Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 29 de marzo de 2017

Desde Macondo. BAJAS PASIONES

Un grupo de investigadores de la Universidad de Coimbra, en Portugal, ha demostrado que la pasión que sienten por el fútbol los aficionados más acérrimos es similar al sentimiento de una persona enamorada. Al parecer, los circuitos cerebrales que se activan en los hinchas de cualquier equipo,  son los mismos que en los casos del amor romántico  Ante situaciones como un gol, una buena jugada o un buen resultado , se ponen en marcha regiones similares del córtex frontal, donde se libera dopamina a modo de recompensa.
          Y claro, al igual que en el amor romántico, este tipo de pasión por el fútbol se puede tornar en obsesión y perjudicar al comportamiento racional, pasando al grado de fanatismo. Ya se sabe que del amor al odio, hay un paso. Y en medio están los celos, y el afán de posesión… Lo que se ha llamado de toda la vida de Dios perder la cabeza por amor, y que ahora, según la ciencia, también se puede aplicar al fútbol.
          Viene esto a cuento de los vergonzosos episodios de violencia que hemos podido ver en las últimas semanas y que, curiosamente, mezcla la pasión por el fútbol con la supuesta pasión de padre. Adultos hechos y derechos enzarzándose a puñetazos por lo que sus retoños hacían o dejaban de hacer en el terreno de juego. Y más grave porque los retoños jugaban en categoría infantil, que sin entender mucho, creo que anda por los 11 ó 12 años.
          Será que el amor paterno también activa la misma región del cerebro, cuando se mezcla con el deporte rey, que no he visto nunca, ni creo que lo vea jamás, al padre de un violinista o de un pianista enzarzándose con los progenitores de los clarinetes o los flautistas de una orquesta por un quítame allá esa nota que has dado mal, o ese compás que te has saltado.
          No creo que mis ojos vean nunca a un padre o una madre tirando de los moños a los supuestos rivales de sus hijos en una competición de gimnasia, o de natación, o en un concurso de cuentos. Sólo en el fútbol. Debe ser por la zona de las pasiones.
          Sea por lo que sea, aún me produce sonrojo ver a los chavales intentando separar a sus respectivos padres que, a años luz de cualquier tipo de razón, daban rienda suelta a sus instintos más primarios, a la lucha pura y dura, ofreciendo el más lamentable y poco edificante espectáculo.
          Por no hablar de los insultos que dedican a sus propios hijos cuando pierden el balón o se dejan “vivo” a un adversario. No sé si piensan que todos van a ser Messi o Ronaldo, que los van a retirar y que de sus botas van a salir, directamente, puñados de euros para asegurarse la vejez.
          Me recuerdan a la película Pequeña Miss Sunshine, basada en los infames concursos americanos de belleza infantil, en el que una madre comprueba que su hija, gordita, paliducha y con gafas, no puede competir con las princesitas hipermaquilladas, con el pelo perfectamente rizado y vestidos de noche. Y la niña se empeña en hacerlo. Pobrecita. Da gana de matar a toda la familia.
          Las bajas pasiones de los padres hacen un flaco favor a los hijos, que deberían disfrutar del deporte sin más, de pasar un buen rato entre amigos y, si sus capacidades y la suerte les sonríen, convertirse en Messi y ganar dinero a espuertas.
          Con amplitud de miras y sin dejar espacio a las bajas pasiones.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Desde Macondo. ENTIDAD VIVIENTE

