo.
Vamos por la herencia de la herencia de lo heredado, ya se hable de Bancos, de burbujas, de ladrillo, de salarios, de privilegios…
Y ya está bien de Ytumas. ¿No va a llegar el día en que se mire hacia adelante? No sé. Yo pensaba que el voto es una apuesta de futuro, no de pasado, y que gobernar mirando atrás es un insulto a la inteligencia y, sobre todo, a los ciudadanos.
Cuando escribo estas líneas, mi “prima” y la de todos ustedes ha superado la barrera psicológica (y física, que es peor), de los 500 puntos, la Bolsa cae en picado y los mercados afilan las uñas prestos a despedazarnos. No es el mejor escenario para que sigamos pensando en pasado, para que no haya un gran acuerdo entre todos los culpables, los de antes, los de ahora y los que vengan, que nos saque del pozo.
Y del pesimismo. De la idea machacona de que hemos perdido la última guerra porque siempre habrá un Ytumás que no nos dejará avanzar.

jueves, 10 de mayo de 2012

Desde Macondo. PARÉNTESIS

Todos los años, fieles a su cita, los gitanos llegaban a Macondo. Envueltos en el ruido de mil y un instrumentos musicales, con gran alboroto de pitos y timbales, instalaban su carpa  y transportaban a los vecinos a un mundo mágico y desconocido en el que habitaba el hielo, y la lupa, y los catalejos, y hasta la piedra filosofal.
El pueblo salía de su siesta eterna para asombrarse con los inventos del mundo, para interrumpir el tiempo circular y hacer un paréntesis en el camino a la fatalidad.
Macondo estaba de ferias. Y por unos días, no había nada más. No se hablaba de otra cosa, ni de conflictos con las bananeras, ni de la guerra perpetua del coronel Buendía, ni del río desviado por la compañía bananera, ni del diluvio que estaba por llegar.
Sólo feria, y asombro, y gente haciendo cola para no perderse nada, y pasado y futuro tachados del calendario. Como debe ser.
Empieza la Feria, con mayúsculas, y su ruido de fondo tienen necesariamente que acallar todos los demás. Aunque por unos días vivamos por encima de nuestras posibilidades, aunque después llegue el llanto y el crujir de dientes, nos merecemos una feria.
Una de esas ferias desenfrenada, de veinticuatro horas, de pinchos y montados de lomo, de cervezas frías, de pollos ensartados girando noche y día, de toros y vértigo en la noria, de regalos estúpidos en las tómbolas, de golpes salvajes en los coches de choque, de gritos en los conciertos hasta pelar las gargantas, de polvo y sol a mediodía y frío por la noche, de siestas rápidas, de amigos de verdad y de todos conocidos, de pies hinchados, de cafés y sueño a todas horas.
Sin recortes de ningún tipo. Ni físicos ni de los otros, con los que nos castigan y nos castigamos a diario. Sin conciencia. Sumergidos en el paréntesis; olvidando lo que hay a ambos lados de él.
En el cuarto del gitano Melquíades el tiempo no pasa; siempre es marzo y siempre es lunes. Ojalá siempre fuera Feria.


miércoles, 9 de mayo de 2012

COMPARTIENDO A MIGUEL


Ayer escribí con las tripas. Rápidamente, para defenderme de la cabeza, empeñada en racionalizar la tragedia en toda su magnitud, y del corazón, ese músculo tonto que sólo notas cuando te lo parten.
Hoy escribo desde ese dolor que se instala en cada fibra, en todas las partes del cuerpo, de la cabeza a los pies, y desde el recuerdo, que es capaz de arrancar una sonrisa, como seguro querría Miguel.
Pero sobre todo, escribo desde el sentimiento compartido. Del  Miguel Solana esposo, padre, hermano, profesor, compañero, empresario, concejal, amigo, vecino, conocido.  Del  talaverano comprometido, el del carril-bici, el obsesionado por la educación vial, que no ha llegado a ver abierto el parque de sus dolores, el  que siempre será para mi “Parque de Tráfico Miguel Solana”, decidan lo que decidan nuestros munícipes.
El tanatorio me ha enseñado-corroborado más bien-todas las dimensiones de Miguel. He visto todas las casas donde va a habitar para siempre, porque los cristales de las lágrimas son transparentes, y permiten ver el interior con claridad. No hay cortinas que tapen el sentimiento verdadero.
Con la naturalidad, y las prisas, que siempre le han caracterizado, Miguel ha tomado posesión de su sitio en cada uno de nosotros.  Está sentado frente a  mí soplando la taza de café, y hablamos de proyectos. Y al tiempo,  se marcha a la radio para dar consejos y dice a su alumna que gire a la derecha, mientras piensa en la reunión con sus compañeros de autoescuelas, que lo están pasando mal.
Y ahí me deja, con el café en la mano, seguro que se ha quemado el alma, porque tiene prisa. Tiene muchas casas que visitar y se quedará en todas.

