Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 27 de febrero de 2014

Desde Macondo. JUEVES LARDERO


Hoy es jueveslardero. Así, todo junto, como decíamos de pequeños y como recuerdo ahora, no sé si por los muchos años, por nostalgia, o porque cada vez se va instalando en mi cabeza la idea de que cualquiera tiempo pasado fue mejor (visto lo visto, y lo que queda por ver). No sé si se sigue celebrando en las escuelas, que están para pocas celebraciones. Seguro que no hay presupuesto disponible, y que los padres ya no están para regalitos, pero sería una buena tradición a recuperar.
      El jueveslardero, puerta del carnaval y antesala de la Cuaresma, era una suerte de día del maestro, pero también del alumno. Una jornada de confraternización, de reconocimiento mutuo, con olor a chocolate y tortas de manteca. Un día sin clase.
      No había que llevar cartera. Era el día de la taza de duralex envuelta en la servilleta de cuadros, y del paquetito, casi siempre humilde, que entregábamos a los maestros. Nuestro regalo, a cambio del chocolate con tortas y de tantas cosas más.
      Jueveslardero fue siempre para mí una fecha especial, que vivía con doble intensidad, como alumna y como hija de maestros. Que se traducía en un montón de botes de melocotón en almíbar (el postre durante meses) y alguna botella de coñac que mi madre usaba para freír chorizos; en algún conejo, vivo siempre, para horror de mis hermanos, y varias cajas de jabón Maderas de Oriente, de las de tres pastillas. Con suerte, de Heno de Pravia, que olía mejor. Porque también eran para muchos meses. Para todo el año.
 
      Parece la Prehistoria, pero sucedió. Lo juro. Y lo recuerdo con añoranza, ahora que la Educación sólo suena en clave de problemas, de recortes, de aulas llenas, de maestros cabreados, de becas que no llegan y de futuro imperfecto. Y de niños sin chocolate y tortas, y sin todo lo demás. Y de pueblos sin escuelas, que no hay que derrochar en cosas menores.
      Los años y los diluvios, tan pavorosos como el que arrasó Macondo, han acabado con esa historia cercana dejándonos tan sólo el recuerdo del olor a chocolate recién hecho, de tener toda la vida por delante, de saber reconocer, con agradecimiento, el trabajo de los profesores. De afrontar la Cuaresma con regusto dulce, el que proporcionaba pensar que sólo eran cuarenta días y luego llegaba el verano, y las navidades.
      Y un nuevo jueves lardero.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Desde Macondo. NOTICIAS DEL AGUA


Cómo me hubiera gustado que esta modesta columnita fuera una égloga de Garcilaso, de esas que empiezan con “Corrientes aguas, puras, cristalinas, árboles que os estáis mirando en ellas…” El agua como poesía. Pero qué va. Las noticias del agua no son buenas, como tampoco lo son las de la tierra ni las del aire, cada vez más irrespirable.
      Ha llovido sin tiento ni medida. Ríos y arroyos han ocupado sin contemplaciones las tierras que eran suyas; los embalses de la zona húmeda se han negado a acoger ni una gota más. Los de la España seca, siguen tal cual. El mar embravecido se ha llevado por delante espigones, puertos, restaurantes y paseos marítimos.
      Y otro mar, esta vez en calma, ha depositado en la orilla los cuerpos hinchados de quienes quisieron hacerlo camino a la libertad y al futuro. Llegaron al agua tras la larga travesía del desierto y el agua los devolvió a la arena.
      El agua se ha instalado en la actualidad, como antes lo hizo la luz. En plena semana de lluvias, tormentas y angustiosas imágenes de gente tratando de llegar a la orilla, conocemos que en España, aquí mismo, hay más de 300.000 familias que sobreviven sin agua por no poderla pagar. Porque se la han cortado. Y hay otro medio millón de órdenes de corte. Es como una pesadilla escuchar los testimonios de quienes van al parque público con dos garrafas que luego calentarán en cacerolas (si tienen luz o gas) para lavarse mínimamente o cocinar.
      Soy manchega, de esa tierra dura bautizada por los árabes como Al- Mansha, La Seca. Pasé mi infancia y una parte de mi adolescencia, con serias restricciones de agua. Un par de horas al día, justo el tiempo para ducharse, llenar cubos y bañeras y depósitos los más afortunados (que era mi caso). He visto las colas en las fuentes, y hasta he añorado no estar ahí con mi cántaro, enterándome de los últimos chismes del pueblo.
      Pero de eso hace…Tanto que no puedo imaginarme que regrese. La Unión Europea, siempre al quite (¿?) está estudiando hacer del agua un derecho fundamental para los europeos. Chocará con los Mercados, y todo seguirá igual. Si nos parecían horribles los cortes de luz en pleno invierno, no sé cómo calificar a la carencia de agua en pleno siglo XXI y en el primer mundo.
      Macondo fue al principio una aldea ordenada. El primer Buendía, el fundador, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo. Luego llegó el diluvio y el pueblo desapareció.
      Hoy por hoy, echo de menos a un Dios que abra los cielos durante cuarenta días y cuarenta noches, o cuatro años y once meses, como en Macondo, y haga desaparecer este mundo que ya no conocemos. Donde hasta el agua es mala noticia.
 

