Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

viernes, 25 de junio de 2010

A MACONDO

A Macondo. Una de las docenas de veces que desde que empezó el calor me han preguntado "¿dónde vas a ir de vacaciones?, me salió solo el sitio. A Macondo. Vaya usted a saber porqué me vino el dichoso pueblo a la cabeza. Hace por lo menos un par de años que no releo Cien Años de Soledad, y eso que durante un tiempo lo leía siempre una vez al año; tampoco he hojeado (con h o sin ella), El Coronel no tiene quien le escriba, mi libro favorito de García Márquez, y desde Navidad, que regalé por enésima vez El Amor en los Tiempos del Cólera (siempre a personas distintas, por supuesto), no he tenido más contacto con el autor ni con su género mágico.
Y sin embargo dije "A Macondo". Quizá algún entendido en los entresijos de la mente lo pueda calificar como deseo de escapar de la realidad, de viajar a lo imposible y lo imaginario, de poner tierra de por medio, y no sólo tierra física.
Y tal vez no anduviera muy descaminado. La verdad es que, hoy por hoy, no se me ocurre mejor sitio para ir de vacaciones. Macondo, con su tiempo eterno, sus repentinas y prolongadas lluvias, sus diluvios, sus epidemias de insomnio, sus extreños nacimientos de niños con cola de cerdo, sus personajes solos, sus sagas interminables... Su magia.
Seguro que queda algún Buendía tarado y extraño, fruto de los incestos y el tiempo cíclico, y tal vez tenga también cola de cerdo. En cualquier caso, sería todo distinto de lo que se cuece por estos lares, tan reales, tan ciertos, tan previsibles que agobian, porque dejan poco lugar a la imaginación.
Creo que hace cuatro o cinco años se organizó un referéndum en Aracataca, el pueblo natal de García Márquez, para cambiar su nombre por Macondo, el pueblo imaginario. Y salió que no, o no fue la suficiente gente a votar como para darlo por válido. El caso es que nada cambió, que Aracataca sigue siendo un lugar sumido en la ruina y Macondo, con sus paredes de cristal, sigue vagando por nuestra memoria.
Y yo quiero ir a Macondo, al de los libros, a ese pueblo al que llegó el tren y el telégrafo, a ese pueblo que cruzaba todos los lunes el coronel para preguntar si había llegado la carta que nunca se escribió.
Aunque no exista, quiero ir. No sé. Tal vez lo que quiera el inconsciente que habita en los sillones de los psiquiatras y los despachos de los psicólogos sea otra cosa.
Tal vez quiera ser como Remedios La Bella, que un buen día salió volando entre una nube de mariposas y nunca más volvió...

miércoles, 9 de junio de 2010

PALABRAS

Siempre he defendido que una palabra a tiempo dice mucho y vale más que mil imágenes. Ya sé que no es esto lo que se lleva en la era digital, la de la imagen, tele, videojuegos y demás. Pero es que soy así de antigua. O tal vez es porque me gano la vida con esto, o porque asocio mis buenos y malos momentos a eso, a una frase, a una palabra.


Es curioso, pero es así. Seguro que si me psicoanalizaran dirían que no tengo demasiada memoria visual, y que el vincularlo todo a las palabras será producto de cualquier trauma infantil, de una bronca de mi madre o de lo que escuche-y dije-a cualquier novio de juventud.


En fin, que me gusta más analizar lo que oigo y lo que leo que cualquiera de esas fotos "que hablan por si solas", como se suele decir.


En estos días de declaraciones y contradeclaraciones, de ataques feroces de unos y otros, de furor pre-electoral y de calentones, las palabras son protagonistas absolutas. No hay que mirar las caras; nos las sabemos todas. Ni los labios pronunciando crisis, recortes, fin de una era, adiós al estado del bienestar, ajustes, paro, y hasta zorra o incitadora a la sodomía, refiriéndose a una consejera autonómica.


Hay que escuchar y leer, porque este auténtico torrente de palabras nos desborda, y vale más que mil imágenes, pone a cada uno en su sitio y a nosotros, en el de todos.


Me viene a la memoria un cuento corto de Isabel Allende en el que la protagonista, Belisa Crepusculario, tenía por oficio vender palabras, desde que descubriera que no tenían dueño, y cualquiera las podía utilizar a su antojo, y hasta sacar provecho de ellas. Y así se ganaba la vida, de pueblo en pueblo, con su tenderete de palabras.


Hasta que llegó un militar aspirante a político y le pidió las palabras precisas para ser presidente. No fue fácil encontrarlas, porque tuvo que descartar los términos "ras" y "a secas", las demasiado floridas, las desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con certeza el pensamiento y la intuición de los hombres y mujeres.
Encontró esas palabras, las vendió y consiguió que el guerrero zafio y tosco tocara el corazón de sus paisanos.
No es tan difícil. Sólo hay que pensar que las palabras hieren como daros, y que estamos recibiendo demasiados flechazos. No vale todo; puede que yo escriba en la arena, para que mis palabras se las lleve el viento. Pero yo no soy nadie, lo que diga o escriba no importa demasiado. las palabras que vendo, como estoy haciendo ahora, se las tragará el desierto sin dar tiempo a que se asienten en las conciencias o los pensamientos.
Pero hay otras que permanecen, que se clavan en el corazón, y que no se pueden vender al mejor postor. Esas, hay que dosificarlas.

domingo, 6 de junio de 2010

LA ROJA

¡Ay Dios!, que empieza el Mundial y yo con estos pelos. Me ha pillado el toro, y no será porque no me han avisado. Todos con la Roja; a por ellos; podemos; España conquista Africa, el orgullo de Mandela, el rinoceronte del anuncio...

Sí, claro he recibido todos estos mensajes, como el resto del mundo, pero, la verdad, no les he hecho mucho caso. Como si fuera algo que indefectiblemente tenía que llegar, pero más tarde. Después.

Y resulta que ya está aquí, a la vuelta de la esquina. Empieza el Mundial y voy a pagar cara mi falta de previsión, de entrenamiento, mi desidia y mi mirar para otro lado.

No me queda tiempo para documentarme ¿Como puedo en cuatro días saber al menos lo imprescindible? Ya sé que no tengo perdón. No sé cómo andamos de lesionados, ni si Casillas será titular o el juego de Xavi será la clave.

No tengo ni idea de cómo van a influir la altitud o el cambio de clima en el rendimiento de la Roja (al menos sé que allí es invierno). Dios mío, me acuerdo delo mal que me sentarón a mi las alturas en Perú y rezo porque no les pase lo mismo a nuestros jabatos. Yo no tenía una misión trascendental que cumplir, y podía permitirme el lujo de vomitar, tener dolores de cabeza y calambres en las piernas, pero ellos...

Ellos no. Son La Roja, y no hay más que hablar. Todos tenemos que estar a su altura, y espero que esta semana no me molesten mucho con las cosas de la huelga, el IBEX, el recorte o el paro. Tengo que ponerme al día. Acabo de caer en que no sé nada de las selecciones rivales ¿Habrá química entre Maradona y Messi? ¿Qué pasará si Ronaldo juega con sus país mejor que lo hace en el nuestro?.

En fin, no sé que hago perdiendo el tiempo, cuando a un simple clic (abra la página que abra), tengo la oportunidad de ser una persona bien informada, de cumplir con mi deber y saberlo todo del Mundial y, sobre todo, de poder relacionarme con mis amigos, compañeros, vecinos o desconocidos a lo largo del próximo mes.

Dadme sólo cuatro días y me pondré a la altura de cualquier español que se preecie. Podré hablar del Mundial y emocionarme con la Roja. Como debe ser.