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jueves, 3 de mayo de 2012

Desde Macondo. LOS JUEVES, MILAGRO


Y los viernes, recorte. Parece que esto va a ser así en adelante. Lo ha dicho el jefe, y damos por hecho que será así (a las pruebas nos remitimos). Como en la película de Berlanga, casi por mandato divino.

Como Macondo es un estado de ánimo-ya lo saben todos ustedes-, y puede trasladarse a cualquier parte, hoy se va a Fuentecilla ¿Se acuerdan? El pueblo del milagro. El lugar próspero venido a menos (ya no para ni el tren), al que unos cuantos iluminados, léase maestro, terrateniente, médico, alcalde y empresario, pretenden levantar y devolverle el antiguo esplendor.

Con un milagro, claro. Es curioso que de milagrero oficial elijan a San Dimas. El buen ladrón que se aparece cada jueves atrayendo a miles de personas, deseosas de contemplar el fenómeno y obligadas, de paso,  a usar el balneario del rico del pueblo, y el resto de las instalaciones del lugar  imaginario.

Pues eso, que me imagino a Rajoy como al pobre Pepe Isbert, esforzándose por hacer creíble un milagro que nadie se cree, y esperando que llegue el verdadero San Dimas, que no llega hasta el final de la película. Final feliz, porque estábamos en pleno franquismo, y la censura mandaba.
Mandó un  milagro cada jueves, y ahora, medio siglo después, nos manda un recorte-o varios, cada viernes. Casi estoy de acuerdo con Esperanza Aguirre, sin que sirva de precedente, es que es mejor dar toda la medicina de golpe, y no someternos a la tortura china de la gota.

No esperamos milagros y no es bueno para nuestro ánimo machacado pasarnos cuatro días de la semana esperando el mazazo en el quinto. Cuando asumimos, entre comillas, que la sanidad y la educación que conocíamos han pasado a mejor vida, se habla de IVA, de gasolina, de autovías, de copagos, repagos y requetepagos en servicios varios, de nuevos impuestos.

Y de que quedan muchísimos sitios más de los que recortar.

Podríamos recortar la semana. Como no creemos en los milagros de los jueves, podríamos eliminarlos. O poner dos viernes semanales, para tragar la amarga medicina más deprisa.


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