Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 31 de diciembre de 2015

Desde Macondo. TIEMPOS DE CAMBIO


Cambiamos de año. Nada serio. Nos acostaremos en el año 15, que diría Rajoy, y amaneceremos en el 16. Sin solución de continuidad, y con uvas y ropa interior roja, con el pie derecho o sacando un papelito que nos avance si el recién llegado será bueno, malo o regular. Un cambio, sí, pero pecata minuta para todo lo que está dejando de ser lo que era.
          Dice la Real Academia que cambiar es “dejar una cosa o situación para tomar otra”. Así de fácil. Acostarte de una forma y levantarte de otra, asumiendo que las cosas han cambiado. Y que más van a cambiar. Vivimos tiempos de cambio con mayúsculas. He leído por alguna parte que una especie de pájaros, de esos que emigran al final del verano, han vuelto antes y con tiempo, en pleno invierno. Y que han florecido algunos almendros. El cambio climático tiene desorientadas a la fauna y a la flora. Los animalitos no saben si criar, asomar el morro desde la madriguera, secarse o dar nuevos capullos.
          Los ríos, trasvases aparte, no corren; las cumbres tampoco son blancas; el hielo se derrite y las arenas del desierto están ocupando terrenos que no le corresponde. Los trabajadores no pueden vivir de su trabajo y los que no trabajan, menos todavía. Los ricos también han cambiado. Ahora son más ricos.
          No han ganado ni las izquierdas ni las derechas. Ni los centros si los hubiera. Ni los de siempre ni los nuevos. Sospecho que todos hemos perdido y que no nos va a ser fácil encontrarnos.
Son tiempos de cambio, en los que hemos querido cambiar, pero poco; castigar los salvajes recortes, pero asumiéndolos, condenar la corrupción, pero disculpándola un tanto; quejándonos pero a la vez diciendo eso de bueno vale, o virgencita que me quede como estoy.
          Y en esas estamos. Hablando de pactos imposibles, de mayorías que no son tales, de ganadores que han perdido y de perdedores que tienen la llave. Y de urnas en el horizonte, que seguro tampoco esconderán el secreto del cambio.
          Dejamos atrás un año difícil, el “año del cambio” decían todos. Unos, porque de verdad creían que algo podía cambiar, otros, porque tenían serios intereses en que nos creyéramos las milongas de la recuperación y de los cientos de miles de miniempleos supuestamente creados.
          Un tanto maltrechos, unos más que otros, hemos llegado a otro año cambiante, y miedo me da saber qué nos depara. Me siento como el gitano Melquiades de mi recurrente Macondo, que sobrevivió a la pelagra en Persia, al escorbuto en el archipiélago de Malasia, a la lepra en Alejandría, al beriberi en el Japón, a la peste bubónica en Madagascar, al terremoto de Sicilia y a un naufragio multitudinario en el estrecho de Magallanes. Aunque tuvo el buen tino de desaparecer antes del diluvio que dejó al pueblo convertido en un pavoroso remolino de polvo y escombros.
          Pero en pocas horas cambiamos de año. Es tiempo de cambios, y no soy de las que piensa que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tengan una segunda oportunidad sobre la Tierra.
          Feliz Año Nuevo.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Desde Macondo. CON EL PLATO EN LAS NARICES


También en Macondo hubo elecciones. Y también ganaron los mismos. Bueno no sé. Allí sólo había conservadores o liberales. Con sus distinciones claras. Los primeros, que habían recibido el mandato directamente de Dios, defendían el orden público, la moral familiar, la fe…Y los otros, ya se sabe, eran gente de mala índole, partidarios de ahorcar a los curas, del matrimonio civil y del divorcio. Y no había más donde elegir. Una única urna situada en el medio de la plaza, donde se depositaban las papeletas azules o rojas.
       Ganaron las azules, sin ningún D’Hont que complicara el reparto. Sin partidos emergentes de ningún signo; sin necesidad de pactos ni de entenderse con nadie. Claro, que la cosa no quedó así, y resaca duró mucho mucho tiempo. Nada menos que 32 guerras civiles perdió el coronel Aureliano Buendía antes de desengañarse de todo y de retirarse a crear pececitos de oro.
       Pero eso era en el tiempo mágico y circular de Macondo. Aquí las urnas se han revelado multicolores y nada es azul o rojo, ni blanco o negro. Lo único gris es el futuro, que las nubes cubren de momento el horizonte, y no se ve la luz por ninguna parte..
       Ahora ya no vale pensar qué hubiera pasado sí… No hay tiempo, ni es el momento, de volver a echar la culpa.-por razonable que sea-, a la ley electoral. No hay tiempo para analizar porqués, ni para plantearse si la gente no piensa, si se ha votado con las tripas y si la cabeza es una parte del cuerpo innecesaria en estas lides cuando la necesidad apremia.
       No hay tiempo para resacas ni para lamentaciones, ni para culpar a otros, ni para apelar a herencias. Nos sabemos el cuento desde el érase una vez hasta el colorín colorado.
       Hemos empezado a leer un cuento con muchos personajes, que hacen difícil elegir a un protagonista. Lo han dicho las urnas y hay que empezar una historia nueva, con muchos príncipes y princesas, con varios bosques distinto y, sobre todo, con un final que, hoy por hoy, dista mucho del habitual “fueron felices y comieron perdices” de todos los cuentos. Si acaso, añadiendo la segunda parte, “y a mí me dieron con el plato en las narices”.
       El panorama nos apunta más a un relato de terror que a un cuento de hadas; que el lobo que asomaba detrás de los árboles se ha convertido en manada, que el bosque se ha vuelto más intrincando e inexpugnable y hay demasiados caballeros andantes sin las armas suficientes para vencer a los fieros dragones.
      Total, que el final feliz se nos antoja un relato de ciencia ficción, situado en otra galaxia. Y mientras esperamos el final del cuento, ahí siguen la pobreza, el paro, la desigualdad, los salarios indignos, los contratos precarios, la desesperanza, la falta de ilusión… Y la certeza de que, una vez más, a nosotros nos darán con el plato en las narices.