jueves, 13 de febrero de 2014

Desde Macondo. EL FACTOR HUMANO


A veces tengo que pellizcarme para comprobar que sigo siendo de carne y hueso. Que siento y padezco, que no soy como uno de esos guerreros de terracota con cuerpo y sin alma que velan en Xian el sepulcro de su emperador; o uno de los muertos que vagan por Macondo buscando el sitio que una vez tuvieron.
      Y todo apunta a que no he perdido la condición humana. Me duele cuando aprieto y hasta se me enrojece la piel. Es tan evidente que no comprendo como no lo ven. Si hasta grito, por si alguien fuera ciego. Pero también son sordos. Han borrado el factor humano de sus decisiones. Han olvidado que el recorte en Sanidad agrava lesiones, produce sufrimiento, que a veces, el proceso se torna irreversible. No comprenden que el hambre duele y que el frío mata. Que el cerebro es muy sensible y no podemos estar todo el día estrujándonos los sesos. Que el corazón se rompe y no se puede recomponer con pegamento. Que la calle es dura, y quien sale de su casa no vuelve. Que no se puede calentar la sangre helada al tener que negarle a tus hijos el pan y la sal.
      Es muy importante el déficit, y la deuda, y el equilibrio de todas las balanzas, y que ganen las eléctricas y que los bancos se recuperen y que Hacienda recaude más. Deberían  pellizcarlos a ver si dicen ¡ay! Tendrían que tirar del pelo a la factura de la luz, y a la Bolsa y al IBEX, y a la prima de riesgo, que no es familia nuestra, y a la reforma del aborto y demás leyes injustas, ya que gobiernan por y para ellas.
      Me pone enferma que hablen de compromisos con la ciudadanía, cuando nos consideran como su propio ejército de terracota. Callados y aguantando todo, porque hacen lo que tienen que hacer, lo que Dios manda ¿Qué Dios les ha votado? Nadie nos ha preguntado a nosotros si queríamos retroceder medio siglo en derechos laborales, o en la ley del aborto, o si queríamos enterrar bajo un manto de millones chinos la justicia universal. No nos han pedido opinión para decidir que ya no vale la Filosofía, que leer es caro y que ir al cine es una vulgaridad. No nos han pellizcado para comprobar el dolor de cada una de estas medidas.
      De cuando en cuando, una vicepresidenta, o alguna ministra, nos han regalado una cara de circunstancias, un pucherito de falsa comprensión y de más falsa solidaridad (y hasta un ¡que se jodan!), siempre coincidiendo con el anuncio de un nuevo recorte.
      Es evidente que no es el factor humano el que inspira las decisiones de nuestros gobernantes. Entendiendo por humanos también a los que les dieron su voto y su confianza, y que han acabado formando parte de la misma tropa de estatuas. Desde que ganaron la guerra, las personas pasaron a ser guarismos con los que efectuar sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Números. Herramientas que se usan a conveniencia y siempre pensando en la rentabilidad.
      No son rentables los que quieren curarse, o estudiar, o comer, o pensar. Eso es muy caro. Si acaso, un ratito, cada cuatro años, como en los cuentos de hadas, nos darán un beso en la frente para que nos despertemos y vayamos a votar. Un disciplinado ejército en formación que volverá a ser de barro apenas haya dejado la papeleta en la urna.
      Y dejará de ser visible. De ser humano.

