Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 27 de marzo de 2014

Desde Macondo. NOSOTROS, LOS DE ENTONCES


…Ya no somos los mismos. Ni ellos. Siguen ahí los versos de Neruda, su poema XX y su canción desesperada, los recuerdos y las comparaciones, casi siempre odiosas, los momentos que nos han hecho como somos y el pasado, que regresa una y otra vez, aprovechando la mínima oportunidad. Tozudo, vestido con sus mejores galas para poner de manifiesto los harapos que ahora nos cubren, las arrugas, profundas como surcos que han deteriorado y envejecido, hasta dejarla casi irreconocible, esa democracia que nosotros, los de entonces, creímos haber descubierto.

Nunca me han gustado los panegíricos, y menos cuando el destinatario ya no puede oírlo. Nadie es absolutamente bueno por el simple y natural hecho de morirse, aunque todos, también por ley natural, prefiramos quedarnos con los buenos recuerdos. Ha muerto Suárez, el primer presidente de España tras la dictadura, y sólo nos ha faltado decir que fue el inventor de la democracia, que lo de los griegos es una patraña de los libros de Historia.

No seré yo quien lleve la contraria a tanto ilustre como se ha paseado por los periódicos y las tertulias cantando las alabanzas del finado. Me he vuelto a emocionar escuchando el libertad sin Ira, o el Habla Pueblo Habla, el Al Alba de Aute o el España Camisa Blanca de Ana Belén. Hasta he recordado, de forma casi física, la emoción de esos fines de semana de mítines interminables, conciertos incluídos, con esa mezcla de temor a lo desconocido y de ansia por conocer, aturullada por la sopa de letras, el baile de siglas de formaciones políticas que nos miraban desde mil y un carteles en cada farola, en cada muro, y a los que mirábamos con los ojos limpios de entonces.

Pero ya no somos los mismos. Ni ellos. Nos hemos volcado en mitificar a un expresidente, con sus luces y sus sombras, por un mero ejercicio de comparación. Hemos traído de vuelta a un hombre que supo hablar, dialogar, consensuar, en un momento en el que sólo escuchamos “y tú más” mientras todas las furias de la Tierra caen sobre los sufridos ciudadanos. Cuando no creemos en casi nada y en casi nadie.

La muerte de Suárez ha desempolvado recuerdos y tal vez, haya sacudido conciencias adormecidas, y que aún están a tiempo de despertarse. Lo dijo el coronel Buendía, uno no se muere cuando debe, sino cuando puede. Igual vuelve de la ilusión de aquellos años, porque, como sucedió al gitano Melquiades, no pueda soportar la soledad de la muerte.

 

jueves, 20 de marzo de 2014

Desde Macondo. COMITÉS DE SABIOS

 A todos los sabios les da por lo mismo. O igual es sólo a los que elige el Gobierno, en su infinita sabiduría. Pero es oir eso de “está en manos de un comité de sabios” y echarme a temblar. Manos a la cartera y a cubierto los derechos elementales, la sanidad, las pensiones, el aborto, la educación, la reforma que dejará sin sentido a los Ayuntamientos, la justicia… Y ahora, los impuestos.
         Sabios para todo. Listos, diría yo, en la peor acepción del término, porque algo sacarán de prestar su “sabiduría” para hacernos la puñeta. Tal vez sea altruismo puro y duro, pero permitidme que lo dude. Insisto, no me cabe en la cabeza que a todos los sabios les dé por lo mismo.
         Ay, dónde se han quedado los Siete Sabios de Grecia, ya sabéis, Tales de Mileto, Solón de Atenas, Quilón de Esparta, Periandro de Corinto y alguno más que antes me sabía de corrido, pero que he olvidado. Los de ahora son distintos, y son más, muchos más. Un montón de sabios. Comités o grupos de expertos, los llaman. Todos los hemos visto. Reunidos alrededor de una larga mesa; con traje y corbata y pulcras carpetitas delante de ellos.
         Y entre tanto listo, ni  un solo pobre, un desahuciado, o a un padre que no puede pagar la matrícula de sus hijos, o a un abuelo que sobrevive con 400€ de pensión, o a una mujer que no quiere traer al mundo a un ser para que sufra, o a un parado, o a un alumno excelente que tiene que emigrar. O simplemente, a un ciudadano de sueldo recortado a quien le pone los pelos de punta cada nuevo dictamen de los sabios.
         Los sabios, como los políticos, no están en nuestra dimensión. Como los ángeles, no tienen cuerpo material, no comen ni duermen, no lloran, no despotrican, no se desesperan. Sólo piensan. Y nada bueno.
         No saben nada de la sabiduría popular, de la “ingeniería” precisa para poner cada día un plato de comida en la mesa, para estirar hasta lo indecible la pensión, para pasar el invierno sin bajas por pulmonía, para sonreir cuando la cabeza y el corazón mandan lo contrario.
        Los sabios han presentado su proyecto de reforma fiscal. Un sesudo documento plagado de términos ininteligibles para la gente de a pie. De tramos de IRPF, de bajo esto y subo lo otro, de elimino no se qué a las sociedades y pongo no sé cuánto a los autónomos. Y subo el IVA. Para todos. Vamos, que las galletas o el pollo costarán lo mismo a un parado que a un millonario. Todo muy justo. Duro y a las mismas cabezas de siempre.
         Y es que a todos los sabios les da por lo mismo. Un siglo y muchas generaciones necesitaron los Buendía para descifrar los pergaminos del gitano Melquiades, un hombre del pueblo. Y total, para descubrir que tras cien años de soledad no había ninguna oportunidad sobre la Tierra.