jueves, 17 de diciembre de 2015

Desde Macondo. REFUNDAR EL MUNDO

No sé si es porque he cumplido un año más, por la proximidad de las elecciones o por la cumbre del clima, que ha puesto de manifiesto el lamentable estado del planeta que habitamos. Quizá sea tan solo porque se acaba este tormentoso 2015, o porque me he enterado que ha nacido una nueva estrella, Cervantes se llama, con cuatro planetas bautizados como Quijote, Rocinante, Sancho y Dulcinea. O porque añoro el momento, tres décadas atrás, en que me establecí en este Macondo que habito, y a los pocos días cayó el Gordo de la Lotería.
      El caso es que me ha dado por pensar que hay que refundar el mundo. Que este no nos vale, y que no tiene arreglo. Es más, va a peor. No me apetece nada seguir viendo una mala película en la que las imágenes son o planas o terribles, y la banda sonora la componen ruido de bombas, llantos y lamentos mezclados con el tintinear del dinero en bolsillos inaccesibles.
      Hay que refundar el mundo para que podamos pisar suelo firme, y del cielo vuelva a caer agua limpia y no lluvia ácida; para que el Mediterráneo vuelva a ser mar y no cementerio, para que corran los ríos y retorne el color verde a los montes quemados, para que la nieve no abandone las cumbres, su residencia habitual, la arena no deje el desierto, su casa, e invada terreno ajeno, y el sol caliente lo justo, sin incendiar la tierra.
       Tal vez con un mundo nuevo, veamos las cosas de otra forma. Con otra luz, con un aire limpio, igual vemos más claros todos los males que hay que desterrar, la pobreza, la desigualdad, las guerras, las intransigencias, el creciente poder de los mercados y el poder asfixiante de los mercaderes, la tiranía de los dioses, se llamen como se llamen, que han olvidado conceptos como paz, solidaridad, generosidad, convivencia, justicia, amor…Los números, que han sustituido a las palabras, y los apuntes contables, que han acabado con la poesía.
       Hay que empezar de cero. Fundar Macondo como la primera vez, cuando el primer Buendía, ideó de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna vivienda recibía más sol que otra a la hora del calor. Y en pocos años, fue un pueblo ordenado y laborioso. Y hasta razonablemente feliz.
      Claro que luego llegó el diluvio, y hubo epidemias, y que la compañía bananera se marchó del pueblo, y los pájaros muertos caían del cielo. Y hubo guerras. Pero fue después de muchos años de soledad. Los años que estamos viviendo.
       Ha sido bonito mientras lo escribía. Habrá elecciones, y seguiremos discutiendo sobre el calentamiento del planeta, no acabará la guerra en Siria y el Mare Nostrum seguirá siendo última morada de centenares de refugiados que también buscan otro mundo; y habrá ricos más ricos y pobres más pobres. Y todos intentaremos sobrevivir en estos tiempos que nos han tocado vivir.
      Creo que la estrella recién bautizada como “Cervantes” no es habitable. Y tampoco sus planetas. Lástima, porque sería un buen lugar para empezar de nuevo. Para refundar el mundo.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Desde Macondo. PERSONAJES

Extraña esta campaña electoral que estamos viviendo, en la que los contendientes, más que candidatos o personas, simplemente, son personajes. Dice el diccionario de la RAE, siempre dispuesto a poner las cosas en su sitio, que personaje es"Cada uno de los seres reales o imaginarios que figuran en una obra literaria, teatral o cinematográfica ". O en un progama de televisión, o en un cómic. O escapadas directamente de un cuadro de Velázquez (operación Menina).
       Los hemos visto a todos en un programa de aventuras, haciendo puenting o escalando montañas; en rallyes de alto riesgo, bailando como posesos en coreografías estúpidas, jugando al futbolón o cocinando mejillones; como "estrellas invitadas en programas del corazón y hasta haciendo la compra con media docena de cámaras detrás.
      Auténticos personajes que, más frecuentemente de lo deseable, nos hacen pensar en todo menos en política seria. Imaginaba yo la noche del debate, la noche N del día D, a Rajoy repanchingado en su sillón, cual don Pantuflo Zapatilla, con su batín, puro y Marca en ristre, mientras en la pantalla Zipi, ZapeSapientín y doña Hipotenusa se batían el cobre. Y me salía una historieta de cómic perfecta. Aunque el padre de los traviesos gemelos sea del Barça, y el presi, del Madrid.
       La política-espectáculo que podría justificarse en pequeñas, pequeñísimas dosis, nos sale por las orejas, que no hay vez que se enchufe la tele y no salga algún candidato en modo superstar. Está bien que se acerquen al pueblo, que muestren un poco de esa "piel" que Floriano echaba en falta en un desafortunado video de precampaña del PP. Pero esto no.
       No es de recibo que los votantes, los que están sufriendo lo peor de la crisis, los que no llegaban antes a fin de mes, y ahora no se acercan ni a la mitad, los que han tenido que cerrar su negocio, los que se apañan con la exigua pensión de los abuelos, los que capean el frío del invierno con la pobreza energética, que se extiende como una balsa de aceite, los miles y miles de personas que acuiden a los bancos de alimentos, los jóvenes que sólo ven su futuro fuera de España, tengan que pasar por el amargo trance de ver a los futuros padres de la patria cantando, bailando, aprendiendo a encender la vitrocerámica, haciendo excursiones en helicóptero o rallyes por el desierto.
      Eso no es piel. Es más bien el pellejo que sobra tras una operación de estética y que no sirve para nada, que va directamente al cubo de los desperdicios. Los ciudadanos, los sufridos votantes, se merecen algo más que saltimbanquis, bailarines o aspirantes a masterchefs. No sé a ustedes, pero yo no me creo que estén pensando en los pobres, en los parados, en los dependientes, mientras muestran sus habilidades con la guitarra, en la cocina o jugando al dominó. Pretendiendo crear cercanía, crean distancia.
      Cuando el coronel Aureliano Buendía regresó a Macondo, con mando en plaza, decidió trazar un círculo de tiza a su alrededor para que nadie se le acercara demasiado, a menos de tres metros. En el centro de este círculo que sus edecanes trazaban dondequiera que él llegara, y en el cual sólo él podía entrar, decidía con órdenes breves e inapelables el destino del mundo".

      Nuestros gobernantes han salido del círculo. Y volverán a él después del 20-D. Cuando dejen de ser personajes.

domingo, 6 de diciembre de 2015

CARTAS AMARILLAS

Pensando pensando qué escribir sobre la Constitución, que está de cumpleaños, me he sorprendido tarareando las Cartas Amarillas que cantaba Nino Bravo. Y busqué entre tus cartas amarillas, y mis brazos vacíos se cerraban aferrándose a la nada intentando detener mi juventud…Qué cosas tiene la mente. Asusta porque va de por libre y te marca el camino y así, por su cuenta, pone un titular al artículo. Cartas Amarillas cuando quisieras poner Carta Magna, Ley de Leyes, Norma Fundamental, Pilar de la Democracia. En fin, no les quepa duda de que todas estas definiciones, y más, van a leer y escuchar en los mil y un actos que se celebrarán a lo largo y ancho de la geografía patria.

