Eso era lo que entendíamos por
espiar, antes de tener que hacer un cursillo acelerado sobre los metadatos.
Datos sobre los datos. Sesenta millones de llamadas telefónicas espiadas en
sólo un mes. Y eso no es grave, dicen. Lo grave es que hayan escuchado a la
Merkel o a Rajoy. Es deslealtad entre amigos y aliados. Lo que pase con la
democracia, con los derechos y libertades de los ciudadanos, sólo son un par de
artículos escritos en varias docenas de declaraciones y constituciones. Papel
mojado.
No tengo nada que esconder, creo.
Pero no me hace ninguna gracia que de una llamada a un hotel, seguida de varias
a distintos amigos, y hechas por la noche, deduzcan que voy a montar una orgía.
Que eso, dicho en román paladino, es en lo que se basan los dichosos metadatos.
Sin escucharme, sin colocar micrófonos ni cámaras, pueden saber el horario
laboral, si eres casera o prefieres la calle, si tienes pareja o la buscas. O
si te estás arreglando la boca, por repetidos contactos con una clínica dental.
Los espías ya no llevan gabardina
gris. No esperan tras la esquina para seguir silenciosamente tus pasos. Son
jóvenes, expertos en informática y pueden estar a diez mil kilómetros de
distancia. A la misma distancia a la que envían la democracia y tus derechos.
Todo eso, mientras intentan hacerte creer que
luchan contra el terrorismo o cualquier otra zarandaja que se les ocurra. Y,
por supuesto se “destapan” en el momento conveniente. Ya sabéis, mientras jugamos a los espías y pensamos
si, cual modernos Mortadelos irán disfrazados de caracol, de torero o de
merluza del Cantábrico, no hablamos del paro, del drama de los desahucios, del
emprobrecimiento de la población, de la deuda, del sacrosanto objetivo de
déficit. Nos espían y prefieren que sigamos leyendo tebeos, riéndonos con las
ocurrencias absurdas de los agentes de la TIA e indignándonos lo justo para no
molestar demasiado.
Somos lo que dicen nuestros datos, tratados como marcan los
mercados. Saben qué nos interesa, qué compramos, qué queremos, en qué ocupamos
el tiempo libre…La información es poder y el poder, hoy por hoy, se refiere
únicamente al dinero. La rentabilidad está por encima de la privacidad. Y de la
humanidad.
En el remoto Macondo no hay cobertura. Todos
saben la vida de cada uno de sus vecinos. Pero en el día a día, a pequeñas dosis.
Sin metadatos.