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jueves, 13 de marzo de 2014

Desde Macondo. VALOR Y PRECIO

En estos tiempos del cólera, en los que se piensa con la cartera más que con la cabeza, y el corazón es tan sólo la bomba que permite mantener la renqueante maquinaria de la vida, es bueno acudir de cuando en cuando al diccionario, que guarda como un tesoro los conceptos que un día tuvieron sentido, y que a menudo pone las cosas en su sitio. Lo decía Machado, Don Antonio: “Sólo los necios confunden el valor con el precio”. Y hay tanto necio…
Valor es el grado de utilidad de las cosas para satisfacer nuestras necesidades o proporcionar bienestar y deleite. Precio, es el aspecto pecuniario de lo anterior, la traducción a euros. Pero hay cosas que son intraducibles. No se puede traducir a monedas el vello erizado en un concierto, ni las mil sensaciones que produce la lectura, ni el estremecimiento ante una obra de arte, ni el placer de una obra de teatro, o el viaje en el tiempo ante murallas, catedrales o castillos.
Son todo valor. Sin precio. Miles de personas han salido a la calle en Madrid-ojalá lo hubiéramos hecho en todo el país-para reivindicar la Cultura. Qué triste tener que unir estos dos términos, reivindicación y cultura. Más triste aún escuchar que lo primero es comer. O contraponer comida a lectura, a música, a circo o a cine.
Sé que es un tópico hablar del alimento del alma, pero bienvenido sea si sirve para explicar que no se puede utilizar la crisis para confundir valor y precio; que hay cosas que no pueden pagarse con monedas, que son vitaminas para el espíritu, y que la carencia de vitaminas produce enfermedades graves.
Produce escalofríos oír hablar, día tras día, de deuda, de déficit, de mercados, de balanzas. El mundo se ha reducido a una gigantesca cartera en la que sólo hay sitio para el precio. Sin valor que valga. Sin tonterías que no dan de comer y encima cuestan dinero. Sin Plataformas por la Cultura, que son gente de mal vivir. Creo que fue Goebbels quien dijo eso de que “cuando oigo la palabra cultura, amartillo la pistola”.
Ahora, sin pistolas, se echan mano a la cartera. Mientras, se caen los lienzos de muralla, languidecen los museos cerrados, gritan en silencio las orquestas defenestradas, y las escuelas de música, y bajan el telón decenas de teatros cada mes. Los libros, esperan impacientes a esos hermanos que nunca llegan. Las novedades son caras.
Cambio de poeta, que no de tema. Medio pan y un libro. Idea central del discurso de Lorca en la inauguración de la biblioteca de Fuentevaqueros, a comienzos de los años treinta: “Si tuviera hambre y estuviera desvalido, no pediría un pan, pediría medio pan y un libro. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan.”
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Y que nadie confunda el valor con el precio.
 

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