Se hablará de vigencia, incluso de necesidad de reforma. De autonomías y de la Corona, de lealtades y deslealtades. Se cantará el himno nacional, se soltarán palomas blancas…Y hasta el año que viene, en que recibiremos otra carta amarilla.
 Por razones de oficio, durante un cuarto de siglo de vida laboral, y antes en la de estudiante, he mantenido un estrecho contacto con la Constitución. La he manoseado, desmenuzado, la he leído de principio a fin, los derechos, los deberes, las garantías, título a título, desde el prefacio al refrendo. Conozco, casi de memoria, cada término. Libertad, seguridad, protección a la infancia, a la juventud, a los mayores, garantías jurídicas, igualdad, no discriminación, derecho a la cultura, libre expresión…
Y hoy por hoy, sólo pienso en una carta amarilla, gastada por el tiempo, el uso y el abuso. Una de esas cartas de un antiguo amor que prometía fidelidad eterna, pasión sin límites, entrega incondicional…y que se despidió a la francesa rompiéndote el corazón y el futuro.
Guardas la carta para mortificarte, para imaginarte lo que podría haber sido y no fue. Para recordar tiempos felices, de esperanza, de seguridad. Esos tiempos en que pensabas que, bajo ese paraguas estabas a cubierto, por muy fuerte que fuera el chaparrón. Vuelves a hojear la Constitución para comprobar cómo se ha oscurecido, como amarillean sus páginas y cómo cuesta ya leer las palabras hermosas que te cautivaron en su juventud. Han escrito sobre ellas, las han reinventado, dejando un borrón donde antes había luz, donde competían sanamente los términos más hermosos del diccionario. Libertad, igualdad, paz, justicia social…
Desde aquella maldita modificación, con agosticidad y alevosía para incluir el techo de déficit de  nuestros dolores, la Ley de Leyes es una simple carta amarilla en la que ya no puede leerse derecho al trabajo, a un salario suficiente, a vivienda, igual acceso a la educación, la sanidad o la justicia. A una vida digna. A una dosis mínima de alegría que palie tantas tristezas.
Y mi mente, que vuelve por sus fueros, recuerda otra Constitución, el efímero texto redactado por las Cortes de Cádiz en 1812. Si yo tuviera que redactar un texto constitucional sólo escribiría un artículo, a modo de consejo a gobernantes:“El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. Artículo 13.
Esa carta nunca se pondría amarilla.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Desde Macondo. TIEMPO DE MANTRAS



Igual que los Aurelianos y los Arcadios se suceden sin remedio en la vida circular de  Macondo, así se repiten hasta lo insoportable determinados mensajes en este tiempo que nos ha tocado vivir, especialmente ahora elecciones mediante. Es tiempo de mantras y nos vamos a hartar.
       Más que de turrones y mazapanes, que es lo que toca, nos vamos a dar un atracón de . herencia recibida, deuda, bajada de impuestos, unidad de España, de las cosas como Dios manda, de hacer lo que hay que hacer, de compromisos de acabar con el déficit, de empleo y de  desempleo, de bajadas de impuestos, de renta básica, de café para todos, de futuro perfecto…
       Un mantra, según el diccionario, es una sílaba, palabra o frase que se recita (machaconamente, añado yo), para invocar a la divinidad o como apoyo de la meditación. A todos los dioses, y a más si hubiera, tenemos que invocar para separar el trigo de la paja, para que, a fuerza de escucharlos, no acabemos tragando mantras, por muy azucarados que nos presenten, por muy brillante que sea el papel en que los envuelvan. Ya podemos ponernos manos a la obra con el ora pro nobis, hare Krisna, Om, o Alá es grande. O cualquier otra letanía.
       El mantra, todos los mantras, se opone diametralmente a la originalidad. Supone la pasividad frente a la acción, la inactividad frente al trabajo, la resignación frente a la búsqueda de soluciones. Y esto vale para los de izquierdas, los de derechas, los del centro y los que no son carne ni pescado.
       Para nosotros, los votantes, también. Que no querremos ser el santo Job, ya saben, el de Dios me lo dio, Dios me lo quitó. Entre otras cosas, porque no creemos que la recompensa esté en el cielo. Y hace tiempo que dejamos de creer eso de que se premia a los buenos y se castiga a los malos. Amén, que también es un  mantra.
       Desde esta misma noche estamos en campaña electoral. Dos semanas en los que nos lloverán mensajes sin que podamos esquivarlos, sin que tengamos dónde guarecernos. Y queremos mantras nuevos que sustituyan a los de siempre ya manidos, desgastados de tanto usarlos como promesa o como excusa. Toca sustituirlos por ideas, esfuerzos, ilusión, alegría, confianza. Meditando no llegamos a ninguna parte, y lamentándonos, tampoco.
       Ni escondiéndonos en Macondo, por lo que me toca.
       Amaranta Úrsula, mucho después del diluvio, volvió llena de vitalidad y energía a la casa, y abrió puertas y ventanas para espantar la ruina (sic). Por cierto, volvía de Bruselas. Que también es un mantra..

jueves, 26 de noviembre de 2015

Desde Macondo. Y AHORA, LA CAMPAÑA

La oficial. Porque hace mucho tiempo que tengo la sensación de estar en campaña continua, de vivir rodeada de eslóganes, de musiquillas irritantes y megafonías cansinas a la hora de la siesta (y a cualquier otra), de carteles, de vídeos, de mensajes más o menos impactantes… Vamos, de no ser yo, sino mi voto.

       Cuando vuelva a salir esta columna, en una semana justa, ya tendremos las ciudades “tomadas” por caras sonrientes colgadas de farolas y fachadas. De encender la tele o poner la radio, mejor ni hablar. Quince días para desaparecer del mapa y evitar la muerte por sobredosis.
       Y lo único que me pide el cuerpo es instalarme cómodamente en una ciudad inexistente de un país imaginario para darme la oportunidad de ver la vida desde otro punto de vista, para contarla sin agobios y con tierra de por medio. Y con la tranquilidad que proporciona saber que, si las cosas se ponen feas, siempre podré hacer como Remedios la Bella, que un buen día salió volando entre flores amarillas, y nunca más volvió.
       Desde Macondo, con sus casas de paredes de cristal, se ve todo. Pero de forma diferente. Veo a los candidatos, afanados en convencernos, trabajando duramente en dos semanas de infarto. Es la campaña. Con sus debates, sus repartos de propaganda, sus encuentros con jóvenes, mujeres, empresarios, colectivos varios… Seguro que todo os suena.. Porque todo se repite, aunque cambie el atuendo cuidadosamente elegido, ni muy progre ni demasiado serio, que todo tiene sus lecturas, aunque ahora los candidatos bailen, o canten o hagan puenting.
       Están convencidos de hacer lo que deben, que se esfuerzan en poner la sonrisa profidén, por contar los abrazos por docenas y los besos por centenas; y los kilómetros por miles, y las palabras, por millones. Creo, de verdad, que llegan cada noche a casa con la satisfacción del deber cumplido, y que, cuando cuentan los votos que creen haber arrancado, piensan que mañana tienen que echar el resto. Ya queda menos, y cada minuto cuenta.
       A estas alturas de columna, creo que habréis deducido que me aburren las campañas electorales. A veces, hasta me crispan. Pero es lo que hay.
       Desde Macondo, con su tiempo eterno, sus epidemias de insomnio y sus extraños nacimientos de niños con cola de cerdo, miro curiosa la corbata azul de los aspirantes, los paseos por el centro de tal o cual candidata, el tierno beso al niño-foto del día-, los coches circulando con la música machacona a toda pastilla, los carteles y banderolas desteñidos por el sol y el agua a medida que transcurre la campaña.
       Y recuerdo, qué casualidad, que las lluvias que destruyeron mi pueblo imaginario duraron exactamente cuatro años, once meses y dos días. Casi como una legislatura.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Desde Macondo. TRISTES GUERRAS