 

martes, 11 de febrero de 2014

MIRANDO HACIA LA DERECHA CON IRA


Tomo prestado el título de la obra teatral de John Osborne, luego película, con Richard Burton, aunque cambiando la dirección. No miro hacia atrás con ira (eso lo hago con nostalgia), sino a la derecha. Y luego lo explico, que no es lo que parece. O sí.

      No es nada infrecuente en estos convulsos tiempos que vivimos desayunarnos cada mañana con el anuncio de una injusticia, de un caso sangrante por la causa que sea, de un nuevo recorte que asfixia más a los que menos pueden… Es el pan nuestro de cada día. Lo hablamos con la familia, lo comentamos con los amigos, lo compartimos en redes sociales para remover conciencias (incluso la nuestra)… Y a otra cosa.

       Suelen ser episodios que les pasan a otros. Nos indignan, tocan nuestro sentido de la solidaridad y de la compasión, nos hacen maldecir el sistema y a los que lo mantienen, y acabar con la manida frase de es lo que hay. Lo que toca.

      Hasta que nos toca a nosotros. Y hoy me ha tocado a mí. Voy a hablar de mi libro, que diría Umbral. Os pongo en situación a los que no hayáis tenido el “placer” de verme en el último mes. A mí los Reyes no me trajeron carbón como a todo el mundo. El 6 de enero decidieron obsequiarme con una parálisis facial que ha desplazado mi cara hacia la derecha, con los daños colaterales que eso implica.

      Lo del título es rigurosamente cierto. Miro hacia la derecha porque el ojo izquierdo se ha quedado en stand by, ni abierto ni cerrado. Sin lágrimas ni parpadeo y con un más que molesto picor y escozor. Amén de tener que taparlo por la noche si quiero dormir. Eso sí, el líquido que no sale del ojo se ve compensado por el de la comisura del labio del mismo lado, dormida y, por tanto, fuente inagotable de manchas en jerseys y camisetas cada vez que como o bebo algo sin cuidado.

      Nada serio ni que incapacite realmente, pero muy desesperante. Y no digo nada del “momento espejo” de por las mañanas. De pintarme el ojo, ni hablar. Pero bueno, a lo que iba. He seguido el tratamiento recomendado, corticoides y vitamina B, hasta que, pasado un mes, el médico ha estimado oportuno enviarme a rehabilitación.

      Y aquí empieza la ira. Que conste que he esperado cinco horas antes de ponerme a escribir para evitar palabras malsonantes, que una tiene su reputación. La cita como “preferente” es para el 29 de mayo. Sí, habéis leído bien, pero por si acaso, la traduzco. Ese lejano día es la consulta con el médico de rehabilitación. Lo de empezar las sesiones será después, no quiero pensar cuándo.

      Seguiré sin mirarme al espejo, y mirando con ira hacia la derecha, y escuchando eso de que han mejorado las listas de espera. Probablemente haya muchísima gente que necesite el servicio más que yo. Pero también hay cientos de fisioterapeutas sin trabajo, muchos de ellos despedidos por la misma Administración que ahora te da cita preferente para dentro de cuatro meses.

      Total, no se detienen a mirar a los ciudadanos y no pueden advertir las caras torcidas y los ojos irritados.

viernes, 7 de febrero de 2014

LA PEQUEÑA DORRIT (RECORDANDO A DICKENS)

