Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

viernes, 26 de abril de 2013

TODOS LOS NIÑOS DEL PRESIDENTE

La imagen de un niño mendigando a la puerta de un supermercado, mientras se afana en quitar el papel de un caramelo, me trae a la cabeza a los niños de Rajoy. A los dos. A la famosa niña que iba a nacer en una España idílica cuando él gobernara, y al pequeño consternado porque el malvado Zapatero le iba a subir el IVA de "los" chuches.
           Corría el año 2008 cuando el aspirante a ocupar La Moncloa nos contaba la historia de esa niña que iba a nacer en una vivienda digna, con una familia como Dios manda, con la mejor educación, con la certeza de que podría pasearse por el mundo sin complejos, porque sabría idiomas y todo, orgullosa de ser española y con todas las papeletas para convertirse en una mujer madura y responsable.
           La niña tendría ahora cinco años... Y cómo ha cambiado el cuento. Seguro que está en un aula abarrotada, con maestros recortados y hastiados, que no tendrá transporte escolar (aunque esto no sea un problema, porque sus padres en paro pueden llevarla al cole), que comerá de un raquítico tupper y que se perderá la infancia sin conocer una tarde de cine o de circo en familia.
           Seguro que la niña asistirá estupefacta a la desesperación de su hermana mayor, que ha acabado la carrera y ve el horizonte más negro que los pies de Cristo; que no entenderá las broncas diarias en casa porque los nervios están a flor de piel; que tampoco entiende porqué los abuelos ya no van tanto a la farmacia, si siguen tan mayores y tan enfermitos como siempre. Y verá a su hermano que no quiere ir al instituto ¿Para qué?
Tampoco aprenderá los colores y los números en inglés. Su cole ya no es bilingüe. Con un poco de suerte, conserva su casa. Muchos de sus amiguitos han tenido que mudarse, con los abuelos o a otro barrio, en una casa de alquiler, porque la hipoteca se hizo insostenible.
           Y lo peor, ya no verá en los ojos de los suyos ese brillo de cuando ella llegó al mundo. Ni oirá las mismas risas aunque, en su inocencia, se esfuerce en ser graciosa.
          Tal vez, como el niño de los chuches, unos años mayor que ella, pueda seguir comiendo gusanitos o chocolatinas, con moderación. Y pensaremos que es afortunada.
          Sólo caben en esta entrada dos niños, pero deberían estar todos. Los más de dos millones de mini-españoles que están en situación de pobreza absoluta, los que la están rozando, los que se marean en el colegio porque no han desayunado, los que, con los ojos claros todavía, se enfrentan a la mirada perdida de los mayores.
           No es éste el mundo que merecen. Les habían prometido un caramelo y les han dado una píldora envenenada. Y no son dos, de usar y tirar en una campaña electoral. Son multitud.

miércoles, 24 de abril de 2013

Desde Macondo. SOMOS MENOS

Macondo era una aldea de poco más de veinte chozas de barro y cañas cuando el primer Buendía, acompañado de un puñado de amigos con sus familias, sentó allí sus reales. En poco tiempo, se trazaron las calles, se construyeron casas, siempre a igual distancia del río y con las mismas horas de sol, se abrieron comercios y tiendas de artesanía, y empezó a llegar la gente.
           Poco a poco, primero. En masa después, con la implantación de la Compañía Bananera y en los años de esplendor. Después, todos se fueron marchando. Y luego llegó el diluvio, y después el viento, que arrasó el pueblo. Y al final, las hormigas acabaron con el último habitante, el último Buendía.
           Somos menos en España, y en Castilla-La Mancha y, por supuesto, en Talavera. Somos menos y estamos peor. Y menos que vamos a ser y peor que vamos a estar. Ya se han ido los emigrantes, después de vivir unos años el espejismo de un mundo mejor, y empiezan a emigrar los propios, buscando ese mismo mundo.
           He leído por alguna parte que la población española no había descendido desde el final de la Guerra Civil, en 1939, cuando el hambre y el miedo empujaron a decenas de miles de personas al exilio. Se fueron muchos, entre ellos, los mejores. Como ahora.
           La “movilidad exterior” término que ha acuñado una ministra con más lengua que cerebro (y que sentimientos), es, como en esos años 40, un exilio obligado, una tragedia que pagaremos (y a la Historia me remito), durante muchos años.
           Somos menos y somos peores, porque la población envejecerá más aún (también lo dijo un Buendía, “uno no se muere cuando debe, sino cuando puede”), porque la generación de jóvenes mejor formados desplegarán su talento en otros mundos, porque la experiencia se está despreciando en aras al beneficio rápido, a los salarios cortos y a los contratos basura. Porque se cambia el sólido mañana por un hoy incierto y porque nadie es capaz de analizar el pasado para sacar consecuencias y poner remedios.
           Y porque, como ocurrió con los exiliados de la guerra, si algún día esto se arregla, pocos querrán volver a una tierra que les negó el pan y la sal y les puso las maletas más allá de sus fronteras.
           Alguien debería preocuparse por las cifras de descenso de población, más allá de pensar que ecuatorianos, rumanos o magrebíes ya no nos consideran el país de las maravillas. Esto es lo fácil, lo obvio.
           Por supuesto que también se puede pensar que cuantos menos seamos, a más tocamos. De retroceso y de desesperanza, claro.