Suenan tambores de guerra y el ruido ensordecedor tapa-de momento-el resto de los sonidos. El sonido de la crisis, el de las corrupciones, el drama de los parados, los lamentos de la solidaridad y la justicia heridas de muerte, el de la democracia enferma…
         Todo calla ante la guerra. Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes armas si no son las palabras. No hay más palabras en el diccionario, ni más colores n la paleta que el negro de la noche, del humo y de la pólvora, el rojo de la sangre, el verde de los soldados y el brillante plateado de los aviones.
        Condenando todo lo que de condenable y horrible tienen los sangrientos atentados de París, y dando por sentado que no sé nada de estrategias, no alcanzo a entender las llamadas a la guerra, cuando no nos enfrentamos a un enemigo convencional, a un ejército como los de toda la vida, con su territorio, sus fronteras, sus soldados. Con sus muertos civiles y sus daños colaterales.
         No sé qué saben y conocen los sesudos servicios de Inteligencia del mundo occidental que les permita creer que la guerra es la solución y que cuantos más países nos apuntemos a ella, mejor. Y no quiero ni pensar en las miles de personas atrapadas en medio del fuego cruzado.
         Nos han sacudido las entrañas los muertos de París. Las mismas entrañas que estaban relativamente tranquilas mientras se masacraba a civiles indefensos, mientras se acumulaban miles de víctimas, millones de desplazados y refugiados que sólo han merecido unos segundos en el telediario, y eso si había alguna imagen impactante que echarse a la cámara, tipo niño entre ruinas humeantes o similar. O ejecuciones salvajes. Así durante meses y meses, ante la impasibilidad de la ONU.
         Pero ahora suenan tambores de guerra. Alguien ha decidido que es el momento aunque el resultado sea incierto, o peor aún, esté lleno de certezas.
         El Coronel Aureliano Buendía que promovió 32 guerras civiles y las perdió todas, llegó a una conclusión, "no imaginaba que era más fácil empezar una guerra que terminarla”. En su soledad infinita, "cuando se recibían noticias de nuevos triunfos y se proclamaban con bandos de júbilo, él medía en los mapas el verdadero alcance, y comprendía que sus huestes estaban penetrando en la selva, avanzando en sentido contrario al de la realidad."
         En el mismo sentido que avanza esta guerra en la que el mundo se embarca ahora, y que será difícil terminar. Tristes guerras.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Desde Macondo. PORQUE ERA MÍA

Cuatro mujeres muertas pocas horas después de la celebración de una marcha histórica en contra de la violencia de género. Una respuesta macabra y cruel. Algo así como el “ahora vas a llorar con razón” que te decía tu madre al darte un cachete. Cuatro, para que quede claro por qué parte de su anatomía se pasan algunos las protestas, y hacia qué lado miran otros.
       No es pena, ni indignación, tan siquiera impotencia. Es rabia, sin paliativos, lo que llevo intentando digerir sin ningún éxito. Somos más de la mitad de la población. Han pasado muchos años desde que empezamos a votar, a estudiar, a integrarnos en el mundo del trabajo… Y aquí estamos. Copando las cifras del paro, con empleos peor remunerados que los hombres, con años más largos, que una mujer tiene que trabajar 418 días para ganar el mismo dinero que un hombre cobra por 365 días de trabajo.
       Y además, violables, maltratables, asesinables. Propiedad del macho alfa.
       Siempre que hay un asesinato, la maté porque era mía, con su posterior historia, se había separado, tenía otra pareja, se había marchado de casa harta de malos tratos o porque quería ser dueña de su vida, vienen a mi mente los versos de Agustín García Calvo, la más bella declaración de amor que conozco: “Libre te quiero, como arroyo que brinca de peña en peña. Pero no mía”.
       Ni de nadie. Que han pasado los tiempos de los trogloditas que porra en ristre encontraban quien les calentara la cueva y les diera hijos; y el Medievo y el derecho de pernada, y los años oscuros de la mujer en casa y con la pata quebrada. Son, deberían ser, tiempos de mujeres libres, y nos encontramos hablando un día sí y otro también de muertes violentas sin que esto parezca tener fin.
       No es problema de mujeres, aunque seamos nosotras las víctimas. Una sociedad que permite esto es una sociedad enferma. Y todo cuenta. Cuenta la educación, cuenta la desigualdad y la falta de medios para acudir a la Justicia o para encontrar ayuda, cuentan las leyes injustas, la discriminación a la hora de acceder a puestos de responsabilidad o, simplemente a cobrar lo mismo por el mismo trabajo. Y cuenta la sensibilidad para estar del lado de las víctimas.
       No podemos resignarnos. No podemos convertirlo en una conversación más. Una más, qué horror, cuántas van este año, ¿son más que el año pasado por estas fechas? ¿Ha sido con un hacha o con un cuchillo? ¿Estaban los hijos delante?
       No somos de nadie. Y nos ha costado mucho ser libres. Tan altas, bajas, rubias, gordas o flacas, listas o simples, madres o no, trabajadoras o desempleadas, serias o alegres. Como cualquier hombre. Como cualquier persona.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Desde Macondo. TODOS LOS NOMBRES

Curiosamente, en la deliciosa novela de Saramago de la que tomo prestado el título, no hay nombres. Sólo el suyo, don José , el protagonista. A lo largo del libro aparecen más personajes, pero todos ellos anónimos. El jefe, sus compañeros de trabajo, la vecina, los padres de la desconocida, el director del colegio, la asistenta de la tienda, el pastor, etc. No son importantes. No tienen nombre.
       Y poner nombre, cara y circunstancias a cualquier historia es una máxima del Periodismo. Siempre me lo han contado así. Lo próximo, lo cercano, lo que conocemos, es lo más importante. Y hay que acercar lo que queda lejos dotándolo de rasgos humanos, de cualquier detalle que nos sacuda la conciencia y nos haga leer el artículo hasta el final. Claro que es lógico que nos sobrecojan más las tragedias que pasan a nuestro lado, en nuestro lugar de residencia, en nuestro país, que las grandes catástrofes que suceden al otro lado del Globo. Y que a fuerza de ser grandes, han perdido todos los visos de realidad.
       Después de semanas, meses, años leyendo, escuchando y viendo las mil y una tragedias de los refugiados o los inmigrantes, de acostumbras la pupila a los vaivenes de pateras a la deriva, de camiones frigoríficos con macabra carga humana, de manos y pies lacerados por las afiladas concertinas, un día vemos la imagen de un niño ahogado en la playa y se nos encoge el corazón. Y todos intentamos respirar al tiempo que el pequeño sirio al que se esfuerzan en reanimar dos pescadores turcos.
       Uno es Aylan. El otro, Mohamed. Y en un pis pas sabemos todo de sus familias, de la vida que tenían en su país antes de que la guerra les obligara a irse, de la dureza del viaje a ninguna parte que emprendieron, y hasta de los escasos enseres domésticos que acarreaban para una nueva e incierta vida.
       Lo sabemos todo de ellos, y aún nos quedamos con ganas de conocer más. Porque tienen nombre. Ni un dato de la docena de pequeños que han perdido la vida en aguas griegas esta semana. Ni el sexo, ni la edad. Ni tan siquiera conocemos el número exacto, por aquello de las estadísticas, para que luego aparezca en titulares eso de “nosecuantosmil" inmigrantes han perdido la vida en el Mediterráneo en lo que va de año”. O de mes. O en un fin de semana.
       No tienen nombre, y también el número es incierto. Y lo peor es que nos estamos acostumbrando a ello. A despacharlo con “otro montón de ahogados”. Quizás haya que borrar del mapa esta Humanidad y empezar de nuevo, como en Macondo, cuando el mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre, y había que señalarlas con el dedo para nombrarlas.
       Para que todos tengan nombre. 