Podía hablar-hablaré-, de David Copperfield o de Oliveer Twist, o de Historia de dos Ciudades, que me encantó, o de Grandes Esperanzas o Tiempos Difíciles, pero Dickens, que nació tal día como hoy , siempre me suena a La pequeña Dorrit, a Amy, una niña de novela-resumen ilustrada (un libro blanco de tapas duras), que fue mi heroína por muchos años, y que aún hoy convive plácidamente en mis recuerdos con personajes más sesudos, más actuales o más creíbles.
      Leí y releí las aventuras de esa niña obligada a ganarse el sustento, su vida en la cárcel, su ascenso a la riqueza y sus amores desgraciados, su fortaleza, su final feliz con boda incluída...
      Y de su mano, encontré a David Copperfield, a los malvador Uriah Heep y a Scrooge, a Oliver Twist, al Pip de Grandes Esperanzas, y la temible vara de madera (tickler, no he olvidado el nombre, aunque no sé si se escribe así), con la que le azotaba su rígida hermana.
      La pequeña Ami Dorrit me mostró todos los tipos humanos que pueden entenderse antes de llegar a la adolescencia. La bondad de los Pegotty, la inconsciencia de Dora, la maldad de los Murdstone, el drama de la pobre Nell, en Tienda de Antigüedades, y hasta el mundo convulso de la Revolución Francesa.
      Me enseñó a solidarizarme con los desfavorecidos, a creer en los milagros (esto lo he perdido con los años), a maldecir la burocracia y la justicia, al servicio de los ricos, y magistralmente descrita en la denominada "Oficina del Circunloquio"...
      Y así, personaje a personaje, saltando de casas victorianas a humildes chabolas, de harapos a maravillosos trajes de fiesta, de caballeros humanitarios a convictos generosos, de miseria a misteriosa fortuna, de padrastros malísimos a benefactores atormentados, de París a Londres, de la justicia a la injusticia más dolorosa, fui pasando (y aún paso de cuando en cuando), por el universo Dickens, tan vivo hoy, doscientos años después.
      Y me pregunto dónde estará Amy Dorrit para guiarme en un nuevo descubrimiento de la vida.

jueves, 6 de febrero de 2014

Desde Macondo. P-300


Tiene nombre de robot de la Guerra de las Galaxias, pero al parecer es la más novedosa versión de la Máquina de la Verdad esa que fue famosa en la tele de los primeros años 90, o con el polígrafo al que de cuando en cuando se someten los tertulianos de Sálvame. Pero es otra cosa. De hecho, se está pensando en aplicarla al asesino de Marta del Castillo para averiguar de una vez, después de cinco años, dónde está enterrado el cuerpo de la desafortunada joven.

A decir de los expertos, la P-300 es más que fiable. Se basa en colocar un casco a la persona en cuestión, e irle mostrando imágenes para medir las variaciones en su cerebro, según lo que vea. Y detectar así las mentiras y las verdades.

Desde que leí la noticia, y escuché a un neurólogo explicar el proceso, se me han ocurrido un montón de usos que darle a la maquinita. Por ejemplo, si a todos los que se afanan estos días en darle la vuelta a las cifras del desempleo, contando las milongas de que es el mejor dato en términos interanuales, o desde el 2007, le colocáramos la imagen de una oficina del INEM, igual le desmontábamos el tinglado. Y la Báñez dejaría de cantar loas a su reforma laboral viendo en pantalla un contrato de 4 horas y doscientos euros.

La foto de una familia aterida de frío en su casa, mostrada al ministro Soria, acabaría con la falacia de que ha bajado la luz; los del “España va bien” se sacudirían al ver a gente buscando comida en los contenedores; Wert quedaría con el culo al aire tras ver las aulas abarrotadas, los comedores vacíos y los niños sin libros. O las orquestas con la mitad de músicos y los teatros con las butacas desocupadas.

La P300, combinada con la imagen de un inocente sobre, sacaría los colores a más de uno. No digo nada si en la pantalla aparecen hospitales con enfermos en los pasillos, o jubilados contando los céntimos que les ha subido la pensión. Si enseñamos facturas… Creo que saltaría la máquina, que echaría chispas. Y saldría literalmente ardiendo si mostramos un túnel con una luz al final.

Todo apunta a que es imposible engañar a la máquina, con lo que estas líneas son pura ciencia-ficción. Ni uno sólo de nuestros gobernantes, que han hecho de la neolengua su forma de comunicarse y de la mentira el estado habitual, dejaría que les midiéramos las ondas del cerebro. Pero igual se aclaraban las cosas para muchos de los que, aturdidos por el ruido, no aciertan a encontrar las verdades. Y para los que, a fuerza de mentir, se han autoconvencido de que tienen la razón absoluta.

También nos ahorraríamos esos juicios interminables, años y años de investigación. La cara de Bárcenas, el apunte contable de cualquier “preferente”, una factura falsa y hasta un bigote, pueden desatascar los juzgados y dejarnos a todos mucho más tranquilos.

Si en Macondo hubieran instalado una P300, no se hubiera tardado cien años de soledad en descifrar los pergaminos de Melquiades. Y si en España se generalizara, nos ahorraríamos esa molesta sensación de que nos toman por imbéciles.