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miércoles, 5 de marzo de 2014

Desde Macondo. UNA DE PIRATAS


Siendo como soy de tierra adentro, tengo debilidad por el mar. Ya sabéis, no hay cosa más bella que la que nunca he tenido. Pero el mar que me fascina no es el de playa y sombrilla que descubrí, con gran decepción, un buen día en las vacaciones de verano. Ese no era el mar turbulento que se tragaba a los corsarios de mis primeras lecturas; no era el de la Isla del Tesoro, ni el que albergaba a Moby Dick tras comerse la pierna del valiente capitán Akab. No era el mar de tiburones y noches de tormenta del Viejo pescador de Hemingway. Y mucho menos, el que podía albergar en sus profundidades misteriosas nada menos que veinte mil leguas de viaje submarino.
       Era un mar en calma, sin olas, como una inmensa piscina que se perdía en la línea del horizonte sin obstáculos a la vista. Andando el tiempo, he ido viendo otros mares. Y hasta he surcado alguno, dentro de mis modestas posibilidades, cruzándome de cuando en cuando con uno de esos transatlánticos de lujo que desafían orgullosos todos los temporales. Como el barco de Rajoy.
      La nao capitana ha pasado el Cabo de Hornos. Por cierto, no lo ha atravesado, como dijo el almirante-presidente. Los cabos no se atraviesan, se doblan. Cualquiera que haya leído un libro de piratas lo sabe. Pero es un matiz. La imagen es la que es, la que cantaba el pirata de Espronceda, el de Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela… No he podido por menos que imaginarme al presidente sin pata de palo y con pendiente (trofeo al que se hacían merecedores los marineros que sobrevivían al pavoroso Cabo) “y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul; —«Navega velero mío,  sin temor, que ni enemigo navío, ni tormenta, ni bonanza, tu rumbo a torcer alcanza…”
      Han doblado el Cabo de Hornos, pero sólo ellos. Celebran con barriles de ron el exiguo descenso en las cifras del desempleo, el mar en calma que ahora les acoge y la isla del Tesoro que sólo ellos vislumbran en el horizonte.
      Al otro lado, el resto de la flota, la marinería, los que seguimos al otro lado, en plena tormenta, con las velas rotas y haciendo aguas por todas partes. Ellos ya ven tierra, pero el resto habitamos un mar de temporales, de recortes, de desigualdad y de pobreza. Seguimos luchando por mantenernos a flote, entre tiburones y ballenas asesinas, sin isla en la que desembarcar ni tesoro que repartir.
      Cuando José Arcadio Buendía buscaba una salida al mar encontró Macondo. Y allí se quedó. Allí, en la ciénaga, se quedaron sus sueños de fundar una ciudad costera que les permitirá acceder a todos los avances que había al otro lado. Y allí comenzaron los cien años de soledad.

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