jueves, 29 de octubre de 2015

Desde Macondo. FIN DE LA CRISIS

Puede que alguien todavía se crea esa máxima propagandística de que una mentira mil veces repetida se convierte en verdad. A mí, cada repetición me indigna no mil, sino un millón de veces. Que no. Que no, que la crisis no se ha acabado para la inmensa mayoría, que el hecho de que en una familia de 10 pueda comer uno, no significa que haya salido el hambre de la casa. Por muchas veces que lo digan,
       Me pone de los nervios ver a quienes nunca han pasado fatiga o dificultad, ni tienen amigos, vecinos o familiares que las pasan, colgarse una medalla cada vez que tienen un micrófono cerca hablado de recuperación, de milagros económicos, de crecimiento del PIB, de ser los mejores del mundo mundial… Decretan el fin de la crisis, corre ríos de tinta escritos con nuestros dolores, pero eso sí, dejándonos claro que todavía hay síntomas de debilidad y que hay que ser muy prudentes para evitar recaídas.
       Lo ha dicho el mismísimo presidente, “España en estos años ha cambiado de cara”. Y de cuerpo. Y de espíritu. Claro que hemos cambiado. Somos irreconocibles, porque ya casi no recordamos cuando nos compadecíamos de los mileuristas, o cuando la Sanidad nos ofrecía confianza, cuando las pensiones de los abuelos no servían para que comieran hijos y nietos, cuando las “duras” jornadas de trabajo eran completas y se pagaban como tal, cuando los contratos de un mes, de ocho horas o de un ratito eran una excepción y no la norma…
       Se acabó la crisis. Porque sí. Porque han decidido que es el momento, elecciones por medio. Si está desempleado, si se engloba en el “precariado”, en el que el sueldo no da para vivir, si es joven o becario y trabaja gratis, si tiene más de 45 años y ya está expulsado del mercado de trabajo (no digo nada si encima es mujer), es otra historia. Y si tiene que pasar frío en invierno y calor en verano por que el recibo de la luz es imposible, pues se aguanta.
       Han decidido que este es el País de las Maravillas, y sí o sí nos lo tenemos que creer. Y portarnos bien, no vayamos a deshacer todo  lo que se ha conseguido.
       En Macondo nacieron niños  con una cola de cerdo, el agua hervía sin fuego y algunos objetos domésticos se movían solos; hubo una peste de insomnio y otra de olvido y los huesos humanos cloqueaban como una gallina; un niño lloró en el vientre de su madre; el cura levitaba al tomar una taza de chocolate y Remedios La Bella ascendió a los cielos mientras doblaba las sábanas. Y un huracán arrancó el pueblo de cuajo, llevándoselo del suelo y de la realidad.
       Todo mucho más real y más creíble que el fin de la crisis.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Desde Macondo. FILOSOFÍA Y TOROS

Están de moda. Tristemente de moda. Casi al mismo tiempo hemos conocido que la primera, la filosofía, pasa a ser una “maría” en los planes de estudio, y que la nueva Formación Profesional oferta un curso de banderillero. Dos mil horas lectivas que incluyen prácticas con carretón, o conocimientos para extraer el semen de un toro. Tauromaquia y Actividades Auxiliares Ganaderas se llama, y entre las posibles salidas profesionales del nuevo título figuran, además del de matador de novillos, el de peón agropecuario, pastor y banderillero o picador.
        Me callaría si el tema quedara ahí. Igual el ex ministro Wert, que ha puesto tierra y Pirineos de por medio, tenía algún compromiso que cumplir.  O tal vez sea tan solo una muestra más de los intentos denodados de este Gobierno por hacer que el tiempo corra al revés, por llevarnos medio siglo hacia atrás.
        Qué tristeza. Decretan que el amor por la sabiduría, la filosofía, es una estupidez, un sentimentalismo absurdo; decretan que las Humanidades, que el diccionario define como “Conjunto de disciplinas que giran en torno al ser humano”, y que incluyen la como la literatura, o la historia, deben ocupar las mínimas horas posibles en la agenda escolar, igual que la música o las artes plásticas. Que son caprichos innecesarios y no nos deben distraer de lo importante.
        Como si fueran lujos, actividades extraescolares tipo hacer macramé o apuntarse a taichí. Pasar un rato con Aristóteles, con Sócrates, o con Platón o con Kant, con Rousseau y hasta con San Agustín, es una pérdida de tiempo. Todos han sido expulsados de clase, Igual que la Historia de la Literatura, o simplemente la Historia. Por no hablar del Latín y el Griego, las lenguas clásicas, que también han sido declaradas proscritas.
        Creo que si tuviera que comenzar ahora mis estudios, me iría directamente a la FP Básica, al curso de Tauromaquia, para acogerme a la salida profesional de pastor, pastora en mi caso. En la inmensidad de las dehesas, mientras echara un ojo a los toros, podría dedicarme, sin presiones, a meditar sobre el mundo, a leer a los clásicos, a analizar lo que pasa, a hacerme las mil y una preguntas que se hicieron antes los que ahora han sido silenciados…
      Y tal vez hasta pudiera, como en Macondo, descifrar los pergaminos de Melquiades que contaban la historia de Cien Años de Soledad.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Desde Macondo. CAMBIO DE ARMARIOS

Cuando lleguen las elecciones, que llegarán, estaremos a un pasito de cambiar de estación. A un solo día, que mientras rumiemos y asimilemos los resultados, ya será invierno. Pero mientras llegan, y para desintoxicar, quiero hablar de cosas más prosaicas, más vulgares, de las que nos pasan a los seres corrientes y molientes mientras alrededor suenan campanas de campaña, mensajes apocalípticos, números y más números, y vuelan los puñales.
           Con las primeras gotas, las primeras hojas caídas y los tímidos fríos matutinos, llega el cambio de armario. Para desesperación mía y sospecho que de mucha gente. Odio el cambio de temporada. Sacar ropa, guardar ropa, no saber qué zapatos ponerte, ir con los pies helados, andar con la chaqueta para arriba y para abajo... Y  lo peor de todo, que se te caiga medio armario encima cada vez que abres la puerta.
           Cuando me reencarne-porque digo yo que esto no se puede quedar así-, y si me dejan elegir destino, voy a pedir que me cambien a un lugar sin estaciones, o de eterna primavera. Hasta admitiría otoño. Pero sin cambio de armarios, o con uno solo.
           Sin abrigos, chaquetas, bufandas, jerseys, zapatos opresores, medias ídem, calcetines desemparejados, edredones, pijamas de cuello alto... Un par de rebequitas y un chubasquero, que en esos sitios llueve a menudo, y se acabó. Cuatro camisetas, otros tantos pantalones y chanclas liberadoras para mis maltratados pies. Nada de subir y bajar al altillo cada tres meses, ni de cajas debajo de la cama, ni de pelusas. Ni de enfrentarte al "esto no me cabe" o al "¿Como pude ponerme esto?" de cada temporada.
           Ni al volver a guardar con el sempiterno por si acaso, cuando sabes que nunca tendrás ni los años ni el cuerpo de entonces. Y no digo nada de lo pasado de moda, de los colores que ya no se llevan, de la moda que viene, y que no tiene nada que ver con la que llegó el año pasado... Por no hablar de las sesiones de lavadora, por haber guardado apresuradamente las cosas al primer rayo de sol. Lo de la plancha me lo salto, que me pone los pelos de punta.
           Y eso que la crisis nos ha convertido en maestros del reciclaje, y de las visitas a ese chino tan amable que cose tan bien y te arregla las cosas en un pis pas. Hasta puedes fardar diciendo que son “vintage”.  Si para colmo de alegrías no hay que poner calefacción y no existe impuesto al sol…
           Pues eso. Nos vemos en Macondo, o en cualquier paraíso tropical.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Desde Macondo. TROGLODITAS

