Coincidiendo con el
calor llegaban los gitanos a Macondo. Y siempre traían algo nuevo con lo que
entretener los largos y sofocantes días. Una vez fue el hielo, nunca visto por
aquellos lares; otra, el imán, al que se pegaban cucharas y sartenes como por
arte de magia, y la lupa, que podía crear el fuego sólo con dirigirla al sol; y
el catalejo, que mostraba las montañas más allá de la ciénaga. Y hasta una
presunta alfombra voladora.
Eran, por así
llamarlo, serpientes de verano. De lo que se hablaba incansablemente en todas
las casas, en todas las tertulias, en todos los corrillos. Como hacíamos aquí
hasta hace cuatro días. Con la llegada de julio, cualquier periódico o noticiero de radio y televisión tenían su
propia historia para pasar los meses de sequía informativa. Desde avistamientos
de OVNIS hasta descubrimientos más o menos famosos, antiguas historias con
pistas nuevas, crímenes espeluznantes que volvían a la luz o simplemente,
amores y desamores de personajes y personajillos.
Eran bichitos
inofensivos, entretenidos, curiosos, que volvían a su guarida con la llegada de
septiembre. Pero el cuento ha cambiado. Las culebrillas de entonces son ahora
la Hidra, la Gorgona, la Medusa, la serpiente emplumada y hasta la de Adán y
Eva que nos expulsó para siempre del Paraíso condenándonos a ganar el pan con
el sudor de la frente.
Hemos creado un
monstruo y ahora nos engulle sin remedio. No hay forma de acercarse a una
página impresa, de encender un aparato de radio o de zambullirse en la red sin
que encontremos un “bicho” que nos amargue lo que debiera ser un plácido día de
verano. Se llaman corrupción, o paro, o recortes, o desahucios, o hambre, o
desesperación. Tienen nombre propio y nos persiguen en casa, en la playa, en la
siesta inquieta; se cuelan, como serpientes, en los paseos mañaneros de los
pueblos, en las charlas nocturnas buscando el fresco.
Tienen diez mil
cabezas como la hidra, y te convierten en piedra con sólo mirarte, como la
medusa. Y amenazan con quedarse mucho más allá del verano.
Son serpientes de
todo el año. Hemos permitido que engorden hasta lo indecible y han ocupado todo
nuestro espacio, cambiándose los nombres inquietantes por otros como mayoría
absoluta o estado de derecho.
Y ya no se esconden con la llegada del frío. Han ocupado las cuatro estaciones.
Y ya no se esconden con la llegada del frío. Han ocupado las cuatro estaciones.
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