Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 26 de enero de 2017

Desde Macondo. LAS NUEVAS MAYÚSCULAS

Poco a poco (más deprisa de lo que quisiéramos), se nos van cayendo las mayúsculas de lo que creíamos era el diccionario de nuestra vida. La E de esperanza, la L de libertad, la p de paz, la C de concordia, la J de justicia y la I de igualdad, la D de derechos, la S de Solidaridad, la V de vejez sin sobresaltos. Y la F de Futuro.

          Se caen estas y otras muchas letras capitales, engullidas por un torbellino de letras que habíamos descartado, por improcedentes e inconvenientes, por obsoletas y por rancias, por angustiosas, por temibles. Por terribles. Por sumirnos en el vacío, la indiferencia, la duda, la ausencia; y el viaje sin retorno, los interrogantes sin respuesta, el dolor, a veces gratuito. Por absurdas.

          Las nuevas mayúsculas llegan empujando, altivas, poderosas, en negrita y subrayadas, en el cuerpo más grande que admiten los titulares, y ocupando las mejores páginas del diccionario del mundo. Se escriben con P de poder, con A de abuso, con D de desigualdades y de dinero, con R de racismo, con I de intolerancia y con M de mordaza y miedo; con F de fronteras insalvables, con G de guerras cruentas o silenciosas, con P de populismo y con N de lo que llaman nuevo orden internacional.

          Atrás han quedado nuestras mayúsculas de cabecera, desaparecidas o convertidas en minúsculas sin más, sin resaltar, sin negritas y a un cuerpo pequeño, encogido, como ha quedado en realidad todo lo que nos parecía brillante y enorme. 

          Se ha corrido la tinta, y nuestras páginas-guía están ahora borrosas, desdibujadas. En minúsculas. Y el camino ya no es la Vía Láctea, iluminando el tránsito al futuro. Son tristes farolas golpeadas por la crisis y las amarillentas bombillas de bajo consumo, que gastan menos pero no alumbran igual.

          América no es lo que era; Europa va camino de no serlo. En España, se recuperan los que no precisaban de recuperación alguna. La crisis, la post-crisis o como quieran llamar a lo que está pasando, tiene su propio lenguaje, sus capítulos en un orden que no entendemos, sus personajes, que no son precisamente nuestros modelos, que no figuraban en el argumento de la novela de nuestras vidas. Que no pronuncian ninguna de nuestras palabras preferidas. De nuestras mayúsculas, porque tienen las suyas propias.

          Y porque somos para ellos tristes minúsculas.

lunes, 23 de enero de 2017

EL SANTO PATRÓN

No, no he dejado Macondo para trasladarme al Vaticano. Entre otras cosas, porque, acostumbrada a moverme en el mundo imaginario y el tiempo circular, no sabría qué hacer en un lugar tan apegado al suelo y alejado del cielo. Lo de traer un santo a este lugar, casi siempre lleno de gente común, y sin que sirva de precedente, es porque hoy es San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, de ese oficio al que García Márquez llamó el más hermoso del mundo, y que, como casi todo en Macondo, ha quedado arrasado por la furia del diluvio.
         No sé si la Iglesia, con esa manía de poner un santo para cada cosa, momento, estado de ánimo o actividad, acertó al colocar al obispo de Ginebra como luz y guía de los periodistas. Tal vez esté muy cogido por los pelos ese episodio en el que Francisco, luchando contra la herejía del calvinismo, escribía folletos que dejaba bajo las puertas de sus vecinos. Quizá ha llegado a “apadrinarnos” porque, en su afán de hacerse entender por el pueblo llano, redactaba estos opúsculos con lenguaje fácil y directo (periodístico, en suma), y procuraba su máxima divulgación.
         Sea como sea, en las alturas debieron tener en gran consideración su trabajo, porque, también según las Vidas de Santos, cuando muchos años después, y con ocasión de su beatificación se abrió el ataúd que contenía sus restos, todos quedaron asombrados por la dulce fragancia que salía del interior.
         Muy bonito. No sé si encomendarme al Santo para que renueve el milagro, y cuando pase esta etapa negra que la profesión está atravesando, volvamos a la vida en perfecto estado de revista, perfumados y acicalados como si para nada nos hubiera afectado la miseria y la podedumbre que nos rodea. Como si no hubiera pasado nada y el periodismo siguiera intacto.
         Por obra y gracia de San Francisco.
         Estoy incumpliendo una máxima del periodismo, la de no hablar de nosotros mismos, la de no mirarse al ombligo para no distraer la atención de lo que pasa alrededor, y estamos obligados a contar y compartir. Pero como ya nada es igual, me puedo permitir ciertas licencias, hasta la de citar a Kapuscinski cuando afirma que “antesser periodista era una manera de vivir, una profesión para toda la vida, una razón para vivir, una identidad”.
         Antes. Ahora, sólo queda esperar que el Santo Patrón haga un milagro. Felicidades a todos los periodistas de bien. El mismo Kapuscinski decía que para ser periodista hay que ser buenos seres humanos, porque las malas personas no pueden ser buenos periodistas.
         P.D. Juro que soy buena persona.