Cuatro mujeres muertas, y vamos por la mitad de la semana. Tres, en 72 horas. Una cifra escalofriante en lo que va de año, y aún nos quedan tres meses para terminarlo.
          ¿Alguien se acuerda de Hug el Troglodita? Vale, es de hace mucho tiempo, pero es que una ya tiene un largo recorrido. Pues para los que no lo sepan, era un personaje de tebeo (ahora cómic), cuyas andanzas discurrían en la Prehistoria, entre dinosaurios y esas cosas. Pues bien, el amigo Hug, que no era muy agraciado, nos mostraba la forma de ligar que se llevaba en su época. Describo: Fijarse en la mujer adecuada, golpearla en la cabeza con una porra, agarrarla de los pelos y llevarla a rastras hasta casa.
          Y vivir felices y comer perdices o mamuts o lo que comieran, hasta que la muerte los separara. Sin que ella rechistara en ningún momento, que la porra formaba parte del mobiliario de la casa. De la cueva.
           Eso era hace un millón de años, cuando los dinosaurios poblaban la tierra.  Los dinosaurios han desaparecido; los trogloditas no. El meteorito que acabó con los grandes lagartos no eliminó los genes salvajes, machistas, primitivos o no sé cómo llamarlos, de los seres humanos. Y andando los años, los siglos, los milenios, seguimos hablando de mujeres muertas a cargo de sus parejas o ex-parejas, que tanto da una cosa que otra.
           No valen leyes, ni órdenes de alejamiento, ni pulseras de vigilancia, ni casas de acogida. No vale nada. Sólo la cifra de víctimas, dos, cinco, siete, con denuncias, sin ellas, con condenas, con teléfono del maltratador, en pueblos, en ciudades, españolas, ecuatorianas o marroquíes, bolivianas o rumanas. Muertas.
          Parece que nos hemos resignado. Una más, qué horror, cuántas van este año, ¿son más que el año pasado por estas fechas? ¿Ha sido con un hacha o con un cuchillo? ¿Estaban los hijos delante? Lo estamos convirtiendo en una conversación más, en algo habitual, como ver a Hug aporreando a su amada.
          Tal vez tenga que caer otro meteorito sobre la tierra. O mejor, tal vez tenga que producirse otro Big Bang. O tengamos que preguntarnos, de una vez por todas, qué sociedad estamos construyendo.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Desde Macondo. EL REY PASMADO

Andaba pasmado el Rey porque, tras ver a una mujer desnuda, se le metió entre ceja y ceja que tenía que ver a la Reina de la misma guisa.  Grave pecado mortal en la época de la Inquisición, porque al tratarse del máximo dirigente de España,  el sacrílego empeño podía traer el castigo a todo el país. Afortunadamente, alguien le replicó que la mala suerte de los gobernados depende de la capacidad de sus gobernantes más que de su moralidad.
          Parece que no ha pasado el tiempo desde el siglo XVII, en el que Torrente Ballester sitúa su hilarante novela, hasta nuestros días, trescientos años después. Cambia que el pasmado es un presidente, que es como se llama ahora a quien rige los destinos de la patria; y cambia también que su “moralidad”, léase empecinamiento, enroque, cabezonería o cortedad de miras, sí tiene efectos graves sobre la buena gobernanza.
           Y que sigue pasmado tras ver a la Reina desnuda, en este caso, tras pasar las elecciones catalanas. Ya han pasado, y ya está. Igual da que todo quede manga por hombro en la habitación, que la cama siga sin hacer y, en los pasillos, la gente murmure y se pregunte dónde nos lleva el capricho del Rey.
          Del Rey pasmado, que mira para otro lado como si esto fuera ya capítulo cerrado. A otra cosa, que ya he visto a la Reina como quería. La Corte, dividida, los iluminados, erre que erre, los tiralevitas, también. El pueblo llano... Pues eso, esperando desesperanzados que el monarca salga de su pasmo y que no le alcance la maldición divina por el pecado real.
           Ya no es el designio divino el que pone y quita los reyes (aunque sea algo parecido), y mucho menos quien impone a los gobernantes sin sangre real. Ni el Rey Pasmado ni el reyezuelo que también quería ver a su propia reina desnuda pueden deshacer el entuerto que han organizado por no dejar sus anhelos privados tras la puerta de la alcoba.
           Mientras ellos satisfacen sus más bajos instintos, el pueblo pasa hambre, la sanidad no funciona, la pobreza alcanza límites nunca vistos y los brotes verdes se los han debido comer los inquilinos de las caballerizas reales. Que eso no cambia por muchos siglos que pasen. Siempre son los súbditos, los que pagaremos las consecuencias, los que sufriremos la cólera de Dios.
            Por sus pecados.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Desde Macondo.- PASAPORTE A LA FAMA

Guardo como un tesoro mis pasaportes caducados, y de cuando en cuando los reviso para ver si todo está en su sitio, para recordar lugares, fechas, situaciones… Sólo con ver los sellos de entrada o salida de tal o cual país, me vienen a la memoria un montón de momentos, de olores, de imágenes y de sensaciones.
          El pasaporte es como una separata, un apéndice del libro de mi vida, es el recuerdo perenne de que hay otros mundos, y he tenido el privilegio de visitarlos, de conocerlos, de absorber por todos mis poros cuanto de bueno podían ofrecerme.
          Por eso me indigna sobremanera la “guerra de pasaportes” que han emprendido los dirigentes políticos con motivo de las elecciones catalanas. Europeo, español, catalán… A ninguno le importa un pimiento como se llame o a qué lugar de acceso, salvo que el lugar sea la fama, entendiendo por fama su particular provecho en forma de escaño, gobierno o triunfo de su partido.
           Si patético fue el lío que se organizó el presidente en una entrevista de radio con las tres “nacionalidades”, no es menos bochornoso lo que sucede en el banco de enfrente, prometiendo pasaporte al paraíso directamente. Por no hablar de los avisos de aislamiento que el Gobierno (Rajoy) está sacando con fórceps a todo líder mundial que se ponga en su camino. Incluído Dios, que algún arzobispo ha convocado vigilia de oración para que España no se rompa y no haga falta tener más de un pasaporte.
           Me sonroja escuchar a unos y a otros tirarse el territorio, (con lo que contiene, que es la gente), a la cara, por unos intereses que poco o nada tienen que ver con la búsqueda del bienestar de los ciudadanos. Me avergüenza que nadie, ni los soberanistos ni los españolistos, estén hablando de sanidad, de educación, de trabajo, de pobreza, que la hay, de futuro, que cada vez se ve más imperfecto, y que se dediquen a mirar quien tiene más sellos en los pasaportes. Quien gana, aunque perdamos todos.
          Y me parece tan absurdo que mientras todos los indicadores hablan del asentamiento del trabajo precario, de trabajos que no dan para vivir, de ancianos que mantienen con su pensión a hijos y nietos, de cientos de miles de parados sin prestación alguna, estemos discutiendo de pasaportes…
           En un par de días habrá acabado este capítulo, que no la historia. Y no me veo añadiendo un  nuevo sello al pasaporte.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Desde Macondo. ESTAR EN MEDIO (Por el fin del Trasvase)

