Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 25 de julio de 2013

Desde Macondo. MAL TIEMPO PARA SER MUJER


No son buenos tiempos para casi nadie pero, como siempre que vienen mal dadas, las mujeres salimos perdiendo. Es como si el otro sexo, el siempre dominante, aprovechara cualquier resquicio para recuperar el espacio que creen perdido y que no entienden como compartido.
       Y en esas estamos. La crisis ha golpeado mucho más fuerte a las mujeres, volviendo a encerrarlas en casa, porque el escaso trabajo es para los hombres. Y los recortes y la muerte de la Ley de Dependencia, las ha enviado de vuelta a cuidar a los abuelos o a los hijos con problemas.  Sin contar con que, como siempre, son las mujeres las que tienen que administrar el escaso presupuesto familiar, devanándose los sesos para llenar la olla o la tartera de comida.
       Pero no es todo. Ha crecido espectacularmente la violencia de género, tal vez fruto de ese gen machista y dominador que, ilusas de nosotros, creíamos desaparecido en el duro combate que hemos mantenido en la segunda mitad del Siglo XX. Y la última ocurrencia de este Gobierno de nuestros dolores es eliminar de la estadística a las víctimas que no hayan sido hospitalizadas. De violencia psicológica, ni hablamos. Ni de ojos morados, brazos rotos o costillas machacadas. Te escayolan, te vendan… y a casa. Sin aparecer en ninguna lista.
       Y como la falta de varón no es problema médico (Ana Mato dixit), las mujeres solas o las lesbianas, no tienen derecho a la reproducción asistida. Solo las casadas como Dios manda. Como mandan los que han decidido enviarnos de vuelta a las cavernas.
       Y a una le da gana de exiliarse para siempre en Macondo. Desde la primera vez que tuve en mis manos Cien Años de Soledad me atraparon sus mujeres. Úrsula, que  dirige con mano de hierro  a siete generaciones de Buendías;  la exuberante Petra , a cuyo paso los animales se reproducían por millares, santa Sofía de la Piedad, con el don  de no existir salvo  en el momento preciso; la lánguida jovencita prostituta, y su abuela desalmada, Amaranta tratando de salvar la estirpe… Unas subiendo al cielo y otras pisando firme la tierra. Todas con su espacio propio. Todas mujeres mirando de tú a tú a cualquier macho alfa que pretendiera colarse en su espacio.
       Pero Macondo es un lugar imaginario. Sin espacio ni tiempo. Hasta sin Gobierno.

 

jueves, 18 de julio de 2013

Desde Macondo. SERPIENTES DE VERANO

Coincidiendo con el calor llegaban los gitanos a Macondo. Y siempre traían algo nuevo con lo que entretener los largos y sofocantes días. Una vez fue el hielo, nunca visto por aquellos lares; otra, el imán, al que se pegaban cucharas y sartenes como por arte de magia, y la lupa, que podía crear el fuego sólo con dirigirla al sol; y el catalejo, que mostraba las montañas más allá de la ciénaga. Y hasta una presunta alfombra voladora.
        Eran, por así llamarlo, serpientes de verano. De lo que se hablaba incansablemente en todas las casas, en todas las tertulias, en todos los corrillos. Como hacíamos aquí hasta hace cuatro días. Con la llegada de julio, cualquier periódico o  noticiero de radio y televisión tenían su propia historia para pasar los meses de sequía informativa. Desde avistamientos de OVNIS hasta descubrimientos más o menos famosos, antiguas historias con pistas nuevas, crímenes espeluznantes que volvían a la luz o simplemente, amores y desamores de personajes y personajillos.
        Eran bichitos inofensivos, entretenidos, curiosos, que volvían a su guarida con la llegada de septiembre. Pero el cuento ha cambiado. Las culebrillas de entonces son ahora la Hidra, la Gorgona, la Medusa, la serpiente emplumada y hasta la de Adán y Eva que nos expulsó para siempre del Paraíso condenándonos a ganar el pan con el sudor de la frente.
Hemos creado un monstruo y ahora nos engulle sin remedio. No hay forma de acercarse a una página impresa, de encender un aparato de radio o de zambullirse en la red sin que encontremos un “bicho” que nos amargue lo que debiera ser un plácido día de verano. Se llaman corrupción, o paro, o recortes, o desahucios, o hambre, o desesperación. Tienen nombre propio y nos persiguen en casa, en la playa, en la siesta inquieta; se cuelan, como serpientes, en los paseos mañaneros de los pueblos, en las charlas nocturnas buscando el fresco.
        Tienen diez mil cabezas como la hidra, y te convierten en piedra con sólo mirarte, como la medusa. Y amenazan con quedarse mucho más allá del verano.
Son serpientes de todo el año. Hemos permitido que engorden hasta lo indecible y han ocupado todo nuestro espacio, cambiándose los nombres inquietantes por otros como mayoría absoluta o estado de derecho.
        Y ya no se esconden con la llegada del frío. Han ocupado las cuatro estaciones.
       

