Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 17 de octubre de 2013

Desde Macondo. ¿Y A MÍ QUÉ?

Nunca pensé que diría esto. Y mucho menos que lo escribiría, aunque confieso que lo he pensado muchas veces. Pero ahora lo pienso, lo digo y lo escribo con demasiada asiduidad ¿Y a mí qué? Veo en las portadas de los diarios y en las cabeceras de los informativos, con profusión de detalles, los problemas de los partidos políticos, de las instituciones, de los sindicatos, del poder judicial, de…
       Problemas con las primarias, enfrentamientos entre barones por el control del partido de turno, quinielas acerca de cabezas de lista o de defenestrados. Reuniones a puerta cerrada de las que se filtra casi todo, presidenciables, candidatos a lo que sea, dinosaurios que se resisten a desaparecer y alevines que muestran la patita.
       Qué fatiga. Resulta que todo lo que habíamos creado como solución se convierte en problema. Los partidos no se acercan a los ciudadanos, los sindicatos, no los defienden, los bancos no prestan y se quedan con nuestro dinero; los jueces tienen apellido, según se inclinen a uno u otro lado. Hasta la Iglesia, a la que muchos acuden como consuelo en estos tiempos del cólera se ve sacudida por mil y un escándalos.
       El contrato social es papel mojado. Desde tiempos de Rousseau todos teníamos claro que el hombre construye sociedades para beneficiarse mutuamente, para asistirse. Abandona su yo individual y se somete a las leyes y a las normas a cambio de algo. Paga impuestos para tener pensiones, y seguridad social para ser atendido en la enfermedad. Y crea estructuras para asegurarse que la sociedad funciona. Con más o menos acierto. Pero lo han cancelado unilateralmente.
       Ahora parece que todo lo hemos hecho mal. Que el contrato se ha roto por la parte más débil, la de todos aquellos que hemos cumplido lo que firmamos y que encima tenemos que aguantar el bombardeo incesante sobre los problemas particulares de quienes debieran solucionar los generales. A fuerza de subrogarse, de subcontratar con los Mercados, la deuda, el déficit y demás, han desvirtuado la idea original.
       No es cuestión de dimitir el mundo, de rescindir el contrato y echarse al monte, pero se impone peligrosamente el ¿y a mí qué?, el todos son iguales y esa molesta sensación de que los problemas reales, los de la parte contratante, no importan a los contratados.
       No pueden pretender que nos quite el sueño la financiación autonómica, la sucesión en el liderazgo de tal o cual partido, las trifulcas en el Parlamento o la renovación del poder judicial, cuando hay sobre la mesa un informe de Cáritas con escalofriantes cifras sobre la pobreza. O cuando el futuro de millones de personas pende de una subida del 0,25. O cuando llega el frío y es un auténtico problema calentarse.
       Mucho se ha hablado y escrito acerca de la desafección de la gente hacia la política. Más cuando se miran las cifras crecientes de abstención en las distintas consultas electorales. De los polvos del “y tú más” nacen los lodos del “¿y a mí qué?.
       Y el contrato social, paso a paso, deja de tener sentido.

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