No nos ha servido de mucho estar en el centro de España. De nada, diría yo, escamada desde que tengo memoria con eso de ser la del medio. Soy la del medio. Seguro que muchos de vosotros sabéis lo que significa ser el hijo o el hermano del medio. Ni el mayor ni el pequeño, sin los privilegios del primero ni los mimos del último. Escuchando eso de que es mayor que tú, o no te compares con el chiquitín. Y menos mal que no estamos en la Edad media, en la que el primogénito heredaba, el menor hacía carrera en las armas y al mediano no le quedaba otra que ser “hombre de Iglesia”, que decían entonces.
      En fin, no me quejo, porque tampoco tengo a quién echar la culpa; es lo que la madre naturaleza o el destino decidieron (colocarme tres hermanos arriba y tres debajo), con nulas posibilidades civilizadas de cambiar el orden. Es más, creo que la “medianía”, en mi caso, también tuvo sus cosas buenas, pero eso es otra historia.
       Yo quería hablar de otro “medio”, de Castilla-La Mancha y de las desgracias que nos ha acarreado estar donde estamos, en mitad del medio, como se dice por aquí. En pleno centro. Con la todopoderosa Madrid por encima, la hermana mayor, y la minúscula Murcia debajo. La pequeña. Apoyada por todo Levante, eso sí, y por parte del poder establecido, que se llama.
      Todo dádivas para la una y la otra, por las razones ya explicadas arriba. Ni hambre ni sed para ninguna. Pocos deberes y todos los derechos, unos padres injustos que no se ocupan igual de todas las criaturas que han traído al mundo y, lo peor, la resignación de la mediana. Es lo que toca.
      Ya ha tocado que nos chupen la sangre, que nos nieguen el pan y la sal, en forma de industrias, regadíos, desarrollo; que nos nieguen hasta el mar. Y toca, una vez más, que nos dejen la tierra, la lengua y el ánimo reseco y agrietado. Se vuelven a llevar el agua. Una y otra vez, hasta dejarnos sin una gota, sin sangre en las venas que lleven oxígeno a un agotado y envejecido corazón.
      En este mismo espacio que hoy ocupo, hay voces mucho más autorizadas que la mía para hablar de trasvases. Y lo hacen. Pero como yo, también son los del medio e igualmente claman en el desierto. No hay agua en el Tajo ni en el Alberche. Los “padres” (léase patria), han decidido saciar la sed de su primer y su último retoño, de Madrid y de Levante, y ya es tiempo de que los medianos dejemos de mostrar la lastimosa lengua seca y mostremos los dientes.
      Es nuestra obligación, a falta de alguien con el criterio y el sentido de justicia del primer Buendía, que en la fundación de Macondo dispuso de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Desde Macondo. EL NIÑO

Sí, yo también voy a hablar del niño-milagro. Del pequeño sirio que ha conseguido ablandar hasta los corazones más mezquinos con su sola presencia, sin decir una palabra, sin mirar a los ojos, sin enseñarnos sangre, ni heridas, ni desnudez ni pies descalzos o llagados por la caminata. Ni los estragos del hambre y el frío o los horrores de la guerra. Nada de eso.
       O todo eso, porque Aylan era un niño normal, como los que corretean por nuestros parques y en estos días alistan la mochila para volver al cole. Por eso nos ha dolido. Porque era como los nuestros, como los del inflexible Cameron, que ha pensado en sus propios hijos, o los de Rajoy, que también se sintió estremecido después de echar cuentas de cuanto nos costaría (en votos y en dinero), hacernos cargo de unos miles de familias sirias, de padres, madres y hermanos de otros pequeños Aylan.
       Llevamos semanas viendo las caras de dolor, las pieles quemadas y los pies ensangrentados de niños y niñas sirios pasando por debajo de las vallas en Hungría, asustados por las cargas del ejército en Macedonia, amontonados en vagones de carga o caminando por las vías en fila india, bajo un sol inclemente, cargados con bultos, maletas y hasta ositos de peluche.
       Y seguíamos hablando de cuotas, de PIB, de paro, de efectos llamada, de coste económico, de dinero, en definitiva. No sabemos cuántos niños se ha tragado el Mediterráneo, o se han quedado en el camino porque no han aguantado el viaje. No los hemos visto y no cuentan. Va a ser verdad que estamos en la sociedad de la imagen, que lo que no vemos no existe.
       Yo, que soy de otra época, recordé de inmediato, viendo al pequeño tendido en la playa, dos de esos poemas que aprendes de pequeña y que te hacen saltar las lágrimas desde el primer verso. Uno es Mi Vaquerillo, de Gabriel y Galán, en el que el señorito, el amo, descubre la dura vida de la gente en el campo, niños incluidos. “He dormido esta noche en el monte/ con el niño que cuida mis vacas/ (…) y en las horas de más honda calma/ me habló la conciencia/ muy duras palabras/ y le dije que sí, que era horrible/que llorándolo el alma ya estaba”.
       El otro poema es el Niño Yuntero, de Miguel Hernández, “Me duele este niño hambriento/ como una grandiosa espina/ y su vivir ceniciento/ revuelve mi alma de encina”.
      Nos ha dolido Aylan. Tal vez, algún día, alguien le haga unos hermosos versos, que aparezcan en los libros de texto y nos arranquen unas lágrimas del alma. Y nos recuerden al pequeño héroe que fue capaz de despertar a Europa.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Desde Macondo. AQUELLOS SEPTIEMBRES