jueves, 13 de marzo de 2014

Desde Macondo. VALOR Y PRECIO

En estos tiempos del cólera, en los que se piensa con la cartera más que con la cabeza, y el corazón es tan sólo la bomba que permite mantener la renqueante maquinaria de la vida, es bueno acudir de cuando en cuando al diccionario, que guarda como un tesoro los conceptos que un día tuvieron sentido, y que a menudo pone las cosas en su sitio. Lo decía Machado, Don Antonio: “Sólo los necios confunden el valor con el precio”. Y hay tanto necio…
Valor es el grado de utilidad de las cosas para satisfacer nuestras necesidades o proporcionar bienestar y deleite. Precio, es el aspecto pecuniario de lo anterior, la traducción a euros. Pero hay cosas que son intraducibles. No se puede traducir a monedas el vello erizado en un concierto, ni las mil sensaciones que produce la lectura, ni el estremecimiento ante una obra de arte, ni el placer de una obra de teatro, o el viaje en el tiempo ante murallas, catedrales o castillos.
Son todo valor. Sin precio. Miles de personas han salido a la calle en Madrid-ojalá lo hubiéramos hecho en todo el país-para reivindicar la Cultura. Qué triste tener que unir estos dos términos, reivindicación y cultura. Más triste aún escuchar que lo primero es comer. O contraponer comida a lectura, a música, a circo o a cine.
Sé que es un tópico hablar del alimento del alma, pero bienvenido sea si sirve para explicar que no se puede utilizar la crisis para confundir valor y precio; que hay cosas que no pueden pagarse con monedas, que son vitaminas para el espíritu, y que la carencia de vitaminas produce enfermedades graves.
Produce escalofríos oír hablar, día tras día, de deuda, de déficit, de mercados, de balanzas. El mundo se ha reducido a una gigantesca cartera en la que sólo hay sitio para el precio. Sin valor que valga. Sin tonterías que no dan de comer y encima cuestan dinero. Sin Plataformas por la Cultura, que son gente de mal vivir. Creo que fue Goebbels quien dijo eso de que “cuando oigo la palabra cultura, amartillo la pistola”.
Ahora, sin pistolas, se echan mano a la cartera. Mientras, se caen los lienzos de muralla, languidecen los museos cerrados, gritan en silencio las orquestas defenestradas, y las escuelas de música, y bajan el telón decenas de teatros cada mes. Los libros, esperan impacientes a esos hermanos que nunca llegan. Las novedades son caras.
Cambio de poeta, que no de tema. Medio pan y un libro. Idea central del discurso de Lorca en la inauguración de la biblioteca de Fuentevaqueros, a comienzos de los años treinta: “Si tuviera hambre y estuviera desvalido, no pediría un pan, pediría medio pan y un libro. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan.”
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Y que nadie confunda el valor con el precio.
 

miércoles, 5 de marzo de 2014

Desde Macondo. UNA DE PIRATAS


Siendo como soy de tierra adentro, tengo debilidad por el mar. Ya sabéis, no hay cosa más bella que la que nunca he tenido. Pero el mar que me fascina no es el de playa y sombrilla que descubrí, con gran decepción, un buen día en las vacaciones de verano. Ese no era el mar turbulento que se tragaba a los corsarios de mis primeras lecturas; no era el de la Isla del Tesoro, ni el que albergaba a Moby Dick tras comerse la pierna del valiente capitán Akab. No era el mar de tiburones y noches de tormenta del Viejo pescador de Hemingway. Y mucho menos, el que podía albergar en sus profundidades misteriosas nada menos que veinte mil leguas de viaje submarino.
       Era un mar en calma, sin olas, como una inmensa piscina que se perdía en la línea del horizonte sin obstáculos a la vista. Andando el tiempo, he ido viendo otros mares. Y hasta he surcado alguno, dentro de mis modestas posibilidades, cruzándome de cuando en cuando con uno de esos transatlánticos de lujo que desafían orgullosos todos los temporales. Como el barco de Rajoy.
      La nao capitana ha pasado el Cabo de Hornos. Por cierto, no lo ha atravesado, como dijo el almirante-presidente. Los cabos no se atraviesan, se doblan. Cualquiera que haya leído un libro de piratas lo sabe. Pero es un matiz. La imagen es la que es, la que cantaba el pirata de Espronceda, el de Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela… No he podido por menos que imaginarme al presidente sin pata de palo y con pendiente (trofeo al que se hacían merecedores los marineros que sobrevivían al pavoroso Cabo) “y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul; —«Navega velero mío,  sin temor, que ni enemigo navío, ni tormenta, ni bonanza, tu rumbo a torcer alcanza…”
      Han doblado el Cabo de Hornos, pero sólo ellos. Celebran con barriles de ron el exiguo descenso en las cifras del desempleo, el mar en calma que ahora les acoge y la isla del Tesoro que sólo ellos vislumbran en el horizonte.
      Al otro lado, el resto de la flota, la marinería, los que seguimos al otro lado, en plena tormenta, con las velas rotas y haciendo aguas por todas partes. Ellos ya ven tierra, pero el resto habitamos un mar de temporales, de recortes, de desigualdad y de pobreza. Seguimos luchando por mantenernos a flote, entre tiburones y ballenas asesinas, sin isla en la que desembarcar ni tesoro que repartir.
      Cuando José Arcadio Buendía buscaba una salida al mar encontró Macondo. Y allí se quedó. Allí, en la ciénaga, se quedaron sus sueños de fundar una ciudad costera que les permitirá acceder a todos los avances que había al otro lado. Y allí comenzaron los cien años de soledad.