miércoles, 18 de enero de 2017

Desde Macondo. LO QUE VIENE SIENDO UN INVIERNO

Va a ser verdad eso de que cuando no hay nada mejor de que hablar (o no interesa que se hable de otras cosas), hablamos del tiempo. No he echado la cuenta de los minutos que los telediarios, de cualquier cadena, dedican a la información meteorológica, pero les aseguro que más que a los asesinatos machistas, a la crisis de los refugiados y hasta al juicio de la Gurtel.
        Lo llaman “El Tiempo”, “Previsión Meteorológica” y hasta “la Meteo”, por aquello de la originalidad. Y nos bombardean con todo tipo de mapas, de isobaras, de hectopascales, satélites y una amplia sección de fotos de los espectadores, mostrando las bondades o maldades del clima en su pueblo.
        Así un día tras otro, a la hora de comer, en la cena… Todo es susceptible de magnificarse, las tormentas, las olas, el frío, el polen y hasta el anticiclón de las Azores. Como una mini-película, con chicas y chicos mediáticos, que se cuelan en las casas para recomendarnos que nos abriguemos, que llenemos el depósito del coche o tengamos el móvil a mano. Poco menos que nos piden que nos atrincheremos en casa, con la nevera repleta y el edredón entre los dientes. Como si viviéramos en un remoto pueblo de las montañas, de esos que siempre se quedan aislados. Y ni eso, que ahora hay hasta drones que en un pis pas te acercan un par de docenas de latas de fabada.
        Cada vez que los veo me viene a la cabeza esa antigua canción de Los Mismos, de allá por los años 60, que contaba las bondades del clima español: “Les habla el hombre del tiempo con nuevas informaciones tendremos chubasco y viento en varias de las regiones. El cielo estará nublado y habrá nieve en las montañas algunos puertos cerrados y frío el resto de España. Solamente Canarias conserva el clima primaveral. El parte se está acabando señores hasta la vista de aquí me marcho cantando diciéndole a los turistas solamente Canarias conserva el clima primaveral. Tenerife tiene seguro de sol, seguro de sol, seguro de sol”. Sólo falta eso, que le pongan banda sonora a la información del tiempo.
        Ahora es el frío. Polar o siberiano, que ya no sé cual es el último que nos vienen anunciando hace dos semanas, y que cuando llegue de verdad, seguro que me pilla en manga corta, porque no me lo voy a creer. Como en el cuento del pastor mentiroso. Que viene el lobo…
        Claro que hace frio. Pero vamos, es lo que mayormente suele hacer en invierno, lo que viene siendo un invierno de toda la vida, incluso más suave, que me da a mi en la nariz que los monísimos chicos y chicas del tiempo no saben lo que es vivir sin calefacción, dormir medio ahogada por el peso de las mantas y, ni mucho menos, tener sabañones en los pies, las manos y las orejas. Por eso nos amenazan con “desplome de las temperaturas”, “caída en picado del termómetro” y lindezas por el estilo, que dan de qué hablar, pero poco más.
        ¿Frío? Pues claro. Lo que hace en estos meses de toda la vida de Dios. Lo que viene siendo un invierno.

