Y cabreados. Y cansados. Y lo que es
peor, desesperanzados. He echado mano al título del novelón del maestro
Dostoyevski porque refleja a la perfección las relaciones entre la clase
dominante y los de abajo, los dominados, entre nobles y plebeyos, ricos y
pobres en definitiva.
En
la época en que se sitúa la novela, la Rusia blanca del siglo XIX, los
poderosos eran príncipes, condes o duques. Los otros, como ahora, el pueblo
llano, que eso no ha cambiado, aunque ahora quienes nos humillan y ofenden hoy
en día no tienen porqué tener rancio abolengo ni sangre azul.
Pero
la humillación es la de siempre, y la ofensa, también. Y esa sensación de ser
tratado como un “nadie”, que diría Galeano, de comprobar que te han tomado el
pelo, que no sólo han jugado con tu voto, con tu dinero, con tu buena fe, sino
también con tu esperanza y tu confianza en el género humano.
En
un par de meses habrá nuevas elecciones. Así, sin anestesia. A las puertas del
verano, y después de seis meses pintando la mona, reuniéndose de cuando en
cuando, queriéndose a veces, odiándose otras, teniéndonos en un “ay” pendientes
de la tele, ilusionándonos un día y vertiéndonos un jarro de agua fría al siguiente.
Y
cobrando. ¿Habéis pensado cuánto nos han costado los salarios de sus señorías
en este tiempo? Me crispa pensar que cada uno de ellos se ha llevado en un mes
lo que una familia normal cobra en medio año, y por no hacer nada, por no
cumplir el mandato de los ciudadanos y además, por dejarnos un poco más
escépticos, más descreídos, más huérfanos.
Los
padres de la Patria nos han fallado estrepitosamente. No han pasado el elemental examen de ponerse
de acuerdo mirando al ciudadano de a pie. Cuatro meses mirándose su propio
ombligo sin ver las tripas vacías de quienes les han puesto ahí, sin percibir
el desempleo insufrible, la pobreza creciente, la fuga de jóvenes, la tristeza
que se adueña de quienes ven que les han vuelto a engañar y ya no tienen nada
en lo que creer.
Habrá
otra campaña electoral. Y más promesas. Intentarán convencernos de que ahora
sí, que esta es la buena y no nos van a defraudar.
Pero
humillados y ofendidos como estamos, ya no nos creemos nada.