jueves, 11 de julio de 2013

Desde Macondo. PAPELES

No voy a hablar de los de Bárcenas, que me indignan, me entristecen  y me fatigan casi a partes iguales. Y que ya son como de casa, presentes en todos los círculos, en todas las conversaciones, en la piscina, en el parque, en la cola del supermercado, en la del paro, por supuesto…Y en la retina. Que levante la mano quien no haya mirado con más o menos atención esos apuntes con letra picuda subrayada en amarillo.
        Pero esto es Macondo, y aquí los únicos papeles que valen son los de Melquiades, que además estaban escritos en sanscrito y en pergamino. Muy distintos de los pintarrajos en libreta de cuadros plagadas de cifras inmorales e imposibles. Dónde va a parar. Y a pesar de todo, son dos formas de escribir la historia. La de la familia Buendía y la nuestra.
        Cuando el último Aureliano terminaba de descifrar los pergaminos, Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros. Cómo nos suena a la España de hoy. Y antes de llegar al verso final, a la última línea, supo que la ciudad de los espejos sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres.
        Pero hasta llegar a ese punto, hubieron de pasar seis generaciones de Buendías y cien años de soledad. Nosotros andamos todavía en ese punto en el que no entendemos nada, no hemos encontrado la clave que nos ayude a descifrar qué está pasando, por más que cada día leamos montones de sesudos escritos que vaticinan el diluvio o que nos cuentan las milongas de luces al final del túnel.
        Somos la primera generación y estamos estupefactos, con la vida traspapelada y escuchando cómo nos leen la cartilla por unas culpas que no son nuestras, por unos delitos que no hemos cometido, por unos millones que han pasado de largo, o se han quedado enredados en las líneas de esos papeles de moda.
        Estamos enfrascados en traducir qué nos pasa y porqué. Qué nos va a pasar. Qué pasaría si se cambian los papeles y quienes aparecen en esos subrayados amarillos hicieran un pequeño esfuerzo de sensibilidad e imaginación y se colocaran, por un momento, en el lugar de sus “administrados”, en el de uno de los miles de parados a los que se le han acabado todas sus prestaciones, o el que hace milagros con 400€, o el pensionista que mantiene a hijos y nietos, o los dependientes que miran el futuro con angustia, o los jóvenes y sobradamente preparados que friegan platos en cualquier país por la mitad del salario mínimo. Si vivieran con nuestras posibilidades.
        Qué distintos serían los papeles a descifrar. Igual, hasta volvía la vida a Macondo por cien años más.

jueves, 4 de julio de 2013

Desde Macondo. LAGRIMAS EN LA LLUVIA

Tras una de las muchas conversaciones habituales en estos tiempos, pesimistas a menudo, melancólicas casi siempre, recordando lo perdido, los tiempos pasados indudablemente mejores, me ha venido a la cabeza la famosa fase de la película Blade Runner, Ya sabéis esa de "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais…Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia”. Roy Batty podría estar presente en cualquiera de las reuniones actuales de amigos, vecinos, familia, en las que hablamos y hablamos para concluir con que hemos dejado demasiadas cosas en el camino.
        Hace tan solo unos meses, poco más de un año, se hablaba de verano, de calor, de vacaciones, de incendios si me apuran; de comienzo de rebajas, de apartamento en la playa, de las notas del niño que está acabando la carrera, de las obras en casa, aprovechando la extra… Y de problemas, por supuesto, que esos existen en todo tiempo y lugar. Y que a veces apretaban, pero no asfixiaban.
        Digo problemas, en plural, y no “el problema”, que no es singular, sino global y genérico. Porque las lágrimas en la lluvia son demasiadas. Hemos perdido en el tiempo muchas cosas, tantas que nos cuesta trabajo creerlas cuando intentamos, sin éxito, enumerarlas. El derecho a enfermar en paz, a sentirnos ciudadanos y no súbditos, a pensar que no estamos solos, a no temer el mañana, a envejecer con dignidad y sin agobios, a confiar en los políticos que garantizaban nuestros derechos, a distinguir la raya del horizonte, a pisar el suelo sin temer que se hunda. A no mirar al cielo porque estaba aquí, muy cerca.
        Ya son lágrimas en la lluvia la alegría de votar sintiéndonos dueños de nuestro mañana, de defender la democracia con uñas y dientes; de abrazarnos a la Constitución como libro de cabecera, que escondía los tesoros de nuestra vida, la igualdad, la justicia, la convivencia…, de justificar el sistema como el menos malo, de sentirnos europeos, de pensar que vivíamos en el mejor lugar posible del planeta.
        Hemos visto cosas que ya casi no creemos, y que contamos en las tertulias de verano como batallitas del abuelo Cebolleta ¿Quién se va a creer que antes había camas de Hospital para todos, que las becas no eran problema, que había trabajo para vivir dignamente? Que los Mercados no tenían rostro, que las palabras reinaban por encima de los números. Que hasta nos permitíamos mirar con lástima a los mileuristas. Que existir no era un incordio para las cuentas de la Seguridad Social.
        Que incluso se lloraba de alegría.