Un tribunal de India ha declarado los ríos sagrados Ganges y Yamuna “entidades vivientes”, con el ánimo de que esta declaración ayudará a proteger los ríos, ya que a partir de ahora tienen todos los derechos constitucionales y reglamentarios de los seres humanos, incluido el derecho a la vida. Muy bonito. Y ojalá sirva de algo, que lo dudo, porque he visto la peor cara de ambos ríos, la de la suciedad, la basura, los malos olores…
          Pero la India queda muy lejos, y aquí tenemos nuestra propia “entidad moribunda”, que está pidiendo a gritos una declaración de amor, tres palabras que la salve de la agonía y la desaparición irreversible. Hablo del Tajo, y las palabras son, obviamente, Fin del Trasvase.
          En tres décadas viviendo frente al río he ido viendo su decadencia, más lenta al principio, a pasos agigantados ahora, y desapareciendo a golpe de anuncios en el BOE. De 20 en 20 hectómetros cúbicos. Cuarenta a veces. Y hasta sesenta.
          Son las únicas declaraciones que nos llegan sobre el pobre Tajo, entendiendo por tal el conjunto de fauna y flora de su cauce y sus riberas. No tiene derecho a la vida. No la tienen los peces, ni los juncos, ni los patos, ni las aves que anidan en sus islas o las que lo sobrevuelan para buscarse el sustento. Ellos, como nosotros, están condenados a convivir con el cieno, el lodo, las espumas malolientes y las malas hierbas.
          No sé si aún estamos a tiempo de conseguir que el Tajo sea considerado una entidad viviente, un ser lleno de fuerza y juventud, viendo al anciano decrépito y ausente en que lo han convertido. Nada que ver con lo que cantaba Garcilaso, “Corrientes aguas, puras, cristalinas, árboles que os estáis mirando en ellas…”, cuando el Tajo era poesía. Hoy es mezcla de lodo con burla y tristeza.
          No esperamos que declaren al Tajo entidad viviente, que ya sabemos que los que mandan han decidido saciar la sed de otros  a costa de lo que sea, pero es nuestra responsabilidad, de todos, no dar la espalda al río. Es tiempo de que dejemos de mostrar la lastimosa lengua seca y enseñemos los dientes. Es nuestra obligación, a falta de alguien con el criterio y el sentido de justicia del primer Buendía, que en la fundación de Macondo dispuso de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo.
          No existiría Macondo sin el río. Y nosotros tampoco. Cuando los Buendía pensaban que no llegarían a ninguna parte, apareció un río de aguas diáfanas, que se precipitaban sobre un lecho de piedras blancas y enormes como huevos prehistóricos.
          Y empezó la vida.

jueves, 16 de marzo de 2017

Desde Macondo. . #CIERRAUNICEF

Al menos 652 niños y adolescentes murieron en 2016 en Siria, el mayor número de bajas de menores desde que se comenzó formalmente a documentar este tipo de víctimas; de los menores fallecidos el año pasado, 255 perdieron la vida en ataques dentro o cerca de escuelas. Además, más de 850 fueron reclutados para luchar en el conflicto, el doble que en 2015. Los niños suponen el 30% de los muertos en los bombardeos. Dos de cada tres menores han visto morir violentamente a un familiar o a un conocido. La mitad de los seis millones de niños sirios nunca o rara vez se sienten seguros en el colegio, por lo que muchos han dejado de ir a clase y un 40 por ciento de los menores encuestados no se sienten tranquilos jugando al aire libre. Otro 78 por ciento sienten pena y extrema tristeza de forma casi permanente y casi todos se han vuelto más nerviosos o temerosos a medida que la guerra continúa.
          Hay más. El insomnio, la pérdida del habla, la incontinencia urinaria, incluso en mayores de 14 años la convulsión ante cualquier ruido inesperado o la irritabilidad y el mal humor son otras secuelas que padecen estos menores. Por hablar sólo de un país, que no hay que olvidar que la neumonía, primera causa de mortalidad infantil, se cobra la vida de 2.500 niños cada día, y otros 800 fallecen diariamente por malaria. Y 159 millones de menores de cinco años padecen desnutrición crónica, en gran medida por la falta de alimentos suficientes y de calidad, pero también por las continuas diarreas al beber agua contaminada.
          Y con este panorama, dos palabras. Un hastag, que decimos ahora:  #CierraUNICEF. La idea es genial, y lo sería más si no fuera una campaña publicitaria, si fuera realidad. Si UNICEF cerrara porque en el mundo ya se habían acabado, para siempre, los problemas de los niños. Si la agencia de la ONU encargada de la protección de la infancia diera por erradicadas, como se hace con una epidemia, la mortalidad infantil, la falta de acceso a una educación y sanidad dignas, la desprotección, el hambre, la pobreza, el miedo en cualquier rincón del planeta.
          Ojalá cerrara UNICEF, y Save The Children y cualquier otra organización humanitaria de las que día a día tratan de poner parches en el gran agujero negro en el que hemos convertido el mundo de los niños. Pero los datos son tozudos. Y las imágenes, también. Nos llevan, en cada telediario, de la guerra en Siria a la hambruna en Sudán del Sur, de las caras tristes de los refugiados a los vientres hinchados y las moscas rondando a pequeños de ojos enormes en Etiopía o Namibia.
          Los miramos y nos compadecemos. Igual hasta nos rascamos el bolsillo, siempre con tiento, y maldecimos a nuestros países, los del primer mundo, que han recortado drásticamente las ayudas a la cooperación internacional, porque primero somos nosotros.
          Y es inevitable preguntarse cómo serán esos niños de adultos, si llegan. Cómo canalizarán tanto miedo, tanta hambre, tanto sufrimiento, tantas penalidades sufridas, tanta infancia robada. En Macondo, el último de los Buendía nació con cola de cerdo, para cumplir la maldición que pesaba sobre la estirpe de Cien Años de Soledad, condenada a no tener una segunda oportunidad sobre la Tierra.
          UNICEF no puede cerrar, porque hay millones de seres humanos que no tienen siquiera la oportunidad de llegar a tener infancia. A ser niños.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Desde Macondo. TACONES LEJANOS

