Cuatro mujeres muertas, y vamos por la
mitad de la semana. Tres, en 72 horas. Una cifra escalofriante en lo que va de
año, y aún nos quedan tres meses para terminarlo.
¿Alguien se acuerda de Hug el Troglodita?
Vale, es de hace mucho tiempo, pero es que una ya tiene un largo recorrido.
Pues para los que no lo sepan, era un personaje de tebeo (ahora cómic),
cuyas andanzas discurrían en la Prehistoria, entre dinosaurios y esas cosas.
Pues bien, el amigo Hug,
que no era muy agraciado, nos mostraba la forma de ligar que se llevaba en su
época. Describo: Fijarse en la mujer adecuada, golpearla en la cabeza con una
porra, agarrarla de los pelos y llevarla a rastras hasta casa.
Y vivir felices
y comer perdices o mamuts
o lo que comieran, hasta que la muerte los separara. Sin que ella rechistara en
ningún momento, que la porra formaba parte del mobiliario de la casa. De la
cueva.
Eso era hace un millón de
años, cuando los dinosaurios poblaban la tierra. Los dinosaurios han
desaparecido; los trogloditas
no. El meteorito que acabó con los grandes lagartos no eliminó los genes
salvajes, machistas, primitivos o no sé cómo llamarlos, de los seres humanos. Y
andando los años, los siglos, los milenios, seguimos hablando de mujeres
muertas a cargo de sus parejas o ex-parejas, que tanto da una cosa que otra.
No valen leyes, ni órdenes
de alejamiento, ni pulseras de vigilancia, ni casas de acogida. No vale nada.
Sólo la cifra de víctimas, dos, cinco, siete, con denuncias, sin ellas, con
condenas, con teléfono del maltratador, en pueblos, en ciudades,
españolas, ecuatorianas o marroquíes, bolivianas o rumanas. Muertas.
Parece que nos hemos
resignado. Una más, qué horror, cuántas
van este año, ¿son más que el año pasado por estas fechas? ¿Ha sido con un
hacha o con un cuchillo? ¿Estaban los hijos delante? Lo estamos
convirtiendo en una conversación
más, en algo habitual, como ver a Hug aporreando a su amada.
Tal vez tenga que caer
otro meteorito sobre la tierra. O mejor, tal vez tenga que producirse otro Big Bang. O tengamos que preguntarnos, de una
vez por todas, qué sociedad estamos construyendo.
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