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miércoles, 1 de marzo de 2017

Desde Macondo. TODOS A LA CÁRCEL

Vamos a acabar todos licenciados en Derecho, con un máster en instituciones penitenciarias, sumarios, vistillas, fianzas, prisiones provisionales, apelaciones, recursos y hasta permisos carcelarios. Ya hablamos en los bares, con toda normalidad, como si comentáramos el último partido de liga, de imputados o investigados, de medidas cautelares o de tribunales ordinarios o de Audiencias. Del Supremo y del Constitucional.
          Es lo que toca, ahora que nos cuentan la milonga del “todos a la cárcel”, aunque no estén ni la enésima parte de los que deberían, y los que entran, lo hagan por mucho menos tiempo del que se merecen, a decir del populacho entre el que se encuentra la que suscribe.
          Berlanga tendría asegurada la segunda parte de su película, que no nos falta de ná. Ni un posible escenario, que la cinta original se desarrollaba en Valencia, como buena parte de los sumarios que ahora ocupan nuestras conversaciones. Urdangarín que se libra, de momento; la Infanta, sin momento; Correa, Crespo y “El Bigotes” que piden el mismo trato. Blesa, a la espera de la “vistilla” para ver qué hacen con su body, y de Rato no se dice nada. O sea, que no entrará en chirona.
          Y nosotros, implacables fiscales a ratos, tan contentos por el hecho de que un puñado de delincuentes pasen un par de años (los más malísimos) en la trena. Eso sí, con comodidades, que siempre ha habido clases, y hay jaulas de oro y cadenas de plata. Leo en un reportaje dominical que el preso de moda, Granados, el de la Púnica, ve las noticias en su celda, lee, pasea, y está estupendo gracias a una dieta que le ha recomendado su nutricionista. Y que Correa va en ambulancia al Juzgado porque el furgón policial le da claustrofobia. O que los tres cabecillas de la Gurtel pidieron al entrar sábanas de primera puesta, es decir, sin estrenar.
          No sé, a estas alturas de la película, cuando ya se me ha agriado el carácter más de lo recomendable, me pone de mal humor pensar en una estancia cortita, tranquila y sin sobresaltos, de quienes se han llevado cientos de millones de este país, de quienes nos han hecho más desiguales, más desconfiados, más mal pensados y hasta peores personas, a fuerza de tragarnos las bilis y otros malos humores. Y que cuando salgan, a la vuelta de unos pocos meses, vivirán felices y comerán perdices con lo que tienen a buen recaudo en Andorra, Las Bahamas o cualquier otro paraíso fiscal.
          Pienso en el Jean Valjean de Los Miserables, machacándose en las galeras, en el Conde de Montecristo, pudriéndose en una cueva inmunda, en los miles de presos republicanos que, tras nuestra Guerra Civil, cayeron como chinches construyendo canales, trenes a ninguna parte o el Valle de los Caídos, tan de actualidad en nuestros días tras la negativa del Supremo a sacar de ahí a Franco y José Antonio.
          Nada que ver con los presos de hoy en día. Traje y corbata al entrar y al salir, chándal de diseño en el interior y dinero a cubierto, esperándolos para compensarles de las amargas mieles de un internamiento corto y de luxe.
          Y me llevan los demonios. Que los dejen sueltos sin un euro. O con el salario mínimo, que hoy estoy generosa. Que devuelvan lo que han robado, aunque no podrán devolver la dignidad que han quitado a todo el país. Que las condenas sean a hacer trabajos a la comunidad a la que han sorbido la sangre, las esperanzas y la confianza en las instituciones y en las personas.
          Aunque el cuerpo me pida que los manden a galeras. A pan y agua y encadenados.

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