Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

martes, 10 de enero de 2017

Desde Macondo. NOTICIAS DEL FRÍO

Será porque soy muy friolera, porque soy la primera que se pone los calcetines y la última que se los quita, la que aparca el edredón apenas un par de meses al año, y la que jamás le perdonará a la cigüeña que me dejara por estos lares, en lugar de en algún país tropical, caribeño o, como mínimo, en Canarias.
        Tengo grabado a fuego en la memoria, caprichosa y selectiva, pero siempre vigilante para que no olvidemos lo esencial, la imagen de Mariuca la Castañera, protagonista de uno de esos cuentos infantiles troquelados que se colaban entre Caperucita y el Patito Feo, entre princesas y ogros, para irnos introduciendo, ya desde la más tierna infancia, en la cruda realidad. Mariuca, helada de frío, vendía castañas para lucro de una cruel madrasta, pero repartía su mercancía entre los mendigos, hambrientos y ateridos que se acercaban al fogón para calentarse. Logicamente, la compasiva niña recibía su castigo por ser buena, que en eso las cosas han cambiado poco, a pesar de que mi niñez sea ya prehistoria.
        Sea por ese y otros cuentos, por mi infancia en un caserón imposible de calentar o por alguna otra razón que se me escapa, soy especialmente sensible a las noticias del frío. Que son muchas y ninguna buena.
        Ya casi nos hemos acostumbrado, llegando estas fechas, a los titulares, siempre pequeños y en una columnita, que nos cuentan las muertes de personas intoxicadas por un brasero, de las que han perecido intentando calentar sus huesos y su vida quemando cualquier cosa susceptible de arder por unos minutos. De los que se han dormido al amor de una vieja estufa de gas que ha acabado por robarles el último aliento. De los que han muerto en la calle, debajo de unos cartones, de puro frío.
        Es el frío de los pobres, que decía Neruda. Y también Juan Gelman. El frío que no sólo habita en los poemas, en los libros de Dickens, con los pilluelos harapientos mirando los escaparates exponiendo capas y gruesos abrigos o pegados a los cristales de las casas donde arden alegres chimeneas. Porque el frío, además de congelar, desnuda la pobreza. La deja al descubierto y con ella, nuestras vergüenzas.
        Las imágenes del frío de hoy no son las de un cuento infantil. Son las de miles de refugiados soportando 20 grados bajo cero sin apenas ayuda humanitaria en Grecia y Serbia. Son las colas enormes, larguísimas, de hombres, mujeres y niños, envueltos en mantas y esperando bajo la nieve un plato de comida caliente.
        La ola de frío que tiene a media Europa congelada la están sintiendo sobre todo en las islas griegas, en Lesbos, donde casi tres mil personas viven en tiendas de campaña que se desploman por el peso de la nieve, y en las que, para entrar en calor los refugiados queman madera y hacen hogueras, intentando secar su ropa, sus colchonetas y sus mantas empapadas.
        Vienen del horror de la guerra, del fuego, y caen en el del hielo. Un puñado de voluntarios, de miembros de ONG’s que conviven con sus toses, sus neumonías, su desconcierto y su desesperación, se esfuerzan en contarlo, en difundir las noticias del frio que están ahí, semiocultas por nuestras propias preocupaciones, por nuestras cosas.
        Y que no consiguen traspasar los corazones helados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario