Se llama
Rami Adham y en Siria le llaman el “traficante de juguetes” porque arriesga su
vida para llevar desde Finlandia, donde vive, cientos de muñecos y peluches
para los niños sirios.
Nos hemos
acostumbrado, tristemente, a conocer el día a día de las organizaciones
humanitarias, de los médicos que se juegan la vida en hospitales precarios, de
los que intentan llevar víveres y medicinas a las poblaciones sitiadas para
aliviar en lo posible su situación. Y nos parece casi normal. Es lo que se hace
en tiempos de guerra. Esforzarse en burlar las dificultades, en saltar las
barreras para llevar lo necesario a quienes más lo necesitan.
Pero
ocupados en lo urgente, se nos olvida lo importante. Son niños y, como tales,
tienen que soñar. Y nadie lleva sueños a un escenario de pesadillas. Quizás por
eso me ha conmovido especialmente la historia de este traficante especial que
un día escuchó a su hija de tres años preguntarle porqué además de comida y
medicinas no llevaba juguetes. Incluso ofreció los suyos propios.
Rami llenó
una bolsa
de supermercado con juguetes de sus seis hijos,
con “barbies” y peluches y volvió a cruzar la frontera. Según
sus propias palabras, los niños, cuando llegó al lugar, no parecían
impresionados por la comida y el dinero, pero en cambio quedaron extasiados y
felices con los muñecos. “Cuando
vieron los peluches, sus ojos de agrandaron y aparecieron esas enormes sonrisas
en su rostros”.
Y
en ese momento decidió convertirse en traficante de juguetes. De sueños.
Decidió devolver la capacidad de soñar a los niños
que han perdido su niñez. Ahora que su historia se conoce, y que cuenta con la
ayuda de organizaciones humanitarias finlandesas, Rami insiste en seguir
llevando él su preciada carga, y hace un par de semanas ha cruzado a Siria por
vigésimo octava vez, llevando cientos de juguetes, alguno muy especial para Miral, una niña
de ojos enormes que vio a su padre morir torturado. Es un pony rosa púrpura con
su cola brillante. Uno de esos que venden en cualquier chino por un par de
euros, y que nuestros niños arrinconan tras jugar un ratito.
De
cuando en cuando, mirando de reojo un telediario, nos conmueven las imágenes de
un niño herido, de otro aturdido por el ruido de las bombas e incluso, de algún
pequeño cuerpo aplastado bajo las ruinas de una casa o inerte en una playa o en
una calle. Nos indignamos y despotricamos. Nos apenan su dolor, sus miedos y su
hambre.
Pero
no pensamos en sus sueños. Y la vida, también es sueño. Es un oso de peluche,
una barbie y un pony de colores. Afortunadamente,
alguien ha descubierto que merece la pena traficar con juguetes. Y con sueños.