martes, 10 de enero de 2017

Desde Macondo. NOTICIAS DEL FRÍO

Será porque soy muy friolera, porque soy la primera que se pone los calcetines y la última que se los quita, la que aparca el edredón apenas un par de meses al año, y la que jamás le perdonará a la cigüeña que me dejara por estos lares, en lugar de en algún país tropical, caribeño o, como mínimo, en Canarias.
        Tengo grabado a fuego en la memoria, caprichosa y selectiva, pero siempre vigilante para que no olvidemos lo esencial, la imagen de Mariuca la Castañera, protagonista de uno de esos cuentos infantiles troquelados que se colaban entre Caperucita y el Patito Feo, entre princesas y ogros, para irnos introduciendo, ya desde la más tierna infancia, en la cruda realidad. Mariuca, helada de frío, vendía castañas para lucro de una cruel madrasta, pero repartía su mercancía entre los mendigos, hambrientos y ateridos que se acercaban al fogón para calentarse. Logicamente, la compasiva niña recibía su castigo por ser buena, que en eso las cosas han cambiado poco, a pesar de que mi niñez sea ya prehistoria.
        Sea por ese y otros cuentos, por mi infancia en un caserón imposible de calentar o por alguna otra razón que se me escapa, soy especialmente sensible a las noticias del frío. Que son muchas y ninguna buena.
        Ya casi nos hemos acostumbrado, llegando estas fechas, a los titulares, siempre pequeños y en una columnita, que nos cuentan las muertes de personas intoxicadas por un brasero, de las que han perecido intentando calentar sus huesos y su vida quemando cualquier cosa susceptible de arder por unos minutos. De los que se han dormido al amor de una vieja estufa de gas que ha acabado por robarles el último aliento. De los que han muerto en la calle, debajo de unos cartones, de puro frío.
        Es el frío de los pobres, que decía Neruda. Y también Juan Gelman. El frío que no sólo habita en los poemas, en los libros de Dickens, con los pilluelos harapientos mirando los escaparates exponiendo capas y gruesos abrigos o pegados a los cristales de las casas donde arden alegres chimeneas. Porque el frío, además de congelar, desnuda la pobreza. La deja al descubierto y con ella, nuestras vergüenzas.
        Las imágenes del frío de hoy no son las de un cuento infantil. Son las de miles de refugiados soportando 20 grados bajo cero sin apenas ayuda humanitaria en Grecia y Serbia. Son las colas enormes, larguísimas, de hombres, mujeres y niños, envueltos en mantas y esperando bajo la nieve un plato de comida caliente.
        La ola de frío que tiene a media Europa congelada la están sintiendo sobre todo en las islas griegas, en Lesbos, donde casi tres mil personas viven en tiendas de campaña que se desploman por el peso de la nieve, y en las que, para entrar en calor los refugiados queman madera y hacen hogueras, intentando secar su ropa, sus colchonetas y sus mantas empapadas.
        Vienen del horror de la guerra, del fuego, y caen en el del hielo. Un puñado de voluntarios, de miembros de ONG’s que conviven con sus toses, sus neumonías, su desconcierto y su desesperación, se esfuerzan en contarlo, en difundir las noticias del frio que están ahí, semiocultas por nuestras propias preocupaciones, por nuestras cosas.
        Y que no consiguen traspasar los corazones helados.