Para siempre.

lunes, 7 de mayo de 2012

EN MEMORIA DE MIGUEL SOLANA

No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada.

Quiero escribir desde la indignación, desde la rabia y desde el dolor, y me encuentro su sonrisa, su risa, en cada letra, en cada línea. No puedo hablar de Miguel así, en frío, sin pensar en el torbellino que no te dejaba acabar las frases, que siempre tenía un chiste muy bueno que contar, de gitanos y guardias civiles (con los que se llevaba estupendamente), y que te explicaba con detalle si tu risa era tibia.
Porque Miguel era la carcajada. El ingenio, la chispa, el abrazo que te hacía crujir la espalda, las voces por el móvil y los aspavientos para hacerte ver que iba en el coche que te adelantaba. El entusiasmo y la exageración en todo, en el trabajo, en la vida privada, hablando de su David y su Javi. Y de su Chedes, que siempre asistía divertida a sus explicaciones.
La alegría de la huerta. Así lo he llamado desde que lo conocí. Así me sentí cuando dejamos de trabajar juntos. Se va la alegría de la huerta, el que a las 8,05 de la mañana, nunca más tarde, cuando aún te duraba la modorra de recién levantada, te ponía la cabeza loca con lo que había que hacer, lo que había hecho, lo que tenía pensado, lo que iba a pensar...
Tardé mucho tiempo en acostumbrarme a su ausencia, al silencio de las ocho de la mañana, que muchos días rompía con una llamada de teléfono, para dejar claro que era el mismo, pero en otro sitio.
En mil sitios. En la calle, tomando una cerveza, en sus nuevas responsabilidades como presidente de la Asociación de Autoescuelas. Qué ilusión, Mª Angeles. me tienes que ayudar, quiero escribir unas cartas bien bonitas para presentarme a todo el mundo. Quiero hacer un montón de cosas, ahora que el sector está como está.
No sé si lo he dicho más arriba, pero lo diría mil veces. Miguel era, en el buen sentido de la palabra, bueno. Y se preocupaba con tus preocupaciones.
Miguel reía conmigo, y cambiaba el semblante cuando entendía que la risa no solucionaba nada. Cinco minutos y después... La risa.
Entre lágrimas te recuerdo riendo. Imposible estar seria pensándote. No hay lugar para un manotazo duro, para un golpe helado, para el empujón brutal que te ha derribado.
Y que no ha conseguido borrar tu sonrisa de nuestra memoria. Descansa en Paz, Miguel.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores

jueves, 3 de mayo de 2012

Desde Macondo. LOS JUEVES, MILAGRO


Y los viernes, recorte. Parece que esto va a ser así en adelante. Lo ha dicho el jefe, y damos por hecho que será así (a las pruebas nos remitimos). Como en la película de Berlanga, casi por mandato divino.

Como Macondo es un estado de ánimo-ya lo saben todos ustedes-, y puede trasladarse a cualquier parte, hoy se va a Fuentecilla ¿Se acuerdan? El pueblo del milagro. El lugar próspero venido a menos (ya no para ni el tren), al que unos cuantos iluminados, léase maestro, terrateniente, médico, alcalde y empresario, pretenden levantar y devolverle el antiguo esplendor.

Con un milagro, claro. Es curioso que de milagrero oficial elijan a San Dimas. El buen ladrón que se aparece cada jueves atrayendo a miles de personas, deseosas de contemplar el fenómeno y obligadas, de paso,  a usar el balneario del rico del pueblo, y el resto de las instalaciones del lugar  imaginario.

Pues eso, que me imagino a Rajoy como al pobre Pepe Isbert, esforzándose por hacer creíble un milagro que nadie se cree, y esperando que llegue el verdadero San Dimas, que no llega hasta el final de la película. Final feliz, porque estábamos en pleno franquismo, y la censura mandaba.
Mandó un  milagro cada jueves, y ahora, medio siglo después, nos manda un recorte-o varios, cada viernes. Casi estoy de acuerdo con Esperanza Aguirre, sin que sirva de precedente, es que es mejor dar toda la medicina de golpe, y no someternos a la tortura china de la gota.

No esperamos milagros y no es bueno para nuestro ánimo machacado pasarnos cuatro días de la semana esperando el mazazo en el quinto. Cuando asumimos, entre comillas, que la sanidad y la educación que conocíamos han pasado a mejor vida, se habla de IVA, de gasolina, de autovías, de copagos, repagos y requetepagos en servicios varios, de nuevos impuestos.

Y de que quedan muchísimos sitios más de los que recortar.

Podríamos recortar la semana. Como no creemos en los milagros de los jueves, podríamos eliminarlos. O poner dos viernes semanales, para tragar la amarga medicina más deprisa.