Por más que lo intento no logro hacerme a la idea de ver a los insignes miembros del parlamento británico, a los comunes y los lores, con sus todas y sus pelucas empolvadas, hablando de la conveniencia de que se pueda obligar a las mujeres a llevar tacones en su trabajo.
          Pero por mucho que sonroje, es real. Vaya si lo es. Tacones altos y códigos de vestuario en el puesto de trabajo” es exactamente el título del informe que esta misma semana debatían sus señorías, o como se llame allí a los parlamentarios. Todo, a raíz de la denuncia de una recepcionista de hotel, despedida por querer cuidar sus maltrechos pies tras una larga jornada de trabajo encaramada a los zapatos de tacón. A partir de ahí, docenas de casos que todos conocemos. Faldas cortas, buenos escotes, maquilladas, por supuesto…
          Y todo esto, en la semana en que celebramos, por decir algo, el Día Internacional de la Mujer, en la que nos hartamos de escuchar mensajes de igualdad de oportunidades, de mismo salario para igual trabajo, de conciliación, de oportunidades profesionales, cuando contamos y no paramos las muertas por violencia machista… Avergüenza vivir en una sociedad que, a estas alturas, tiene que preocuparse, al más alto nivel, por si es o no lícito obligar a nadie a trabajar subida a unos tacones de aguja.
          Lo siguiente podría ser decretar que mejor nos quedemos en casa, que seguro que queremos el sueldo para comprar trapos, o pendientes, o barras de labios y sombras de ojos. O para lencería "íntima", y cremas carísimas que mantengan a raya las arrugas. Y a todo esto, la casa sin barrer, la ropa sin planchar y los niños, como vaca sin cencerro.
           Ahora que casi las habíamos convencido de que primero Dios creó el cielo y la tierra, y luego el hombre, y los animales, y ya, si eso, hizo a la mujer. Ahora, que con la excusa de la crisis estábamos consiguiendo volver a encerrarlas en casa, porque el escaso trabajo es para los hombres. Y cuando los recortes y la muerte de la Ley de Dependencia, las ha enviado de vuelta a cuidar a los abuelos o a los hijos con problemas, ahora van y dicen que quieren obrar lo mismo y además, no quieren ponerse tacones, que salen juanetes y duele hasta el alma.
          Definitivamente, mi reino no es de este mundo. Que no, que estoy demodé, que todo me suena a chino, a otro momento que no es el mío. Vengo de otra época. Soy una mujer antigua, una mujer de antaño. De esos tiempos en los que te contaban que el hombre y la mujer son iguales en derechos y deberes, que no hay amo sino compañero, que los hijos son de dos, y a ambos corresponde cuidarlos y educarlos. Y que mi inteligencia y mis capacidades no sólo pueden ser iguales, sino hasta superiores a las de cualquier varón. Y que valgo igual en vaqueros y con el pelo recogido que con tacones y mechas.
          Y que en este mundo de refugiados, de guerra, de pobreza, de desigualdades, de pavorosos avances de la ultraderecha, de intolerancia y de falta de solidaridad, hay cosas mucho más importantes que debatir en los Parlamentos que algo que debería ser obvio, la libertad de elegir vestuario, o calzado, independientemente del sexo.
          No son buenos mimbres para tejer el cesto del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Creo que en adelante lo voy a celebrar en Macondo con sus mujeres mágicas y rotundas, pisando firmes la tierra. Con tacones o en zapatillas.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Desde Macondo. TODOS A LA CÁRCEL

