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jueves, 24 de mayo de 2012

Desde Macondo. COSAS DE NIÑOS

      Entre primas, bankias, déficits, bonos y reuniones de altísimo standing en Chicago, ha pasado desapercibido el informe de UNICEF sobre la pobreza infantil en España. Sí, en España, no en Etiopía ni en Mali. Se ha colado de puntillas el dato de que hay entre nosotros más de dos millones de niños que viven bajo el umbral de la pobreza, y de que en sólo tres años ha crecido un 120 por ciento el número de menores que viven en hogares con todos sus miembros en paro.
     Igual que la “prima” tiene pinta de señorita Rottenmeier, o nos figuramos a los mercados con frac, puro y chistera, la crisis tiene cara de niño, y todos miramos hacia otro lado para no encontrarnos con sus ojos.
     No son los ojos de la cabeza del negrito con pelo rizado con el que nos enviaban a la calle el día de la cuestación del Domund.  No viven en un país remoto,  con interminables sabanas y tierras cuarteadas; no miran al intrépido fotógrafo con los labios llenos de moscas, los pies descalzos y las tripas hinchadas. Y por eso no los vemos.
    No se ven a la hora de bajar salarios, subir impuestos, cerrar escuelas o quitar la miserable ayuda de cien euros por trimestre a las familias numerosas. No se piensa en su frío a la hora de subir el gas, bajando la calefacción, ni al rebajar las becas o las ayudas al transporte, ni al borrar de la agenda de los que mandan las políticas de apoyo a la infancia.
    Esto no es África, por mucho que diga Shakira. Esta maldita crisis no afecta ni al ocio de los niños, ni a su alimentación, ni a la decreciente participación en actividades extraescolares, porque no hay dinero para material (también lo dice UNICEF), ni a la angustia de los menores, porque todos en su casa están angustiados.
    Tenemos otras cosas de qué preocuparnos, y ni un minuto para leer un informe preocupante que nos habla de niños con un futuro de hambre, de hambre de alimentos, de afectos y de educación. Ya saben, eso de comer gachas y aprender a leer, escribir y “echar cuentas”.
      En Macondo se cumplió la maldición de los Buendía y nació un niño, el último Aureliano, con cola de cerdo. Ojalá aquí estemos a tiempo de conjurar el hechizo.


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