miércoles, 17 de abril de 2013

Desde Macondo. 300 METROS

No sé si será ésta finalmente la distancia a la que se permita “escrachar”. Es lo que se ha hablado, y la misma cifra, pero en euros, es la multa mínima que se ha impuesto a los primeros “escrachadores” sancionados. Lo que sé es que no pueden ser los metros que separan a políticos y ciudadanos, porque son muchísimos más. Quizá kilómetros…

         Ni el mismo coronel Buendía se atrevió a marcar semejante separación. Cuando regresó a Macondo, con mando en plaza, tras batallar en treinta y tantas guerras, decidió trazar un círculo de tiza a su alrededor para que nadie se le acercara demasiado, a menos de tres metros. En el centro de este círculo que sus edecanes trazaban dondequiera que él llegara, y en el cual sólo él podía entrar, decidía con órdenes breves e inapelables, el destino del mundo.

         Tres metros, no trescientos. Claro, que era Macondo, y no España. Y vaya por delante que abomino de todo tipo de violencia, que la música militar nunca me supo levantar, que soy de las que se echan a temblar cuando ven a dos personas pelearse, aunque ni los conozca ni vaya conmigo la disputa.

         Pero toca hablar de escrache, la palabra tristemente de moda para definir la manifestación pacífica convocada para señalar una injusticia. Con esa idea nació y con la misma se ha trasladado a este país de nuestros dolores. A partir de ahí…Multas, comparaciones odiosas, declaraciones y contradeclaraciones.

         Puede debatirse si el domicilio de los políticos es el lugar más adecuado. Puede y debe hacerse, si esos políticos no fueran y vinieran en coche oficial, incluso si no cobraran dietas escandalosas por vivir donde viven, burlando la más mínima norma de la decencia y la honestidad.

         Podría discutirse si no es más lógico que se escrache en las sedes de los partidos o en las instituciones. Claro que sí, pero todos tenemos la imagen de cientos de vallas blindando estos lugares, o del clamoroso silencio en el Parlamento, en la Moncloa y en todos los lugares desde donde debiera surgir la información clara y precisa.

         Cuando se han saltado todos los límites, no pueden pretender que la gente se limite a quitarse la vida en digno silencio; o a llorar por los rincones en la intimidad del hogar del que lo van a echar ¿Cuál es el límite de desahuciados, de precarios, de pobres, de hambrientos? ¿Trescientos mil, tres millones, treinta millones? Tampoco vale el discurso del voto, de la mayoría absoluta, porque no se puede reducir la democracia a manifestarse una vez cada cuatro años.

         Han allanado ellos mismos el camino hacia el escrache, pintando un escueto círculo de trescientos metros para dejarnos fuera, cuando debieran haber hecho uno mucho más grande en el que cupiéramos todos.





 

jueves, 11 de abril de 2013

Desde Macondo. POMPA Y CIRCUNSTANCIA

Llevo toda la semana tarareando la musiquilla que da título a esta humilde columna. Pompa y Circunstancia. Seguro que todos la han oído, aunque así de entrada no les suene. Piense en películas británicas, en salidas majestuosas de la Reina de su ostentosa residencia, en vestidos de Sissi emperatriz, en mantos ribeteados de armiño, en cetros de oro, en ceremonias palaciegas, en coronaciones.
         Esta marcha se escribió precisamente para la coronación de un rey británico, Eduardo VII, creo y, andando el tiempo, se sigue asociando a lo mismo, a solemnidad, a lujo sin sentido, a vasallaje, a anacronismo.
         ¿Pensaban que no iba a hablar de la Familia Real? No soy tan insensata como para pasar de puntillas por un asunto que está en boca de todos y que, por tanto, también debe estar en Macondo, aunque como todos saben, esto es una república donde gobiernan la magia y las fuerzas de la Naturaleza. Pero toca hablar de Reyes. Lo dicen las encuestas, se habla en la calle y en las tertulias; en los periódicos, en otros países… Hasta en los Juzgados.
         Lo de la infanta imputada es sólo un párrafo de un episodio de una película con final incierto. Antes hubo elefantes, y duques empalmados, y otros duques apartados, y princesas de mentira con dinero de verdad (nuestro, presuntamente), y cuentas sin contar, y patrimonios sin inventariar, y enfermedades sin baja médica, y más cosas que no caben en tan escasas líneas.
         En fin, que la pompa y la circunstancia, el brillo del satén y los destellos de las arañas de cristal de Bohemia, los saludos que tanto han practicado y tan bien les salen, ya no bastan. No basta el apelar al ¿papel? que el patriarca jugó en la Transición y que nadie cuestionaba al menos en público. Se ha sustituido por el recuerdo de quién lo puso ahí, o por las dudas sobre su herencia; ya no basta con tener un príncipe alto y guapo y sobradamente preparado, según nos cuentan quienes entienden. No quedan ya muchos de los que se proclaman “juancarlistas”, que no monárquicos. Han ido desapareciendo, por ley de vida, o se han ido desencantando, por ley del desengaño.
         Y esto hay que arreglarlo. No sé cómo. Se me ocurre que tal vez el Rey debería retirarse (que no es lo mismo que abdicar en su hijo). Y se me ocurre que, en el sistema político en que nos movemos, lo lógico es preguntar al pueblo. Pero sólo son ocurrencias.
       