Entonces, septiembre siempre era un comienzo. Agridulce, sí, porque pesaba el recuerdo del verano salvaje y libre. Pero era un comienzo. Era la vuelta a las aulas, zapatos nuevos (Gorila, con la pelotita verde), era ordenar apresuradamente las vivencias y las anécdotas de vacaciones que se agolpaban en la cabeza atropellándose para ser contadas; era la mezcla del temor a lo desconocido y del ansia por conocer.
Septiembre era cartera nueva o heredada de tu hermana, lápices aún sin morder y cuadernos a veces reciclados y, con suerte, sin dos rayas. Eso era de pequeños.
Era la Virgen y el comienzo de la vendimia, el olor a mosto por las calles y los remolques cargados que, a menudo, nos regalaban un racimo de uva magullada y sucia de tierra.
Era el mes con mayúsculas, el mes por excelencia, porque en septiembre empezaba todo. Hasta las Navidades, que veíamos ya tan cerca...
Crecimos, y septiembre siguió siendo el principio. El Instituto empezaba en octubre y la Universidad, a veces casi en noviembre. Pero ningún mes podía quitarle el protagonismo. El otoño, el curso político, la vuelta al trabajo tras el verano, los días más cortos, las noches más largas...
Creo que todos hemos amado y odiado septiembre casi por igual en las distintas etapas de nuestras vidas, y ahora... No sé cómo definir este mes que auguran de vendimia escasa e incertidumbres abundantes. Es un septiembre raro, que no tiene mucho de principio, tal vez porque tampoco hemos tenido finales rotundos. O porque a estas alturas de la vida, nada empieza ni acaba del todo.
El año político empieza (sigue)crispado y prometiendo más crispación. Las caras resignadas, un tanto aburridas,  han sustituido a la expectación que brillaba en los ojos cada septiembre. La vida se arrastra por las calles de Macondo y la gente la ve pasar sin alegría. Pasa y ya está.
No huele a libros sin forrar porque no hay asignaturas nuevas. Son las de siempre, las mismas aulas, los mismos profesores… Como si no hubiéramos aprobado nada y repitiéramos curso.
No hay sensación de comienzo de nada y, tal vez por eso, hayan venido a mi memoria esos otros septiembres, los que eran como debían ser. Los de entonces.
Ni ellos, ni nosotros, somos ya los mismos
 

jueves, 27 de agosto de 2015

Desde Macondo. BARRIO SÉSAMO

No hubiera venido mal, entre tantas reposiciones más o menos casposas, el consabido verano azul y los documentales mil veces repetidos, que Televisión Española, la de todos, hubiera reprogramado unos cuantos episodios del mítico Barrio Sésamo, y especialmente las lecciones de Coco y otros monstruitos, que enseñaban a los más pequeños los conceptos básicos para moverse en el mundo. Ya sabéis, arriba y abajo; dentro y fuera; cerca y lejos; grande y pequeño…
       Todo lo que parece elemental y que, sin embargo, vamos aprendiendo a fuerza de tropezones, de caer y levantarnos, y vuelta a empezar. Con las enseñanzas de los muñecos olvidadas, hemos tenido que volver a reconocer que si estás abajo, le importas un pimiento a los de arriba; que grande y pequeño no es cuestión de tamaños, sino de dinero; que lo de rico y pobre, es un espacio cada vez más dilatado. Y que dentro de determinados mundos no cabemos la inmensa mayoría. Quedamos fuera.
       Fuera de la Ley quedó Josefa, por no poder dejar la casa en la que vive y mantiene a cinco personas con 300 euros de pensión. Ahora está dentro, pero de la cárcel. Fuera están muchos, con muchas causas pendientes, y con yates, casoplones y pasaporte dispuesto para viajecitos varios.
       Nos encanta que vengan turistas, cuantos más y de más lejos, mejor. Aunque se emborrachen y causen todo tipo de conflictos. Traen dinero. Mucho más cerca están los refugiados subsaharianos, los de Siria o los de Libia. Pero ese “cerca” no nos vale. Los queremos lejos. Si puede ser en el fondo del mar, un problema menos.
       Queremos votantes visibles, pero parados, dependientes, enfermos o pobres, invisibles los cuatro años siguientes, el periodo que va hasta las siguientes elecciones. Queremos un Barrio Sésamo a nuestra manera, donde las cosas no sean blancas o negras, sino del color que mejor nos pinte en cada momento.
       Es la ceremonia de la confusión, en la que las definiciones no son las que vienen en el diccionario ni las que simplificaban los habitantes del famoso Barrio para que todos las entendieran. Claro, que tampoco habitamos en un idílico espacio en el que primen la armonía, la solidaridad y el bien común, y en el que las risas se eleven por encima de los gritos y lamentos.
       Han pasado muchos años, y ya es hora de reponer Barrio Sésamo. Y de recomponer el mundo.
 

miércoles, 19 de agosto de 2015

Desde Macondo. ÁLBUM DE VERANO

Ya nadie hace álbumes de verano, de esos que languidecen en la parte más alta de la estantería y que, alguna aburrida tarde de otoño, cuando toca limpiar el polvo, o no hay nada mejor que hacer, nos devuelven por unas horas a Macondo, o a ese primer viaje con amigos, a aquella playa tropical, al descubrimiento de los desiertos, a las caras tersas de los que hoy peinan canas, a los recuerdos de cuando éramos tan jóvenes.
       Los álbumes de fotos son como la casa de los Buendía, escenario propicio para el deambular de espectros. Entierran ilusiones, y alucinaciones, realidades y quimeras y, vistos desde el hoy, recuerdan que, a menudo, cualquiera tiempo pasado fue mejor. Son la vida irreal, porque sólo responden a una parte del año, las vacaciones, ocultando el resto del año que, probablemente, no fuera tan idílico.
       Me siguen gustando las fotos, aunque no sea lo mismo encerrarlas en un frío disco o en un pendrive, fuera del amoroso calor del papel, del álbum elegido primorosamente, y colocado por fechas en un estante. Nada que ver sentarse con la manta en las rodillas a pasar las páginas de los mejores momentos de tu vida.
       Y, en cualquier caso, los veranos ya no son iguales. O soy yo la diferente. Hace demasiado tiempo que no puedo imaginarme estampas de vacaciones como las de antes. Sin preocupaciones, desconectada. Oigo a los analistas financieros decir que la prima está relajada, y me la imagino en bikini, sentada en la tumbona con grandes gafas de sol mientras los inversoritos y las bolsitas hacen castillos en la arena, vigilados desde el chiringuito por los mercados, que toman cerveza y comen pinchos de tortilla. Como para guardar las fotos.
       En la ciudad, somnolienta y fascinante en la soledad de agosto, las cosas tampoco son iguales. Si hasta el Congreso está abierto… Las conversaciones, de invierno o de cualquier otra época del año. No de vacaciones. Elecciones, presupuestos, corrupciones varias, preocupaciones…
       Nada que poner en el álbum. Nada que queramos recordar, andando el tiempo, en una melancólica tarde otoñal, intentando escapar de la realidad, de viajar a lo imposible y lo imaginario, de poner tierra de por medio, y no sólo tierra física.
       Afortunadamente queda Macondo, con su tiempo eterno, sus repentinas y prolongadas lluvias, sus diluvios, sus epidemias de insomnio, sus extraños nacimientos de niños con cola de cerdo, sus personajes solos, sus sagas interminables... Su magia. Un álbum muy distinto a los que podríamos hacer por estos lares, tan reales, tan ciertos, tan previsibles que agobian.
       Y que no merecen un sitio en nuestra estantería. Ni en nuestros veranos.