Vamos a acabar todos licenciados en Derecho, con un máster en instituciones penitenciarias, sumarios, vistillas, fianzas, prisiones provisionales, apelaciones, recursos y hasta permisos carcelarios. Ya hablamos en los bares, con toda normalidad, como si comentáramos el último partido de liga, de imputados o investigados, de medidas cautelares o de tribunales ordinarios o de Audiencias. Del Supremo y del Constitucional.
          Es lo que toca, ahora que nos cuentan la milonga del “todos a la cárcel”, aunque no estén ni la enésima parte de los que deberían, y los que entran, lo hagan por mucho menos tiempo del que se merecen, a decir del populacho entre el que se encuentra la que suscribe.
          Berlanga tendría asegurada la segunda parte de su película, que no nos falta de ná. Ni un posible escenario, que la cinta original se desarrollaba en Valencia, como buena parte de los sumarios que ahora ocupan nuestras conversaciones. Urdangarín que se libra, de momento; la Infanta, sin momento; Correa, Crespo y “El Bigotes” que piden el mismo trato. Blesa, a la espera de la “vistilla” para ver qué hacen con su body, y de Rato no se dice nada. O sea, que no entrará en chirona.
          Y nosotros, implacables fiscales a ratos, tan contentos por el hecho de que un puñado de delincuentes pasen un par de años (los más malísimos) en la trena. Eso sí, con comodidades, que siempre ha habido clases, y hay jaulas de oro y cadenas de plata. Leo en un reportaje dominical que el preso de moda, Granados, el de la Púnica, ve las noticias en su celda, lee, pasea, y está estupendo gracias a una dieta que le ha recomendado su nutricionista. Y que Correa va en ambulancia al Juzgado porque el furgón policial le da claustrofobia. O que los tres cabecillas de la Gurtel pidieron al entrar sábanas de primera puesta, es decir, sin estrenar.
          No sé, a estas alturas de la película, cuando ya se me ha agriado el carácter más de lo recomendable, me pone de mal humor pensar en una estancia cortita, tranquila y sin sobresaltos, de quienes se han llevado cientos de millones de este país, de quienes nos han hecho más desiguales, más desconfiados, más mal pensados y hasta peores personas, a fuerza de tragarnos las bilis y otros malos humores. Y que cuando salgan, a la vuelta de unos pocos meses, vivirán felices y comerán perdices con lo que tienen a buen recaudo en Andorra, Las Bahamas o cualquier otro paraíso fiscal.
          Pienso en el Jean Valjean de Los Miserables, machacándose en las galeras, en el Conde de Montecristo, pudriéndose en una cueva inmunda, en los miles de presos republicanos que, tras nuestra Guerra Civil, cayeron como chinches construyendo canales, trenes a ninguna parte o el Valle de los Caídos, tan de actualidad en nuestros días tras la negativa del Supremo a sacar de ahí a Franco y José Antonio.
          Nada que ver con los presos de hoy en día. Traje y corbata al entrar y al salir, chándal de diseño en el interior y dinero a cubierto, esperándolos para compensarles de las amargas mieles de un internamiento corto y de luxe.
          Y me llevan los demonios. Que los dejen sueltos sin un euro. O con el salario mínimo, que hoy estoy generosa. Que devuelvan lo que han robado, aunque no podrán devolver la dignidad que han quitado a todo el país. Que las condenas sean a hacer trabajos a la comunidad a la que han sorbido la sangre, las esperanzas y la confianza en las instituciones y en las personas.
          Aunque el cuerpo me pida que los manden a galeras. A pan y agua y encadenados.