Todos
los que somos de pueblo, y aún sin entender nada de nada del campo y sus
faenas, hemos oído en más de una ocasión eso de “esa tierra no vale para nada”,
“en ese pedazo no hay más que piedra", "ahí no crece más que mala
hierba” o, por el contrario, “cualquier cosa que se siempre agarra”, o “qué
maravilla, que ya la trabajaba el padre, el abuelo o el bisabuelo, y nunca ha
defraudado”.
La tierra es así, como la vida misma. Con sus cosas
buenas y malas. Viendo y leyendo lo acaecido en Murcia con el maltratado y
moribundo Mar Menor, he recordado una bellísima novela, La Buena Tierra,
ambientada en la China pre-comunista, y que le valió el Pulitzer a su autora,
Pearl S. Buck, posteriormente premio Nobel. La obra transcurre en torno a una tierra,
a la forma de trabajarla y a los resultados que para cada uno de los miembros
de la familia tiene el arrancar los mejores frutos a una herencia de varias
generaciones atrás.
Una buena tierra que no precisaba más que de sol,
nubes y tiempo, sin fosfatos ni pesticidas, sin abonos químicos para arrancar
más de una cosecha cada año, sin experimentos para sembrar lo que pita, lo que
da más rendimientos, dinero fácil.
Hemos visto, estamos viendo, las consecuencias de
una agricultura salvaje, de cómo la naturaleza devuelve, en el agua, el
maltrato que se da a una tierra que no está preparada para ninguno de los
esfuerzos a los que se la está obligando. Que nunca entenderá la ambición
humana.
No se entiende matar un mar (aunque sea Menor),
asfixiar literalmente una laguna que ha permanecido ahí durante siglos, por
sacar un puñado, o muchos, más de frutos a la tierra exhausta por la
sobreexplotación. Me consta que hay expertos que llevan años diciéndolo, y a
los que evidentemente no han escuchado. Que han explicado por activa y por
pasiva que todo lo que se hecha a la tierra se filtra a las aguas, con el
catastrófico resultado que conocemos ahora, y del que aún no sabemos toda la
magnitud.
Con cada petición de trasvase, con cada hachazo que
Murcia le daba al Tajo (y que pretende seguir dando), se ha ido acercando un
poco más a su propio desastre. Tendrá más tomates y más pimientos, pero está
matando a la gallina de los huevos de oro del turismo.
La tierra, la buena tierra, también dice basta ya.
Como el agua.