lunes, 8 de abril de 2013

MINISTERIO DE POBREZA

Es sobrecogedor, aunque aquí no haya sobres que coger. En realidad, no hay nada que echarse a la boca, y así lo ha dicho hace unas horas el responsable de uno de los bancos de alimentos que tantas situaciones extremas están solucionando.
Debería crearse un Ministerio de Pobreza. Esa ha sido la propuesta de un hombre que sabe lo que se trae entre manos, que no lo lee en el periódico ni lo escucha en la radio. Lo ve, lo palpa cada día, y exige un órgano de gobierno que pise la calle y comparta trabajos y angustias.
No sé si es la solución. Seguro que no. Aprovecharían para colocar asesores, tipo la familia de la diputada del quesejodan, y luego dirían que no tienen presupuesto. No me imagino yo a un ministro/a haciendo cuentas de los macarrones, garbanzos, patatas y litros de leche que hay que comprar para alimentar a los que tienen hambre. Ni a un ministro ni a nadie de su glamuroso personal. Eso es pecata minuta, es de mal gusto hablar de pobres, y ellos están para otras cosas, para la alta política, para la macroeconomía, sin descender a detalles nimios como el que los niños coman cada día, al menos una vez.
Es posible que no sea la solución. Casa mal esta idea con la práctica de hacer pagar los medicamentos, cortar subsidios de desempleo, subir matrículas para que sólo estudien los que lo pueden pagar o suprimir las ayudas al comedor o al transporte escolar. Todo esto hace que pensar en un Ministerio de la Pobreza sea una quimera.
Y lo será mientras los que nos gobiernan no entiendan que luchar contra la pobreza no es luchar contra los pobres, que es lo que hacen cada día.
 

jueves, 4 de abril de 2013

Desde Macondo. SEPULCROS BLANQUEADOS

Ahora que ha terminado la Semana Santa, y que nos han bombardeado por tierra, más y aire (léase procesiones, tele, radio) con la vida, pasión y muerte de Cristo; ahora que ha vuelto la anormal normalidad en que vivimos,  me viene a la cabeza-vaya usted a saber por qué, el término “sepulcros blanqueados”, que viene muy al caso en este país nuestro.
         Sobrecoge pensar que vagamos perdidos en un inmenso cementerio lleno de estos sepulcros blanqueados, en cuyas lápidas aparecen grabados los nombres de partidos políticos de uno y otro signo, instituciones varias, autoridades civiles y religiosas, como se suele decir, empresarios, banqueros, príncipes y princesas y hasta la cabeza visible de esa antigualla anacrónica que se llama monarquía.
         Daría para hacer una buena serie de televisión de esas en que vivos y muertos se enzarzan buscando su sitio. Paro no es de película; es de verdad. Poco a poco, últimamente a pasos acelerados, vamos descubriendo  lo que hay dentro de esos sarcófagos blancos; ningún perfume puede enmascarar el olor a podrido y ningún traje, por muy de marca que sea, disimula la ropa sucia que ya no pueden lavar en casa.
         A medida que van matando las ilusiones de los vivos, van apareciendo sus propios gusanos, los que se han comido la alegría, el presente, el futuro, la salud, la confianza, la esperanza…
         Y es momento de, siguiendo las enseñanzas de ese Jesús al que tanto apelan, echar a los fariseos del templo, sacarlos del mundo que han convertido en un gigantesco mercado en el que sólo ellos compran y venden, y nosotros somos las mercaderías.
         Hemos pasado-estamos pasando-la pasión, y hasta la resurrección, y no hay ayuda divina que nos lleve a los cielos. Sólo a nosotros nos corresponde limpiar el mundo, abrir los sepulcros y ventilar nuestro espacio.  No podemos seguir caminando eternamente con la nariz tapada, y no podemos seguir respirando este aire viciado que amenaza con asfixiarnos a todos.
         Los fariseos, mercados, Ibex, bolsas, primas y demás, siguen a las puertas de nuestras vidas, y ya llevan demasiado tiempo.