A veces, cuando una cree estar curada de
espanto, llega algo que nos remueve la conciencia, nos pone los sentimientos en
pie de guerra, sacude los cimientos de nuestra casa, más o menos cómoda pero
con suelo y techo, y pone en tela de juicio lo que somos, lo que hacemos y,
sobre todo, lo que podemos hacer. Unas veces es una noticia, una conversación,
algo que vemos por la calle, una canción que nos toca la fibra o una imagen que
vemos en las noticias o curioseando en las redes.
O
varias noticias, con sus correspondientes imágenes y sonidos, agrupadas en muy
poco espacio de tiempo, que es lo que me ha movido a escribir esta columna.
Hemos visto, en unos pocos días, la gigantesca manifestación de Barcelona, la
mayor de Europa, a favor de los refugiados. Una enorme marea de decenas de
miles de personas que acabó su recorrido frente al mar. En el Mediterráneo. Y
un par de días antes, el macroconcierto de Serrat con la canción de su mar
eterno convertido en himno reivindicativo y solidario.
Y
he visto, hoy mismo, una larga, larguísima fila de cadáveres, de todos los
tamaños, tapados con sábanas en una playa de Trípoli. Eran 74. Los que se han
recuperado, que sólo el mar sabe cuántos más había en la enésima patera
naufragada.
Sigue
sonando “nací en el Mediterráneo”, que aún no se han apagado los ecos del
concierto y seguimos pensando en el mar de Serrat de atardeceres rojos, guardián
de niñeces felices, de primeros amores escondidos en la arena, inspirador de
sueños posibles… Mare Nostrum. Nuestro Mar. Y ahora también el suyo, el de
todos los que yacen en la playa, los que ha escupido el mar, y los que se han perdido para siempre en sus
fondos.
El
Mediterráneo ha vuelto a ser lo que siempre fue. Puente entre Europa, Asia y
África. Canal de comunicación con el inmenso océano Atlántico, con el mar Rojo,
con el Negro. Una enorme masa de agua que permitió el desarrollo de
Mesopotamia, de Egipto, de Persia, de Fenicia, de Cartago, del colosal imperio
de Alejandro, de Grecia, de Roma, del Islam, de la dominación otomana… Y de
nuestra vergüenza.
La
historia del Mediterráneo, que es la historia de la Humanidad, está
indisolublemente unida personas de todas las épocas, de todas las razas,
colores y creencias, que han surcado sus
aguas buscando horizontes, rutas comerciales y nuevos territorios. Buscando
ensanchar el mundo, para compartir ideas. Si hasta la democracia nació en sus
orillas….
Pero
ahora hemos decidido que el Mediterráneo nos pertenece sólo a nosotros, que es
nuestro mar y nadie más-salvo que sea en cruceros y previo pago, tienen derecho
a transitar por las vías que abrieron todas las civilizaciones del mundo y que
desde el llamado primer mundo nos hemos encargado de blindar.
Creo
que nunca más podré escuchar la canción, una de las mejores de todos los
tiempos, ni bañarme en cálidas aguas de cualquier playa mediterránea sin que me
ahogue el sentimiento de culpa, sin que la imagen de los pequeños Aylan o Samuel,
o la orilla cubierta de cuerpos pulcramente tapados con sábanas, me haga salir
como un rayo de esas aguas que no me pertenecen. De ese mar que es menos
nuestro que nunca, porque en el fondo están todos aquellos con los que no
quisimos compartirlo.