martes, 3 de enero de 2017

Desde Macondo. QUERIDOS REYES MAGOS

Que yo recuerde, nunca he escrito una carta a los Reyes Magos. Ni cuando era pequeña. Tal vez por no llevarme la desilusión, en tiempos difíciles y en familia numerosa, o quizá porque confiaba en el buen criterio de Sus Majestades. O porque soy de buen conformar, y cualquier cosa que me dejaran me venía bien. La verdad es que tanta ilusión me hacían los regalos colectivos, los Juegos Reunidos Geyper, el Monopoly, el Dulcecotón o el Palomitón Payá, como la muñeca Mamá que me trajeron para mi sola sin que me hubiera pasado por la imaginación tenerla y mucho menos pedirla.
         El caso es que, si con la edad nos volvemos como niños, ya toca escribir una carta a los Magos de Oriente, sobre todo cuando tengo la clara percepción de que he sido buena. En el buen sentido de la palabra, que diría don Antonio Machado.
        Igual hasta llego tarde, que a estas alturas ya deben estar los venerables ancianos muy adentro de los arenales, sin GPS ni cobertura y con los camellos cargados. Pero confío en llegar a tiempo, y también en la magia, que puede hacer aparecer regalos de última hora y hasta algunos que ni tan siquiera se habían pedido.
        En pocas horas empezarán a repartir regalos; y llegarán, según nos han contado siempre, a todos los hogares, a los ricos y a los pobres, a los encantados y a los desesperados, a los ilusionados y a los resignados. A los que han pedido todo y a los que ya no esperan nada.
        Tampoco voy a pedir mucho, ni nada que no sea de justicia. Mi carta es para solicitar que no dejen carbón en las casas de los trabajadores, en la de los desempleados, en aquellas en las que se ha cebado la desgracia en forma de enfermedades graves, discapacidades, malos tratos, ancianos solitarios o emigrantes que salen desesperados de su país, muy cerca de donde provienen Melchor, Gaspar y Baltasar.
        Es una carta para pedir medios para las asociaciones que trabajan porque todos ellos, los citados más arriba, puedan tener una mínima calidad de vida. Y para que los centros de enseñanza sigan asegurando que la educación llegue a todos, sin distinción de renta; y para los hospitales, porque en la enfermedad debemos todos ser iguales. También en la salud, pero eso va para largo.
        Quiero que saquéis de los camellos las tijeras de recortar el mínimo estado del bienestar, porque tampoco estamos tan bien, y no sé si resistiríamos estar peor. Tal vez, retirando alguno de los juguetes caros que pensabas dejar en otras casas, se pueda compensar de alguna forma. Es cuestión de repartir, y podéis hacerlo con vuestra magia. Si os olvidáis de dejar un coche caro, o un yate, el cheque de un Banco o un palacio, igual se pueden pagar varias docenas de sueldos de esos bajitos, de los que tienen la mayoría de las personas de este país. Y subir un poquito más las pensiones, que la vida está muy cara y no dan para llegar ni a mitad de mes.
         Y ahora sí, por primera vez en la vida, voy a pedir para mí. Quiero un Mercado para mi sola. Y una prima de riesgo arrogante a la que pueda controlar en mi casa, y un Banco malo (Otro bueno, también). Y una jubilación a los doscientos años, y un salario recortado hasta límites impensables. Y una educación sólo para ricos, y una sanidad pagando. Faltaría más. Quiero también unos impuestos asfixiantes, y que las cosas se hagan como Dios manda, los ricos más ricos y los pobres... en la miseria. Me gustaría que me trajerais unos políticos insensibles si los pilláis, que andan de supervacaciones), de esos que meten la tijera con conocimiento de causa, o de los otros, que se pelean sin que nosotros saquemos nada en claro. También me gustaría tener una Europa altiva, que mira hacia otro lado cuando hay problemas.
        Si tenéis sitio, podríais incluir a la Norteamérica de Trump que nos llega. Ah, y media docena de agencias de calificación, que se me olvidaba, junto con todos los corruptos que podáis reunir. Y todas las llaves que cierren centros de salud, de enfermos mentales, de discapacitados, de inmigrantes, de mujeres maltratadas, de hospitales públicos, de centros de investigación...Quiero todo eso para ponerlo en un saco y prenderle fuego, para aventar las cenizas al espacio y para que aquí, en la Tierra, quede el mundo que conocimos, y que se desmorona.
        Os espero esperanzada. De algo tiene que valer no haberos pedido nada en medio siglo. Ojalá esta carta, la primera, no caiga en saco roto. Que tengáis un buen viaje por los arenales..